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SLR – Capítulo 97

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 97: La promesa de venganza


Ariadne devolvió la mano arañada de Arabella a su posición original. Sus tiernas manitas volvieron a cruzarse sobre la parte superior de su cuerpo. Ariadne acarició una vez más la mejilla de la niña. Sus mejillas se sentían diferentes de cuando estaba viva, pero sería la última oportunidad de Ariadne para volver a tocarlas.

De pie sobre la plataforma, Ariadne giró bruscamente su cuerpo. Tenía los ojos ardientes y llenos de furia.

—En nombre del cielo, ¿qué pasó antes de que muriera? —preguntó Ariadne.

Su primera pregunta fue para una criada de la familia De Mare, que estaba educadamente de pie en su sitio. Era la primera persona que había descubierto a Arabella.

—Hubo un ruido. Un estruendo —balbuceó la criada—, Fui a las escaleras a ver qué hacía tanto ruido pero me encontré a Lady Arabella en el suelo....

Ariadne se mofó con frialdad. Una persona no podía caer por sí sola sin que alguien la empujara.

—Supongo que luchó con Lady Isabella antes de su caída. —acusó Ariadne.

Al oír eso, Isabella dio un salto de asombro. Su madre estaba justo detrás de ella, y Lucrecia e Isabella intercambiaron miradas de sorpresa.

'¿Cómo lo descubrió esa moza?'

'¡Pero ella estaba fuera durante todo el alboroto y ha vuelto hace un minuto! ¿Quién podría haberla delatado? ¡Pero si ni siquiera había testigos! ¿O había alguno...?'

Cuando Ariadne vio que Lucrecia e Isabella intercambiaban miradas, bajó inmediatamente de la tarima, se dirigió a Isabella a grandes zancadas y le dio una bofetada.

¡Bofetada!

Una rabiosa bofetada hizo que Isabella mirara en dirección contraria.

Se agarró la mejilla izquierda. Lanzando una mirada resentida a Ariadne, Isabella chilló: 

—¿Qué demonios estás haciendo?

Pero Ariadne ni se inmutó y gritó a pleno pulmón: 

—¡Cómo has podido hacer eso, demonio!
—¿De qué estás hablando? —dijo Isabella, haciéndose la tonta.
—¡Empujaste a Arabella!
—¡...!

La pelea física de Ariadne e Isabella hizo que la pobre niña perdiera el equilibrio. Ariadne pensaba que lo que había hecho Isabella equivalía a un asesinato. Por otro lado, Isabella pensó que había cometido un crimen perfecto.

—¡Qué acusación tan ridícula! —gritó Isabella—. ¿De qué estás hablando? ¿Cómo has podido tenderme una trampa así? ¡Esto es tan horrible!

Pero Ariadne ni se inmutó y se limitó a resoplar ante el demonio disfrazado de humano.

—¡Mírala con tus propios ojos! —le exigió Ariadne.

Ariadne agarró con fuerza a su hermanastra y tiró de ella hacia la plataforma. Isabella se agitó y se retorció bajo su agarre, pero parecía como si Ariadne hubiera adquirido de repente poderes sobrenaturales. Por más que lo intentaba, Isabella no podía liberarse. Ariadne arrastró a Isabella frente al ataúd donde Arabella descansaba en paz.
Levantó la mano de Arabella y la puso delante de sus ojos. Las marcas de arañazos estaban frescas en la mano de la niña.

—¿Quién se atrevería a arañarle la mano a Arabella? —gruñó Ariadne, poniendo la nariz a escasos centímetros de la de su hermanastra—. Te peleaste con Arabella y la empujaste porque te hizo enfadar. ¡Cómo te atreves a mentir diciendo que se cayó sola! ¿Y dices que soy yo quien te ha tendido una trampa? Eres peor que el diablo!

Pero Isabella no podía admitir que había hecho nada de lo que Ariadne la acusaba. Una vez que lo hiciera, estaba muerta. 

—¿Estás diciendo que la empujé? ¡No me viste hacer eso!

'Yo te vi.'

Sin embargo, Ariadne no podía decir que había presenciado la escena.
E Isabella aprovechó al máximo el silencio temporal de su hermanastra. 

—¡Si tienes pruebas, muéstramelas! —gritó Isabella.

Ante el terrible intento de Isabella de encubrir su culpabilidad, Ariadne la acusó.

—¡El cadáver de Arabella es la prueba!
—¡Las marcas de arañazos no significan nada! —Isabella respondió, negándose a dar un paso atrás—. Vale, lo admito. Me peleé con Arabella por la mañana. Y la arañé. Pero nos peleamos en mi habitación. Nunca puse un pie cerca de las escaleras.

Típico de Isabella. Se defendía mezclando hábilmente la verdad y la mentira. Y Ariadne no podía protestar contra el testimonio de su hermana, ya que no tenía pruebas claras de que Isabella estuviera diciendo mentiras.

No había testigos, y la pobre Arabella no podía hablar.

—¡Ariadne! No sabía que me odiabas tanto. ¿Cómo has podido tenderme una trampa así sólo porque no somos tan cercanas? —se lamentó Isabella.

Isabella cambió de actitud y de objetivo. Se dirigió a su padre para que se compadeciera de ella. 

—Padre, Arabella es mi hermana biológica. Nunca hice nada tan terrible como para que me acusen de asesina. —suplicó Isabella.

El Cardenal estaba dolido. Murmuró algo en voz baja.

Isabella se volvió de nuevo hacia Ariadne. Sus ojos amatistas brillaron mientras preguntaba lastimeramente: 

—Aria, ¿por qué me odias tanto?
—¿Aria? Ese no es el problema aquí, pequeña basura-. —empezó Ariadne con la mano derecha en alto, furiosa por la fingida inocencia de su hermanastra.
—Ariadne. Detente. —le ordenó el Cardenal.

Ariadne se volvió bruscamente hacia él.

En un tono autocomplaciente y apagado, le dijo el Cardenal: 

—Sé lo apenada que estás por la muerte de tu hermana pequeña. Pero Isabella también es familia, no sólo Arabella. No es propio de ti montar semejante escena y acusar a tu hermana mayor de matar a Arabella sin pruebas claras.

Ariadne apretó los dientes. El Cardenal tenía razón. Ariadne siempre había desempeñado el papel de hija obediente en ambas vidas. Tras regresar al pasado, seguía obedientemente las órdenes de su padre mientras fingía ser racional y razonable.

Todo por esto.

—¡Si es de la familia, debería haber salvado a su hermana, no matarla! —disparó Ariadne, alzando la voz mientras lanzaba una aguda mirada a su padre.

Ella disparó incontrolablemente una serie de preguntas. 

—¿Qué te crees que soy, padre? ¿Esperas que sea siempre obediente y sumisa como una esclava? ¡¿Que sea comprensiva y perdone pase lo que pase?! ¿Por qué? ¡¿Por la muerte de Arabella?!

—¡Fue un terrible accidente! —gritó el Cardenal De Mare, alzando la voz, incapaz de soportarlo más. 

—¡No tienes pruebas!
—¡Hay pruebas! ¡Sólo te niegas a verlas!

El Cardenal De Mare finalmente mostró sus verdaderos colores. 

—¡Tu hermanita ya está muerta, pero Isabella sigue viva! ¡No pongas a la familia De Mare en peligro!
—¡Ja! —resopló Ariadne para burlarse de su padre—. ¿Eso es todo en lo que puedes pensar? En lugar de averiguar quién hizo mal, ¡sólo piensas en la reputación de la familia De Mare! Tu hija menor ya está muerta, no hay nada que puedas hacer al respecto. Pero si se extiende el rumor de que su hermana mayor mató a la pequeña, ¡la reputación de tu segunda hija se verá manchada!

El Cardenal De Mare se negó a responder. En realidad, no pudo contestar, porque Ariadne dio en el clavo.

En ese momento, Lucrecia intervino: 

—Fue el destino.

Los labios de Ariadne temblaban de furia. Lo 'vio' todo. Vio cómo se apagaban los ojos de Arabella y las últimas palabras que oyó su hermana pequeña.

—¿Por qué le contestaste a tu hermana? ¡Estás pagando por tus pecados!
—¡Todo lo que haces es meterte en problemas, chiquilla problemática bueno para nada! ¡No sé por qué te di a luz! ¡Estoy tan decepcionada de ti!
—¡Mi vida habría sido mejor sin ti! ¡Sin ti!

Arabella no hizo nada malo para haber oído esas palabras hirientes. Lucrecia debería haber protegido y educado a su hija como una madre, pero no era una madre. La pobre niña no debería haber oído ninguno de esos crueles insultos antes de morir.

Ariadne no aguantó más y perdió el control. 

—¡¡¡Ey!!!

Se abalanzó sobre Lucrecia a la velocidad del rayo. Agarró a su madrastra por el cuello con brazos delgados como palillos y gruñó como un animal salvaje: 

—¡No eres madre, eres un demonio! ¡El destino no existe! ¿Qué diablos es el destino? No somos peones en un tablero de ajedrez. La vida no es así. No me lo creo. ¡No me lo creo!

Ariadne gemía y sollozaba incontrolablemente con los brazos aferrados al cuello de Lucrecia. 

—¡No era el jodi** destino que Arabella muriera! ¿Por qué el destino se llevaría a una niña de diez años? Incluso si existe algo llamado destino, ¿por qué tenemos que someternos a él? ¡Aunque hayamos nacido con desgracias, debemos luchar! ¡Podemos luchar si lo intentamos! ¡Podemos hacerlo! ¡No aceptaré el destino! ¡¡¡Voy a cambiarlo todo!!!

El Cardenal De Mare miró al mayordomo Niccolo. Ordenaba en silencio al mayordomo que trajera a los demás criados y controlara a aquella muchacha.

Pasos.

Lo único que se oía eran los gemidos de agonía de Ariadne resonando por todo el pasillo principal. Unos cuatro sirvientes se acercaron a ella. Ariadne se dio cuenta de lo que tramaban. Soltó bruscamente a Lucrecia y se acercó rápidamente al Cardenal.

—Padre, puedo leer tu mente. "Esa chica está fuera de control. No sé si puedo fiarme de ella." —Ariadne miró a su padre directamente a los ojos y añadió—: Si estás pensando que yo estoy más fuera de control que esa asesina de ahí, te equivocas. Te equivocas y mucho. Sé prudente y piensa bien a quién eliges.

Ariadne lanzó una fría mirada al mayordomo y sus subordinados, que se acercaban a ella como les había ordenado, pero parecían inseguros y reacios.

—No os acerquéis más —ordenó Ariadne—. Subiré yo misma.

Se volvió hacia el resto de la familia y declaró.

—Me aseguraré de que quien se haya metido con Arabella sea enviado al infierno. No me importa cuánta sangre haga falta. Ni siquiera me importa si yo misma voy al infierno. ¡No me importan las consecuencias a las que me enfrente por mis pecados! —con ojos ardientes, Ariadne miró primero a Isabel y luego a Lucrecia, y maldijo—: ¡Pagaréis vuestros pecados!

Ariadne salió furiosa del pasillo principal.

Episodio-97-En-esta-vida-soy-la-reina

Lo único que pudo hacer el Cardenal De Mare fue bajar la mirada con consternación. Su familia era un desastre.

* * *

El Cardenal pensó que la declaración de Ariadne expresaba su determinación de aclarar los aciertos y los errores y averiguar la verdadera razón por la que Arabella había muerto. Pero aunque era una conclusión razonable, no entendía del todo lo que su hija quería decir al afirmar: “Me aseguraré de que quien se haya metido con Arabella sea enviado al infierno.”

Ariadne había superado las limitaciones del tiempo. No necesitaba verificar nada porque la Regla de Oro le mostraba la verdad. Le mostraba cuánto había que pagar por los pecados en cifras numéricas. Todo lo que tenía que hacer era asegurarse de que los pecadores pagaran.

Ariadne entró furiosa en la habitación y Sancha la siguió fielmente. Con una mirada furiosa, le murmuró enfadada a Sancha: 

—Sancha, si quieres ver a tu hermana por última vez, ve a verla.
—Señora, ¿por qué mención a Maletta de repente? —preguntó Sancha con cuidado.
—Ella tiene que pagar por la vida de Arabella —dijo Ariadne—. Todo empezó por su culpa. Maletta, quiero decir, Ippólito es el eslabón más fuerte de la cadena más débil. Si el karma de Lucrecia paga, será por las cosas maliciosas que hizo por su hijo.

N/T: Acuérdenae que si Lucrecia no hubiera gastado todos los ahorros en su hijo, tal vez hubiera llamado al médico, pero lo dudo. 

Ariadne agarró la funda de la colcha con tanta fuerza que su mano empezó a sangrar. 

—Prepárate para ver una serie de derramamientos de sangre. Pronto habrá una masacre. ¿Has oído hablar de la vieja historia del mercader de Oporto? La libra de carne humana como pago. El cobro del usurero sólo se considerará justificable si recibe carne sin una gota de sangre. De lo contrario, será acusado como un criminal. La gitana dijo que no puedo medir exactamente cuánto me deben mis enemigos, así que debo ser indulgente, aunque pueda perder en el trato.

Al recordar las palabras de la gitana, Ariadne negó con la cabeza.

—¡Voy a hacer que todos paguen, aunque arda en el infierno como consecuencia! Después de mi venganza, marcharé al infierno con cubos llenos de monedas de oro. Eso será cien veces mejor que ir al cielo como un perro perdonado y sin dinero.

Pero una vez que prometió su venganza, se sintió vacía por dentro. Aunque desgarrara vivas a Lucrecia e Isabella y bebiera su sangre, Arabella no volvería.
Nunca vería la sonrisa de su hermana, sus manitas suaves, su fuerte personalidad y su cálido cuerpo.
Y, sobre todo, le pesaba la culpa.

'Todo por mi culpa. Se tomó tantas molestias para traer la pinza de hierro por alguien patética como yo…'

No podía dejar de culparse a sí misma. '¡Si hubiera tomado medidas decisivas, nada de esto habría ocurrido...! Debería haber envenenado a Lucrecia, costara lo que costara. ¡Y si hubiera hecho que Isabella fuera al convento, la habrían encerrado para siempre, y Arabella seguiría viva...!'

El 1 de febrero de 1023 fue cuando murió Arabella en su vida anterior. En esta vida, la pobre muchacha falleció nueve meses antes.

'Si no hubiera vuelto al pasado, ¿habría vivido Arabella felizmente nueve meses más?'

'Volví al pasado para nada. Ni siquiera pude mejorar la vida de mi amada Arabella. No, empeoré las cosas.'

Ariadne se sintió impotente, una emoción que no había sentido en mucho tiempo, y sollozó y sollozó en su habitación hasta que no le quedó energía.

'¿Podría cambiar alguna vez esa cosa llamada destino...?'

Quería rendirse. Pero cada vez que lo hacía, se recordaba a sí misma las ocasiones en las que había cambiado el futuro. Sancha estaba destinada a morir, pero ella estaba viva a su lado. La malvada Gian Galeazzo debía vivir diez años más, pero ella había desaparecido sin dejar rastro.

'Puedo hacerlo.'

Una vez más se comprometió a vengarse. Podía lograrlo. Tenía que hacerlo. Dejaría salir todas las lágrimas hoy para pasar a la acción mañana. Haría que Lucrecia e Isabella pagaran por sus pecados.

Pronto.

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