SLR – Capítulo 11
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 11: Primera invitación al Palacio Real
—¡No puedes entrar hasta que nos aseguremos de que no tienes nada contagioso!
Traqueteo
Lucrecia e Isabella cumplieron su palabra. En cuanto Ariadne regresó del refugio, la encerraron en un granero fuera de la mansión por medidas preventivas. Lo curioso fue que sólo encerraron a Ariadne. Maletta y Sancha, que también estaban en el refugio, pudieron entrar inmediatamente.
—¿Quién es esta chica?
La aguda voz de Lucrecia resonó por el pasillo en cuanto vio a Sancha.
Ariadne respondió con voz serena—: La he traído del refugio.
—¡Por favor, dime que estás de broma! No tienes derecho a traer extraños a esta casa. Lucrecia parecía seriamente disgustada.
—¡Eres la niña más audaz que he visto en mi vida! Finges ser obediente, ¡pero siempre actúas por capricho y haces lo que te da la gana!
Lucrecia inclinó la barbilla hacia Sancha, que permanecía inmóvil con los ojos pegados al suelo, y gritó—: ¡No voy a tener a esta golfa en mi casa! Podría tener algo contagioso, ¡por el amor de Dios! Echadla de una vez.
Cuando los criados se acercaron a Sancha para sacarla a rastras, Ariadne sacó un pañuelo y se lo entregó amablemente a Lucrecia.
—Madre, por favor, echa un vistazo a esto.
—¿Qué es esto?
Lucrecia se negó a tocar el pañuelo y lo escudriñó con ojos suspicaces.
El pañuelo era de gasa de lino y las esquinas estaban adornadas con delicados encajes. Era demasiado lujoso para pertenecer a Ariadne.
—¿Lo has robado?
—¡No, madre!
Cuando Lucrecia se negó obstinadamente a coger el pañuelo, Ariadne se lo tendió para que Lucrecia pudiera ver fácilmente las letras AFC bordadas en el pañuelo con hilos de oro.
—Pertenece al príncipe Alfonso de Carlo.
Los ojos de Lucrecia se abrieron de par en par y la mirada de Isabella se tornó aguda.
—Conocí al Príncipe en el refugio por casualidad. Pensaba cuidar de la niña durante mi estancia allí. Pero de repente el Príncipe elogió a padre por rescatar a los indigentes—Ariadne miró nerviosamente a Lucrecia y continuó—: Pensó que me llevaba a la niña para darle trabajo. Pero no podía corregir su malentendido, ya que eso resultaría en empañar la reputación de padre.
Pero Lucrecia se negó a aceptar la excusa de Ariadne, tanto si se trataba del Cardenal como del Príncipe. El Cardenal seguía inspeccionando los libros de contabilidad de la casa después de enterarse de que Lucrecia había intentado enviar dinero a su familia.
Y ahora, por culpa de la arbitraria decisión de Ariadne de traer a un extraño a la casa, Lucrecia tendría que reportar gastos extra en el libro de cuentas y lidiar con la furia del Cardenal. Lucrecia estaba increíblemente molesta. Le dolía la cabeza sólo de pensarlo.
—¡No más excusas! No lo permitiré. ¡Largaos las dos! Volved al refugio. ¡¿Qué os hace pensar que podéis hacer lo que os plazca y saliros con la vuestra?!
Pero los deseos codiciosos de Isabella salvaron a Ariadne del furioso arrebato de Lucrecia.
—¿El príncipe Alfonso? ¿Cómo lo conociste?
Los ojos violetas de Isabella brillaron con avidez.
Ariadne eligió sus palabras con cuidado, no quería disgustar a Isabella.
—Creo que el Príncipe estaba de visita para inspeccionar las instalaciones, ya que el Refugio de Rambouillet está gobernado por la Reina. Lo vi en el puesto de distribución de alimentos.
Al oír esas palabras, Isabella se volvió hacia Lucrecia y empezó a exigirle.
—¡Madre! Quiero ir al refugio la semana que viene!
—¡Isabella! Ese no es lugar para una jovencita! —Lucrecia dio una palmada en el hombro de Isabella—, ¡Puedes ver al Príncipe en la ceremonia de adoración o en la fiesta del té! Pero no puedes ir al refugio!
Isabella parecía ligeramente frustrada, pero suspiró y recuperó rápidamente la compostura.
Sonrió dulcemente a Lucrecia.
—De acuerdo, mamá. No iré al refugio. Pero a cambio, por favor, deja que la mendiga se quede.
—¡Tú tampoco, Isabella! No pongas a prueba mi paciencia!
—¡Madre, necesito algo de lo que pueda hablar cuando me encuentre con el Príncipe en la fiesta del té! —en lugar de disculparse, Isabella reprochó a sus padres con rabia—: ¡Deberías estar ayudándome madre, no entrometiéndote en mi camino! Si papá me emparejara con el Príncipe, ¡no tendría que esforzarme tanto!
Lucrecia se sintió desconcertada por la rabieta de Isabella.
Sin hacer caso a su desconcertada madre, Isabella caminó hacia Ariadne y tiró del pañuelo que ésta tenía en las manos.
—Me quedo con esto.
Ariadne se sintió ligeramente molesta y apretó con más fuerza el pañuelo. Pero no se le ocurrió una buena excusa para negarse. Tras un breve tira y afloja, Ariadne cedió y entregó el pañuelo a Isabella.
Con el pañuelo del Príncipe en sus manos, Isabella sonrió a Ariadne. El cabello dorado de Isabella ondulaba en el aire y su rostro delicado resplandecía deliciosamente.
—Lo has hecho bien. —Isabella se dirigió a Ariadne como lo haría con una criada.
Ariadne apretó los dientes e intentó parecer indiferente. Incluso en esta vida, seguía siendo tratada como una sirvienta.
—No hay problema.
Lucrecia ordenó que acompañaran a Ariadne a los establos, antes de entrar con Isabella y los demás. Maletta y Sancha las siguieron por detrás.
Cuando Lucrecia y las demás se marcharon, Sancha se escabulló entre la multitud para hablar brevemente con Ariadne. La pequeña escuálida le susurró con devoción—: Gracias por salvarme la vida, mi señora. Algún día os devolveré vuestra bondad.
* * *
El tiempo era claro y soleado. El verano se acercaba. Pero Ariadne estaba atrapada en un establo con paredes de madera hechas jirones, obligada a usar un montón de heno como cama.
Ariadne se estaba adaptando a su vida en el establo, cuando escuchó una noticia inesperada.
—Lady Ariadne, Madame Lucrecia quiere que salga y se lave.
Maletta trajo a Sancha, que aún era aprendiz, y notificó el fin del encierro de Ariadne. Era el décimo día de Ariadne confinada en el establo.
—Esperaba estar encerrada al menos un mes. ¿Qué ha pasado?
Antes de que Maletta pudiera responder, Sancha replicó con astucia—: ¡Ha llegado un carruaje del palacio real, milady! Quieren escoltarla hasta el palacio.
Ariadne sonrió satisfecha. Era la ocasión perfecta para pagar a Lucrecia por haberla encerrado en el establo.
Ariadne siguió a las criadas hasta su habitación en el tercer piso. En el pequeño desván le habían preparado ropa nueva. Había un sencillo vestido de seda color marfil y una chemise blanca pura para llevar debajo. No eran prendas caras, pero eran las mejores que le habían dado desde que regresó al pasado.
Pero en lugar de lucir su nuevo vestido, Ariadne se dio la vuelta y sonrió a Sancha.
—Sancha, vamos a jugar a disfrazarnos.
—¿Perdón?
—Tú te pones esta chemise y yo me pongo lo que llevas puesto ahora.
Las criadas se quedaron boquiabiertas. Maletta estaba deprimida por el hecho de que Ariadne eligiera a Sancha en lugar de a ella. Desconcertada, Sancha hizo lo que le decían y se quitó la ropa antes de entregársela a Ariadne.
Ariadne le dio su camisa a Sancha. En su lugar, se puso la ropa interior de Sancha antes de ponerse su nuevo vestido. Algunas partes del vestido estaban diseñadas para mostrar los encajes blancos de la chemise. Pero ahora, lo único que Ariadne podía ver era el algodón amarillento de debajo.
Ariadne se limitó a hacer lo mínimo para estar presentable. Una vez vestida, Ariadne se peinó cuidadosamente antes de bajar las escaleras.
* * *
—¡Madre, madre! ¿Por qué crees que la Reina nos ha invitado de repente a la misa?
—Probablemente ha oído rumores de tu belleza, mi querida Isabella, y tiene curiosidad por ver tu rostro.
En el interior del carruaje, Lucrecia e Isabella continuaron su delirante conversación.
—¿Crees que el Príncipe estará allí? He traído el pañuelo por si acaso.
Isabella agitó el pañuelo, que tenía bordadas las iniciales del Príncipe. Lo había guardado con mucho cariño para ese día. Incluso lo había lavado y rociado con su perfume.
Isabella parecía hoy una muñeca de porcelana. Los bonitos colores de sus mejillas se acentuaban con colorete. Sus largas pestañas se habían oscurecido y espesado con una mezcla de polvo de carbón y aceite. La mitad de su cabello lino estaba recogido en un moño y el resto suelto en rizos ondulados: era el peinado de moda en la República de Oporto esta temporada. Ni que decir tiene que el material y el diseño de su vestido marfil eran mucho más lujosos que los de Ariadne.
Isabella era hermosa tal cual. Pero arreglada, era una belleza sin igual.
Según las costumbres etruscas, una dama que no hubiera debutado tenía prohibido llevar maquillaje de color. Con el rostro desnudo, Ariadne se sentó tranquilamente en el rincón más alejado de Isabella y soportó el sofocante trayecto hasta el palacio.
Hiiiii-
Los caballos relincharon cuando el carruaje llegó al Palacio Carlo, situado en el centro de la capital. El carruaje traspasó las puertas del palacio y se detuvo en la entrada principal. Una vez que Lucrecia e Isabella bajaron del carruaje, Ariadne las siguió.
El funcionario de palacio las saludó—: Damos la bienvenida a la casa del cardenal de Mare. Evitó sensatamente utilizar las palabras "esposa" y "familia" para dirigirse a los familia del clérigo.
A continuación, el oficial de la corte les acompañó a un salón exterior, que se utilizaba para las misas privadas de la reina Margarita. La capilla era sencilla y pequeña. Pero era elegante.
Un sacerdote vestido con una túnica blanca estaba de pie en el altar de la pequeña capilla, a punto de comenzar el sermón. En primera fila, una elegante mujer de unos cuarenta años, con mantilla, inclinaba la cabeza con reverencia. Detrás de ella esperaban dos mujeres que estaban a punto de comenzar sus oraciones.
Es la reina Margarita.
En la vida pasada, Ariadne nunca había visto a la Reina en persona. Pero Ariadne era capaz de reconocerla por los retratos. Aunque Ariadne no hubiera visto los retratos, habría notado a la Reina de un vistazo: el aire y la apariencia de la Reina dejaban entrever que era de la realeza.
—¿Qué hacemos? —nerviosa, Lucrecia susurró al oído de Isabella. Nunca antes había estado en presencia de la realeza.
Cuando se tiene una audiencia con la Reina, uno debe presentarse ante ella con saludos apropiados. Pero interrumpir a la Reina durante su oración se consideraba muy irrespetuoso. Como era de esperar, Isabella tampoco sabía qué hacer. Ariadne miró brevemente la expresión de confusión en sus rostros. Luego se dirigió con calma al asiento situado unas cuatro filas detrás de la Reina y comenzó a rezar.
—¡Madre!
Isabella fue rápida de reflejos. Pinchó la cintura de Lucrecia e hizo un gesto hacia Ariadne.
Isabella se sentó rápidamente junto a Ariadne y empezaron a rezar juntas. Puso los ojos en blanco, molesta por el hecho de que Ariadne actuara primero y consiguiera el mejor asiento. Pero por ahora, era lo mejor que podía hacer. Cuando Isabella se acomodó en su asiento, Lucrecia se sentó vacilante a su lado y comenzó a rezar también.
—Y por lo tanto, el Gon de Jesarche se sacrificó y salvó a los pecadores, porque son imperfectos pero aún así son sus hijos.
La oración del sacerdote se acercaba al final. Hablaba en Gallica, ya que la Reina Margaret era del Reino Gallico.
—Sólo podemos ponderar lo que pasó por su mente, cuando el Gon de Jesarche se sacrificó por los egoístas, inmorales y tontos bajo sus alas. Los nobles y ricos deben poner a los demás antes que a sí mismos para seguir la forma de vida de Jesarche. Amén.
—Amén. —Las mujeres de la capilla dijeron al unísono y sus voces resonaron en la sala de la capilla.
La voz de Isabella era notablemente aguda y plateada, ya que estaba desesperada por ser notada por la Reina.
'¿Acaso Isabella entendía una sola palabra de la misa?' Ariadne frunció el ceño. Pero al darse cuenta de que estaba agitada, Ariadne enderezó el rostro para parecer indiferente.
Lo más probable era que los obstinados esfuerzos de Isabella por hacerse notar ante la Reina se volvieran en su contra. Si Isabella tuviera sólo diez años más, no se habría comportado de forma tan odiosa.
En el pasado, Isabella acosó con tacto a Ariadne durante toda su vida, antes de encerrarla en la torre del oeste. Pero ahora, aquella malvada y cruel enemiga no era más que una joven adolescente.
La noble mujer del velo de mantilla se giró al oír el agudo “amén”. Su cabello era de un hermoso color dorado, igual que el de su hijo. La luz del sol se filtraba por la vidriera y acariciaba suavemente su rostro. La expresión de la Reina era benévola, pero sus ojos azules y grises eran fríos.
Los ojos de la Reina se detuvieron en Isabella. Ariadne, sentada junto a Isabella, se percató de la mirada de la Reina e inclinó cortésmente la cabeza.
En cuanto Isabella se dio cuenta de que la Reina la miraba, codició más atención y abrió la boca para hablar: —¡Oh, Dios mío!
Las miradas de todos se volvieron hacia Isabella.
cielos que veguenza, ya me imagino a la reina pensando "y estas pordioceras" ay me da pena ajena -///-
ResponderBorrarEfectivamente gente, esto va a valer verdura xd
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