MFM – Capítulo 6 Volumen 3
Mi feliz matrimonio
Capítulo 6: Una vez llegada la primavera
Miyo estaba en la entrada, nerviosa.
Había pasado mucho tiempo desde que Kiyoka había salido corriendo aquella mañana. Aunque su investigación le había llevado a las afueras de la ciudad, había transcurrido demasiado tiempo desde entonces, así que estaba ansiosa.
—Kiyoka...
—No tienes por qué preocuparte tanto. El Comandante Kudou estará bien. Dijo Arata con una sonrisa tensa a su lado, pero sus palabras no sirvieron de nada para tranquilizar a Miyo.
Momentos antes, Tadakiyo había regresado de ir a recibir a un invitado. Sin embargo, no sólo había regresado arrastrando tras de sí a extrañas personas con capas negras, sino que también había revelado que había un cautivo similar retenido en el sótano, lo que provocó un alboroto en el interior de la mansión.
Miyo estaba al corriente de los misteriosos sucesos que tenían lugar en el pueblo, pero no había oído absolutamente nada sobre la implicación de enigmáticas órdenes religiosas y usuarios de dones, por lo que no podía sacar nada en claro de la situación.
—Sé que sus misiones pueden ser peligrosas… Pero luchar contra otros usuarios de dones...
—Vamos, Miyo. Estamos hablando del Comandante Kudou. En todo caso, probablemente le resulte más fácil tratar con usuarios de dones que con grotescos. Además, tú misma estabas en una cuerda floja mucho más peligrosa.
—… Tienes razón.
Miyo frunció el ceño con culpabilidad.
Había utilizado su don para salvar al hombre de la aldea. Con los frutos de su entrenamiento, junto con la ayuda de Arata, había sido capaz de hacer que el hombre recobrara el conocimiento a costa de su propia condición física, pero había sido incuestionablemente peligroso, donde un movimiento en falso podría haberla llevado a la muerte.
Su reacción enfermiza había sido sólo temporal. Ahora que había vuelto a la normalidad, le habría gustado no contárselo a Kiyoka, pero sabía que tampoco podía ocultárselo.
—Buen trabajo, Miyo.
Al terminar de encerrar a los cautivos en el sótano, Tadakiyo la llamó para saludarla.
—Bienvenido, suegro.
—Gracias… Ah, usted es el vástago de la firma Comercio Tsuruki, ¿no? El heredero de los Usuba, Arata Usuba, ¿verdad?
Arata respondió a las preguntas de Tadakiyo con una respetuosa reverencia.
—Es un placer conocerlo. Soy Arata Usuba.
—Oh, está bien que digas que eres Usuba, ¿verdad?
—En efecto. El Príncipe Takaihito pretende que salgamos a la luz poco a poco.
—Vaya. Eso está bien.
La conversación se interrumpió bruscamente. Mientras escuchaba, Miyo esperaba que Kiyoka regresara en cualquier momento, manteniendo la mirada apuntando en dirección a la aldea, cuando de repente, un pequeño grito ahogado escapó de sus labios.
—¡Kiyoka…!
Desde lejos, pudo distinguir a Kiyoka dando largas zancadas por el camino cubierto de hojas. No parecía herido en absoluto, pero arrastraba algo grande en las manos.
—¿Eh?
—A ver, ¿qué es eso?
Arata ladeó la cabeza junto a Miyo, observando también a Kiyoka desde lejos.
Antes de darse cuenta, Miyo echó a correr.
—¡Kiyoka!
Cuando llamó a su prometido, que caminaba con la cabeza hacia el suelo, Kiyoka levantó bruscamente la vista para verla.
—Miyo.
—Bienvenido a casa, Kiyoka. Me alegro tanto de que estés bien...
Olvidándose de sí misma, corrió hacia él y se zambulló en su pecho. Con todo su cuerpo, recordó el calor de su prometido y los latidos de su corazón.
Envolvió a Miyo en sus fuertes brazos.
—Ya estoy de vuelta. Siento haberte preocupado.
Ante su comentario, el terror que había reprimido afloró a la superficie. Sus ojos se humedecieron de alivio.
Miyo había puesto cara de valiente, pero en realidad había estado muerta de miedo todo el tiempo. Miedo por usar su don desconocido con un extraño y miedo de que Kiyoka se lanzara a una batalla peligrosa.
Sabiendo que, con un pequeño desliz, podría haberlo perdido todo.
—M-Mientras estés a salvo, Kiyoka, es todo-.
Quiso decir "es todo lo que puedo pedir", pero las palabras se le atascaron en la garganta.
Aun así, su amable prometido lo entendía todo.
—No estuve en peligro. No llores.
Kiyoka palmeó suavemente la espalda de Miyo, pero al segundo siguiente gruñó en voz baja, no, en un tono francamente subterráneo.
—¿Y? ¿Qué haces aquí, Arata Usuba?
Con una sonrisa serena, Arata siguió a Miyo.
—Jaja, es tu culpa, sabes. El Príncipe Takaihito me dio órdenes directas de venir aquí.
—¿El Príncipe Takaihito…? Ya veo.
—Aparte de eso, ¿qué es eso que llevas contigo? Has conseguido una presa bastante grande, ¿verdad? ¿Cazaste algo por el camino?
Volviendo por fin a la realidad, Miyo desvió lentamente la mirada hacia abajo y se dio cuenta de lo que Kiyoka arrastraba consigo. Inmediatamente dio un salto hacia atrás.
—¿Q-Qué, um, eso es una persona…?
Era un hombre gigante, también envuelto en una capa negra. Era tan enorme que Kiyoka parecía una niña a su lado. Al parecer, su prometido había tirado del hombre todo el camino hasta aquí sin detenerse a recuperar el aliento.
—Se podría decir que fue una cacería. Después de todo, para eso me llamaron.
Arrojó despreocupadamente la colosal figura que arrastraba tras de sí, y esta aterrizó en el suelo con un ruido sordo.
La frente del gigantón estaba marcada con protuberancias vestigiales donde antes habían crecido sus cuernos, y de las comisuras de sus labios asomaban dientes como colmillos.
Pero, sobre todo, era enorme. Sus gruesas y carnosas manos eran tan grandes que parecía que podían aplastar la cabeza de Miyo de un apretón. Se estremeció al pensar en lo que podría haberle ocurrido a Kiyoka luchando contra un oponente tan enorme.
—Parece una posesión diabólica.
—El espíritu maligno ha sido sellado. ¿Qué le pasó a ese aldeano?
Miyo intercambió una mirada con Arata y confesó la verdad a regañadientes.
—Usé mi don para despertarlo.
—¿Qué?
Los ojos de Kiyoka se agudizaron.
Su reacción fue tan aterradora que Miyo casi chilla del susto. Sin embargo, se las arregló para dar el resto de su explicación a trompicones.
—Si hubiera seguido inconsciente, podría haber muerto, así que… bueno...
—… Usaste tu don para devolverlo en condición estable.
—A-Así es.
Consiguió asentir y, justo en ese momento, sintió que él la envolvía en un fuerte abrazo, casi doloroso.
—Lo siento. Todo esto es porque te dejé que lidiaras con la situación tú sola… Por favor, no vuelvas a hacer algo arriesgado como eso, te lo ruego.
Su voz sonaba débil. A Miyo se le apretó el pecho.
No se arrepentía de sus actos, pero sí sentía que había actuado tontamente después de ver lo mucho que habían preocupado a Kiyoka.
—Lo siento.
—No, está bien. Has hecho un gran trabajo. Gracias.
Miyo consiguió mover ligeramente la cabeza de arriba abajo entre los brazos de Kiyoka.
Mientras continuaban su incómodo intercambio, de repente oyeron que se quejaban en voz alta y sin ton ni son.
—¡A veeeeeer, ustedes tres! ¿Cuánto tiempo piensan quedarse aquí fuera? Me voy a resfriar.
Kiyoka se separó a regañadientes y soltó a Miyo… Extrañamente, todo su cuerpo se sentía lo bastante caliente como para empezar a sudar a pesar del frío del aire.
'Estoy muy avergonzada.'
Había vuelto a ocurrir y frente a los ojos de todos.
—Qué bonito ver a un par de jóvenes que no dejan que el aire frío les impida entrar en calor. ¡Achú! ¡Koff! Uf, hace frío aquí fuera.
Tadakiyo estornudó y tosió mientras reía.
Miyo sospechó que estaba haciendo un comentario sugerente.
La irritación de Kiyoka hacia su padre era evidente.
—Vuelve adentro si tienes tanto frío. Eso te pasa por quedarte aquí mirando a los demás.
—Ja-ja-ja. Comandante, no puede esperar que regresemos sin echar un largo vistazo a tan divertida exhibición.
—No tú también.
Mientras una atmósfera juguetona descendía sobre ellos, los cuatro regresaron al interior de la villa.
* * *
Ya era tarde. En el balcón revestido de azulejos de la habitación de Kiyoka, en la segunda planta de la villa Kudou, dos figuras se apoyaban en el balaustre, iluminadas por la luz de la luna.
Kiyoka, que se había enfrentado a los seguidores de la Comunión esa mañana antes de ocuparse de las consecuencias posteriores, y Arata, que se había centrado principalmente en ayudar a calmar el caos entre la gente del pueblo.
Habían estado tan ocupados lidiando con una cosa tras otra que ya había caído la tarde cuando lo tuvieron todo bajo control.
A partir de ahí, ambos decidieron compartir una bebida. Cada uno sostenía en la mano una copa llena de sake local.
A pesar de que el invierno estaba a la vuelta de la esquina, la noche era curiosamente cálida. Y aunque Kiyoka y Arata normalmente se llevaban como el agua y el aceite, su intercambio fue agradable y apacible gracias al cansancio y a la modesta cantidad de alcohol.
—Ya veo. Así que eso explica su informe urgente.
Kiyoka repasó todos los detalles del incidente una vez más con Arata a su lado.
Todo empezó con la Comunión de los Dotados. Convirtieron esta región en su campo de pruebas, obligaron a los aldeanos a someterse a experimentos y poseyeron a la fuerza a la gente con grotescos para despertar sus dones.
El usuario de dones de antes había afirmado que su trabajo consistía en transmitir las enseñanzas del Fundador a Kiyoka. No eran más que especulaciones por parte de Kiyoka, pero sospechaba que la Comunión de los Dotados había elegido esta región en particular para intentar dañar a su familia.
Pero si ese era el caso, planteaba una cuestión totalmente distinta sobre por qué el Fundador quería transmitir sus objetivos a Kiyoka.
Al final, la cadena de fenómenos no naturales y los relatos de testigos presenciales de individuos sospechosos conducían a ellos.
Un investigador de la capital llegaría mañana, y se conocerían más detalles a medida que siguieran indagando.
—Sí… ¿Qué está pasando en la capital?
Arata respondió a la pregunta de Kiyoka sobre lo que estaba ocurriendo allí.
—La Unidad Especial Anti Grotescos también ha sido involucrada en la caza de la Comunión de los Dotados. El gobierno no es estúpido, así que ya hemos identificado algunos de sus posibles escondites.
Este reciente acontecimiento había puesto al gobierno entre la espada y la pared. Si las cosas seguían así, la Comunión de los Dotados acabaría convirtiéndose en una amenaza para todo el Imperio.
Las afirmaciones del grupo, que podían otorgar un poder que superaba todo el conocimiento humano a cualquiera, independientemente de su linaje o circunstancias, atraerían sin duda a un gran número de personas.
—Me reuní con Godou antes de venir aquí. Su unidad parece tener la impresión de que los altos mandos les harán servir como contrafuerza contra la Comunión de los Dotados. Pronto podrían utilizarte allí, Comandante.
—Tienes razón.
Mientras Godou estuviera al mando, Kiyoka sabía que no ocurriría nada extraño, pero su unidad podría perder la moral si él se ausentaba durante más tiempo.
Incluso sin el aliento de Arata, pensaba volver al día siguiente. Ya se lo había dicho a su padre, y también a Miyo.
Recordando algo de repente, Kiyoka sacó un objeto del bolsillo del pecho y se lo lanzó a Arata. Arata lo tomó con cuidado y frunció el ceño.
—¿Qué es esto?
—Una prueba física que mi padre confiscó.
Un vial lleno de sangre de demonio. Se describe mejor como el medio que utilizaba la Comunión de los Dotados para otorgar dones artificiales en sus experimentos.
—Quieren instaurar un mundo de igualdad… Usando tonterías como esta.
La expresión de Arata se transformó en un amargo disgusto.
—Esta persona ‘Fundador’ debe ser un usuario de dones. De lo contrario, no tendrían un conocimiento tan profundo de los dones.
La investigación de los dones, obviamente, requería un conocimiento profundo de las propias habilidades. La información sobre ellos era esencialmente un secreto de estado. No era algo que el común de la gente pudiera obtener casualmente.
Eso significaba que el Fundador tenía que ser usuario de dones o miembro de una familia que los poseyera.
—Eso tendría sentido. ¿Tienes alguna idea de quiénes podrían ser?
—En absoluto. Tendré que investigar más cuando vuelva, pero… Actualmente, es poco probable que haya usuarios de dones cuyo paradero se desconozca. Incluidos los que se han ido al extranjero.
Todos los usuarios de dones tenían un mínimo de sus acciones supervisadas por el gobierno. A estas alturas, el Estado ya habría investigado los movimientos de todos los usuarios de dones conocidos.
A pesar de ello, Kiyoka aún no había recibido ninguna noticia sobre la verdadera identidad del Fundador. Si ese era el caso…
Kiyoka murmuró un nombre en voz baja.
—… Naoshi Usui.
—¿Qué?
—Ese es el nombre del Fundador, aparentemente. Aunque podría ser falso.
Arata soltó un grito ahogado que resonó en los oídos de Kiyoka.
Su reacción pareció un poco extraña. Cuando miró a su lado, Kiyoka frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
Incluso bajo la efímera luz de la luna, Kiyoka pudo ver hasta qué punto el rostro de Arata había perdido el color. La mano que se había puesto sobre la boca, como para contener las náuseas, parecía temblar ligeramente, mientras él permanecía mudo de asombro, sin pestañear.
La calma y serenidad de Arata habían desaparecido por completo.
—¿Estás seguro?
—¿Eh?
—¿Es eso realmente lo que dijo? ¿Qué su nombre… era Naoshi… Naoshi Usui…?
Desconcertado, Kiyoka asintió.
—Sí, definitivamente recuerdo haber oído ese nombre. ¿Qué pasa con él?
Arata dejó la taza de sake que tenía en sus temblorosas manos a sus pies y respiró hondo para intentar tranquilizarse.
Estaba claro que el nombre le sonaba. Sin embargo, Kiyoka no sintió el impulso de exigir inmediatamente una explicación a Arata, ya que parecía tan inusitadamente alterado.
—No puede ser… Ah, pero eso lo explicaría. Por eso el Príncipe Takaihito... —murmuró Arata mientras jadeaba con respiraciones entrecortadas.
—Ponme al corriente de lo que pasa.
—… Sí, debería. Oh, justo a tiempo.
Girando tímidamente la vista hacia la puerta de cristal que tenía a sus espaldas, Kiyoka vio cómo su mirada se posaba en Miyo, comprobando tímidamente el estado de la pareja.
—Um, lo siento. Por interrumpir.
—No nos importa.
Kiyoka también se había dado cuenta de que Miyo había entrado en la habitación. Aunque su atención estaba tan centrada en el inusual cambio de Arata, que accidentalmente había dejado sin respuesta su llamada desde el otro lado de la puerta.
—Este tema también concierne a Miyo. Me gustaría que ella también lo oyera.
Cuando lo dijo así, lo único que Kiyoka pudo hacer fue asentir con la cabeza.
Con una sonrisa en su rostro pálido, Arata le hizo señas a Miyo para que se acercara y la sentó en una de las sillas del balcón. Miyo los miró con curiosidad.
—Um. Arata, te ves mal… Tal vez deberías sentarte.
—No te preocupes por mí. ¿Cuánto sabes sobre este reciente incidente?
—Oh, um, no demasiado, en realidad. Pero esto, um, ¿Comunión de los Dotados? Kiyoka me habló de ellos.
Kiyoka no sabía lo peligroso que acabaría siendo el caso, así que sólo le había contado una parte a Miyo.
Pero como los usuarios de dones manejaban los hilos, existía la posibilidad de que dejarla en la oscuridad fuera aún más peligroso. Por supuesto, aún no tenía la menor intención de involucrarla más.
—Ya veo. Siempre piensa bien las cosas, Comandante.
Arata elogió a Kiyoka de forma torpe y poco habitual.
Se quedó mirando a lo lejos, con una expresión de vaga resignación.
—Si lo que ha dicho es cierto, Comandante… Entonces toda la culpa de todo lo relacionado con la Comunión de los Dotados es de la familia Usuba.
—¿Qué quieres decir?
—La persona que se autodenominó Fundador de la Comunión de los Dotados se llama Naoshi Usui… y los Usui son una de las familias de la rama Usuba.
Oír eso hizo que las cosas encajaran para Kiyoka.
Los Usuba habían estado rodeados de misterio hasta hacía muy poco. Si los Usui eran una de sus ramas familiares, naturalmente estarían fuera del área de conocimiento de Kiyoka.
—Los Usui en sí, sin embargo, no son una amenaza. El problema es el propio Naoshi Usui.
—¿Conoces sus antecedentes?
—Por supuesto.
Ojalá no fuera el caso, parecía decir la expresión compungida de Arata.
—Como suponías, Naoshi Usui es un usuario de dones. Uno de los ahora pocos que poseen el don de la familia Usuba.
Se detuvo un momento y se volvió para sonreír a Miyo.
—Era la futura pareja matrimonial de la madre de Miyo, Sumi Saimori.
Tanto Kiyoka como Miyo lo miraron atónitos.
Las circunstancias que rodeaban a los Usuba antes de que naciera Miyo vinieron a la mente de Kiyoka.
Las palabras de Arata le recordaron que Sumi Usuba se había casado con otro usuario de dones de su familia. No sabía si ella lo deseaba o no. Al menos, eso era lo que el jefe de familia de los Usuba, Yoshirou Usuba, quería hacer.
No había nada raro en que Sumi ya tuviera un candidato matrimonial para cuando fuera mayor de edad.
Kiyoka sintió cómo se le pasaba el efecto del alcohol.
—No sé demasiado sobre esto, ya que ocurrió mucho antes de que yo naciera, pero parece ser que Naoshi Usui sentía algo por la madre de Miyo más allá de su acuerdo matrimonial. Se separó de la familia y se marchó a lugares desconocidos justo después de que ella se casara con los Saimori.
—¿Se escapó?
—Sí. Según las leyes de la familia Usuba, aquellos que son desleales a la familia son castigados severamente. Sin embargo, en ese momento...
—Lo entiendo. En aquel momento, a los Usuba no les quedaba mucho poder para hacer nada. Aunque en realidad, estoy seguro de que la brillantez de este Naoshi Usui debe haber jugado un papel en su escape.
—Tienes razón en ambas cosas. Se le persiguió pero nunca se le encontró. Algunos miembros de la familia siguen buscándolo hasta el día de hoy, pero no han obtenido ninguna información pertinente sobre su paradero.
Kiyoka vio parpadeos de profunda resignación ir y venir del rostro de Arata. Comprendía claramente la ansiedad que le afligía.
La pregunta era: ¿Por qué Usui había hecho su movimiento ahora, precisamente ahora?
Los Usuba seguirían cambiando lentamente de aquí en adelante. En lugar de estar aislados de la sociedad, iban a poder vivir abiertamente y con dignidad, como Kiyoka y otros usuarios de dones. Ese era el futuro que debía esperarles.
Pero ahora que esto había sucedido… Si se hacía público que una persona relacionada con los Usuba pretendía derrocar al gobierno, la supervivencia de toda la familia se vería en peligro.
—¿Odia Naoshi Usui a los Usuba?
Arata negó lánguidamente con la cabeza ante la pregunta de Kiyoka. Su tono de voz sonó apático para cualquiera que lo oyera.
—No tengo la menor idea de lo que está pensando. Podría odiarnos, envidiarnos y desear vengarse, pero también podría no odiarnos en absoluto. Aunque debe tener algún sentimiento al respecto, o no estaría haciendo todo esto, ¿verdad?
Kiyoka no tenía palabras que ofrecer al abatido Arata.
Pero si había una parte de esta conversación que le preocupaba, era que su oponente tuviera los poderes de los Usuba: un don que podía controlar las mentes de los demás, un don que podía derrotar a cualquier otro usuario de un don. Y además, esta habilidad estaba en manos de un portador con talento.
Kiyoka recordó su combate contra Arata. Había sido como la noche y el día en comparación con la lucha contra el usuario medio de dones.
Para ser sinceros, Naoshi Usui era la mayor amenaza que Kiyoka podía imaginar.
—Perdóname por mi actitud impropia.
—Arata.
Miyo dijo su nombre con cara de preocupación.
Kiyoka recordó entonces a Arata mencionando que había venido por orden de Takaihito. Estaba seguro de que aquel príncipe imperial de otro mundo veía un futuro en el que tanto Arata como Kiyoka conocían a Naoshi Usui.
Sonriendo, aunque con las cejas fruncidas, Arata tomó su sake y dijo…
—Yo regresaré primero. Por favor, ambos, disfruten… Aunque asegúrense de no enfriarse demasiado.
… Antes de dejar atrás lentamente el balcón.
Parecía mucho más pequeño de lo habitual cuando se marchó.
* * *
Miyo miró al cielo nocturno, insegura de lo que debía hacer.
La familia Usuba. Su madre. No se había olvidado de ellos, pero había una parte de ella que pensaba que todo había quedado en el pasado.
Si se consideraba parte de la familia Usuba, tal vez debería haber dicho algo para consolar a Arata. Sin embargo, también sintió que no había nada que pudiera decir, sobre todo porque seguía siendo una forastera.
—Miyo, ¿tienes frío?
—No, estoy bien… Gracias.
La noche era cálida y ella llevaba un abrigo haori sobre el kimono, así que estaba muy cómoda.
Físicamente, estaba bien, pero mentalmente, Miyo había visto días mejores. Debió de notársele en la cara, porque Kiyoka acercó la otra silla del balcón y se sentó a su lado.
—… Ha sido un verdadero calvario, eh.
Un calvario. Pensó que era la forma perfecta de describirlo.
Parecía un problema tras otro. Pero Miyo no podía hacer nada al respecto. Su posición seguía en el aire.
—¿Hay algo que pueda hacer?
Los Usuba consideraban a Miyo una de los suyos. Cuidaban de Miyo, que nunca había conocido padres ni hermanos normales, Yoshirou la trataba como a una nieta y Arata como a una hermana pequeña.
Quería hacer algo para ayudarlos, pero con las manos ya llenas, Miyo no tenía casi nada que dar.
—No creo que Arata te contara todo eso porque quería que hicieras algo al respecto.
—Pero.
Kiyoka acarició suavemente la cabeza de Miyo con la palma de la mano.
—Si yo fuera él, sólo querría que estuvieras a salvo y no te metieras en líos. Al menos así me sentiría yo.
Qué respuesta más injusta.
Miyo quería que los demás estuvieran a salvo tanto como ella misma. Por eso quería ayudar, por muy grandioso y a medias que fuera su deseo.
—Los Usuba estarán bien. También haré todo lo que pueda para ayudarlos.
Kiyoka se detuvo un momento a pensar en sus siguientes palabras. Luego continuó con cuidado.
—… Entiendo que te sientas impaciente.
—¡Hmph!
—También entiendo que trabajes duro para compensarlo. Pero el hecho es que no podrás conseguir lo que buscas de la noche a la mañana.
—… Lo sé.
La irritación latía en su pecho. Avergonzada de que él hubiera captado tan claramente sus sentimientos, se llevó una mano al pecho.
—Miyo. De todo lo que no puedas hacer, me encargaré yo. Trabajaré en tu lugar y soportaré tu carga. ¿Estás de acuerdo?
—Kiyoka...
—Todo lo que quieras hacer, lo dejaré en tus manos. Lo que no esté a tu alcance, lo compensaré. Así es como quiero vivir contigo. En lugar de intentar manejar las cosas por nuestra cuenta, si nos ayudamos mutuamente, compensándonos el uno al otro, seremos capaces de manejar cualquier cosa que se nos presente. Codo con codo, como marido y mujer.
A primera vista, las palabras de Kiyoka parecían un simple consuelo. Pero si ese era el caso, ¿cómo podía explicar Miyo la pasión que veía en el fondo de los ojos de Kiyoka cuando la miraba?
'Uno al lado del otro, como marido y mujer…'
¿Por qué Kiyoka siempre sabía exactamente lo que quería Miyo?
'Había una parte de mí en algún lugar que sentía la necesidad de convertirme en una usuaria de dones y en una noble digna de Kiyoka para que siguiéramos juntos…'
Había estado impaciente por cerrar la brecha que los separaba para poder seguir avanzando juntos, codo con codo. En otras palabras, puede que intentara manejarlo todo ella sola.
La propia Miyo no podía creer lo mucho que se había esforzado día tras día.
—¿Te… te estoy dando el apoyo que necesitas?
Dudosa e incapaz de preguntar sin vacilar un poco, Kiyoka sonrió débilmente a Miyo.
—Sí, por supuesto. Te volviste indispensable para mí hace mucho tiempo. Por eso...
Lentamente, el bello rostro de su prometido, como una obra maestra del arte, se acercó.
Qué.
No tuvo tiempo de asimilar lo que estaba ocurriendo. Las puntas de sus narices estaban a punto de tocarse. Cuando Miyo cerró los ojos por reflejo, sintió que algo cálido y suave rozaba sus labios durante un breve instante.
Abriendo los ojos con total asombro, fue recibida con la amable sonrisa de Kiyoka y un leve rubor rosado en sus mejillas de porcelana.
—Así que cuando llegue la primavera… ¿serás mi esposa?
—L-Lo seré.
—Gracias.
'Recordaré esta sonrisa delante de mí mientras viva.'
Mientras su mente entraba en cortocircuito, prevaleció ese único pensamiento.
Miyo nunca había sido tan reacia a salir de su habitación como esta mañana.
Se había despertado justo antes del amanecer, como de costumbre, y luego agonizó sin parar en la cama hasta que empezó a salir el sol.
'¡M-Mis labios…!'
Pensó en la escena una y otra vez, y cada vez que lo hacía, la sangre amenazaba con subírsele a la cabeza.
No recordaba en absoluto cómo había conseguido volver a su habitación después de aquello.
De lo único que estaba segura era de que se alegraba de que no compartieran la misma cama, como habían acordado en un principio. Si por casualidad hubieran dormido en la misma cama, estaba segura de que su corazón no habría aguantado toda la noche.
'P-Pero, bueno, un beso en los labios, para una pareja de novios…'
Eso era algo que hacía todo el mundo… O eso creía ella.
Miyo no tenía amigas de su edad, así que no podía estar segura. Quizá intentara preguntarle a Hazuki cuando volviera. Pero como el mero hecho de recordar la situación le calentaba la cara lo suficiente como para prenderse fuego, no podía imaginar cómo iba a ser capaz de explicar verbalmente todo lo que había sucedido.
'¿Cómo demonios voy a enfrentarme a Kiyoka cuando le vea hoy?'
Miyo enterró la cara en la almohada blanca y pura mientras un gemido avergonzado escapaba inconscientemente de sus labios.
Se preguntaba qué había impulsado a Kiyoka a besarla en los labios. Además del hecho de que eran novios, claro.
Miyo era una joven madura. Entendía que poner los labios sobre los de otra persona era lo que hacían dos personas cuando compartían sentimientos. O incluso yendo un paso más allá, era algo que los amantes hacían para confirmar lo que sentían el uno por el otro. Sobre todo los solteros.
'¿Soy la amante de Kiyoka…? No.'
No era eso. Ella no era más que una compañera con la que le habían concertado matrimonio.
Aunque, en realidad, casarse por amor era muy raro. Muchas personas tenían matrimonios concertados y, o bien desarrollaban sentimientos mutuos, o bien tomaban caminos separados. El amor era algo que brotaba cuando dos personas interactuaban entre sí como pareja comprometida y, finalmente, casada.
Si le preguntaras a Miyo si cree que Kiyoka y ella tienen el tipo de relación que fomenta el amor, su respuesta sería no.
Cuando lo pensó así, su cabeza se enfrió ligeramente.
'¿Entonces por qué Kiyoka…?'
No podía imaginarse que lo hubiera hecho por impulso. Precisamente Kiyoka no actuaría de forma tan irresponsable.
Debió tener una razón de peso para hacerlo.
'Así es, Kiyoka me pidió que me convirtiera en su esposa. Debe haberme estado enseñando lo que significa estar casados.'
A pesar de que la explicación se le había ocurrido a ella misma, no podía evitar la sensación de que estaba equivocada. Pero no se le ocurrió otra alternativa.
Era vergonzoso dejarse llevar así. Se alegró mucho de que Kiyoka no estuviera allí para verla con la cabeza en las nubes.
Miyo lanzó un suspiro. Salió de debajo de las sábanas y se sintió un poco abatida mientras se cambiaba y salía de su habitación.
Miyo se lavó la cara y se dirigió al lavadero.
Cuando fue a ayudar con la colada, como hacía siempre, las criadas se opusieron con vehemencia. Se habían acostumbrado a tratar a Miyo como a la joven señora de la casa. Sin embargo, tras suplicarles, acabaron permitiéndole que las ayudara.
Mientras se ocupaba de esto y aquello, el sol se alzaba a plena vista. Era hora de desayunar.
—Oh, Arata. Buenos días.
Mientras se dirigía al comedor, Miyo se encontró con Arata, que había pasado la noche en la villa como huésped.
—Buenos días, Miyo… Me disculpo por mi comportamiento inusual de anoche.
Aunque mostraba una expresión de ligera preocupación, Arata se comportaba como de costumbre.
—No, descuida… Um, pero, si hay algo que pueda hacer-.
—No tienes que preocuparte por mí.
Sonriendo mientras él movía la cabeza de un lado a otro, Miyo se tragó el resto de lo que iba a decir.
—Por favor, guarda esa preocupación para ti. Como dije ayer, existe la posibilidad de que Naoshi Usui sintiera algo especial por tu madre. Como eres la hija de Sumi Usuba, existe la posibilidad de que también intente hacerte algo a ti —Arata añadió entonces—: Por supuesto, haré todo lo posible por protegerte. Tratando de tomárselo a broma.
Miyo recordó entonces que una vez habían hablado de que Arata se convirtiera en su guardaespaldas. Al final, Kiyoka había transigido invitando a Arata a ser instructor de dones de Miyo, en lugar de su guardaespaldas.
Pero como pasaba muchas horas enseñando a Miyo, Arata también había acabado siendo su guardaespaldas de forma indirecta.
Según Arata, Kiyoka era muy listo con su dinero, así que todo debió salir según lo planeado.
—… De acuerdo. Tendré cuidado.
—Por favor, hazlo.
Arata le dedicó a Miyo su típica sonrisa, pero después de ver cómo había actuado anoche, no pudo evitar pensar que estaba algo afligido. Sin embargo, Miyo dudó en expresar esa observación en voz alta.
Al darse cuenta de la incertidumbre de Miyo, Arata sonrió secamente.
—En verdad, me gustaría que te quedaras en casa, y estoy seguro de que el Comandante Kudou también piensa así, así que...
—Te agradecería que no pusieras palabras en mi boca.
De repente, Miyo oyó una voz grave detrás de ella y el corazón le dio un vuelco.
—Oh, buenos días, Comandante Kudou… Dices que estoy poniendo palabras en tu boca, pero ¿he dicho algo que no sea cierto?
—Miyo es mi esposa. Mientras la proteja, no habrá ningún problema.
—¿Esposa? Se está adelantando un poco, ¿verdad, Comandante? ¿Ya está fijada la fecha de su boda?
—La próxima primavera. Tendré este desastre limpio para entonces.
Miyo quedó atrapada entre los dos hombres que se lanzaban chispas. Su corazón palpitaba y su mente se quedó en blanco. No podía girarse para mirar a Kiyoka.
Como le pareció sospechoso, dio la vuelta frente a ella.
—Miyo, ¿qué pasa?
No había necesidad de preguntar. Kiyoka sabía muy bien por qué actuaba así.
Pero ver su apuesto rostro mirándola desde tan cerca hizo que se sonrojara de pies a cabeza; no estaba en condiciones de protestar.
—K-Kiyoka… B-B-B-Buenos días.
—Bien, buenos días. Tienes la cara roja como una remolacha.
—N-N-No, es qu—”
Tropezó completamente con sus propias, incapaz de decir más.
Esto era tan vergonzoso que quería caerse muerta allí mismo. Si había un agujero cerca, quería meterse en él.
Arata sonrió y disfrutó viendo cómo Miyo se estremecía visiblemente.
—Comandante, ¿qué le hizo a Miyo después de que me fui anoche? Está claro que no es la misma de siempre.
—Nada.
Kiyoka respondió sin rodeos.
Ocultando sus mejillas sonrojadas con ambas manos, Miyo se permitió calmarse.
Mientras hablaban, Tadakiyo y Fuyu entraron en el comedor e interrumpieron la conversación. Miyo no habría podido aguantar más preguntas de Arata, así que interiormente suspiró aliviada.
No entendía cómo Kiyoka podía mantener la compostura.
'Quizá sea porque anoche estuvo bebiendo… ¿Se olvidó de todo porque estaba borracho?'
No, no, no, eso estaba definitivamente descartado.
Kiyoka tenía una tolerancia absurda al alcohol y no era de los que perdían así la memoria. Eso era inconcebible.
Cuando se sentó, echó un vistazo al hombre que tenía al lado.
'Se siente un poco como si lo de anoche hubiera sido sólo un sueño'.
Verlo comportarse tan normal e imperturbable la hizo empezar a pensar eso. Mientras tanto…
Sintiendo las miradas misteriosas de Fuyu mientras comía, Miyo terminó su desayuno en silencio y luego se dirigió a su habitación.
—Miyo.
—¡¿Sí?!
Se detuvo en seco y se dio la vuelta. Cuando lo hizo, Miyo saltó hacia atrás sorprendida de que Kiyoka estuviera más cerca de lo que esperaba.
—¡Eep!
Tiró de ella hacia atrás, sumiendo su mente en un estado de caos absoluto. Entonces Kiyoka fue aún más lejos, acercó su rostro a su oído y le susurró. Concentrada en su aliento acariciándole el ojo, sintió que la cabeza le daba vueltas.
—Miyo. Por favor, no olvides lo de ayer… Así es como me siento.
—¿Qué… qué? ¿Eh?
'¿Cómo se siente?' ¿Eso es lo que era? ¿Qué quiso decir con eso?
No sólo su mente estaba en completo desorden, sino que Miyo, que no tenía absolutamente ninguna experiencia romántica de la que hablar, ladeó la cabeza confundida, ya que no tenía ni idea de lo que quería decir. Al parecer, Kiyoka también era consciente de ello.
—No necesitas entrar en pánico. Sé que algún día lo entenderás.
Separó suavemente su cuerpo del de ella.
Estupefacta, Miyo le vio salir del comedor.
'Bien, eso debería ser todo mi equipaje.'
Ya casi era hora de que abandonaran la villa.
Cuando comprobó que no se le olvidaba nada, repasó todos los acontecimientos que habían tenido lugar durante su estancia.
'Al final, las cosas acabaron sin que nada se resolviese entre Fuyu y yo…'
Como no había podido mejorar la actitud hostil de Fuyu —aunque quería creer que no era tan grave—, el deseo de Miyo de llevarse bien con su suegra había quedado en nada.
Le dolía pensar que lo único que había conseguido era perturbar la relación de Kiyoka y Fuyu.
Después de todo, quizá hubiera sido mejor que no insistiera.
Sus pensamientos se ensombrecieron y miró la muda de ropa que había colocado encima de la cama.
'Lo traje porque pensé que era una buena ocasión para ponérmelo, pero… me siento como una tonta dejándome llevar tanto por mí misma. Y también podría volver a molestar a Fuyu.'
Tocó ligeramente el precioso vestido morado claro de una sola pieza que Hazuki y Miyo habían ido a comprar antes de venir aquí.
Deseosa de enseñárselo a Kiyoka, había conseguido sacarlo del bolso para ponérselo en el tren de vuelta a casa, pero ahora no tenía valor para ponérselo.
Mientras se sumía en sus pensamientos, dándole vueltas a lo que debía hacer, de repente llamaron a la puerta.
—¿Sí?
—Es Nae. ¿Puedo pasar?
—Sí, por favor, entre.
Tras la respuesta de Miyo, Nae abrió la puerta en silencio y entró en la habitación.
—Joven Señora, he venido a ayudarla a prepararse para su partida… Pero parece que no necesita mucha ayuda.
Por supuesto. Miyo solía hacerlo todo ella misma, pero probablemente debería haber dejado esto en manos de las criadas.
—Mis disculpas.
—No hay nada por lo que disculparse. De hecho, eso fue sólo un pretexto, si se quiere...
—¿Eh?
¿Pretexto? ¿Para qué?
La criada se mostraba evasiva, como si le costara abordar el tema. Cuando ladeó la cabeza, un reprobador y estridente —¡Disculpe! asaltó los oídos de Miyo.
—¡Nae, te dije que no dijeras eso!
Detrás de la puerta apareció Fuyu, con el ceño fruncido y otro vestido precioso.
—¿Suegra…?
—¿No te he dicho que dejes de llamarme así? ¿Todos tienen que ser tan insolentes conmigo? Nadie escucha mis órdenes. Es horrible.
Fuyu desahogó su descontento con una mirada excepcionalmente enfadada.
Como apenas se habían visto fuera de las comidas desde el incidente del día anterior, Miyo se preguntó si entretanto había reprimido su descontento con Miyo. ¿Y ahora había venido a desahogarse con ella?
Fuyu se acercó a Miyo y la miró como si fuera un mosquito, lo que hizo que Miyo se preparara.
—¿Así que vuelves a la capital? Oh, estoy realmente aliviada de oír eso.
Tal y como Miyo esperaba, de los labios bien formados de Fuyu salieron comentarios maliciosos.
—Yo… Um, me disculpo sinceramente. Por todo.
—En efecto. Me diste un gran dolor de cabeza. Suficiente para que no quiera que vuelvas por aquí.
—Señora.
—Nae. Los traidores deberían callarse. Sinceramente, ¿crees que no sé qué todos se han puesto de parte de esta chica?
Fuyu cortó bruscamente el intento de Nae de reprender a su señora.
Era cierto que todos los criados de la villa habían empezado a tratar a Miyo como a la Joven Señora de la casa. Era correcto llamarlo traición, dada la negativa de Fuyu a aceptar a Miyo.
Con un resoplido indignado, Fuyu dirigió su atención al vestido de una sola pieza extendido encima de la cama.
—Entonces, ¿esto es tuyo?
Miyo asintió mientras su inquietud se arremolinaba en su interior.
—S-Sí. Así es...
—¿De verdad? Bueno, al menos no parece barato.
Lo había comprado con Hazuki en los grandes almacenes. Aunque tenía la garantía de Hazuki de que era un artículo de calidad, Miyo había perdido la confianza en poder hacerle justicia.
—¿Y a qué viene esa mirada irritante? Es tan feo que apenas puedo creerlo. Puede que Kiyoka sea mi hijo, pero hasta el gusto horrible tiene sus límites.
—Mis disculpas.
Miyo desvió la mirada y se disculpó.
No había podido hacer nada, cambiar nada. Sentía que ya no tenía derecho a enfrentarse a Fuyu.
Lo único que podía hacer ahora era evitar que la mala impresión que Fuyu ya tenía de ella fuera aún peor.
Al igual que cuando vivía con los Saimori, lo único para lo que servía Miyo era para disculparse. Aquello le dolió más que el insulto más feroz. Sintió que iba a llorar.
Bajó los ojos para que Fuyu no los viera empañarse lentamente por las lágrimas.
—Hmph, te lo mereces… Bueno, eso es lo que me gustaría decir, pero seguro que Tadakiyo se enfadará conmigo y dirá que te estoy acosando. No vaya a recriminarme al respecto.
—Mis disculpas.
Cuanto más se apresuraba a contenerlas, más se desbordaban.
'Sé que no puedo permitirme llorar, pero…'
Disculpas y lágrimas sin parar. ¿Realmente había cambiado algo desde que estaba en casa de sus padres?
Al igual que su relación con Fuyu no había cambiado, ¿podría ser que incluso lo que ella creía que había cambiado de sí misma en realidad no había cambiado en absoluto?
El pasado no podía ser alterado. Fuyu tenía toda la razón. Dado que su pasado la había convertido en lo que era hoy, tal vez era imposible que Miyo se transformara.
Era una sensación de desesperación total, como si sus pies se hundieran en un fango sin fondo.
—Esas disculpas tuyas son bastante odiosas.
—¡…!
—¿Qué crees que conseguirás disculpándote así? Cuanto más pides perdón, más débil suena. El arrastrarse sin valor es simplemente molesto.
—Yo, um...
Fuyu le había dicho que no se disculpara.
Miyo no había olvidado que antes le habían dicho lo mismo. Que su disculpa sonaría menos sincera. Estaba volviendo a repetir los mismos errores.
Era una tonta sin remedio.
—No siento ninguna simpatía por tu pasado. No soporto esas molestas disculpas tuyas, y no pienso aceptar a alguien tan grosera, y tan apta para ser sirviente, como tú.
El tono de Fuyu era claro y decidido.
Miyo sospechaba que las palabras de Fuyu provenían de algo en su interior: una firme convicción. Tenía una fuerza de la que Miyo carecía.
Debería haber sido más franca y abierta con Fuyu. Sólo por su falta de carácter había sido incapaz de hacerlo.
—Pero.
Mientras se hundía más en la desesperación y concentraba desesperadamente su energía en mantener a raya las lágrimas, Miyo oyó una palabra inesperada de Fuyu, que continuó exponiendo su punto de vista.
—Has estado cumpliendo a rajatabla con tu deber como prometida de Kiyoka, diría yo.
—¿Eh…?
Justo cuando Miyo levantó la cabeza, sorprendida, Fuyu se tapó la boca con el abanico y se giró para mirar a lo lejos.
—No te equivoques. Eres fea, maleducada, sarnosa, sombría e inculta. Por no hablar de escuálida, y carente de la más mínima pizca de dignidad, orgullo, o incluso auto respeto. No cumples ni el mínimo de lo que se necesita para ser considerada humana.
La retahíla de insultos de Fuyu, proferidos en un suspiro, dejó a Miyo poco tiempo para reaccionar. Fue una horrible puñalada en el corazón tras otra.
—Pero ni siquiera debatiste o presumiste ante mí de poseer realmente habilidades sobrenaturales, ¿verdad?
Su voz tranquila desapareció antes de llegar a oídos de Miyo.
Fuyu continuó con una voz aguda y chillona, como si volviera en sí.
—Pero ese espíritu que tienes de intentar actuar en nombre de Kiyoka, y sólo eso, supongo que puedo admitir que quizá sea digno de él. ¡Apenas, eso sí!
Miyo abrió mucho los ojos y sólo pudo responder con un: «Bien».
Las palabras de Fuyu eran tan complicadas y confusas que se quedó en blanco, con el cerebro incapaz de comprender el punto esencial de lo que había dicho…
Las mejillas de Fuyu enrojecieron ante la insulsa respuesta de Miyo.
—¡Ya basta! ¡Extiende tus manos!
—S-Sí, señora.
Miyo extendió ambas manos, insegura de lo que estaba ocurriendo, y algo muy ligero se posó suavemente en su palma.
Era una encantadora cinta de encaje blanco.
La confusión de Miyo no hizo más que aumentar.
—Llevaba esto cuando era joven. En otras palabras, es basura barata y pasada de moda que nunca volveré a ponerme. ¡Una combinación absolutamente perfecta para ti, si me permites decirlo!
—Um, ¿me está dando esto… a mí?
—¡Por supuesto que no! ¡Es basura, basura! Te encanta hacer el trabajo de sirvienta, ¿verdad? ¡Entonces ve a tirarlo!
—Sí, pero...
La cinta era muy antigua y parecía haber sido cuidada con esmero. Eso, y tenía un encaje tan intrincado. Definitivamente no era barato.
Y como Fuyu había conservado esta cinta en un estado impecable a lo largo de los años, tampoco podía pensar que fuera basura.
—¡Basta! Dijo, alzando de nuevo la voz y frunciendo el ceño con un resoplido ante la desconcertada Miyo. —¡Es basura! Nada más. Si insistes absolutamente en quedarte con ese pedazo de basura para ti, entonces siéntete libre de mostrarte con él todo lo que quieras, ¡pero que sepas que debe ser tirado a la basura, donde pertenece!
Puntuando sus palabras con otro resoplido, Fuyu mantuvo su feroz mirada mientras salía de la habitación.
Las lágrimas que brotaban de sus ojos y la desesperación que se había apoderado de su corazón desaparecieron por completo mientras Miyo se quedaba sin habla, mirando cómo se marchaba Fuyu.
Parecía como si hubiera pasado una tormenta.
—¿Qué debo hacer…?
La cinta que tenía en las manos era basura, según Fuyu, pero a Miyo le parecía cualquier cosa menos eso. No podía imaginarse tirándola.
Fue Nae, que seguía en la habitación con ella, quien respondió a la pregunta de Miyo.
—Lo siento mucho, Joven Señora. Creo que lo mejor sería que simplemente aceptara esa cinta.
—¿Tú crees?
—Así es. Esto no es más que mi especulación personal, pero creo que la señora pretendía que fuera un regalo para ti.
Por lo que Miyo había visto durante sus pocos días allí, parecía que Nae era la que mejor entendía a Fuyu de todos los sirvientes. Aunque Fuyu nunca lo diría explícitamente, Miyo sabía que depositaba mucha confianza en Nae.
Si la criada estaba diciendo que Miyo debía quedarse con el lazo, había pocas probabilidades de que se equivocara, pero…
—¿Estás segura…?
Miyo no sabía si la palabra regalo había aparecido alguna vez en lo que Fuyu acababa de decirle.
—Parece que la señora siente cierto cariño por usted, Joven Señora. Esa cinta es la prueba, por así decirlo, de que te reconoce… o algo así, estoy segura. Si no la aceptas, creo que sólo serviría para ofenderla.
—¿La suegra… me reconoce…?
Era difícil de creer después de que Fuyu acabara de menospreciarla tanto. Todavía algo dudosa, Miyo colocó la cinta en el soporte del espejo.
—Joven Señora. Si quieres, puedo atarte el cabello con esa cinta cuando termines de vestirte.
—Oh…um, bueno...
La oferta de Nae era fantástica. El lazo blanco complementaría bien el vestido morado claro de una pieza.
Sin embargo, ¿realmente estaba bien? La misma persona de la que lo recibió le había recalcado repetidamente que era basura.
Al darse cuenta de la confusión de Miyo, Nae sonrió débilmente.
—Aunque la señora tiene un temperamento violento y puede ser dura con las cosas que considera desagradables, en el fondo no tiene tan mal corazón como puede parecer. Simplemente destaca su forma indirecta de actuar y hablar.
—Indirecta, eh...
—Creo que la señora quedó profundamente impresionada cuando ayer te esforzaste por salvar a ese hombre del pueblo. Aunque ella misma no lo dijo explícitamente.
Miyo recordó lo que había dicho Fuyu momentos antes.
—Pero ese espíritu que tienes de intentar actuar en nombre de Kiyoka, y sólo eso, supongo que puedo admitir que quizá sea digno de él. ¡Apenas, eso sí!
Fue un comentario bastante difícil de analizar, pero cuando se hubo calmado y reflexionado, Fuyu había dicho realmente que le parecía bien reconocer a Miyo por el bien de Kiyoka… o eso parecía.
Una elección de palabras difícil de entender. Una personalidad inquebrantable y testaruda. Miyo sintió un poco como si conociera a alguien que se le parecía.
'Las personalidades de Kiyoka y Madre parecen un poco similares, ¿no?'
No pudo contener una pequeña risita.
Cuando Miyo acababa de llegar a casa de Kiyoka, él la había tratado con frialdad en algunas ocasiones. De hecho, esos rumores sobre su comportamiento frío se extendieron por todas partes. Pero simplemente era torpe al expresarse y, de hecho, era un hombre muy amable.
Una vez que lo comprendió, hasta sus modales bruscos le parecieron encantadores.
Cuando pensó que Fuyu podría ser igual, se le alivió un poco el corazón.
—Joven Señora. Todos los sirvientes hemos disfrutado atendiéndote. Por eso, en vez de despedirnos, espero que vuelvas en el futuro.
Aún era débil, como una pequeña semilla, pero aún sentía algo de esperanza.
—Sí, sin duda.
Tras intercambiar brillantes sonrisas, Miyo se dispuso a prepararse.
Todos se habían reunido ya en el vestíbulo de entrada, excepto Miyo.
'Lo sabía, después de todo esto es realmente desesperante…'
Su primer traje del Oeste. Nae la felicitó, diciendo que "estaba absolutamente impresionante", pero cuando llegó el momento de la gran revelación, no pudo calmar su corazón palpitante.
En comparación con los kimonos, las ropas occidentales eran más cortas y sus pies estaban demasiado expuestos a la brisa, lo que la incomodaba y avergonzaba extraordinariamente.
Mientras Miyo se movía vacilante, incapaz de salir de donde estaba escondida, oyó una voz detrás de ella.
—¿Qué estás haciendo?
Una postura tan elegante sólo podía pertenecer a Fuyu. Ella misma acababa de llegar al hall de entrada.
—… Sólo estoy nerviosa.
—Vaya, entonces supongo que tendré que añadir "cobarde" a la larga lista de tus interminables defectos, ¿no?
—...
—Así que realmente la llevas. Esa cinta.
—Oh, um, sí.
Nae le había recogido muy bien el cabello.
Pulcramente peinado, sólo se ató la parte superior del cabello de la nuca, dejando que la mitad inferior fluyera detrás de ella, en el llamado nudo de dama. Usando la cinta de encaje blanco de Fuyu, por supuesto.
—Bueno, supongo que te hace algo más presentable. Obvio, en realidad, dado que una vez me perteneció.
—Muchas gracias.
Cuando Miyo expresó su sincero agradecimiento a Fuyu, esta se apartó con un firme: —¡Tan solo era algo esperable!
Entonces, con la mano que no sujetaba su abanico, de repente empujó a Miyo hacia delante.
—Ah...
Al mostrarse involuntariamente en el hall de entrada, atrajo las miradas de todos los allí reunidos, y su mente se quedó en blanco.
—Vaya, a Miyo le sienta igual de bien la ropa occidental, ¿verdad?
Lo primero que oyó fueron los elogios ligeramente despreocupados de Tadakiyo.
'Tanto Kiyoka como Arata me miran fijamente…'
Cuando desvió la mirada, vio a los hombres mirando hacia ella. Los pies de Miyo la llevaron naturalmente en su dirección.
Entre los dos, Arata fue el primero en hablar.
—Miyo. Ese traje tuyo es absolutamente maravilloso. Precioso y encantador. Apenas puedo apartar mis ojos de ti.
—G-Gracias...
Le ardían las mejillas. Inconscientemente, jugueteó con las manos, entrelazando los dedos antes de volver a desenredarlos rápidamente.
Moviendo inquietamente los ojos para no mirar a nadie, se encontró con los de Kiyoka. Cuando lo hicieron, sonrió suavemente.
—Um, Kiyoka. ¿Qué… crees…?
—Bien. Estás muy guapa. Muy linda.
La alegría y la ligera sorpresa que sintió ante su comentario hicieron que sus mejillas se encendieran. Se tapó la boca con las manos y esbozó una sonrisa.
'Linda… Me llamó linda…'
Nunca hubiera pensado que Kiyoka le diría algo así.
Aunque esperaba que la elogiara, nunca esperó que utilizara semejante palabra para hacerlo. La hizo muy, muy feliz.
Esto debía de sentirse cuando la gente se describía a sí misma como caminando sobre el aire.
—Bueno, nunca pensé que oiría a mi hijo llamar linda a alguien… Fuyu, querida, ahora no hay más remedio que aceptar su acuerdo.
—No me preguntes a mí. No recuerdo haber criado a mi hijo como el tipo de hombre que elogia a las mujeres con una sonrisa tan impropia de él. Un aspecto deplorable para un hijo del Imperio, de verdad.
La conversación en voz baja sobre ellos nunca llegó a oídos de los novios.
Después, una vez que terminaron de despedirse formalmente, Tadakiyo tuvo unas últimas palabras de despedida para cada uno de ellos.
—Kiyoka, asegúrate de invitarnos a la boda. Fuyu y yo iremos juntos.
—Si me apetece.
—Y tú, chico Usaba. Nunca has tenido la oportunidad de relajarte, ¿verdad? Siéntete libre de pasarte por aquí alguna vez, para hacer algo de turismo.
—Eso es muy cierto. Tal vez venga a disfrutar de sus aguas termales.
—Miyo. Cuida de Kiyoka por mí.
—Lo haré.
Tadakiyo gritó—: Asegúrate de mantenerte sano.
Y mientras todos subían al automóvil, Miyo oyó que Kiyoka respondía en voz baja—: Tú eres quien necesita oír eso.
Entonces, despedidos por Tadakiyo con un dramático gesto de la mano, Miyo, Kiyoka y Arata emprendieron el camino de vuelta a la capital.
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