La vida puede ser bastante impredecible. Algunos días son inexplicablemente maravillosos, mientras que otros son completamente anodinos.

Ese día en particular, Amy, la hija del Conde de Northland, estaba teniendo un día muy "raro". 

Todo empezó cuando se despertó desorientada. Amy tenía la corazonada de que tenía algo que ver con un sueño que la había despertado hacia el amanecer, pero cuando intentaba recordar los detalles, era como si estuvieran oscurecidos por una espesa capa de niebla. Esa niebla era lo único que podía discernir. 

Durante el desayuno, Amy se quemó accidentalmente la lengua con el té. Y más tarde, a pesar de buscar por todas partes, no pudo encontrar el pañuelo que tanto le había costado bordar para unos deberes. 

Más tarde se descubrió que el pañuelo había sido puesto accidentalmente en el equipaje de su hermano, que lo había llevado a su dormitorio en la escuela, pero Amy fue regañada suavemente por su institutriz de todos modos.

Por si fuera poco, en el almuerzo se sirvió el plato que más odiaba Amy, paté de hígado... Pero lo peor estaba por llegar esa misma tarde.

El padre de Amy, el conde de Northland, trabajaba como director de tecnología en el Instituto de Magia, una organización bajo el control directo del palacio real. Su trabajo consistía en desarrollar herramientas mágicas. Todos los días llegaba tarde a casa, después de interminables reuniones, experimentos de investigación y pruebas de prototipos, y rara vez antes de la puesta de sol. Los Northland, sin embargo, eran una familia muy unida, por lo que el regreso del conde del trabajo era normalmente un momento muy esperado del día.

Pero ese día, Amy fue convocada a su estudio en lugar de a la sala de estar. Cuando llegó, vio a sus padres de pie ante ella: su padre fruncía el ceño y su madre parecía desconcertada. Amy se removió incómoda en aquel ambiente inusualmente solemne y se sintió invadida por un terrible presentimiento. 

El sombrío silencio del conde persistió hasta que empezó a hablar tras varias miradas apremiantes de su esposa. 

El conde le dijo que había recibido el anuncio de que Amy había sido seleccionada como candidata para ser la prometida del Tercer Príncipe.

—Los dos hermanos mayores del Tercer Príncipe ya han sido prometidos a mujeres nobles de los reinos vecinos —continuó—. Así que parece que, para restablecer el equilibrio del poder político en la familia real, el Tercer Príncipe debe casarse con alguien un poco más... local.

—Pero, querido... Amy sólo tiene diez años. —intervino su madre.

—Yo también expresé esa preocupación. Pero ella entra dentro del rango de edad que establecieron, y no cedieron ni un ápice... No había nada que yo pudiera hacer.

El Tercer Príncipe tenía trece años. Parecía que se había permitido que damas de entre ocho y dieciocho años pudieran ser candidatas a convertirse en la futura esposa del príncipe, y que incluso la hija de un marqués se había unido a sus filas. 

—El palacio real está planeando una fiesta de té mientras hablamos para que el príncipe pueda conocer a las candidatas en persona. —explicó el conde de mala gana mientras desvelaba un retrato del posible pretendiente de Amy, Eduard León Luducia, el Tercer Príncipe de Luducia. 

Amy contempló el cabello rubio oscuro y los brillantes ojos grises plateados del príncipe Eduard.

A sus trece años, el príncipe aún conservaba una suave juventud en sus rasgos faciales, pero su elegancia y simetría eran una clara evidencia del apuesto hombre en que se convertiría algún día. 

El rostro le resultaba extrañamente familiar a Amy... ¿Pero dónde lo había visto antes...? ¿Y cuándo?

La atención de Amy se centró por completo en el cuadro; la voz de su padre parecía distanciarse poco a poco.

Como Amy aún no había debutado formalmente en sociedad, tenía pocos amigos, y todos los que había conocido eran allegados de la familia. A veces, su hermano mayor había traído amigos de la escuela -con los que se había relacionado por su pasión común por la caza de bestias mágicas-, pero todos habían sido más bien amables y sin pretensiones. No recordaba que ninguno de ellos tuviera un aspecto tan intimidante... o tan regio.

El Tercer Príncipe tampoco había debutado oficialmente aún, así que Amy no podía haber visto antes su retrato en las páginas de sociedad. 

—¡¿Amy?!

Como si Amy hubiera sido alcanzada por un rayo, una brillante luz blanca llenó su visión, y se desmayó en el acto. 

🐾🐾🐾

Cuando Amy volvió en sí, recordó…

Recordó su vida anterior.

Su vida como una chica normal de instituto en Japón.

¡Ni en un millón de años Amy había esperado reencarnarse!

 ¡¿Qué era ella, una especie de heroína en una novela ligera?!

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