SLR – Capítulo 29
Hermana, en esta vida seré la reina.
Capítulo 29: La flor de loto que floreció en el barro
—Aclaremos algo. Si escribieron la canción juntas, los nombres de ambas deberían figurar como compositoras.
Césare se adelantó despreocupadamente y saludó a sus amigos chocando los cinco. Luego dobló las rodillas y se inclinó hacia Isabella con suavidad.
—Hermosa Isabella. Hacía tiempo que no te veía.
Isabella se levantó de su asiento e hizo una reverencia antes de darle la mano.
Los labios de Césare se posaron sobre el dorso de su mano mientras emitía un beso exagerado. Luego le soltó la mano.
—Eres tan hermosa como siempre, y haces honor a tu título de la mejor belleza de San Carlo.
Sin tener en cuenta la presencia de Lucrecia, Césare se acercó de repente y colocó su rostro cerca de las orejas de Isabella, lo bastante cerca como para que ella sintiera su respiración. Luego susurró en tono lánguido—: Tu fuerte es tu belleza. No seas demasiado consciente de los demás. Pretender ser algo que no eres sólo te convertirá en el hazmerreír. Justo como hoy.
Isabella miró a Césare con los ojos muy abiertos.
—¿Preocupada por los demás?
—¿Me equivoco?
—¡No estoy preocupada por esa chica!
—No recuerdo haber mencionado ningún nombre. Sin embargo, entiendes perfectamente a quién me refería. Veo que eres una belleza con cerebro. Vaya—Césare levantó ambas manos en un gesto dramático—. ¡Chicos! Mirad qué inteligente es Lady De Mare.
Ottavio y su pandilla soltaron una risita. El rostro de Isabella se sonrojó por la humillación.
Mientras tanto, Julia susurró algo a la persona sentada a su lado y sonrió con satisfacción. Isabella estaba segura de que Julia se burlaba de ella. Camelia, que no se atrevía a reírse abiertamente de Isabella, agachó la cabeza y trató desesperadamente de ocultar su expresión.
Cuando Lucrecia estaba a punto de intervenir de nuevo, Césare se le adelantó.
—He venido por buena música, pero he acabado viendo un espectáculo totalmente inesperado. Me iré ahora. Creo que ya he visto bastante por hoy.
Césare hizo una elegante reverencia a Lucrecia y se dio la vuelta para marcharse.
Ottavio y su séquito también se inclinaron ante Lucrecia y se marcharon con Césare.
Camellia se tambaleó en ausencia de su prometido, sin saber qué hacer. Pero pronto decidió marcharse también y se despidió de Lucrecia e Isabella.
Con una sonrisa desdeñosa en el rostro, Julia se levantó de su asiento y también se marchó. Luego le siguió un grupo de otras damas.
Al quedarse sola, Isabella miró alrededor de la capilla con los ojos muy abiertos. Sólo quedaban los que estaban bajo la influencia directa del Cardenal, entre ellos un par de sacerdotes, monjas y músicos afiliados a la iglesia.
Isabella, que había estado reprimiendo su ira frente a los nobles, finalmente perdió los estribos.
—¡Qué están mirando! Vamos, ¡¡¡Váyanse!!!
* * *
Césare dirigió a su grupo de amigos y salió de la capilla de San Ercole por la entrada principal.
Justo cuando Césare estaba a punto de subir a su caballo rojizo, Ottavio preguntó.
—Eh, Césare, ¿qué acaba de pasar ahí atrás? No eres de los que se meten en asuntos ajenos.
Césare levantó la barbilla con altivez y se encaró con Ottavio.
—¿Qué quieres decir Ottavio?
—Pensé que te gustaba Isabella de Mare—Ottavio se encogió de hombros y continuó—. Es bastante orgullosa, lo que era de esperar, teniendo en cuenta su cara bonita. Y apuesto a que te va a tomar un montón de trabajo volver a ganar unos puntos de afecto. ¿Estás seguro de que puedes ganarte su corazón incluso después de lo que acabas de hacer? ¿O es que has perdido el interés por ella?
Césare frunció el ceño, muy ofendido. Arrugó las cejas y espetó.
—Lo que está mal, está mal. ¿Desde cuándo yo, el Conde Césare, cuido mi boca por una simple mujer?—Césare se quitó el sombrero con fastidio y se pasó los dedos por el pelo mientras miraba mal a Ottavio—. Si ella quiere salir conmigo, debería ser ella la que intentara complacerme. Y si no quiere que la critiquen, debería haber actuado con más astucia. Parece que no me conoce lo suficiente, señor Ottavio.
Césare saltó a su caballo, que tenía un exuberante pelaje rojizo.
—Me iré primero. Nos vemos más tarde en el salón. Estoy de mal humor y necesito un trago.
El caballo relinchó ruidosamente mientras Césare espoleaba a su caballo y cabalgaba hacia delante.
* * *
En cuanto llegaron a casa, Arabella fue arrastrada al salón privado de Lucrecia.
Isabella seguía arreglada y llevaba el mismo vestido que se había puesto para reunirse con sus amigas. Estaba de pie a espaldas de Lucrecia, sollozando apenada.
—Madre, madre, nunca podré volver a mostrar mi cara en la alta sociedad—las lágrimas corrían por sus mejillas sin cesar—. ¿Viste la mirada desdeñosa del Conde Césare? ¿Y cómo me miraba Julia Baltazar? ¡Nunca volverá a hablarme! ¿Y si me convierto en una paria?
—Hija mía, mi querida y pobre hija, no llores. Todo saldrá bien. Lucrecia acarició la cabeza de Isabella y la tranquilizó.
Entonces Lucrecia se volvió hacia su hija menor, que temblaba en un rincón, y la regañó con rabia.
—¡En qué estabas pensando! Cómo te atreves a comportarte así.
La mirada de Arabella permaneció fija en el suelo.
—No pretendía... Pensé que Isabella me había dado permiso... Había un error en la hoja de partituras, y tuve que corregirlo para que la canción pueda ser presentada correctamente...
—¡A quién le importa! ¡Es sólo una canción tonta! Lo que importa es que se arruinó la reputación de tu hermana.
Ante las palabras de Lucrecia, Isabella comenzó a llorar con más fuerza.
Arabella miró el suelo de mármol y buscó patrones interesantes, haciendo todo lo posible por distraerse de la ira de su madre. 'Este parece un burro y aquel un perrito.'
—¡Deberías haberte quedado callada! —gritó Lucrecia, señalando con el dedo a Arabella.
E Isabella intervino a espaldas de Lucrecia.
—¡Eso es! ¡No deberías haber interferido y entrometerte en mi canción!
Arabella, que intentaba desesperadamente mantener la compostura, finalmente estalló ante las palabras de Isabella.
—¿Tu canción? ¡Es mi canción!
—¿Qué?
—¡Es mi canción! Yo la escribí. ¡Y tú me la robaste!
—¡Cuidado con lo que dices! Pequeña…
Arabella se apartó de Isabella y suplicó a su madre.
—Madre, madre, es realmente mi canción. Isabella me la quitó. Está bien si los demás no saben la verdad, pero tú debes saberlo.
Pero Lucrecia estaba molesta por otra cosa.
—¿Acabas de contestarle a tu hermana?
—¡Madre!
—¡Debes ser siempre educada con tu hermana mayor! ¿No te he dicho que nunca le contestes a tu hermana?
Desconsolada, Arabella empezó a derramar lágrimas. Pero Lucrecia continuó reprendiendo a Arabella.
—¡No importa de quién sea la canción! ¡Las hermanas deben compartirlo todo! ¡¿Vas a cargar con la culpa de haber arruinado las posibilidades de tu hermana para casarse?!
Isabella comenzó a lamentarse ante aquellas palabras, y Lucrecia reprendió a Arabella con más dureza.
—¡Mi querida Isabella es la joya más hermosa de la alta sociedad! ¡Ella es mi orgullo y mi tesoro! Nunca dejaré que nada ni nadie lo arruine, ni tú ni tu tonta canción.
Lucrecia sostenía el bastón de roble en la mano. Nunca se había utilizado con Isabella, y en un principio sólo estaba destinado a Arabella. Pero últimamente, también se utilizaba con Ariadne.
—¿Cuántas veces crees que mereces ser golpeada? Tú decides.
Con lágrimas inundando su rostro, Arabella argumentó—: ¡Yo no hice nada malo! Isabella es la que se llevó mi canción. Si ella no la hubiera robado, ¡nada de esto habría pasado!
—¿Ahora le contestas a tu propia madre? ¡Pequeña insolente! ¡Y deja de culpar a los demás! ¡No puedo creer que tengas la audacia de culpar a tu hermana por el desastre que has causado!
Swoosh-
Lucrecia agitó el bastón en el aire de forma amenazadora.
—¡Arrodíllate y extiende las manos!
Asustada por el furioso rugido de su madre, Arabella se arrodilló vacilante en el suelo. Pero retrocedió poco a poco, por miedo a ser golpeada.
Lucrecia inclinó la parte superior de su cuerpo hacia delante para perseguir a Arabella. Acorralada, Arabella hizo todo lo posible por entretener a su madre sin hacerlo demasiado evidente.
Pero Isabella interfirió con astucia. Con su rodilla en la espalda de Arabella, Isabella presionó a Arabella contra el suelo e impidió que se moviera. Así, Isabella ofreció Arabella a su madre y la resistencia inútil de Arabella terminó.
—¡Dame la mano!
Inmovilizada en el suelo, Arabella extendió las palmas de las manos mientras lloraba.
¡Bofetada!
Lucrecia golpeó las palmas de Arabella con el bastón de roble.
¡Bofetada!
Las lágrimas inundaron el rostro de Arabella mientras la paliza continuaba.
Pero Lucrecia no detuvo el castigo. Lucrecia golpeó a Arabella diez veces. Luego, sintiéndose molesta por la apariencia quejumbrosa de Arabella, Lucrecia golpeó a Arabella una vez más.
Finalmente, Lucrecia tiró el bastón de roble al suelo y gritó—: ¡Tú, sube a tu habitación! ¡Estás castigada! No podrás salir de tu habitación excepto para asistir a misa. Y comerás por separado en tu habitación, ¡Y nada de carne!
Ante la tan esperada despedida, Arabella salió corriendo del salón de su madre.
Bam-
La pesada puerta de roble se cerró de golpe delante de Arabella. Escapar de la ira de Lucrecia fue un alivio. Pero ser recluida fue desgarrador.
Lucrecia e Isabella estaban juntas en el salón al otro lado de la puerta. Y compartían un vínculo, del que Arabella no podía participar.
Expulsada del salón por Lucrecia, Arabella corrió hacia el ala oeste, donde se encontraban las habitaciones de los niños.
Las criadas cuchicheaban y murmuraban al ver a la joven huir, llorando. Pero nadie intentó consolarla, porque no querían la ira de Lucrecia. En cambio, Ariadne -que ya se había enterado de lo sucedido en el salón de Lucrecia- esperaba a Arabella en el ala oeste.
Sin decir nada, Ariadne se desperezó en cuanto vio el aspecto desaliñado de Arabella. Y Arabella saltó a los brazos de Ariadne, sin disculparse ni admitir que se había equivocado.
Cuando entraron en la habitación de Ariadne, Arabella lloró a lágrima viva en los brazos de Ariadne. Y Ariadne acarició en silencio la pequeña espalda de Arabella. Como un pequeño animal herido, Arabella se acurrucó contra el pecho de Ariadne.
Compartieron su calor. Se intercambiaron gestos silenciosos de disculpa y comprensión. Y no hubo necesidad de más palabras entre ellas.
N/T: Pobre Arabella, ella no merece ese sufrimiento. Me da mucha lástima.
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