SLR – Capítulo 106
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 106: La importancia de los lazos de sangre
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Lucrecia se levantó al instante de su asiento.
—¡Pero qué...! ¿Cómo se enteró de eso?
Sus ojos ardientes se abrieron como si fueran a salirse.
—¿Escuchó a ese maldito Stefano abrir su bocaza cuando ambos estaban en la puerta principal?
Ippólito respondió a regañadientes:
—Bueno... Sí, lo hizo. Pero... Estaba escondida dentro cuando irrumpiste en mi habitación el día de la misa en memoria de Arabella. ¿Recuerdas ese día...?
Lucrecia sintió que la cabeza le daba vueltas. No sabía si su mareo provenía de la ignorancia de su hijo o de la grave situación.
—Ese día estaba escondida en mi armario. —confesó Ippólito.
Sorprendida, Lucrecia abrió mucho la boca. Si la hubiera abierto más, se habría roto la mandíbula. Por suerte, su mandíbula permaneció intacta al fruncir momentáneamente los labios para gritarle a su hijo.
—Dios mío, Ippólito. ¡¿Estás totalmente loco?! —exclamó.
Su madre estaba a punto de abofetearle las nalgas, así que no se atrevió a confesar que había preguntado a la criada si Arabella era hija ilegítima. Ya le había dicho que Maletta lo sabía todo. No había necesidad de causar más problemas.
Por otro lado, Lucrecia no podía entrar en razón. Si Maletta sólo hubiera escuchado la parte de “el padre de Ippólito y de Arabella son diferentes” de ese bocazas de Stefano, la única en problemas sería Lucrecia.
Sin embargo, si esa criada escuchó la conversación entre ella e Ippólito el día de la misa en memoria de Arabella, el problema se convertiría en un asunto irresoluble.
Lucrecia había manifestado aquel día que Ippólito era la única razón por la que vivía con el Cardenal De Mare.
Su insensible e ignorante hijo parecía no tener ni idea de lo que significaban sus palabras, pero las mujeres eran más astutas y perspicaces cuando se trataba de captar el significado oculto bajo las palabras. Esa Maletta era una tonta, pero era inusualmente espabilada en algunas ocasiones. La mujerzuela habría entendido lo que Lucrecia había querido decir.
—Vamos —Lucrecia se movió rápidamente para salir al instante de la habitación—. Mi plan inicial era echar a esa moza de esta casa, pero necesito que Loretta la mate.
¡Toc, toc!
Loretta, se adelantó a su ama y la puerta fue abierta con un leve golpe.
—¡Dios mío!
Lucrecia se quedó atónita y casi se cae de espaldas cuando vio a su fiel criada de pie justo detrás de la puerta.
—¡Eh! ¡Tienes que esperar respuesta después de llamar, no irrumpir!
—Mis disculpas, señora.
—Bueno, estaba a punto de buscarte de todos modos. Por culpa de esa moza, Maletta.
—¡Señora! Estaba a punto de contarle sobre ella. Le dimos una paliza y la echamos de casa. —informó Loretta triunfante.
—¡¿Qué?! —gritó Lucrecia.
Loretta esperaba un cumplido, pero Lucrecia sintió un fuerte impulso de abofetearla. Ippólito sostuvo al instante a su madre, que estaba desfallecida y mareada, e interrogó en cambio a su fiel seguidora.
—¡¿Dónde la has enviado?! ¡¿Dónde está ahora?!
—Por la puerta trasera de la fregadera, por supuesto. —dijo Loretta con confianza.
—¡¿Qué?! —exclamó Ippólito—. ¿Por qué has tenido que complicarlo todo? Vámonos. Sígueme, ahora.
Ippólito dejó que su madre descansara en el sofá y se apresuró a hacer que la desconcertada criada lo condujera escaleras abajo. Lo primero que hizo fue salir corriendo hacia la puerta trasera de la fregadera. Miró por todas partes, pero no encontró a la voluptuosa criada pelirroja por ninguna parte.
—¡Maldita sea!— Ippólito agarró a la pobre Loretta por el cuello y la zarandeó. —¡Averigua a dónde fue esa moza!
Loretta nunca esperó que la molestaran así y se quedó en estado de shock.
—Joven amo, ¿qué pasa? El ama me dijo que la golpeara y la echara, ¡y eso hice!
—¡Basta de hablar! Encuentra a esa maldita criada—, ladró Ippólito. —¡Tú fuiste quien la echó, así que eres responsable de traerla de vuelta! Todo es un desastre por tu culpa.
Todo lo que Loretta hizo fue cumplir las órdenes, pero de alguna manera, se convirtió en una escoria que lo estropeó todo. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se le apretó el pecho de resentimiento.
—¿Pero cómo voy a encontrar a esa criada? Ya debe de estar a kilómetros de distancia. —protestó agitando la mano.
—¿Cómo voy a saberlo? Encuéntrala. —gruñó Ippólito. —¡Si no la traes aquí en un día, te daré de comer a los perros!
Ippólito empujó bruscamente a Loretta. La fiel criada estaba tan segura de que el éxito en la misión secreta de la señora le reportaría mucho dinero, pero la situación era peor que nunca. Desconcertada, Loretta salió corriendo. Ippólito sintió que la cabeza le palpitaba de dolor.
'¡No puedo dejarla escapar...! ¡Haga lo que haga, la traeré de vuelta...!'
* * *
Maletta pensó que hoy era el día más desafortunado de su vida. Creía que era amiga de la sirvienta Loretta, ¡pero ésta la echó de la casa! Al principio Maletta pensó que estaba loca, pero el incidente ocurrió de verdad.
Cuando los criados la arrastraron a la trastienda de la fregadera y le dieron una paliza, parecía irreal, una terrible pesadilla. Pero entre los golpes, Maletta se hizo un ovillo para protegerse el bajo vientre. Salvar al embrión fue más un intento desesperado de salvarse a sí misma que salvar al niño por amor maternal.
—¡Piérdete! ¡Y no se te ocurra volver a poner un pie aquí!
¡Escupir!
Cuando la sacaron a empujones por la puerta trasera de la fregadera, estaba demasiado mareada para pensar con claridad. Consideró la posibilidad de volver a entrar en la mansión De Mare, pero enseguida recapacitó al recordar las terribles palizas que le habían propinado los fieles seguidores de la señora Lucrecia.
'¡Necesito ver a Su Santidad el Cardenal De Mare...!'
La única esperanza que le quedaba a Maletta era el Cardenal De Mare, ya que era un hombre que valoraba las relaciones de sangre. 'Si derramo lágrimas, suplico de rodillas, y le pido clemencia, diciendo que llevo el bebé del joven maestro Ippólito, puede que me deje entrar. ¿O...?'
Maletta no estaba segura. En realidad, la solución más sencilla sería ir a la capilla de San Ercole, esperar al Cardenal en su camino y contárselo todo. Diría que llevaba en su vientre al hijo del joven amo -aunque no se había identificado el sexo del bebé, decidió pensar que era un varón-, pero la señora Lucrecia la golpeó y la echó de casa.
'Pero ¿y si Su Santidad, el Cardenal De Mare no me acepta, incluso después de todos mis esfuerzos...?'
Maletta sintió un escalofrío. Entonces, sería jaque mate para ella. El Cardenal De Mare no era una persona fácil. Una vez que decidiera rechazarla, no la enviaría de una pieza.
Así que, inconscientemente, Maletta decidió intentarlo un poco más tarde.
Pero no tenía adónde ir. No podía ir a la capilla de San Ercole ni a la mansión De Mare.
Y no tenía un céntimo. Derrochaba su escaso sueldo mensual y no le quedaba nada. Le quedaban algunos lujos, que le pidio al joven amo, y que le reportarían suficiente dinero una vez que los confiara a la casa de empeños. Pero los dejó todos en la mansión. Nunca había esperado que la echaran así.
'¿Volver a casa...?'
Pero Maletta no tenía un hogar al que regresar. Era una nómada que abandonó su pueblo natal, asolado por la hambruna, para trasladarse a la capital. Su padre sufrió un accidente por beber demasiado y su madre murió de hambre. No tenía a nadie en quien confiar en este ancho y vasto mundo.
Maletta temblaba, se sentía totalmente perdida.
Pero de repente.
—¿Qué haces aquí? —dijo una chica con una capucha marrón atascada, interrumpiendo sus pensamientos.
Cuando Maletta se dio cuenta de quién era, dio un paso atrás, asombrada. '¿De dónde demonios había salido?'
La chica se quitó la capucha. Al hacerlo, su pelo anaranjado fluyó por debajo del pañuelo, radiante como el sol.
La chica era Sancha, su hermana pequeña.
Sancha tenía una cara descontenta, pero ordenó:
—Sígueme.
* * *
Sancha llevó a su hermana por el centro de San Carlo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Maletta, desconcertada.
—¿Nosotras? No digas 'nosotras'. Me da asco. —espetó Sancha.
—¡Pero al menos tienes que decirme adónde vamos! —protestó Maletta.
—¿Qué harás si te enteras? Es un lugar que las dos conocemos.
Maletta no paró de quejarse durante todo el trayecto guiada por su hermana menor.
Y se sintió aún peor cuando vio su destino final. Maletta no pudo mantener la compostura al darse cuenta de dónde estaba y no pudo evitar gritar.
—¿Qué diablos estás haciendo? —Maletta señaló con el dedo el cartel de la puerta principal de su destino—. ¿Por qué me has traído aquí? ¿Para burlarte de mí? —preguntó Maletta.
Refugio de Rambouillet.
Se encontraban frente al refugio de Rambouillet. Maletta se negó a ir más lejos y se quedó delante de la puerta principal del Refugio de Rambouillet.
Señalando a su hermana, Maletta gritó:
—¿Te estás burlando de mí? ¿Me vas a dejar tirada en este agujero de mierda?
Sin tener en cuenta el enfado de Maletta, Sancha miró a su hermana con cara fría y la regañó:
—Deja de quejarte. Este es el único sitio donde puedes quedarte.
—Pero aún así, ¡¿cómo pudiste traerme al Refugio de Rambouillet...?!
Maletta y Sancha habían estado a punto de morir de hambre cuando las internaron en el Refugio de Rambouillet como ciudadanas empobrecidas. El último lugar al que Maletta quería venir era este miserable lugar.
—No iré. Me niego a ir.
—La señorita Rossi te ha mimado muchísimo. —dijo Sancha chasqueando la lengua. A pesar de los arrebatos de su hermana, Sancha puso un pie en el Refugio Rambouillet.
—No es lo que piensas. Sígueme. —ordenó Sancha.
Tal y como dijo Sancha, Maletta no tenía otro lugar adonde ir que no fuera la calle. Y para empeorar las cosas, no tenía ni un florín. No tuvo más remedio que seguir a su hermana y enemiga mortal.
Sancha pasó por delante del edificio central que albergaba a los indigentes y se dirigió a la oficina de administración y alojamiento. Visitó al Señor Kamondo, funcionario jefe del Ministerio de Estrategia y Finanzas encargado de los asuntos prácticos del Refugio de Rambouillet.
Toc. Toc.
—Adelante.
Tras obtener el permiso del Oficial Jefe, Sancha entró tranquilamente en su despacho.
—Señorita Sancha, debe de haber sido un viaje muy largo. ¿Quiere beber algo? —le preguntó el señor Kamondo.
Maletta estaba tan sorprendida que sus ojos ardientes se abrieron como si fueran a salirse. Cuando estaba en el Refugio de Rambouillet, su vida dependía del Oficial Jefe.
Si el Oficial Jefe declaraba recortar los gastos de alimentación, los indigentes adelgazaban como un palo y morían de hambre. Si ordenaba recortar los gastos de calefacción, los indigentes temblaban en el gran edificio de piedra hasta morir congelados. Para los mendigos, era como Dios. Pero su "Dios" usaba calificativos honoríficos para Sancha.
—Estoy bien —declinó Sancha—. Debo volver enseguida. Pero pasé a saludar y presentar a la recién llegada. Es la que mi señora le pidió que alojase.
Finalmente, el señor Kamondo miró a Maletta, que estaba detrás de Sancha.
—Oh. Así que ésta es la respetable dama de la que me habló Lady Ariadne.
Sancha hizo un mohín, queriendo decirle que no tenía por qué llamarla "señora respetable", pero apenas consiguió contenerse.
Después de que Ariadne confiara ducados de oro en nombre de la Reina al Refugio de Rambouillet, visitó con frecuencia el refugio e intentó acercarse a los responsables. Y Ariadne mantuvo su estrecha amistad mediante donativos, contactos frecuentes y pequeños regalos.
—Así es—dijo Sancha—, por el momento tendrá que quedarse aquí un tiempo.
Maletta no sabía lo que estaba pasando, y lo único que hacía era ir de un lado a otro. 'No estará sugiriendo que me obligue a entrar en la casa de refugio, ¿verdad? ¿Cómo sabía Lady Ariadne que yo estaría aquí?'
—Y si es posible, por favor, que se quede en un lugar donde no pueda ser vista fácilmente…
Sancha dudó un momento, pensando si debía pedirle al señor Kamondo que encerrara a Maletta, pero eso parecía demasiado cruel. Maletta sabría que no debía salir y, de todos modos, no tenía dinero para hacer actividades fuera de casa.
Además, si le pedía que encerrara a un invitado, podría difamar la reputación de su señora.
—¿Tiene algo más que pedir? —preguntó el Oficial Jefe.
—No, señor. Vendré a por ella cuando llegue el momento. Por favor, llámeme si pasa algo. —respondió Sancha.
—Le mantendré informada.
—Gracias, señor.
—De nada.
Ahora que habían saludado al señor Kamondo, el siguiente lugar al que debían dirigirse era el Departamento de Alojamiento. El señor Stampa era el Director de Operaciones para la orientación en materia de alojamiento.
—¿Señor Stampa? Señor Stampa, ¿está usted ahí? —le llamó Sancha.
—¿Quién es usted? ¿Por qué me molestas? —espetó Stampa.
A diferencia del señor Kamondo, que era muy educado, el señor Stampa era un hombre tosco de mediana edad con un espeso bigote rojo con trozos de comida pegados, y olía a sudor por todas partes. Tampoco parecía diligente. Tardó una eternidad en acercarse a la ventanilla y, a juzgar por su despeinado pelo rojo, debía de estar echándose la siesta.
Pero a pesar de la tibia respuesta de Stampa, Sancha se mostró amable y lo saludó, porque pensó que su actitud representaría la imagen de su señora.
—¡Hola! Usted es el señor Stampa, el Director de Operaciones, ¿verdad?
Cuando una adolescente bien vestida le habló con educació, la actitud de Stampa se apaciguó un poco.
—Tienes razón. ¿Quién es usted, si puede saberse?
—Soy Sancha, una estrecha colaboradora de la segunda hija del Cardenal De Mare. —respondió Sancha.
Sancha no sólo mencionó que trabajaba para la mansión De Mare, sino que dijo concretamente que trabajaba para Lady Ariadne.
—Señor Stampa, ¿sería tan amable de aceptar que la persona que está a mi lado se aloje en el alojamiento que usted gestiona? —preguntó Sancha—. Ya he conseguido la aprobación del Oficial Jefe Kamando.
Stampa chasqueó la lengua, insatisfecho, y se rascó con irritación el pelo otoñal.
—¿Por qué me preguntas en primer lugar si ya has arreglado las cosas de antemano? Si el señor Kamondo lo dice, tengo que obedecer. ¿Hay algo más?
Sancha sonrió amablemente y dijo:
—Gracias, señor —luego añadió—: Por favor, cuide de ella para que no salga sin permiso.
Sancha dijo aquello para no dejar claro si su hermana era un rehén o una persona a la que había que proteger. El señor Kamondo era un funcionario de alto rango que tenía suficiente influencia para intervenir en la reputación de lady Ariadne, pero el señor Stampa no era más que un directivo corriente. Nadie de la alta sociedad se dejaría influenciar por el señor Stampa. Por eso Sancha le pidió descaradamente que vigilara a Maletta.
Podría haberle dado a Stampa algunas monedas de plata para ganarse su favor, pero no quería llegar tan lejos por su maldita hermana. Así que le dijo algunos cumplidos vacíos y dejó a Maletta con el señor Stampa.
Justo antes de salir, Sancha advirtió a su hermana en voz baja:
—Por cierto, el ama Lucrecia está decidida a atraparte. Será mejor que te mantengas alejada de la casa por un tiempo.
Ante eso, Maletta chilló:
—¿Qué me harás...? ¿Me harás quedarme en este basurero para siempre?
Gracias por el cap
ResponderBorrarSos la mejor Pink, te amooo 🥰
ResponderBorrarpor lo menos no dormira en la calle con frio deberia agradecer semejante gesto de amabilidad
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