SLR – Capítulo 99
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 99: Agradecida de estar viva
Alfonso había recorrido un tercio del trayecto de Harenae a San Carlo cuando se dio cuenta de que el funeral no era por Ariadne, sino por su hermana Arabella, según la esquela enviada por el Cardenal De Mare. Lo supo por un fraile, que había recibido oficialmente la esquela en la estación pública anexa al monasterio.
[La hija de Su Santidad el Cardenal Simon De Mare, Lady Arabella De Mare, se fue al cielo bajo la guía de nuestro Dios Celestial en la tarde del 1 de febrero de 1123.
Los detalles del funeral se indican a continuación:
Tanatorio: Mansión del Cardenal De Mare
Misa conmemorativa: Al amanecer del 15 de febrero de 1123, en la sala Benedicto de la capilla de San Ercole.]
'Arabella. Arabella De Mare.' Alfonso leyó una y otra vez el nombre de la difunta en la esquela para comprobar si había acertado.
Cuando el fraile le entregó la esquela de piel de cordero, se dio cuenta de que el príncipe Alfonso tenía los ojos clavados en el papel.
—Hermano, ¿conoces a la difunta? —preguntó atentamente el fraile.
Alfonso le devolvió la esquela con manos temblorosas.
—No, no es conocida mía.
'Qué alivio que la difunta no fuera ella.' Aunque se guardó decir sus pensamientos en voz alta, en secreto dio gracias al Dios Celestial por no haberse llevado a Ariadne. Pero poco después se sintió culpable de su egoísmo.
—Debo darme prisa para expresar las condolencias de nuestras parroquias en el funeral antes de que comience la misa conmemorativa. —murmuró el fraile con una mirada preocupada hacia el cielo invernal cubierto de nieve.
El fraile se dirigía a expresar sus condolencias a la diócesis de San Carlo como representante de las parroquias de Salvitelle.
—¿Adónde se dirige, hermano? ¿A Harenae?
Como el príncipe Alfonso se dio cuenta de que el funeral no era por Ariadne, lo correcto era que regresara a Harenae.
—No, voy a San Carlo. —dijo Alfonso desafiante y agarró las riendas.
* * *
—¡Alfonso...! ¿Qué te trae por aquí...?
Ariadne llevaba casi cien días sin ver a Alfonso. Casi se echa a llorar.
Cuando Alfonso contempló el rostro pálido y apenado de la muchacha, sus ojos también empezaron a humedecerse. El Príncipe le acarició la comisura de los ojos enrojecidos con el pulgar. Sintió el calor reconfortante de sus mejillas al rozarlas con las frías yemas de sus dedos.
Por otro lado, las frías yemas de los dedos del Príncipe hicieron que Ariadne recobrara el sentido. 'Entra en razón.'
Apenas conteniendo las ganas de llorar descontroladamente ante la visita de Alfonso, Ariadne miró a su alrededor. Estaba claro que Alfonso de Carlo, el llamado "Príncipe de Oro" del continente central, había dejado de hablar con ella por culpa del Reino Gallico y la Gran Duquesa. No debería haber venido aquí.
Ariadne miró a su alrededor y condujo rápidamente a Alfonso al minisalón situado junto al pasillo principal. Antes era el comedor de la familia, conectado con la estancia de fregar.
—Vayamos por aquí. Hay demasiados testigos en el pasillo principal. —dijo Ariadne.
Alfonso la siguió sin decir palabra. Estaban solos en el estrecho espacio con el fuego ardiendo en la chimenea.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Ariadne.
—Me he enterado de la muerte de tu hermana pequeña. Por favor, acepta mi más sentido pésame. —dijo Alfonso con compasión.
Ariadne sintió de nuevo que se le llenaban los ojos de lágrimas. Arabella era la única persona en quien podía confiar en la familia De Mare. Alfonso sabía quién era Arabella a través de las cartas de Ariadne, y se cruzó de brazos para expresarle su pésame.
Ariadne había conocido a numerosos dolientes en la capital en los últimos ocho días, pero por primera vez, alguien se preocupaba por ella. Ya no podía contener las lágrimas. Mientras rezaba en silencio por su difunta hermana, empezó a llorar incontroladamente.
Durante un largo rato, los dos permanecieron desganados sentados en las sillas del comedor familiar.
Alfonso fue el primero en romper el silencio, como de costumbre. Siempre era el primero en iniciar la conversación.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó Alfonso.
Con una sonrisa hueca, Ariadne contestó:
—La pobre no hizo nada malo, pero Dios se la llevó —Ariadne se agarró el dobladillo de las mangas de su vestido funerario—. No hizo absolutamente nada malo. ¿Cómo es que nuestro Dios celestial no se lleva a los culpables y sí a los inocentes? Las buenas acciones no son recompensadas, mientras que las malas no se castigadan.
Rápidamente se tragó las siguientes palabras. 'Si el karma no cobra las malas acciones, yo haré pagar a los malvados.'
La leña crujía y ardía en la chimenea. La tormenta de nieve aullaba más allá de la ventana.
Aunque Arabella había muerto, el sol salía y se ponía sin piedad. El difunto ya no dejaba huellas, mientras que los vivos no podían hacer ningún cambio.
—¿Por qué tenemos que vivir? —preguntó Ariadne con nostalgia. —Alfonso, ¿por qué vivimos los humanos?
Un profundo pesar y lasitud pesaban en la voz de Ariadne. El príncipe Alfonso miró sorprendido los ojos verdes de la muchacha, sobresaltado por su actitud desvaída. Sus mejillas hundidas eran tan delgadas como la leña encendida.
N/T lasitud: Estado de desfallecimiento o falta de fuerzas.
Hacía apenas un año, cuando la conoció, Ariadne tenía las mejillas llenas de adiposidad, como cualquier adolescente vivaracha. Sin embargo, sus escuálidas muñecas, bajo el grueso y pesado vestido funerario, eran ahora delgadas como palos.
Alfonso acercó su silla a ella.
—Ari, ¿estás bien?
Una vez que dejó salir las lágrimas, no pudo contenerlas. A duras penas consiguió controlar sus lágrimas, pero de nuevo fluyeron como si hubieran abierto grifos. Las lágrimas caían sin parar, como un chorro de agua de manantial.
Sólo lloró una vez. Fue cuando vio a Arabella muerta con sus propios ojos. Pero después de eso, no derramó una lágrima en toda la semana. Tenía un montón de cosas que hacer y estaba demasiado ocupada para llorar. Pero ahora, al oír la cálida y compasiva voz de Alfonso, sintió que una profunda pena salía de su escondite.
—Bueno… —susurró entre lágrimas.
Entonces, suspiró, lloró y habló a la vez—. Sólo quiero que todo acabe. Deseo que no haya un mañana una vez que me duerma…
Al oír la pobre voz apenada de Ariadne, el príncipe Alfonso perdió el control y la abrazó contra su pecho.
Ariadne olió el frío invierno en la capucha de Alfonso mientras sentía su cuerpo acurrucado y cálido. Y la capa de piel de marta entre ambos cubría los ojos de Ariadne. El calor de su cuerpo y su agridulce aroma la embelesaron, y sollozó sin control. Había perdido el control de sí misma.
La capa de pieles y el pecho de Alfonso le servían de doble protección, escudándola del mundo y de los problemas. No tenía que preocuparse de su aspecto ni de cómo sonaba. Lloró y lloró hasta que se quedó sin aliento en el acogedor refugio. Lo único que hizo Alfonso fue abrazarla fuerte y acariciarle la espalda para consolarla.
Le acariciaba la espalda al ritmo de sus sollozos. Sus cálidos cuerpos estaban unidos por un cómodo abrazo.
Cuando los sollozos de Ariadne se calmaron, Alfonso expresó sus pensamientos en voz baja:
—Yo también me lo pregunto a veces. ¿Por qué vivimos?
La muerte de una persona no detiene el tiempo. El reloj sigue corriendo hasta que muere otra persona. Todo el mundo muere. Intentar vivir cada momento sólo para morir era inútil.
—No somos eternos, y nuestras vidas acabarán en algún momento —continuó Alfonso—. Algunas personas afirman que tenemos derecho a elegir morir, pero incluso los que quieren vivir tienen que morir algún día, aunque no quieran. Puedes elegir morir, pero eso sólo adelantará la fecha, no cambiará tu destino.
Alfonso temía que Ariadne estuviera de acuerdo con la gente que creía que uno tenía derecho a suicidarse.
»Fuimos bendecidos con el nacimiento y la vida, así que debemos estar agradecidos, vivir la vida al máximo y aprovecharla al máximo. Aunque la vida pueda ser desagradable, no hay que dejar que nos afecte. En lugar de desilusionarnos, debemos esforzarnos por aprovechar al máximo cualquier oportunidad que se nos presente.
Después de sollozar durante largo rato, Ariadne se quitó por fin la capa de la cara, y Alfonso le secó las lágrimas con el borde de ésta. Sus dientes delanteros, lindos como un conejo, se dejaron ver ligeramente entre sus labios carnosos.
Sabía que no debía haberlo hecho. Porque en la vida hay líneas que no se deben cruzar. Una vez que uno lo hace, nunca podría volver. Pero sabía que aunque volviera atrás en el tiempo, habría hecho lo mismo. De todas las llaves del mundo, sólo una podía abrir la puerta de su corazón. Y la tenía delante.
Alfonso no pudo resistirse más. Bajó la cabeza y apretó sus labios contra los labios abiertos de Ariadne.
—¡...!
Sus labios se encontraron. Un calor agradable pero nunca antes experimentado se extendió de los labios a las mejillas, de las mejillas a la nuca y de la nuca a todo el cuerpo. Ariadne abrió la mandíbula sorprendida, y Alfonso no desaprovechó la oportunidad.
Lo primero que Alfonso buscó fueron sus bonitos dientes delanteros de conejita. Esperaba que sus impecables dientes delanteros fueran fríos, pero sorprendentemente, eran dulces y suaves como un caramelo.
—¡Ohh...! —gimió Ariadne, sin aliento.
La mujer privada de oxígeno dejó escapar un gemido bajo. El hombre separó los labios a la mitad para darle tiempo a que los respurara, y luego los superpuso inmediatamente los suyos entre los labios de ella.
Alfonso aspiró el dulce aroma de su cuerpo. Le recordó a la fragancia que había olido al entrar en su habitación. Inhaló profundamente el aroma que tanto deseaba pero que no podía tener.
Atravesar la mitad de todo el continente en la fría tormenta de nieve avivó su pasión por tomar los labios de su mujer. No quería soltarlos. Y Ariadne no se lo impidió. Las manos de Alfonso se clavaron profundamente en su pelo, por encima de la nuca, y Ariadne también se agarró a la nuca de él para dejar que la tuviera.
Se abrazaron en la misma posición cuando el Príncipe enjugó las lágrimas de Ariadne con la capa ritual púrpura en su baile de debutante. Pero ahora muchas cosas eran diferentes. El calor y la pasión eran mucho más intensos. Se sentían completamente vacíos por dentro, sabiendo que su amor nunca se haría realidad. La capa de Alfonso estaba pulcra y perfecta aquel día, pero hoy, trozos de hielo se habían pegado a su capa y habían dejado huellas incluso después de derretirse, y había matojos de hierba húmeda, previamente congelada por el frío invernal, por todas partes.
La habitación estaba helada, y la sopa se fue enfriando poco a poco. Sólo entonces Alfonso apartó lentamente los labios.
—Haa...
—Ohh…
El beso fue como un sueño de una noche de verano, y se habían despertado sin dejar nada atrás. Bueno, casi nada. Sólo quedaba un largo hilo de saliva, sus labios rojos e hinchados y sus cuerpos calientes.
Alfonso miró los profundos ojos verde oscuro de Ariadne. Quería ver un rayo de esperanza atravesando su desesperación.
—Ni se te ocurra morir.
Alfonso levantó la mano para acariciar el pelo de Ariadne. Le recordó a Ariadne cuando le acarició el pelo detrás de las orejas en la fuente del palacio de la reina, pero su caricia fue mucho más fuerte y profunda. Su cabello, suelto, se deshizo y cayó como una abundante cascada.
—Da gracias por la vida que tienes. Y tu corazón que late, tu sangre que circula y cada aliento que tomas.
'Vive para mí, un hombre que está locamente enamorado de ti,
añadió Alfonso en silencio. No te mueras. Me he dado cuenta por las malas de que no puedo vivir sin ti.'
—Toda nube tiene su lado bueno.
Alfonso había sufrido el viento helado y los caminos nevados que se extendían a lo largo de 280 miglios (aproximadamente 310 millas), pero ahora se veía recompensado al percibir el aroma de la mujer que amaba. Aunque el Reino de Gallico amenazara con atacar, aunque tuviera que casarse con una chica a la que no amaba, había una luz al final de cada túnel.
Se detuvo un segundo para elegir las palabras.
—Tenía tanto miedo de perderte.
Ariadne sólo pudo asentir con impotencia.
Alfonso miró con dulzura a Ariadne durante un rato y luego la abrazó fuertemente con brazos apasionados.
—Creí que habías muerto.
Alfonso repasó las emociones que sintió a lo largo de su nevado viaje desde Harenae. Lo primero que sintió fue arrepentimiento.
'¿Por qué no había tenido el valor de decirle a Ariadne que la amaba?'
Había infinitas razones para ello. Debía sacrificarse por la nación y el pueblo y por la sucesión al trono. Pero lo único que sintió fue un vacío absoluto y una sensación de pérdida en cuanto se dio cuenta de que Ariadne se había ido.
No podía vivir sin ella.
Desde niño le habían dicho que un monarca debía sacrificarse por su país y por el pueblo. Pero después de su apasionado beso, se dio cuenta de que no era nada sin ella.
Sin embargo, tampoco era de los que abandonan sus deberes y responsabilidades. Incluso ahora, no se la llevaría con él para huir espontáneamente de la sociedad. Pero estaba lleno de optimismo y espíritu de lucha -una tendencia que se observa a menudo en la juventud-, lo que le hacía confiar en que podía conseguir cualquier cosa.
Alfonso bajó la cabeza y acarició la mejilla de Ariadne mientras la arropaba con fuerza en su pecho.
—Yo me ocuparé de todo. —dijo, decidido.
Había más de diez razones por las que la gran Duquesa Lariessa no reunía las condiciones necesarias para contraer matrimonio real. Aunque el ejército regular del Reino Etrusco se rompió en pedazos, el Reino tenía monedas de oro afluentes, abundantes tierras nacionales y estaba muy poblado.
Etrusco podría salir adelante incluso sin la ayuda de Gallico. Él se aseguraría de que así fuera. El Príncipe Alfonso, el joven futuro Rey, miró a su futura Reina a los ojos y juró:
—Sólo dame algo de tiempo, Ari.
Y apretó sus labios contra la mejilla de Ari.
Ariadne supo al instante a qué se refería Su Alteza. Y también supo lo que ocurriría en el futuro. ¿Podría soportar todo lo que le esperaba?
Ariadne quería compartir su secreto sobre el futuro, pero eso era imposible. Se estremeció al recordar las manos de Jiada convirtiéndose en cenizas. Por ahora, no quería pensar en nada. Todo lo que quería hacer por el momento era confiar en la promesa demasiado buena para creerla, pero firme, de Alfonso.
Cuando miró a Alfonso y asintió, él volvió a hundir sus labios en los de ella, lo que encendió de nuevo su vigor. Los dos jóvenes espíritus se palparon sin aliento con renovada pasión. Con una mano abrazando a Ariadne, la otra mano de Alfonso ascendió como un salmón remontando la corriente hasta alcanzar la parte delantera del vestido de Ariadne.
—¡Alfonso!
Nadie sabía si Alfonso la había tocado intencionada o involuntariamente. Pero lo primero que le vino a la mente a Ariadne fue cómo su anterior prometido la apuñaló por la espalda. Alfonso podría haberla tocado accidentalmente, pero Ariadne no lo creía. Dio un respingo de sorpresa e instintivamente enderezó su posición.
no se si llorar con Ari o sonreir porque por fin Alfonso se decidio , me llora un ojo mientras sonrio
ResponderBorrarPerdón, pero me hizo mucha risa tu comentario casi me atraganto con agua al leerlo 😄
BorrarReconozco que este capítulo lo odié. 'El muerto al hoyo y el vivo al bollo'? Qué situación para hacer eso, no sé no me gustó esa actitud y más en el lugar en el que están. Pensé que Alfonso tendría más decencia XD
ResponderBorrarEstoy llorando de felicidad y tristeza..... Ni siquiera se que comentar :,(
ResponderBorrarSe sintió muy innecesario para mí. Y más viniendo de Alfonso pero bueno todo por el bien de la trama
BorrarLlegar a ver a su amada con vida y sentir lo afligida por la perdida de la pequeña Arabella, manifestar su mas profundo sentimientos que con simples palabras no eran suficientes le justifico su acción y compromiso hacia su futuro con ella.
ResponderBorrarComo que lo que hizo Alfonso está muy fuera de lugar. Ella contándole su dolor y él haciendo eso 🙄😕
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