SLR – Capítulo 70
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 70: La promesa del falso amor
Césare dio largas zancadas para llegar al centro de la multitud. Sin querer se convirtió en el líder del juego de "quién tuvo una aventura amorosa". Se acercó a la noble que había descubierto primero el brazalete con su marido y le quitó el brazalete de Collezione.
—Esta pulsera es mía. Devuélvamela, por favor. —dijo Césare.
Césare agarró con fuerza el brazalete y se lo quitó a la noble. Ella lo miró boquiabierta.
—Este brazalete es para una dama, pero ¿cómo es que es suyo? —espetó la noble.
Césare mostró una sonrisa de oreja a oreja.
—Porque lo compré para declararme a una dama. Pero como fui rechazado, la pulsera es mía.
Tras quitarle el brazalete de topacio verde a la noble, Césare lo levantó en el aire.
—Todos, yo, el Conde Césare, reclamo este brazalete de vuelta.
La luz de la luna y de las antorchas disparó sus rayos sobre la joya verde a la que le faltaba el rubí rojo, haciéndola brillar misteriosamente.
—La máscara, el collar y el brazalete de Lady De Mare se hicieron como un conjunto. —dijo Césare con una sonrisa.
—Por supuesto, todos teníais que pensar que el brazalete era de ella. Porque los tres artículos van juntos.
Dijo al público que —no habían hecho nada malo— para ganarse su favor.
Una multitud enfurecida tiene mente propia y bloquea obstinadamente las ideas diferentes a las suyas. Por eso es imprescindible quedar bien con el público.
—¿Cómo puedo saberlo? Bueno, yo fui quien regaló la máscara a la segunda hija del Cardenal.
Césare se colocó junto a Ariadne y se quitó la máscara.
Y levantó la máscara en alto para que todos pudieran ver su parte interior.
—¿Pueden verlo? Miren la parte interior de la máscara. —dijo Césare.
La flor de lis de la parte exterior de la máscara era muy sutil. Tenía pequeños dibujos y un diseño muy denso.
Pero la parte interior de la máscara mostraba un gran diseño de flor de lis como el brazalete de Ariadne. Incluso la configuración del color era idéntica, con un rubí rojo y un topacio verde grabados.
Si se comparaban los dos objetos, saltaba a la vista que el diseño era idéntico.
—Quería citarme con ella en el baile de máscaras y regalarle este brazalete a juego con la máscara. Era una sorpresa, pero...
Césare bajó la cabeza dramáticamente.
—¡Era demasiado difícil de conseguir! Su señora aceptó a regañadientes mi máscara como regalo, pero en cuanto se dio cuenta de que la pulsera iba en conjunto con la máscara, declinó mi oferta.
Relamiéndose por tener toda la atención del público, Césare se encogió de hombros y prosiguió.
—"Bueno, aceptaré la máscara ya que tengo que llevar algo en el baile de máscaras, pero sólo hasta que termine el evento", dijo ella. Y me advirtió que me mantuviera alejado de ella al menos cinco piedi (unos 2,5 metros), ya que la gente podría malinterpretarnos. Qué fría y distante.
Césare movió la cabeza de un lado a otro.
—¡Pero no sería un hombre si me desanimara por eso! Así que me arrodillé e hice un movimiento ganador—Césare hizo una pausa de un segundo antes de decir—: Cásate conmigo.
Alguien del público no pudo controlarse y gritó como un delfín.
Césare desvió la mirada hacia el sonido de delfín e hizo una reverencia a su admiradora. Después de atender a su admiradora, fijó la mirada en el público y sacudió la cabeza de un lado a otro trágicamente.
—Pero es triste decirlo, ¡me han rechazado! "Ni en sueños", me dijo.
Con las manos en alto, Césare se encogió de hombros.
—Y qué mala suerte tengo. Alfonso de Carlo fue testigo de todo. Qué vergüenza.
Césare sonrió suavemente y golpeó juguetonamente los hombros de Alfonso.
—Este amiguito lo vio todo escondido tras los arbustos. Callado como un ratón.
Alfonso apretó los dientes y devolvió la sonrisa a regañadientes. A través de sus dientes apretados, susurró a Césare en voz baja—: Tú eras el ratón, no yo.
—Sólo me estoy divirtiendo, señorito sol. ¿Así es como tratas a alguien que te está salvando el culo?
La sonrisa bobalicona de Césare se hizo más amplia.
—Vamos, sonríe. Más.
Alfonso apretó el puño pero se abstuvo de golpear a Césare. Dejando atrás a Alfonso en su posición de jaque mate, Césare continuó alegremente porque el espectáculo tenía que continuar.
—El Príncipe hizo ruido en el arbusto, y nuestra difícil dama lo descubrió. Y le pidió ayuda, diciendo que un hombre, yo, la estaba molestando. Su Alteza saltó y se la llevó, y yo me quedé solo.
De nuevo, la multitud empezó a bullir.
—¿Qué? ¿Era verdad que estaba con Su Alteza?
Césare no desaprovechó la situación.
—Es cierto que la señora no estuvo con el príncipe Alfonso "todo" el tiempo, ya que al principio estuvo conmigo. Pero yo la había estado escoltando desde que empezó el baile. Así que no tenía otro sitio donde ir.
—Pero, ¿por qué el brazalete terminó aquí?
El Conde Césare también tenía una explicación justificada para esa pregunta.
—Me puse furioso y fui a pasar el rato con mis compañeros de líos. Pero estaban todos escondidos en un cuartito en un rincón del palacio real para jugar—respondió Césare—. Y él también estaba allí.
Césare señaló al marqués Campa, que estaba en el suelo roncando, cubierto con su capa. Ya nadie se juntaba con el marqués Campa, salvo algunos jugadores a los que no les importaba quién era el contrincante mientras tuvieran dinero para apostar.
—Hice una apuesta pero no tenía efectivo, así que le presté un poco a mi amigo y le di el brazalete como garantía—explicó Césare—. Conseguí mucho dinero y se lo devolví a mi amigo. Pero cuando le dije que me devolviera la pulsera, me dijo que él también la había dado como garantía porque se había quedado sin efectivo y la había prestado. Qué irresponsable es ese tipo regalando la garantía de otra persona.
Césare sacudió la pulsera.
—Me preguntaba adónde había ido a parar esto, y ahora, misterio resuelto. Lo tiene el marqués Campa.
Señaló al marqués Campa con la punta de la barbilla.
—Por favor, entregue mis palabras cuando el marqués Campa despierte. Enviaré a uno de mis hombres por la mañana para devolverle el préstamo en efectivo, así que es justo que recupere mi brazalete.
Era una coartada perfecta.
El Conde Césare era lo bastante rico como para hacer regalos lujosos a una dama, y era de los que apostaban con el regalo como garantía. Y cómo llegó a conocer al marqués Campa fue suave como la mantequilla.
—Así que, por favor, dejen de condenar a la dama. Ella debería haber sido la dueña del brazalete. Rechazó a un hombre como yo, pero ¿por qué iba a jugar con alguien como el marqués Campa?
Las facciones perfectas de Césare se arrugaron en una mueca de desprecio hacia el marqués Campa.
—Todos, por favor, háganme sitio. Dejadme tener una segunda oportunidad de capturar el corazón de la dama.
Césare se acercó a Ariadne y le tendió la mano.
—Jovencita, ven conmigo.
Esta vez, Ariadne no se negó. Le cogió la mano.
* * *
Ariadne, que por fin estaba tranquila al verse libre de la multitud, se quitó la máscara y se secó el sudor de la cara. No sólo su rostro enmascarado, sino todo su cuerpo estaba bañado en sudor.
—Gracias, Conde de Como—, dijo Ariadne agradecida. —Nunca imaginé que las cosas se complicarían tanto.
—Llámame Césare si estás agradecida. —instó Césare.
Ariadne dejó escapar una sonrisa amarga. Césare. Ya le había llamado por su nombre millones de veces. Le resultaba tan natural, tan natural como respirar.
—Conde Césare. Es lo mejor que puedo hacer. —dijo Ariadne.
—Ay, qué dura—dijo Césare—. Fue hace sólo diez minutos cuando me sacrifiqué para salvarte, jovencita.
—¿Sacrificio? ¿Qué clase de sacrificio? —preguntó Ariadne.
—Bueno, ahora todo el mundo sabe que soy un jugador y que fui abandonado por ti—Césare frunció el ceño antes de añadir—: O que el Príncipe te apartó de mí.
Ariadne no pudo evitar reír un poco.
—Pero todo es verdad. Eres un jugador y yo te dejé. Todo el mundo sabe que eres un jugador, aunque intentes ocultarlo. Lo único que no es cierto es que el Príncipe te robó a tu dama.
Por alguna razón, Césare se alegró.
—¡Vaya! ¿Cómo sabías que yo jugaba, jovencita?
—Todo el mundo en San Carlo lo sabe. —respondió Ariadne rotundamente.
—¡No, no! Significa que te gusto—insistió Césare—. Incluso sabías que llevaba un garrote al cinto. Debes de ser una de mis mayores fans.
Justo en ese momento, Césare miró atentamente a Ariadne con gesto escéptico. Acercó cada vez más su rostro al de ella hasta que pudieron sentir el aliento del otro.
—Señorita, ¿me está espiando? La sección "Césare de Como" es lo único que lee del Boletín de San Carlo, ¿verdad? —interrogó juguetonamente Césare.
Ariadne estalló en carcajadas.
—¡Qué va! Ni en sueños.
—Un no rotundo significa sí. —insistió Césare.
—¡No, no significa eso! —replicó Ariadne.
Los dos riñeron juguetonamente. Al cabo de un rato, Ariadne se ablandó y le dio las gracias.
—Gracias por lo de hoy.
La tristeza se reflejaba en su rostro.
—No tenías que haberte tomado tantas molestias.
—Pero me dejaste, ¿no? —dijo Césare bromeando.
—¡Venga ya!
Ariadne puso los ojos en blanco.
—No tienes que darme las gracias. Lo hice para impresionarte—dijo Césare—. Así que, por favor. Tampoco me devuelvas el regalo ni lo pierdas. Guárdalo bien.
Dudó un momento antes de añadir.
—Tu hermana mayor no se detendrá ante nada para encontrarlo en casa. Ten cuidado, incluso cuando estés en tu dulce hogar.
Ariadne no pudo reprimir la risa.
—Así que la tensión entre nosotros es obvia incluso para un hombre, ¿eh?
—No soy un tipo corriente—presumió Césare—. Soy el Conde Césare. No soy un idiota crédulo.
Mentiroso. Eres un idiota. Y también eres un crédulo.
—Mantén a salvo nuestro objeto de pareja. —dijo Césare.
—Devuélvelo. La máscara, el brazalete, es todo tuyo. —espetó Ariadne.
—¡Eh! —bramó Césare.
El rencor firmemente cimentado de Ariadne se resquebrajó un poco en la superficie. Pensar que Césare se había sacrificado por ella la ablandó un poco.
Pero Césare, de pie ante ella, se sentía alegre, pero no era exactamente la alegría del amor.
Alfonso de Carlo, ten cuidado. La chica que te gusta está empezando a gustarme.
***
Después de la actuación de Césare ante el público, la persona más feliz era la Gran Duquesa Lariessa.
—Eh... ¿Fue todo un malentendido? —preguntó el Gran Ducal.
Lariessa estaba desesperada por creer en el Príncipe Alfonso. Estaba inmersa en su propio cuento de hadas y quería a su príncipe azul dorado para ella sola. Para vivir feliz para siempre, tenía que reconstruir la realidad.
Suspiro.
El príncipe Alfonso no pudo decir ni sí ni no y se limitó a esbozar una sonrisa fingida. ¡Qué mala suerte! La suerte de hoy sería sin duda —Géminis nacidos en 1105, no salgáis a la calle. Quédate bajo las mantas, ¡o si no!
Pero Lariessa seguía y seguía, cegada por una alegría desbordante.
—Qué fuerte es el amor fraternal en etrusco. Esto nunca podría ocurrir en Gallico. ¿Sabes lo que pasó en Montpellier?
Alfonso se apretó la frente.
Lariessa era la más feliz de todas, mientras que Isabella de Mare era la más infeliz. Estuve a punto de conquistarla. Pero ese conde Césare tuvo que arruinarlo todo.
Lo que más rabia le daba a Isabella era que Césare salvara a Ariadne cuando debería haber estado de su lado.
—¡Arghh!
Isabella pateó una piedra esparcida por el suelo. Inconscientemente copió lo que Césare había hecho en la fuente. Pero él era un hábil jinete, mientras que Isabella no tenía suficiente fuerza en el abdomen y los muslos. Por eso, la patada la hizo caer al suelo con un desagradable golpe.
—¡Ay...!
Mientras Isabella caía, un rubí rojo salió rodando de su bolso. Era el rubí rojo unido inicialmente a la pulsera decorada con flores de lis.
—Isabella, ¿estás bien? —preguntó Camellia de Castiglione al descubrir a Isabella en el suelo. Camellia extendió la mano y ayudó a Isabella a levantarse. Al hacerlo, sus ojos brillantes captaron el rubí que había caído de la bolsa de Isabella.
—Oh, vaya. ¿Qué es eso?—preguntó Camellia con los ojos fijos en el rubí rojo—. No sabía que llevabas una piedra sin engarzar. Debe de ser valiosa.
—¡Camellia, métete en tus asuntos! —gruñó Isabella con ferocidad.
Ahora no era el momento de malgastar su energía con alguien tan mezquina como Camellia.
Pero Camellia no era de las que desaprovechan una oportunidad así. Isabella siempre tenía prioridad sobre ella y se reía de ella. Pero ahora era el momento de cambiar las tornas.
—¿Cómo que no me meta en mis asuntos? Estoy intentando cuidar de ti, mi pobre amiga. —protestó Camellia.
Una sonrisa detestable se dibujó en el bonito rostro de Camellia.
—La gran Duquesa Lariessa vino a por el príncipe Alfonso, y tu hermanita te robó al Conde Césare. Pero pobre Isabella... ¡No hay nadie para ti...!
NO HACER PDFS. Tampoco hagas spoilers, por favor o tu comentario será eliminado. Si te gustó el capítulo déjanos tus impresiones para animarnos a subir más. No te olvides de seguirnos en Facebook.