SLR – Capítulo 36
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 36: Tratamiento especial
A pesar de la orden de Alfonso, Césare no soltó la muñeca de Ariadne.
Pero Alfonso mantuvo la compostura. Se acercó a Césare y habló con voz tranquila.
—Quizá no has oído lo que acabo de decir. Déjela ir, Conde de Como.
Alfonso era cuatro años más joven que Césare. La pelusa de melocotón de su piel aniñada y su voz prepúber delataban que aún era un niño. Pero su porte elegante eclipsaba su edad.
A pesar de su esbelta figura, Césare medía 4 Pieddy y 3 Ditto (alrededor de 183 cm). Alfonso era unos diez centímetros más bajo que Césare, pero aún estaba dando el estirón. A pesar de la diferencia de estatura, Alfonso no parecía mucho más pequeño que Césare, debido a sus anchos hombros y su fuerte complexión.
Alfonso se enfrentó a Césare y le habló con calma.
—Parece que has olvidado cómo se saluda a la realeza.
El comentario de Alfonso no era algo que pudiera ignorarse fácilmente. Cualquiera que no rindiera sus respetos a la realeza era castigado por su irreverencia.
Césare no había sido declarado oficialmente hijo de León III y, por tanto, no pertenecía a la realeza. Césare apretó las mandíbulas y se inclinó bruscamente ante Alfonso. Pero seguía agarrado a la muñeca de Ariadne.
Alfonso miró la muñeca de Ariadne. Luego miró fijamente a Césare y volvió a hablar con voz plácida.
—Conde de Como. Espero un saludo apropiado. Es la primera vez que os veo hoy.
En el reino Etrusco, tanto hombres como mujeres debían arrodillarse e inclinarse cuando tenían una audiencia con la realeza.
Estas formalidades se excusaban ocasionalmente si era el segundo encuentro en el día, si el sujeto era mayor o tenía problemas de movilidad. En situaciones imprecisas, se permitía a los hombres inclinarse cortésmente y a las mujeres hacer una reverencia, en sustitución de un saludo formal.
Alfonso se refería a este hecho. Debido a su carácter despreocupado, Alfonso solía preferir saltarse los saludos formales. Pero esta vez no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
Césare apretó los dientes y soltó la muñeca de Ariadne. Luego retrocedió y se arrodilló sobre una rodilla, antes de inclinarse profundamente hacia Alfonso. Su movimiento fue lento y lleno de resentimiento. Apretó los dientes con tanta fuerza que se le hincharon los músculos de la mandíbula.
Ariadne estaba segura de que Césare no podría dormir hoy, furioso.
'Césare detesta arrodillarse.' Y lo que más odiaba Césare era arrodillarse ante su hermanastro, Alfonso.
Ariadne no se sorprendería lo más mínimo si se enterara de que una de las principales razones por las que Césare decidió hacerse con el trono fue porque el rey no tenía que arrodillarse ante nadie, excepto ante el Papa.
Para colmo, Alfonso no aceptó la reverencia de Césare en el acto. Alfonso dejó a Césare arrodillado en el suelo y saludó a Ariadne, que se masajeaba la muñeca tras liberarse del agarre de Césare.
—Buenas tardes, Lady de Mare.
—Su Alteza.
Justo cuando Ariadne iba a arrodillarse, Alfonso la agarró del brazo y la disuadió.
—Lady de Mare, ya nos saludamos antes.
Alfonso le decía a Ariadne que no tenía que arrodillarse.
Ariadne luchó por no reírse a carcajadas. Y, afortunadamente, consiguió no hacer ruido. Césare seguía inclinándose, y sólo Alfonso fue testigo de la sonrisa de Ariadne.
Alfonso sonrió y atrajo a Ariadne en su dirección.
—Venid conmigo, Lady de Mare. El marqués y la marquesa Chibaut os esperan.
Ariadne asintió y se escondió a espaldas de Alfonso. Mientras tanto, Césare seguía arrodillado en el suelo.
Una vez que Ariadne se distanció de Césare, Alfonso aceptó finalmente la reverencia de Césare.
—Oh, Conde de Como. Ha sido un placer verle. Ya podéis marcharos.
El rostro de Césare estaba enrojecido por la ira, y las venas le sobresalían de la sien.
A espaldas de Alfonso, Ariadne añadió—: ¡Ah, y no olvidéis pagar a la familia Chibaut por el suelo dañado!
'¡Ese niñato!' Césare apenas se contuvo de patear la piedra en el suelo delante del príncipe Alfonso.
***
Ariadne y Alfonso charlaron mientras caminaban hacia el edificio principal de la mansión de la familia Chibaut.
—Eres increíble Ariadne. ¿Sabías que la estatua era falsa desde el principio?
Lo sabía, pero era difícil de explicar. No podía decirle simplemente que sabía el futuro por su vida anterior.
—Era escéptica porque la estatua estaba demasiado limpia. Gracias a Dios al final salió bien.
—No la habría comprado si me lo hubieras dicho de antemano.
—¡No tenía ni idea de que ibas a comprarla!
Alfonso sonrió torpemente. No podía pensar con claridad siempre que estaba delante de aquella chica.
—Tienes razón.
Pero al poco tiempo, le vino un pensamiento a la cabeza. Tal vez no se lo dijo porque no eran tan amigos como para compartir información incierta.
Alfonso volvió a preguntar.
—Si no estabas segura, ¿por qué lo expusiste?
Alfonso no se daba cuenta, pero esperaba oír una respuesta certera de Ariadne. Así que siguió preguntando con insistencia.
—Umm...
Ariadne dudó. 'Porque me tendió una trampa el imbécil de tu hermanastro', era una respuesta adecuada.
Pero había una respuesta más honesta.
—Porque pensé que acabarías comprándola.
Alfonso se sonrojó. Era la respuesta que inconscientemente quería oír. Significaba que era especial para ella.
Alfonso quiso hacerle otra pregunta. Pero antes de que el ambiente pudiera volverse más romántico, Ariadne estalló en carcajadas y dio una palmada en el hombro de Alfonso.
Alfonso se tragó con nostalgia sus palabras.
—Te ahorré 2.000 ducados. Tienes que pagármelos. Lo sabes, ¿verdad?
Alfonso salió de sus pensamientos ante la reacción de Ariadne.
Siguió riendo.
—¿Es así como funciona? Es una gran suma de dinero. ¿Cómo podré pagárselo, milady?
—Puedes darme 2.000 ducados ahora mismo.
—¡Ay! Un gran ladrón ante mis ojos—Alfonso dio un gran paso atrás y levantó dramáticamente las manos en el aire—. El mercader al menos me trajo una estatua falsa. Pero tú intentas robarme a ciegas.
Mirando a Alfonso, Ariadne soltó otra risita.
—¡Concédeme un deseo más tarde!
—¿Un deseo? ¿Qué vas a desear?
Ariadne se encogió de hombros ante la pregunta de Alfonso.
—No lo sé.
—De acuerdo, trato hecho.
Alfonso firmó de buena gana el cheque en blanco.
Si los funcionarios de la corte hubieran visto esto, habrían gritado al unísono: “¡Alteza, no debe! ¡Por favor, reconsidérelo!”
Pero Alfonso quería darle todo a Ariadne con tal de pasar más tiempo con ella. Si Ariadne le hubiera pedido el Reino, podría haber utilizado el período de negociación como excusa para pasar al menos tres semanas más con ella.
—Ha... Es hora de que regrese.
Alfonso se despidió primero. Tenía que asistir a una cena y debía darse prisa en volver a palacio si no quería llegar tarde.
Reacio a marcharse, miró varias veces a Ariadne mientras se alejaba. Luego hizo ademán de escribir algo en las palmas de sus manos con el dedo.
—¡Escríbeme!
—¿Eh?
—¡No, te escribiré! Entonces, ¡Respóndeme!
Ariadne asintió sin pensar.
Pero Alfonso volvió a insistir.
—¡Debes responderme!
Ariadne volvió a asentir, pero Alfonso seguía sin sentirse seguro. Ariadne tuvo que prometérselo varias veces más después de aquello. Y sólo entonces, subió a su carruaje.
El carruaje dorado se alejó ruidosamente de la entrada principal de la mansión de la familia Chibaut. En ese momento, Alfonso descorrió las cortinas y miró por la ventanilla del carruaje.
Ariadne rió y agitó la mano hasta que el carruaje desapareció de su vista.
* * *
La historia de cómo Ariadne destapó la estafa del mercader de Oporto se extendió por todo San Carlo.
Ariadne temía que el Cardenal volviera a interrogarla sobre el origen de su intuición. Así que buscó por toda la casa libros relacionados con el arte antiguo, la arqueología y la época helénica. Una vez apilados los libros en su estudio, leyó toda la pila, para poder nombrar la fuente exacta de información si alguien le preguntaba. Y sólo entonces pudo por fin descansar un poco.
El mercader de Oporto que se hizo pasar por Vincencio del Gato resultó ser un escultor bastardo de una familia noble de Lastra.
El escultor y Vincencio del Gato eran compañeros de juego, y el escultor había matado accidentalmente a Vincencio durante su pelea por el dinero del juego.
El escultor pensó que no había vuelta atrás, puesto que ya había cometido un asesinato. Y necesitaba desesperadamente el dinero para pagar su deuda de juego. Así que decidió robar la obra y el nombre de Vincencio del Gato para realizar una gran estafa antes de huir.
Ariadne se regodeó en secreto al enterarse de la noticia. 'Así que Césare estaba ladrando al árbol equivocado.'
Césare probablemente esperaba ganarse algunos puntos con el Rey investigando este caso. Probablemente pensó que el incidente tenía que estar relacionado con asuntos más graves, como luchas de poder entre organizaciones mercantiles o problemas internos del gobierno de Oporto.
Pero, al final, resultó ser un crimen accidental cometido por un solo individuo. Y, para Césare, no era un caso que mereciera la pena.
El cielo estaba alto y el tiempo despejado. El calor sofocante había pasado y se acercaba el otoño.
Un día, el cardenal citó a Ariadne y Lucrecia en su salón.
Knock- Knock-
Ariadne llamó a la puerta y entró cautelosamente en la habitación. Lucrecia había llegado con antelación y estaba sentada en el salón.
—Padre, me llamaste.
—Um. Sientate.
Cada vez que Ariadne quería poner de los nervios al Cardenal, lo llamaba a propósito "Eminencia" en público. Pero desde que le prometió organizarle un baile de debutantes, sintió menos rencor hacia él y acabó llamándole padre.
Lucrecia parecía estar de mal humor. Tal vez no le gustaba la forma en que Ariadne se dirigía al Cardenal. O tal vez había oído algo del Cardenal antes de que Ariadne llegara.
—Ya hablé con tu madre sobre esto. Parece que ya tienes edad para tener gastos personales.
'Sí, compré una caja fuerte y también algunos cuadros.' Ariadne inclinó la cabeza, pero en su mente no dejaba de parlotear.
—Lo siento, padre.
—No, no. Es natural que una chica de tu edad tenga algunos gastos personales. Por eso creo que es hora de que recibas tu propia asignación y te las apañes sola. También tenemos que celebrar pronto tu baile de debutante.
La expresión de Ariadne se iluminó al instante.
—Gracias por su generosidad, padre.
—Sé que no pudiste disfrutar de esta vida en el pasado. Tienes muchas cosas con las que ponerte al día. También te confiaré todo el presupuesto de tu baile de debutante.
El Cardenal miró a Lucrecia.
—Tu madre no se encuentra bien estos días. Así que no creo que pueda ayudar con la planificación del baile.
En realidad, Lucrecia estaba tan sana como una manzana. Pero el Cardenal preveía que si confiaba el baile a Lucrecia, aproximadamente la mitad de todo el presupuesto se lo embolsarían los inútiles familiares de Lucrecia. Naturalmente, el baile sería deficiente debido al presupuesto insuficiente. Y él cargaría con la culpa, ya que era el cabeza de familia.
Lucrecia no sintió la necesidad de mencionar que había perdido parte de la autoridad sobre el presupuesto doméstico debido a sus anteriores malversaciones. Así que decidió fingir estar enferma y seguirle el juego a la excusa del Cardenal.
Y Ariadne no tenía intención de arruinar su oportunidad celestial buscando pelea con Lucrecia o con el Cardenal.
Así que los tres fingieron estar sinceramente preocupados por la salud de Lucrecia, e intercambiaron brevemente palabras de bendición para ella.
—Por ahora, te daré 150 ducados. Puedes empezar con esto, y puedes pedir más si no es suficiente.
El Cardenal no se fiaba de su amante, pero tampoco de su hija de 15 años. Según su criterio, 300 ducados era el presupuesto razonable para un baile de debutantes; como máximo, 500 ducados. Planeaba hacer que Ariadne viniera a pedir más dinero para poder comprobar el progreso.
—Sí, padre.
Pero Ariadne había gestionado todo el presupuesto del Palacio Real Etrusco durante nueve años. Era una profesional.
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