SLR – Capítulo 50
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 50: El dueño de las rosas rojas
Un precioso ramo de rosas rojas llegó a la mansión del Cardenal junto con un vestido. El vestido era de Boutique Collezione. El vestido aún no estaba ajustado, y venía con el mensaje de que el ajuste se completaría una vez que tuvieran las medidas corporales de la destinataria.
Cuando Isabella encontró el ramo, compuesto por cien rosas, pensó que era un regalo para ella. Isabella recibía a menudo regalos de sus admiradores secretos. Así que hoy no iba a ser diferente. Los regalos entregados en la mansión del Cardenal eran siempre para Isabella. Por lo tanto, era una suposición razonable.
Isabella se abanicó mientras miraba las rosas.
—¡Vaya, son preciosas! Este caballero debe tener un gusto refinado. ¿De quién es?
Cuando Isabella preguntó sin dudar, el criado respondió con cautela.
—Son del Conde Césare de Como.
Isabella abrió mucho los ojos.
—¿El Conde Césare? ¿Por qué me enviaría un regalo? No hemos tenido ninguna interacción en particular.
—La cierto es...
—Pon las rosas en mi habitación. Y creo que me probaré el vestido ahora mismo. ¿Puedes concertar una cita con Collezione para la prueba?
Isabella se sintió complacida. Así que, por primera vez en mucho tiempo, Isabella preguntó en lugar de ordenar al criado. Pero su felicidad no duró mucho.
El criado cerró los ojos con fuerza y confesó.
—Perdóneme, Lady Isabella. En realidad esto es para Lady Ariadne.
—¡¿Qué?!
Chasquido-
El abanico en la mano de Isabella se partió por la mitad.
La alegre mañana de Isabella estaba completamente destruida. Pero la verdadera dueña de las rosas no parecía nada contenta.
—¿Son para mí?
—Sí, Lady Ariadne.
El sirviente escapó a duras penas de la ira de Isabella y entregó los regalos a Ariadne.
Pero a pesar de los esfuerzos del sirviente, Ariadne no estaba nada contenta.
—Rosas rojas. ¿Estás segura de que son para Ariadne?
—Sí, mi señora. Aquí tiene una carta del remitente.
El papel estaba adornado en plata. Era del Conde Césare. Ariadne abrió el sobre, que estaba sellado con cera roja. Luego sacó la breve carta, escrita con diestra caligrafía.
[De su acompañante de debut,
Fue un honor tener tu primer baile. Me recuerdas a estas rosas rojas. Te envío un regalo apropiado para una belleza como tú.
- Conde Césare]
Sin palabras, Ariadne rió secamente.
“Estos lirios de mayo me recuerdan a ti, devota y obediente.” Le había dicho Césare a Ariadne mientras recogía los lirios de mayo silvestres del bosque y se los colocaba en el pelo.
Las flores eran pequeñas, blancas y siempre inclinadas. Crecían en estado salvaje y eran fáciles de obtener sin tener que pagar un céntimo.
Ariadne lo recordaba con claridad, como si hubiera ocurrido ayer mismo. ¿Cómo puede alguien cambiar de actitud tan drásticamente? Ariadne estaba furiosa. Descuidó el hecho de que, en esta vida, Césare aún no le había hecho ningún mal.
Las rosas rojas habían sido cultivadas arduamente en el jardín, y eran de la mejor calidad.
El ramo constaba de cien de esas rosas, y era demasiado pesado para que lo llevara una mujer. El ramo debía de costar cincuenta grossi como mínimo.
'Si hubieras sido la mitad de amable conmigo en la vida pasada, te habría servido de por vida.'
En realidad, era un poco injusto echarle toda la culpa a él. En la vida anterior, lo único que Césare le dio a Ariadne fueron lirios de mayo silvestres. Pero incluso entonces, Ariadne fue devota con Césare hasta el final.
'Sólo me dio lo que yo valía.' Ariadne murmuró en voz baja y miró otro regalo enviado por Césare.
—¿Qué es eso?
—Es un vestido, mi señora. Me han dicho que es de Boutique Collezione.
La sirvienta quitó la funda de tela del maniquí.
El vestido de baile de seda carmesí era realmente digno de la fama y reputación de Collezione. El vestido estaba cosido meticulosamente, y su diseño acentuaba los delicados encajes que lo adornaban. Era, sin duda, una obra de arte.
La parte delantera del corpiño estaba formada por tres capas de tela. Como un tulipán, una fina capa de seda se superponía a otra más gruesa. Y debajo de las dos capas de seda, había otra de organza transparente.
Aunque se rompieran las costuras, las dos capas restantes cubrirían el cuerpo. El vestido estaba cuidadosamente diseñado para evitar otro accidente que revelara los pechos.
—Qué considerado. Pero eso era eso y esto era esto. Devuélvelo.
—¿Perdón mi señora?
El sirviente se quedó mirando a Ariadne con cara de desolación.
Pero Ariadne estaba decidida.
—Él y yo no somos íntimos. No hay nada entre nosotros. No puedo aceptar regalos tan caros. Además, tengo una promesa que cumplir. Sólo puedo llevar cosas hechas de Ragione por el momento. Transmita mi mensaje al Conde Césare y devuelva las flores y el vestido.
—¡Pero mi señora! Las rosas se marchitarán si las devuelve—el sirviente añadió con urgencia—. No será diferente a tirarlas a la basura.
El criado siguió parloteando sobre por qué era de mala educación devolver las flores. Por fuera, parecía que el criado estaba predicando etiquetas. Pero, en realidad, era una súplica desesperada que quería decir: “Por favor, no me obliguen a devolver las flores al Conde Césare.”
Devolver las flores regaladas equivalía a avergonzar públicamente a un caballero. Y en esos casos, los hombres a veces descargaban su frustración contra el criado de la dama, que era quien entregaba las flores. El Conde Césare de Como tenía mal carácter y sus criados eran famosos por ser hostiles y agresivos.
Ariadne pensó en los apuros a los que tendría que enfrentarse el criado. Se quedó pensativa y negó con la cabeza.
—Bien, devuélvele el vestido. Será más fácil, ya que sólo tendrás que devolverlo a Collezione. En cuanto a las rosas, déjalas fuera.
—¿No en su habitación?
—No. Sólo déjalas en cualquier lugar donde no pueda verlas.
Además, Ariadne tenía tareas más importantes entre manos. No podía permitirse distraerse con el regalo de Césare.
—¿Está listo el carruaje?
—Sí, mi señora. ¿Debo decirle al jinete que está bajando?
—Bien. Adelante.
Hoy era el día de la merienda organizada por Julia de Baltazar. Ariadne se sentía nerviosa, como el día en que se dirigió a la capilla de San Ercole para enfrentarse al Apóstol de Assereto. Ariadne se secó en silencio las palmas sudorosas de las manos en el vestido.
* * *
—Bienvenida a la mansión Baltazar Lady de Mare.
El doméstico se inclinó cortésmente ante Ariadne.
Para parecer elegante, Ariadne sonrió suavemente y aceptó su saludo.
—Por favor, diríjase al interior Lady de Mare. La señorita Julia espera en el salón.
Hoy, Ariadne era la única Lady de Mare, ya que Isabella no estaba invitada.
Ariadne llevaba un decente vestido verde claro con un sombrero de malla, que estaba adornado con cuentas de topacio. Como única asistente de la familia de Mare, Ariadne había prestado especial atención a su atuendo de hoy, para que la gente no pensara que iba desaliñada.
Cuando Ariadne entró en el salón, las chicas, que habían llegado con antelación, se quedaron mirándola. Algunas miradas eran favorables, otras de curiosidad y otras de juicio.
Julia, que era la anfitriona de la merienda de hoy, se levantó de su asiento y se acercó a Ariadne, como si intentara protegerla de la abrumadora atención.
—¡Lady de Mare!—Julia cogió las manos de Ariadne—. Estoy tan contenta de que hayas venido. Te estaba esperando.
Ante su cálida bienvenida, Ariadne sonrió alegremente y respondió.
—Gracias por invitarme.
—Hay algunas caras que quizá te resulten desconocidas. Permítame que se las presente.
Aparte de Ariadne, cinco damas habían asistido a la merienda de hoy.
Lady Rinaldy, hija de un conde, tenía el pelo castaño y un fuerte sentido de la justicia. El padre de Lady Delatore también era conde y poseía un próspero feudo en las tierras del norte del reino etrusco. El padre de Lady Elba era vizconde y un jurista de renombre. Estas tres damas eran relativamente desconocidas para Ariadne.
—Gracias, señorita Julia.
Ariadne sonrió en respuesta al amable gesto de Julia.
—Señora Cornelia. En primer lugar, Ariadne se encaró con Lady Rinaldy y le estrechó la mano.
—Y señora Gabriele, ya nos conocimos en mi baile de debutantes.
Luego Ariadne saludó a Lady Delatore.
Las dos damas parecieron alegrarse de que Ariadne -que en ese momento era la comidilla de la ciudad- las recordara del primer encuentro.
Pero Ariadne nunca había conocido a Lady Elba. Así que ambas se presentaron con la ayuda de Julia.
También había una cara inesperada pero familiar entre el grupo. Era Camellia de Caste Castiglione.
—Es un placer volver a verla, Lady de Mare.
Técnicamente hablando, Camellia era amiga de Isabella. Pero tenía una personalidad agradable y era una mariposa social. Más que nada, se ponía rápidamente al día de los rumores. Y por eso, era invitada con frecuencia y regularidad a muchas fiestas del té.
Julia puso fin a su amistad con Isabella, pero no pretendía condenar a la gente al ostracismo sólo porque fueran amigas de ella.
N/T ostracismo: Aislamiento voluntario o forzoso de la vida pública que sufre una persona, generalmente motivado por cuestiones políticas.
Ariadne hizo todo lo posible por no enfadarse. Comprendía la postura de Julia. Además, era la primera vez que la invitaban.
—Encantada de conocerla también, Lady Castiglione.
Ariadne puso cara de circunstancias y sonrió al saludar a Camellia.
La pequeña alta sociedad de las chicas no había hecho más que empezar.
* * *
No se podía evitar hablar de chicos entre un grupo de chicas adolescentes.
—¡He oído que Lady Gabriele ha recibido una propuesta de matrimonio!
Gabriele sonrió y respondió humildemente.
—No es una propuesta oficial. Fue sólo una sugerencia. Aún no estamos seguros de que vaya a funcionar.
—¡Pero he oído que el caballero era el hijo mayor del marqués Montefeltro!
Montefeltro era una histórica y prestigiosa familia con un enorme feudo en la zona central del Reino Etrusco. En Etrusco, el derecho de sucesión pertenecía al primogénito, lo que significaba que Gabriele iba a convertirse en marquesa si el matrimonio avanzaba sin contratiempos.
—Como Gabriele también procede de una familia prestigiosa, la unión de las dos distinguidas familias nobles será muy bendecida. —señaló Julia.
Excluyendo a Ariadne, Julia era la más perspicaz entre las chicas, cuando se trataba de política.
Normalmente, una propuesta de matrimonio avanzaba sin problemas cuando las dos familias tenían una posición social similar e intereses afines.
—Qué envidia. —Lady Felicite Elba expresó inocentemente su envidia.
El feudo de su padre era relativamente un don nadie. Pero era reconocido por sus habilidades y talento en la capital. En otras palabras, se identificaba como un noble central más que como un señor feudal.
Naturalmente, Felicite admiraba a las familias nobles históricas. La mayoría de las hijas de los nobles modernos soñaban con casarse con una familia histórica que poseyera un gran feudo.
Pero Gabriele sonrió amargamente.
—No sé. Estoy segura de que gobernar una gran tierra tiene sus ventajas. Pero, ¿me hará feliz toda la vida?
Petruccio, el hijo mayor del marqués Montefeltro, rondaba la treintena y había perdido a su esposa. Entre él y su difunta esposa, tenía un hijo de diez años y una hija, que aún era pequeña. Petruccio era conocido por tener una personalidad considerada y prudente. En general, reunía los requisitos de un gran esposo. Pero no era necesariamente el príncipe azul con el que soñaban todas las adolescentes.
Julia empatizó con Gabriele. ¿Era necesario casarse con un noble de prestigio? ¿No podía conformarse con un joven apuesto y amable?
Pero al poco tiempo, Julia dejó escapar un largo suspiro y aconsejó a Gabriele. En cierto sentido, también era una advertencia para sí misma.
—El amor es sólo un sentimiento pasajero. —dijo Julia, con el vigor y la terquedad de una adolescente. Pero el contexto de aquellas palabras no encajaba en absoluto con una adolescente.
Julia se tragó las siguientes palabras. Su madre le había dicho que la felicidad provenía de una familia armoniosa y una vida plácida, no de un amor ferviente. Pero Julia era aún demasiado joven y de sangre caliente para empatizar con su madre.
—Pero estoy segura de que te darás cuenta de las ventajas cuando asistas a un baile después de convertirte en marquesa. Me alegro mucho por ti, Gabriele.
—Lo sé. Parece que todo va sobre ruedas. Qué envidia.
Esta vez, Camelia suspiró profundamente.
—¿Qué pasa, Camellia? Tienes un prometido, Ottavio.
—Lo que pasa es que…
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