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MFM – Capítulo 3 Volumen 1

 Mi feliz matrimonio

Capítulo 3: Un regalo para mi prometido


Tras despedir a Kiyoka como de costumbre aquella mañana, Miyo interceptó a Yurie, que se disponía a lavar la ropa en el jardín.


—¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

—Esperaba que me aconsejaras sobre algo.

—¿Oh? —Yurie le sonrió amistosamente—. Será un placer.

Parecía muy contenta. Miyo no dijo nada más hasta que volvieron a la casa y se sentaron frente a frente en el salón.


—Verá, me gustaría hacerle un regalo al Sr. Kudou.

—¡Vaya!


Miyo llevaba pensando en eso desde el día en que Kiyoka le regaló aquel peine tan caro. Y sus regalos no se habían quedado ahí; también le había regalado una botella de aceite de camelia para el cabello. Sentía que también estaba en deuda con él por tenerla en su casa. Aunque se lo había agradecido de todo corazón, las palabras no habían sido suficientes para expresar toda su gratitud. Quería corresponderle con un regalo, pero no sabía qué podía regalarle. Un regalo que no fuera caro ni valioso sólo le habría disgustado. Por mucho que se devanaba los sesos en busca de una idea, no se le ocurría nada, así que decidió pedir consejo a Yurie.


—Me pregunto qué le haría feliz... —dijo Miyo.


De hecho, tenía un poco de dinero que su padre le había dado cuando la envió lejos, pero lo estaba guardando para un día lluvioso. Reprimiendo un suspiro, miró a Yurie suplicante.


—No tengo mucho dinero, me temo. No lo suficiente para comprarle algo decente.


—Hmm, ya veo. En ese caso, creo que algo que pudiera usar todos los días estaría bien.


—Bien.


—Hecho a mano, tal vez.


—Tal vez…

También había considerado esa opción. Si no podía permitirse comprar un regalo adecuado, era lógico que tuviera que hacer uno, pero un hombre refinado como Kiyoka, que había crecido en una familia adinerada, podría pensar que un regalo hecho a mano era demasiado vulgar. Por supuesto, nunca se podía estar seguro de que al destinatario le gustara el regalo, pero ella deseaba desesperadamente devolverle aunque sólo fuera una pizca de la felicidad que él le había dado desde que se había mudado a su casa. Cuando se lo explicó a Yurie, la sonrisa de la anciana se ensanchó.

—Tienes muy buen corazón. No te preocupes, el joven amo no despreciará un regalo hecho a mano. De hecho, estoy segura de que le gustará cualquier cosa que le hagas.

—Oh, no estoy tan segura…

—Confía en mí.

La confianza de Yurie tranquilizó a Miyo. Como prácticamente lo había criado, la anciana conocía a Kiyoka de cabo a rabo.

—¿Pero qué podría hacer para él?

—Bueno, si estás buscando inspiración, ¡puede que tenga justo lo que necesitas!

Yurie salió corriendo de la habitación y volvió con un libro.

—Puede que encuentres algo aquí.

Se trataba de un libro de manualidades para colegialas con instrucciones para elaborar diversos objetos de uso cotidiano.

'Sí, quizá pueda hacer algo así', pensó hojeando el libro. Los proyectos utilizaban retales de tela de kimono y no parecían llevar demasiado tiempo. Pensaba contarle pronto a Kiyoka toda la verdad sobre sí misma, pero no sin antes hacerle un regalo. Eso significaba que no podía permitirse retrasar su confesión enfrascándose en la elaboración de algo elaborado que tuviera posibilidades de fracasar.

—Avísame si decides hacer algo a partir de este libro. Estaré encantada de ayudarte.

—Gracias.


Miyo guardó el libro y pasó la mañana haciendo tareas domésticas con Yurie. Cuando terminaron, volvió a su habitación para examinar los proyectos con más detalle.


—Todos son muy bonitos.


El libro contenía hermosas ilustraciones dibujadas a mano y explicaciones fáciles de seguir sobre cómo construir cada uno de los magníficos accesorios. La emoción se agitaba en su pecho con solo hojear las páginas.


—La bolsita con cordón es muy fácil de hacer, pero un pañuelo también podría servir.


Había muchas ideas para regalar. Incapaz de decidirse por algo, siguió pasando las páginas hasta que algo llamó su atención.


—Me gusta esto…


El proyecto que estaba mirando era un kumihimo, un cordón trenzado compuesto de hilos de colores. Mientras Miyo contemplaba las ilustraciones con admiración, cayó en la cuenta de que cualquiera de los ejemplos de cordones del libro le quedaría bien a Kiyoka. No sólo podía permitirse este proyecto, sino que sin duda sería un regalo práctico.


N/T kumihino: (組み紐 "hilos unidos") Es una forma de trenza japonesa. Mediante esta técnica se fabrican cuerdas y cintas entrelazando hilos.


'Decidido.'


Aunque no confiaba en su capacidad para trenzar un cordón con tanta elegancia como en las fotos, no había nada en el libro que le llamara tanto la atención como esto. Buscó a Yurie y le mostró el proyecto; la anciana elogió su elección. Miyo tendría que ir a la ciudad a comprar los materiales necesarios, así que le pidió permiso a Kiyoka esa misma tarde.


—Sr. Kudou, ¿le importaría si salgo un rato pronto?


—… ¿Por qué? ¿Necesitas algo?


Por su tono llano, no supo si estaba desinteresado o preocupado por que saliera sola cuando estaba tan poco acostumbrada a la ciudad.


—Sí, necesito comprar algo en persona. ¿Sería… demasiada molestia?


—No, claro que no. ¿Quieres ir sola?


—Estaba pensando en acompañar a Yurie por la tarde.

Un viaje de compras en solitario era una perspectiva desalentadora para Miyo, así que le había preguntado a Yurie si podía acompañarla, a lo que la anciana había accedido alegremente.


—¿No es demasiado peligroso?


—Creo que estaré bien… No tienes que preocuparte.


Asintió con la cabeza, tratando de parecer segura.


—… ¿Podría unirme a ustedes? —preguntó Kiyoka.


Arrugó la frente. Aunque era muy amable por su parte preocuparse tanto por ella, no quería que supiera lo que estaba comprando. Tampoco sería apropiado que ella le molestara con su recado personal cuando él estaba tan ocupado.


—Um… No esta vez, no. Estaré bien, lo prometo.


—Como desees.


Él suspiró y, por un momento, ella se preguntó si había percibido un atisbo de decepción en sus ojos. Estaba claro que se había equivocado.


—Ten cuidado en la ciudad. No hables con extraños.


—… Incluso yo sé cómo mantenerme a salvo, Sr. Kudou.


Pensó que estaba siendo sobreprotector, como si fuera una niña. Sería un viaje de compras muy corto, ya que sólo necesitaba algunos hilos de algodón baratos. Además, Yurie estaría con ella, así que Miyo no veía ningún peligro en aventurarse un rato por la ciudad. De hecho, le entusiasmaba la idea y estaba deseando seleccionar los hilos "algo que nunca había hecho antes" y trenzarlos para formar una bonita cuerda. El proyecto que había elegido podría servir de lazo para el cabello, el regalo perfecto para un hombre con el cabello largo.


La mañana del día en que planeaba ir de compras, Kiyoka le entregó con seriedad una pequeña bolsa del tamaño de la palma de la mano.


—¿Qué es esto…?


—Un amuleto para mantenerte a salvo. Llévalo contigo hoy.


—Oh, gracias.


Era un amuleto que se podía comprar en cualquier santuario. Miyo se lo guardó detrás del fajín, pensando que simplemente estaba exagerando. Sólo estaría fuera un par de horas.


—No olvides llevarlo contigo. Asegúrate de llevarlo encima hasta que vuelvas.

—Lo haré.

—¿Lo prometes?

—S-Sí.


Su preocupación era tan desarmante que ella no pudo evitar sonreír un poco. Nerviosa, se tapó rápidamente la boca. Kiyoka frunció el ceño y resopló con resignación antes de arrebatarle la maleta y marcharse sin decir nada más.


Últimamente el ambiente en la mansión era particularmente desagradable. De hecho, Kouji Tatsuishi nunca se había sentido tan miserable. Esto se debía en parte al padre de Kouji, el jefe de la mansión, que estaba constantemente de mal humor. Kouji oía gritos o que algo se golpeaba o rompía con rabia casi cada vez que pasaba por delante del estudio de su padre. Aunque su padre estaba indignado porque las cosas no habían salido como él quería, la verdad es que Kouji era la verdadera víctima.


Su hermano mayor, que se negaba a mostrar compasión por su padre porque pensaba que no era asunto suyo, se había dedicado a comentar sarcásticamente que su viejo había perdido la cabeza. La madre de Kouji, por su parte, se había encerrado en su habitación y se negaba a hablar con nadie. Mientras tanto, los criados andaban con pies de plomo por miedo a provocar la ira de su amo, lo que no hacía sino añadir tensión al ambiente. Kouji estaba en vilo todo el tiempo.


La gente solía decirle que era un joven tranquilo y sereno, y aunque era cierto que evitaba los conflictos y rara vez perdía los nervios, eso no significaba que nunca se enfadara.


—Kouji, ¿me prestas un momento? Tengo que hacer unas compras.


Otra vez esto no. Los lloriqueos de su prometida le ponían de los nervios. Aunque estaba enfadado con su padre, la mera idea de tener que convivir con esa mujer durante décadas le ponía físicamente enfermo.


Desde que era pequeño, Kouji había estado enamorado de alguien: Miyo. Ella era amable y tranquila, pero también resistente, y había soportado todos los abusos a los que la sometía su familia. Había una luz en su interior que le atraía. En ocasiones, cuando la encontraba vulnerable y al borde de las lágrimas, sentía el impulso de protegerla en cada fibra de su ser.


Miyo era la hija mayor de la familia Saimori, mientras que Kouji era el segundo hijo de los Tatsuishi. Sus familias mantenían buenas relaciones, por lo que parecía posible que algún día se casara con ella. Pero todo había salido mal.


La novia que le habían legado los Saimori no había sido Miyo, sino su cruel hermanastra. Para colmo, Miyo había sido enviada muy lejos, y él ni siquiera podría verla.


Por si eso no fuera lo bastante desgarrador, Kouji se enteró más tarde de que, aunque su padre había pedido a los Saimori que ofrecieran a Miyo en lugar de a Kaya, había querido que ella se casara con su primogénito en lugar de con Kouji. El modo en que la trataban como a una mercancía en lugar de como a una persona le repugnaba. En su opinión, su familia era tan despreciable como los sádicos Saimori.


—¿Quieres ir de compras? Bien, iré contigo.


A pesar de todo, Kouji sonrió a su prometida. Se negaba a permitir que su profunda repugnancia aflorara a la superficie, actuando en su lugar como el agradable joven por el que todos le tomaban. La razón por la que se ocultaba tras esa máscara era sencilla. Si despreciaba a su orgullosa prometida, Kaya y su madre, Kanoko, convertirían a Miyo en el blanco de su venganza, y él no podía soportar la idea de que le ocurriera nada malo.

En lugar de eso, vigiló de cerca la casa de los Saimori por si había algún indicio de que la única persona que le importaba hubiera sufrido algún daño.

'Sólo yo puedo proteger a Miyo.'


Reprimiendo su aversión, fortaleció su determinación y se acercó a Kaya.


Las calles, más bien estrechas, estaban abarrotadas, así que Miyo tuvo cuidado de no separarse de Yurie. Tal y como habían planeado, se habían adentrado juntas en la ciudad. En ese momento, estaban a unas manzanas de la elegante calle principal y sus modernos edificios. Esta zona era un conjunto de tiendas anticuadas.


Estaba a treinta minutos a pie de la casa, así que no habían tenido problemas para llegar sin vehículo. Sin embargo, para ser precisos, habían tardado cuarenta minutos, ya que Miyo había dejado que Yurie marcara un ritmo que le resultara cómodo. La anciana las había guiado hasta una tienda de artículos de artesanía.


Aunque Miyo había cosido con regularidad desde que la rebajaron a la categoría de sirvienta doméstica, sólo había podido utilizar hilos sobrantes y retazos de tela. Ésta era su primera vez en una tienda de telas.


—¡Oh, Dios mío!


Ante ellas se extendían filas y filas de hilos y telas de diferentes colores y diseños, agujas, tijeras y todo tipo de herramientas y materiales para manualidades. La tienda era tranquila y apacible, pero rebosante de color. El corazón de Miyo saltó de alegría. Como en cualquier tienda, la clientela iba desde mujeres mayores hasta alegres colegialas que ojeaban los productos con interés.


—Ahora, ¿echamos un vistazo a los hilos?

—Sí, hagámoslo.


¿Qué colores le gustaban a Kiyoka? O mejor dicho, ¿qué colores le quedarían bien?

'No creo que quisiera nada chillón.'


Un cordón de un color más vivo y brillante resaltaría más sobre su cabello rubio, pero era mejor evitar cualquier cosa demasiado llamativa, como amarillos o rojos fuertes. Por el contrario, el azul añil casi haría demasiado juego con él y dejaría una impresión sosa y decepcionante. Además, era demasiado parecido al cordón negro que usaba normalmente para el cabello.


—No sé qué elegir…


Mientras Miyo reflexionaba sobre sus opciones, Yurie la observaba con una sonrisa. Había una alegría especial en tomarse el tiempo necesario para pensar cuidadosamente qué comprar. Esto era especialmente cierto para Miyo, que nunca había pensado que estaría en posición de hacer un regalo para alguien. Su vida anterior había consistido únicamente en obedecer órdenes y soportar abusos. Le sorprendió lo feliz que se sentía ante la perspectiva de hacer sonreír a otra persona. Aunque esta nueva vida sólo fuera breve, estaba inmensamente agradecida de que Kiyoka le hubiera ofrecido una oportunidad de ser feliz. Una sonrisa asomó a sus labios mientras inspeccionaba los distintos hilos que le ofrecían.


Cuando eligió los hilos, eran casi las once y media. No llegarían a casa antes del mediodía. Miyo pagó los hilos, aliviada de que estuvieran dentro de su modesto presupuesto, y salió de la tienda con Yurie.


—Me alegro de que encontraras lo que necesitabas.


—Yo también. Estoy deseando ponerme a trabajar en el cordón.


Los colores que había elegido le parecían perfectos, y estaba ansiosa por unir los hilos y darle su regalo a Kiyoka. Pero tal vez su regalo no sería bien recibido, teniendo en cuenta que era una aficionada y que lo construiría con hilos baratos. ¿Qué diría Kiyoka cuando le diera la cuerda hecha a mano? A Miyo se le aceleró el pulso al tratar de imaginar su reacción. Una sensación suave y cálida le llenó el pecho, y se sintió como si caminara sobre las nubes.


—¡Oh, casi lo olvido!


—¿Qué pasa, Yurie?


La mujer mayor se detuvo de repente.


—Necesito comprar sal. Señorita, ¿podría esperarme aquí un momento?


—¿Comprar sal?


Entonces Miyo recordó que, efectivamente, se estaban quedando sin sal. El pedido que habían hecho al comerciante a domicilio se había retrasado, así que llevaban un tiempo casi sin sal. Afortunadamente, Yurie se había dado cuenta justo a tiempo de que había una tienda de comestibles cerca.


—No tardaré.


—¿Quizás debería ir contigo?


—No, no, por favor espere aquí.


La anciana bromeó diciendo que no podía permitir que Miyo le robara más trabajo comprando víveres, y luego se marchó. Miyo dudó si seguirla o no, pero cuando se decidió a hacerlo, ya no pudo distinguir a Yurie entre la multitud. Se colocó bajo una farola para no estorbar a nadie. Innumerables personas pasaron a su lado. Ahora que estaba sola, su entusiasmo anterior disminuyó rápidamente. '¿Por qué me siento tan impotente?'

Mientras todos los demás caminaban hacia algún lugar con un propósito, sólo ella permanecía de pie y sola. Eso la ponía ansiosa. ¿Habría vuelto ya Yurie? Miyo miró hacia la tienda en la que creía que había entrado la sirvienta, pero estaba demasiado lejos para ver nada, así que se dio por vencida y siguió esperando con la mirada fija en el suelo. Entonces oyó una voz.


—¡Vaya, si es Miyo!

—¡...!


Un escalofrío le recorrió la espalda. 'No puede ser ella…' Pero no había forma de confundir aquella voz de dulzura enfermiza que la hacía tensarse cada vez que la oía. ¿Por qué no se le había ocurrido que podría encontrársela aquí? El bullicio de la calle fue cediendo a medida que el sonido de la sangre palpitando en sus oídos se hacía cada vez más fuerte.


—K-Kaya…


Miyo se giró y vio a Kouji y a Kaya, con su brillante sonrisa, justo detrás de ella. La belleza de Kaya se había hecho más llamativa en el tiempo transcurrido desde que Miyo la había visto. Se había puesto un atuendo vivo y llamativo como de costumbre, un kimono sin forro de color melocotón adornado con un estampado de lirios que era perfecto para principios de verano. Sus gestos elegantes y refinados la identificaron de inmediato como hija de la nobleza, llamando la atención de los transeúntes. Su sonrisa era tan pura que todos los hombres que la miraban quedaban encantados al instante. Pero Miyo sabía mejor que nadie que aquella chica exteriormente inmaculada era en realidad una víbora.


—Tee-jee, ¡qué sorpresa! No pensé ni por un momento que te encontraría en la ciudad. ¡Quién hubiera imaginado que seguías viva!


En otras palabras, esperaba que Miyo ya hubiera muerto en alguna cuneta. A pesar de la amable sonrisa de Kaya, sus ojos no contenían más que desprecio. Sin embargo, cualquiera que los hubiera observado de reojo lo habría confundido con la conmovedora escena de una dama rica que conversa generosamente con una plebeya empobrecida. Con su belleza, su imagen de clase alta y su voz angelical, engañaba a la gente con facilidad.


—A juzgar por tu lamentable aspecto, ¿el Sr. Kudou te ha abandonado y ahora vagas por las calles? Mi pobre hermana, qué bajo has caído.


—N-No… Eso no es…


Miyo apenas podía hablar, con la mente en blanco y la boca seca.


—Kaya, déjala…


Kouji parecía a punto de interponerse entre ellos.


—No te metas en esto, Kouji.


Kaya le cortó bruscamente sin ni siquiera volverse hacia él, con aquella dulce sonrisa todavía dibujada en su rostro. No iba a dejar que le estropeara la diversión de atormentar a Miyo. Estaban en público, así que Miyo no creía que Kaya fuera a llegar a agredirla físicamente, no obstante, el miedo arraigado en ella tras años de abusos la hizo retroceder. Su única forma de enfrentarse al acoso era hacerse la pequeña y aguantarlo hasta que se acabara.


—No podría haber sido de otra manera, ¿verdad? El Sr. Kudou nunca se casaría con una don nadie como tú. Es obvio que no te habría mantenido. Pero míralo por el lado bueno, ¡aún estás viva!


—...


—¿O quizás desearías estar muerta después de lo que te han hecho? No puedo ni imaginar por lo que has pasado.

Kaya soltó una carcajada. Volver a burlarse de Miyo después de tanto tiempo de sequía la ponía de un humor excelente. Aferrada a Kouji, se rio a carcajadas de Miyo, que temblaba y miraba al suelo.


—Kaya, es suficiente. Vámonos.


—¿No te dije que te callaras, Kouji? Miyo, si estás en apuros, podría considerar darte unas monedas si te arrastras por el suelo y me lo suplicas.


—Yo… Yo…


Quería replicar. Cuando vivía en casa de los Saimori, no había podido defenderse. Ahora, sin embargo, ya no estaba sujeta a sus reglas. Pasara lo que pasara, nunca volvería allí. Ahora lo único que quería era expresar las quejas que había acumulado en su corazón durante años de maltrato, devolvérselas a Kaya. Pero a Miyo le resultaba imposible oponerse.


—¿Te comió la lengua el gato? Veo que sigues tan inarticulada como siempre.


—Lo… lo siento…


Miyo estaba amargamente decepcionada consigo misma. Pensaba que había empezado a cambiar después de que Kiyoka no dejara de decirle que dejara de disculparse, pero ver a su hermanastra era suficiente para hacerla temblar de miedo y agachar la cabeza. Aquel terror la controlaba, y se sentía impotente ante él. Apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos y la vista se le nubló. Los muros que había construido alrededor de su corazón se habían vuelto frágiles por la exposición a la bondad de Kiyoka y Yurie, y ahora por fin cedían.


Se le llenaron los ojos de lágrimas. 'No debía llorar…' No podía dejar que Kaya viera lo profundo que habían calado sus palabras. No podía darle esa satisfacción.


—Srta. Miyo.


Miyo se volvió sorprendida y se encontró con Yurie, que volvía de hacer la compra.


—Siento haberte hecho esperar tanto. Veo que tienes compañía.


—Um… Son…


—Buenas tardes. ¿Eres la compañera de Miyo? Soy Kaya Saimori. Me alegra ver que mi hermana tiene una amiga.


Kaya dedicó una cálida sonrisa a Yurie, que la miraba dudosa. Nadie sospecharía que Kaya no era una chica educada si la veían así. Iba a ganarse a Yurie y ponerla en contra de Miyo. Quizá también lo hiciera con Kiyoka. 'No… cualquier cosa menos eso…' ¿Pero cómo podría detenerla Miyo? Intentó desesperadamente encontrar una solución, pero no se le ocurrió nada. Kaya era tan superior en todos los aspectos que Miyo siempre perdería contra ella. Sentía como si un oscuro abismo se la tragara sin piedad… Pero se equivocaba. Yurie puso suavemente la mano sobre la espalda encorvada de Miyo.


—Me llamo Yurie. ¿La compañera de la Srta. Miyo Saimori? No soy nada de eso. Está prometida a mi señor.

El calor que irradiaba la mano de la anciana hizo que Miyo respirara un poco más tranquila.


—¿Va a casarse con tu amo?


Kaya abrió mucho los ojos, asombrada.


—Así es. Se va a casar con el Sr. Kiyoka Kudou.


—¡¿Qué?!


Yurie lo anunció con dignidad, con voz fuerte y orgullosa. Kaya se quedó boquiabierta.


—¿Ah, sí? No pensé que el Sr. Kudou se conformaría con mi hermana. Vaya, qué hombre tan caritativo. ¿O tal vez sólo le ha picado la curiosidad? No puedes fiarte de todos los rumores que oyes sobre la gente de la ciudad, ¿verdad?


Kaya ocultó su expresión tras la larga manga de su kimono mientras recuperaba la compostura. No dejaría caer su máscara de perfección. Al menos no era tan atrevida como para seguir acosando abiertamente a su hermanastra delante de Yurie.


—Querida hermana, ha sido un placer verte. Me temo que debemos seguir nuestro camino —Sonrió agradablemente mientras sus ojos permanecían fríos, entrelazó su brazo con el de Kouji y se alejó con él. Miyo finalmente dejó escapar el aliento que había estado conteniendo. La tensión de su cuerpo empezó a disminuir—. ¿Volvemos, señorita?


—Sí, volvamos…


Miyo no podía soportar enfrentarse a Yurie, que tan amablemente había hablado de ella. La anciana debió presenciar al menos parte del intercambio, ver a Miyo aguantando patéticamente el abuso sin defenderse. Y eso debió hacerle dudar de si Miyo era realmente adecuada para Kiyoka. Todas las cosas duras que Kaya le había espetado eran cosas que Miyo ya sabía. Lamentaba no haber sido capaz de defenderse, pero Kaya no le había dejado ninguna herida nueva que no estuviera ya ahí. Excepto que ahora había desarrollado un nuevo miedo: el miedo a convertirse en una decepción para Yurie. A pesar de que Miyo había estado convencida desde el principio de que la oferta de matrimonio se habría quedado en nada, la mera idea de oír a Yurie o a Kiyoka llamarla incapaz era insoportable.

La emoción y la felicidad que había sentido antes, cuando estaba comprando los hilos para el regalo de Kiyoka, se habían hundido en el mar de tristeza de su corazón. 'Me odio a mí misma. Me desprecio por ser así.'

No dijo ni una palabra en el camino de vuelta a casa. Al intuir que Miyo no quería hablar, Yurie no intentó entablar conversación. Con los ojos clavados en sus pies, Miyo siguió caminando, ajena al bullicio de la concurrida calle principal, de los callejones de la ciudad y del tranquilo sendero del campo. En agudo contraste con sus oscuros y pesados sentimientos, los alrededores estaban bañados por el sol, y las tierras de labranza y los campos parecían acogedoramente tranquilos.

Yurie habló por fin con Miyo cuando llegaron a casa.


—Señorita, ¿por qué no almorzamos ahora?


—… Gracias, pero no tengo hambre.


—Pero, señorita…


—Muchas gracias por acompañarme. Por favor, no se preocupe por mí y vaya a descansar.

Evitó mirar a la anciana a los ojos, temerosa de lo que pudiera ver en ellos. Dejando a Yurie en el pasillo, Miyo se retiró a su habitación. En cuanto cerró la puerta, se desplomó en el suelo y se quedó un rato sentada, mirando distraídamente el tatami.

'Soy tan inútil'. ¿Por qué era así? ¿Por qué no servía para nada? Otras personas tenían muchas cualidades maravillosas, su hermana en particular, pero ella, ella no tenía nada. Totalmente convencida de su propia impotencia, no tenía ni idea de cómo seguir adelante.


Más o menos cuando Miyo y Yurie volvieron a casa de Kiyoka, éste fue a hacer una visita a los Saimori. Aún le preocupaba que Miyo fuera a la ciudad sin él, pero tendría a Yurie con ella. En cualquier caso, necesitaba hablar con Shinichi.


Muchas familias adineradas tenían sus fincas en la parte de la ciudad donde vivían los Saimori, pero su gran mansión destacaba entre todas las demás. A diferencia de la casa familiar que había construido el padre de Kiyoka "una mansión de estilo occidental", ésta era una residencia tradicional japonesa. Antigua pero opulenta. Supuso que databa de la época anterior a que esta ciudad se convirtiera en capital. Sin embargo, sabía que tras ese elegante exterior se escondía gente podrida hasta la médula.


Un criado que le esperaba junto a la puerta le condujo a la casa principal. Kiyoka notó su excesiva cortesía.


—Le estaba esperando, Sr. Kudou.

Shinichi Saimori salió a saludarle, con modales reservados pero hospitalarios.

'Tremenda bienvenida me está dando.'


¿Acaso este hombre no comprendía la situación? ¿De verdad creía que Kiyoka ignoraba cómo había tratado a su prometida dentro de estas paredes? Si este hombre esperaba seriamente entablar buenas relaciones con él después de lo que había hecho, su falta de carácter moral no ayudaba. Por otra parte, los Saimori no gozaban de buena reputación desde hacía mucho tiempo.

Quizá su percepción del mundo estaba tan sesgada que supusieron que todos tratarían a Miyo como a una moza despreciable, Kiyoka incluido. O bien pensaban que Kiyoka se había deshecho rápidamente de ella y ya había olvidado su existencia. Simplemente especular sobre cómo funcionaba la mente de esa gente le revolvía el estómago.


—Le agradezco que haya accedido a recibirme con tan poca antelación.


Necesitaba una gran fuerza de voluntad para reprimir su aversión por Shinichi y seguir siendo civilizado, pero por mucho que lo intentara, no conseguía hablar con él con cierto grado de amabilidad.


—Es un honor que se moleste en visitarnos. Por favor, entre.


Kiyoka siguió a Shinichi por el pasillo, mirando a su mujer, Kanoko, al pasar junto a ella. Permanecía modesta detrás de su marido, ilegible. Pero la imagen de esposa virtuosa que estaba mostrando le repugnaba a Kiyoka incluso más que la fealdad que sabía que se escondía bajo su máscara.


Le acompañaron a la sala de recepción. Kiyoka se sentó frente a Shinichi, ante la vista del cuidado patio interior y los frondosos y agradables pinos que contenía. Shinichi habló primero.


—Bien, Sr. Kudou. ¿Qué le trae por aquí en esta ocasión?


—Tu hija Miyo.


Mirando fijamente a Shinichi, Kiyoka describió lo que vino a hacer sin las cortesías habituales. El hombre mayor frunció el ceño y cuadró los hombros en respuesta.


—¿Qué ha hecho?


'¿Qué…?' ¿Qué le pasaba a este hombre? ¿Se había imaginado que Kiyoka había venido a quejarse de Miyo y no del horrible trato que le daba su padre?


—Deseo desposarla formalmente para que podamos casarnos en un futuro no muy lejano.


—¿Es así?


Shinichi respondió tras una pausa anormalmente larga antes de asentir, aparentemente imperturbable. A Kiyoka no se le escapó la reacción de su mujer, que estaba sentada en un rincón: oyó su respiración agitada y vio que abría mucho los ojos.


—También me gustaría aprovechar esta oportunidad para aclarar las cosas entre nuestras familias.


—Hmph. ¿Podría ser más concreto?


—Se espera que los hombres de mi estatus compensen a la familia de la novia por entregar a su hija. Sin embargo, en este caso soy muy reacio a honrar esta costumbre.


A pesar de su animadversión hacia los Saimori, Kiyoka explicó las cosas de forma indirecta para evitar insinuar groseramente que no merecían beneficiarse de Miyo de ninguna manera.


—¿Qué quieres decir?


—¿No lo adivinas?


Su mirada se endureció y Shinichi apartó brevemente la vista.


—¿Está diciendo que mi familia no recibirá ninguna compensación? Pero, Sr. Kudou…


Kiyoka levantó la mano para detener las protestas del hombre. Hubiera deseado poder cortar los lazos entre sus familias lo antes posible, sin que Miyo supiera que había ido a verlos. De hecho, podría haber hecho firmar a Shinichi una declaración oficial en la que afirmara que su familia jamás se pondría en contacto con Miyo ni con nadie de la casa Kudou. Y aunque eso habría garantizado la tranquilidad de Miyo a partir de entonces, también le habría negado el final. Los recuerdos de esta casa la perseguirían para siempre. Por eso tuvo que tomar medidas adicionales.


—Hay una condición.


—...


—Si ofreces tus sinceras disculpas a Miyo en persona, te pagaré una compensación muy generoso.


Aunque la expresión de Shinichi no había cambiado, tenía los puños apretados. Mientras tanto, Kanoko rechinaba los dientes indignada.


Kiyoka había investigado a fondo sus asuntos familiares, por lo que sabía que su estatus pendía de un hilo. Su querida hija Kaya había nacido con Visión Espiritual, pero sus habilidades sobrenaturales no eran dignas de mención. Quedaba la posibilidad de que sus propios hijos resultaran ser superdotados, pero si no lo eran, la familia Saimori ya no podría desempeñar su papel de criados del emperador. Despojados de sus privilegios y de su estipendio, tendrían que depender de la riqueza acumulada para salir adelante, pero sólo había una cantidad limitada. La familia Tatsuishi, con la que también habían tenido relaciones, se enfrentaba a una situación similar, así que tampoco serían de mucha ayuda. En vista de ello, Shinichi debería haberse abalanzado sobre cualquier limosna que pudiera conseguir.


—¿Quieres que… me disculpe?

—Depende de ti. Si no quieres hacerlo, acabaremos de una vez con las relaciones entre nuestras familias. Ten en cuenta que estoy al tanto de la verdad sobre cómo has criado a Miyo.

—Shinichi... —Kanoko se dirigió implorante a su marido.


'Recoges lo que siembras.' La falta de parentesco no te excusa de cuidar a tu hijastra. Independientemente de las quejas que Kanoko y Shinichi tuvieran contra la madre de Miyo, su hija era sólo una chica inocente que merecía una familia cariñosa que la educara. En lugar de eso, la habían tratado como una válvula de escape para sus frustraciones contenidas y le habían arrebatado la vida que debería haber llevado. No se trataba de una nimiedad: el daño que habían causado sería muy difícil de reparar.


Kiyoka esperó, observando cómo aparecían gotas de sudor en la frente de Shinichi. El anciano cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, habló con una voz que más parecía un gemido.


—Dame tiempo para pensarlo —respondió.


—Muy bien. Pero procura no tardar demasiado.


—No lo haré.


Sin ocultar ya su animadversión, Kiyoka se levantó para marcharse. Los hombros de Shinichi temblaban de rabia. No vio salir a su invitado.


Kaya había disfrutado yendo de compras por la ciudad, pero cuando volvió a casa, enseguida notó que las cosas estaban extrañamente tensas.


—¿Tenemos invitados?


No estaba de humor para ello. El viaje de compras la había dejado algo inquieta. Aunque no tenía ninguna aversión especial a Miyo, encontrarse con su hermanastra en la ciudad la había desconcertado. Aun así, nada levantaba más el ánimo de Kaya que ser desagradable con Miyo. Sin embargo, esta vez no había salido exactamente según lo planeado, y Kaya se encogía sólo de pensarlo. Que su prometido se pusiera de parte de Miyo había sido una cosa, pero descubrir que Kudou aún no había echado a Miyo la había puesto lívida. Encontró consuelo diciéndose a sí misma que Kudou había permitido que Miyo se quedara en su casa simplemente porque se había olvidado de ella. Si le importara, ella no andaría por la ciudad vestida como una indigente. Sin embargo, todavía la molestaba.


—Kaya, por favor, no hay necesidad de estar tan molesta.


—Eres un hablador, Kouji. ¿Tanto te gusta mi hermana? Ahórrate el esfuerzo de ofrecerme amabilidades.


Haciendo un mohín, se apartó de Kouji. Él bajó los hombros resignado, y continuaron en silencio.


'¡¿Por qué no dice nada?! ¡¿Por qué no niega que le gusta Miyo?!' Si le acariciara el cabello mientras le susurra cosas dulces, tal vez ella lo perdonaría. Qué hombre tan agravantemente denso. Quizá fuera mejor rechazar su mano. Kaya siguió vilipendiándolo en su cabeza hasta que él hizo un ruido de sorpresa.


—¿Qué pasa? Oh, ¿podría ser el visitante? —preguntó.


En cuanto entraron en la casa, vieron a un hombre alto que salía de la sala de recepción. Vestía uniforme militar. Joven pero con muchas insignias que indicaban un alto rango. Inclinaron ligeramente la cabeza a su paso para no ser descorteses, pero Kaya levantó la mirada justo a tiempo para captar la complexión del invitado.

'Es impresionante…'

La miró con tanta frialdad que ella se estremeció, pero su belleza seguía encantándola. A pesar de su delgadez y gracia, no daba la impresión de ser un hombre débil. No podía apartar los ojos de él mientras se alejaba, los movimientos de su cuerpo tan perfectos, su larga melena meciéndose a cada paso. Estaba hipnotizada.


Después de visitar a los Saimori, Kiyoka había pasado por su lugar de trabajo antes de volver a casa. Por alguna razón, Yurie seguía allí cuando regresó, aunque normalmente ya se habría ido. Tanto ella como Miyo salieron a saludarle, pero su prometida no parecía ella misma.


—Bienvenido, Sr. Kudou.


—Bienvenido a casa, joven amo.


Los pensamientos de Miyo parecían estar en otra parte. Yurie la miraba como si quisiera decir algo pero le hubieran dicho que no lo hiciera.


—Gracias. ¿Pasa algo? —respondió. 


—Bueno, verás…


—No —Miyo intervino rápidamente antes de que Yurie tuviera la oportunidad de decir algo más—. Siento haberte preocupado. Todo va bien.


—Señorita Miyo…


Protestó Yurie, preocupada. Kiyoka frunció el ceño. Miyo había mejorado a la hora de mirarlo a los ojos cuando hablaban, pero ahora se negaba a mirarlo directamente. Era como si de repente hubiera vuelto a ser la del primer día en su casa.


—¿Ha pasado algo? —le presionó Kiyoka.


—No, nada de nada. Ahora si me disculpan…


En lugar de cenar con él como de costumbre, volvió a su habitación sin levantar los ojos del suelo ni una sola vez.

'Eso definitivamente no es "nada…"', pensó Kiyoka.

Ahora que él y Yurie estaban solos, se volvió para preguntarle. La anciana agachó la cabeza con abatimiento.


—Lo siento mucho, Joven Amo. Me temo que fallé en proteger a la Srta. Miyo.


—¿Pasó algo mientras estabas en la ciudad?


—Sí…


Yurie le contó que Miyo había terminado sus compras sin ningún incidente, pero en el momento en que Yurie se había alejado brevemente de su lado, Miyo había sido abordada por su prepotente hermanastra. Consternado, Kiyoka casi chasqueó la lengua al escuchar la explicación. Pensar que esto habría ocurrido mientras él estaba en la residencia Saimori. Deseó haberle dicho algo a Kaya cuando se la encontró en el pasillo. Kiyoka había puesto la carreta delante de los bueyes al hablar primero con el padre de Miyo.


—Salvo ahora que salió a saludarte, lleva encerrada en su habitación desde entonces. He estado muy preocupada. Por eso no fui a casa.


Kiyoka aún no le había contado a Yurie lo de la familia maltratadora de Miyo. No pretendía ocultárselo; al contrario, esperaba que Yurie pudiera utilizar esa información para ayudar a Miyo a recuperarse de su trauma, ya que la anciana había pasado más tiempo con Miyo que él. Pero simplemente no había llegado a hacerlo, un grave error en retrospectiva. En ese momento, se sintió impotente. He sido tan miope.


Ahora Kiyoka no sabía qué podía decirle a Miyo para consolarla. Aunque había rechazado tantas ofertas matrimoniales y había considerado a tantas mujeres inadecuadas para él, quizá era él quien no era apto para el matrimonio. Quizá eran esos momentos, cuando se paralizaba por no saber qué decir o cómo proceder, los que llevaban a la gente a llamarlo frío e insensible.


Pero esta vez no podía dejarse paralizar por la inacción, porque realmente quería proteger a Miyo. Quería volver a verla sonreír de corazón, como cuando le regaló aquel peine.


—¿Qué puedo hacer para reforzar su confianza? —murmuró.

—Eso es sencillo —Yurie sonrió—. Hay un método que garantiza el éxito: hacer que se sienta querida. Demuéstrale que la amas y la valoras, y eso le dará seguridad más que suficiente.

—...

'¿Amor?' ¿Era eso lo que sentía por ella? Aunque no estaba seguro de confesar sus emociones, al menos podía ser sincero con ella sobre sus intenciones.


—Si la hace sentir mejor…


Se lo contaría todo.


Era muy tarde, así que llevó a Yurie de vuelta a su casa. Cuando volvió, fue a ver a Miyo. Estaba en su habitación y había cerrado la puerta.


—Soy yo. ¿Puedo pasar?


Abrió un poco la puerta y se asomó por el hueco.


—Perdóneme, Sr. Kudou, pero ¿le importaría dejarme un rato a solas?


Para su sorpresa, no estaba llorosa ni agitada. Su voz era normal, tranquila pero calmada. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba más desanimada que de costumbre.


—Sólo quiero hablar contigo. ¿No puedes dedicarme unos minutos?


—Lo siento.


Ella había inclinado la cabeza hacia abajo para que él no pudiera verle la cara. No parecía el momento adecuado para que él le transmitiera sus sentimientos ahora que ella estaba tan abrumada por los suyos. Suspirando, miró su pequeña cabeza, que ella mantenía tan persistentemente baja. Cuando alguien estaba sufriendo, era mejor no forzarle a abrirse.


—Bueno, entonces no insistiré.


—Prometo que no descuidaré las tareas domésticas.


—… No te preocupes por eso.


Miyo agachó la cabeza para intentar calmar su inquietud.


—Déjame decirte esto…


Miyo estaba a punto de volver a cerrar la puerta, pero se detuvo cuando Kiyoka se dirigió a ella.


—Lo que te corroe por dentro mejorará pronto. No dejes que te atormente.


La gente nacía con el Don o sin él. Nada podía cambiar eso, pero aún quedaban muchas otras cosas que Miyo podía aprender. Casi todas las causas de su baja autoestima podían resolverse, incluidos sus problemas familiares. Lo único que tenía que hacer era tomar esa decisión. Kiyoka ya había tomado la suya.


—Siempre puedes hablar conmigo de cualquier cosa.


Sus ganas de hablar con ella no habían disminuido, pero se obligó a dejar el tema de momento. Quizá era mejor esperar a que ella estuviera lista.


—… Lo haré.


La respuesta de Miyo llegó un poco tarde. Su voz no era fuerte, pero tampoco débil.


Kiyoka optó por cambiarse de ropa más tarde y se dirigió a su estudio. Se sentó con un suspiro, sumido en sus pensamientos. Luego sujetó su bolígrafo y su papel.


La temporada de los cerezos en flor había terminado, y las flores daban paso al follaje fresco. Había pasado una semana desde que Miyo empezó a recluirse en su habitación. A Kiyoka, cada uno de esos días se le antojaba largo y deprimente. Ni siquiera le despedía cuando se iba a trabajar ni salía a saludarle cuando regresaba. Tomaba sus comidas en su habitación. Sus días se volvían incoloros sin verla, y su casa, de algún modo, más fría.


Lo que más le deprimía era la continua falta de respuesta de los Saimori, unida a las incesantes apariciones de familiares conjurados que alguien había enviado para espiarle. Aunque tenía una idea de quién podía estar detrás de esas criaturas, hasta el momento no había conseguido localizarlo ni determinar sus motivos, por lo que no podía avanzar en ese frente. Una vez más, se presentó en su lugar de trabajo de mal humor.


—Hoy tiene mal aspecto, Comandante —comentó Godou mientras organiza los documentos en el despacho de Kiyoka.


Kiyoka notó una sonrisa en los labios de su subordinado. Le irritaba que Godou encontrase divertida la situación.


—Déjame adivinar: se trata de la chica. Es la primera a la que has mantenido tanto tiempo. Corrígeme si me equivoco, pero todavía no has hecho las cosas oficiales con ella, ¿verdad?


—...


—Nunca te tomé por un hombre que se enoja por una mujer. El mundo está lleno de sorpresas.


—… Métete en tus asuntos.


—Esta dama que te robó el corazón debe ser muy especial. Me encantaría volver a verla.


—Basta. Esto no es algo para bromear.


—¿Por qué no?


Hablar con Godou era agotador. Siempre estaba haciendo el tonto.


—Y lo que es más importante. ¿Mañana puedo contar contigo? —preguntó Kiyoka. 


Su capaz mano derecha sonrió.


—Por supuesto. Estación Central al mediodía, luego un paseo a tu casa. No te olvides de mi compensación, por favor.


—Ten por seguro que no lo haré.


—Entonces soy tu hombre.


Últimamente, Kiyoka salía a menudo de su despacho durante el día. Por supuesto, se aseguraba de hacer una petición oficial y obtener el permiso de sus superiores de antemano cada vez, pero aun así se sentía un poco culpable por aumentar la carga de trabajo de Godou con sus ausencias. Para compensarlo, se había ofrecido a pagar a su ayudante un pequeño extra de su propio bolsillo. Godou, en cambio, pidió a Kiyoka que le pagara la cuenta de tres noches en un popular izakaya de la ciudad, una compensación insignificante en lo que a Kiyoka se refería.


Pensó en el día siguiente, intentando imaginar la reacción de Miyo con una mezcla de ansiedad y expectación, esperando que se alegrara.


Miyo estaba sentada muy quieta en su escritorio, trenzando hilos lentamente. Había dominado la técnica por completo, pero no estaba preparada para lo que vendría después de terminar la cuerda. Así que trabajaba a paso de tortuga para ganar tiempo.


Harta de que Kaya le recordara su propia inutilidad, Miyo evitó pensar en su hermanastra. En su lugar, pensó en Kiyoka: su fuerza, su bondad, su belleza. Por mucho que sintiera que no pertenecía a un hombre tan extraordinario, estar con él era tan maravilloso que le hacía desear no separarse nunca de su lado. Sabía que debía decírselo. Que debía hacer todo lo posible por serle útil. Aunque no tuviera poderes especiales y no fuera elegida como su novia, al menos podría convertirse en su sirvienta y apoyarlo entre bastidores, como Yurie. Pasara lo que pasara, retrasar lo inevitable no cambiaría nada.


Miró a un lado de su escritorio la cuerda para el cabello que ya había terminado de hacer. Era un cordón precioso con un trenzado impresionante. Un trabajo excelente para una aficionada. Ya había terminado el regalo que quería hacer, así que ahora estaba utilizando los hilos sobrantes para construir otra cuerda trenzada con un patrón diferente: una excusa para quedarse encerrada en su habitación.


Mientras la cabeza le palpitaba por la falta de sueño, Miyo suspiró. Desde que llegó a casa de Kiyoka, había tenido pesadillas. Se despertaba en mitad de la noche, invadida por el odio a sí misma y la ansiedad, y era incapaz de volver a dormirse.


—Perdone que la moleste, señorita —llamó Yurie desde detrás de la puerta de justo cuando Miyo empezaba a volver a desanimarse. Era más de mediodía, y últimamente como Miyo no había almorzado, no sabía qué podría querer Yurie de ella.

—… ¿Pasa algo, Yurie?

—Tiene una invitada, señorita. ¿Quiere verla ahora?


'¿Alguien ha venido a verme?' ¿Quién se molestaría en visitarla en casa de Kiyoka? Miyo no creía que fuera alguien de su familia, y hacía tiempo que había perdido el contacto con los amigos que tuvo en sus tiempos de estudiante. No se le ocurría nadie más que pudiera estar al tanto de su paradero.


—Sí, por favor, déjala entrar.


Fuera quien fuese, habría sido una grosería negarse a verla. Miyo oyó que se abría la puerta de su habitación y se volvió para mirar… y no podía creer lo que veían sus ojos.


—Ha pasado tanto tiempo, Lady Miyo.


Miyo se sorprendió tanto que se le quedó la voz en la garganta. Aunque la mujer de la puerta tenía ya muchos años, su rostro le resultaba familiar.


—H-Hana…


—Mírate, has crecido tanto.


Hana le sonreía con un brillo de lágrimas en los ojos. Yurie trajo un cojín más para la invitada de Miyo y las dejó solas. Se sentaron una frente a la otra, pero el ambiente era tenso, así que no sabían adónde mirar.


Hana no había cambiado. Estaba un poco más delgada, pero Miyo reconoció la calma y la ternura en sus ojos. Sin embargo, Miyo estaba demasiado conmocionada como para alegrarse de su reencuentro. Hana había sido su criada de confianza, y su desaparición estaba ligada a aquel horrible recuerdo de estar encerrada en el almacén. El momento en que había perdido de repente a la única persona que siempre había cuidado de ella.


Habían pasado muchos años desde entonces. Cuando los Saimori despidieron a Hana, Miyo se sintió desamparada, sola en un entorno hostil. Era como si le hubieran arrancado uno de sus órganos vitales. Había perdido las ganas de vivir. Con el paso del tiempo, se acostumbró al vacío resultante. Como no esperaba volver a ver a Hana, Miyo no había imaginado lo que le diría si se reunían. Miyo permaneció en silencio hasta que Hana habló.


—Me alegra ver que se encuentra bien, Lady Miyo.


—Sí, igualmente... Fue todo lo que logró decir Miyo.


Hana era tan reverente con Miyo como lo había sido cuando aún era su criada. Pero desde la expulsión de Hana, los Saimori habían enseñado a Miyo a hablar como una sirvienta. Ahora le resultaba difícil conversar con normalidad.


—Ahora soy una mujer casada —dijo Hana.


—Oh, um… Felicidades.


—También tengo hijos. Mi marido es de un pueblo cercano al de mi padre. Trabajamos juntos en nuestra granja. Estoy bastante contenta con mi vida.


Fue entonces cuando Miyo se dio cuenta de que Hana estaba más bronceada de lo que recordaba. En el rostro sonriente de Hana se apreciaban unas líneas de expresión. Siempre había sido una persona cálida, pero ahora parecía más maternal y más en paz.


—¿Y usted, Lady Miyo? ¿Estás contenta con la tuya?


Eso hizo reflexionar a Miyo.


—Yo…


Recordó todo lo que había pasado desde que se mudó a esta casa, pero no pudo encontrar una respuesta a la pregunta de su antigua criada. Al verla dudar, Hana puso las manos sobre las de Miyo, las apoyó en sus rodillas y las apretó con fuerza. Solía hacer eso cuando Miyo era pequeña, así que el calor de sus manos le resultaba reconfortantemente familiar.


—Siento mucho no haber podido estar a tu lado cuando estabas sufriendo tanto.


—Hana…


—Como no he podido ayudarte en todos estos años, pensé que no merecía verte —dijo con la cara contorsionada por un sincero arrepentimiento—. ¿Pero sabes por qué decidí venir?


Sus miradas se cruzaron.


—Porque quería verte feliz. Quería ver a mi preciosa damita que había soportado tantas penurias por fin sonreír alegremente.


—...


A Miyo le picó algo en la nariz. No quería que Hana viera lo bajo que había caído, que se diera cuenta de que ya no era su "preciosa damita". No quería agobiar a la mujer que la había cuidado cuando perdió a su madre, que la había tratado con verdadera calidez.


—Pero, Hana, yo…


Miyo se había desesperado cuando su familia decidió ofrecerla como novia a los Kudou. Pero su prometido, aunque aterrador al principio, había demostrado ser un hombre amable. Se sentía como en casa en su residencia y había encontrado una amiga en Yurie. Había experimentado una felicidad que nunca hubiera imaginado cuando vivía con su familia. Sin embargo…


—Hana, no tengo el Don. No tengo Visión Espiritual, nada —su voz temblaba—. Así que no soy digna de casarme con el Sr. Kudou. No podré quedarme aquí mucho más tiempo.


El rostro de Hana se desdibujó. Miyo se mordió el labio para no llorar. Expresar sus sentimientos en voz alta hacía que le dolieran aún más. No quería marcharse, y no sólo porque no tuviera adónde ir.


—Mi lady…


Miyo se había callado, temiendo no poder contener las lágrimas si decía algo más. Hana la observaba, preocupada.


—… Permítame hacerle una pregunta, Lady Miyo —susurró Hana al cabo de un rato—. ¿Cómo cree que me las he arreglado para venir a verle hoy?


—¿Eh?


—Algún tiempo después de mi despido, fui de nuevo a tu casa y supliqué que me volvieran a contratar, pero me rechazaron de plano. Desesperada por saber cómo te había ido, pregunté por ti a los otros criados con los que solía trabajar. Pero por mucho que les rogué, se limitaron a mirarme hoscamente y a cerrar la boca. No tuve más remedio que volver a mi ciudad natal. Por sugerencia de mis padres, me casé con el que ahora es mi marido. Entonces, ¿cómo iba yo, sin vínculos con tu familia ni con nadie en la capital, a encontrarte aquí?


—No… no sé…


Miyo sabía que Hana la quería mucho, pero su antigua criada no podría haberla encontrado por sí sola, por mucho que lo hubiera intentado. Alguien debía de haberle dicho que su familia la había enviado aquí.


—Cuando recibí la carta y vi de quién era, al principio pensé que debía haber sido un error. ¿Por qué iba a escribirme un noble a mí, una plebeya? Mi lady, este Sr. Kudou suyo tiene un corazón de oro.


Esa era la única posibilidad, por supuesto. Nadie más se habría tomado la molestia de encontrar a Hana y traerla aquí.

—Fue él…

Sólo podía ser Kiyoka. Antes le había dicho: "Lo que te corroe por dentro mejorará pronto. No dejes que te atormente." Debió de investigar sus antecedentes y no dejó piedra sin remover. Y si conocía a Hana, también debía saberlo todo sobre Miyo. Así que cuando dijo eso, ¿había querido decir…?

'¿Que no debería preocuparme por el matrimonio porque nunca se producirá, ya que no tengo el Don?'

A pesar de su tendencia a suponer lo peor, había llegado a conocer un poco a Kiyoka. Aunque no podía saber cómo era en el trabajo, siempre era amable cuando estaba con ella. Así que no podía ser eso.


—… Hana, ¿he tenido una impresión equivocada todo este tiempo?


—¿Mi lady?


—A diferencia de Kaya, yo no tengo Visión Espiritual ni ninguna otra habilidad sobrenatural… Siempre había creído que por eso no valía nada.


Poseer o no el Don decidía tu destino. Como alguien que había nacido sin él, Miyo estaba destinada a ser maltratada por su familia. ¿No era eso lo que había interiorizado en algún momento de su vida? No podía negarlo.


—Tenía miedo de decirle al Sr. Kudou que carecía del Don. Pensé que pondría fin a este período brevemente feliz de mi vida. Estaba absolutamente convencida de que se desharía de mí de inmediato si lo supiera.


No se le había ocurrido que esa forma de pensar sólo sería válida si Kiyoka era como su padre, para quien el Don había sido crucial. Miyo debería haber hablado con él sinceramente mucho antes, no para acelerar lo que creía inevitable "que la echara a la calle", sino para averiguar si iba en serio lo de casarse con ella. Había tardado tanto en comprenderlo.


—Yo…


Miró su escritorio, la cuerda que estaba trenzando y el lazo para el cabello que tenía al lado, ambos hechos para Kiyoka. Hana le apretó la mano y Miyo se volvió hacia ella, notando la seriedad de sus ojos.


—Ten valor, Lady Miyo. El Sr. Kudou la está esperando.


—¡…!


—Estarás bien. Y salga como salga, que sepas que esta vez acudiré en tu ayuda si lo necesitas.


—Gracias, Hana.


Miyo la abrazó como una niña que se aferra a su madre. Le trajo recuerdos. Solía acurrucarse contra Hana y enterrar la cara en su pecho cada vez que tenía ganas de llorar. Cuando Hana acarició suavemente el cabello de Miyo, sintió su cálida mano tal y como la recordaba.


—Yo… haré lo que pueda.


Estaba preocupada por lo que diría Kiyoka, incluso asustada. Pero tenía que armarse de valor para hablar con él, aunque fuera paso a paso. Ante todo, tenía que dejar de esconderse en su habitación.


El mundo parecía más luminoso cuando se soltó del abrazo. Agarró la cuerda para el cabello y salió de su habitación a toda prisa.


Normalmente él estaría en el trabajo a esa hora, pero ella estaba tan concentrada en lo que tenía que hacer que ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Cuando abrió la puerta del salón, estaba segura de que lo encontraría allí.


—¡Sr. Kudou!


Sonó más fuerte de lo que esperaba. Kiyoka la miró, sobresaltado. Con el cabello suelto sobre los hombros y su atuendo informal, su expresión era un poco cómica. De algún modo, eso era todo lo que Miyo necesitaba para tranquilizarse.


—¿A qué viene tanto alboroto? —preguntó.


Inusitadamente, sus ojos se apartaron de ella como si no estuviera seguro de sí mismo. Era Miyo la que había tenido tanto miedo de esta conversación, pero ahora parecía todo lo contrario. Se sentó junto a Kiyoka, agarrando la cuerda para el cabello con la mano.


—Sr. Kudou, hay algo que he olvidado decirle.


El corazón le latía con fuerza y empezó a sudar frío. Por difícil que fuera mirarle a los ojos, ya no había vuelta atrás. Tenía que terminar lo que había empezado. Y tal y como Hana le había dicho que haría, Kiyoka esperaba pacientemente a que empezara.


—Yo… Yo…


—...


—… no poseo el Don.


Una vez que empezó, las palabras fluyeron con urgencia mientras expresaba lo que tanto había temido confesar. Se obligó a no llorar.


—No tengo Visión Espiritual. Mis padres eran de linaje superdotado, pero yo no he heredado nada.


—...


—En cuanto a mi educación, sólo terminé la escuela primaria. Mi familia me obligó a trabajar para ellos como sirvienta. Como no he recibido clases particulares, no puedo hacer nada de lo que se espera de la hija de una familia rica. Y mi aspecto… Bueno, ahí tampoco hay nada que decir. Esas son las razones por las que no merezco ser tu esposa —cuanto más avanzaba, más abatida se sentía. Como una niña a la que regañan, se retrae cada vez más en sí misma. Sin embargo, continuó con seriedad—. Entiendo perfectamente que esté enfadado conmigo, Sr. Kudou. Por ocultarle egoístamente la verdad, por no querer que me eche… —Miyo se había prometido a sí misma que no lloraría, pero las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Estaba a punto de sollozar—. Si me dices que me muera, me quitaré la vida. Si me dices que me vaya de tu casa, me iré enseguida.


—...


—Hice esto para ti como muestra de mi gratitud y como disculpa. Si no lo necesitas, no dudes en tirarlo o quemarlo —colocó el coletero en el suelo delante de él, se arrodilló y se inclinó, tan humildemente como cuando lo conoció—. Gracias por todo lo que has hecho por mí. No tengo más secretos para ti. Por favor, dime lo que deseas hacer conmigo.


Kiyoka no respondió de inmediato. Demasiado asustada para mirarlo, Miyo esperó en silencio con los ojos firmemente cerrados.


—¿Cuánto tiempo más piensas postrarte?


Ya había oído esas mismas palabras antes. Al levantar la vista, sorprendida, vio que Kiyoka esbozaba una sonrisa pícara. La vislumbró sólo un instante antes de que su visión se oscureciera de repente.


—Sería todo un problema que te fueras ahora, ya que estoy a punto de hacer oficial nuestro compromiso.


Miyo sintió su gran mano en la nuca, respiró el tenue aroma que le gustaba llevar. Se dio cuenta de que la había abrazado con fuerza y apretó la cabeza contra su pecho. Eso y lo que acababa de decir sobre su deseo de casarse con ella le dieron vueltas a la cabeza.


—Sr. Kudou…


—¿No te gustaría? ¿No quieres quedarte aquí conmigo?


Claro que quiero… Ahora su corazón se aceleraba por un motivo totalmente distinto. Sus mejillas, que habían palidecido por la ansiedad, se sonrojaron y se calentaron tanto que pensó que podría salir vapor de ellas. Con la lengua trabada, permaneció abrazada a él hasta que oyó su respiración agitada, como si hubiera recuperado el sentido. Cuando la soltó, se dio cuenta de que sus orejas estaban teñidas de rojo.


—Yo… Um…


Se sentía tan tímida que le costaba hablar, pero sabía que tenía que comunicarle lo que su corazón deseaba. Para terminar lo que había empezado, tendría que armarse de más valor.


—Me gustaría quedarme con usted, si me lo permite.


—¿Permitirlo? —se rió entre dientes—. Eres la única con la que quiero vivir. Nadie más lo hará.


—¡…!


Incluso después de haberlo sabido todo, Kiyoka seguía queriéndola. La alegría le llenó el pecho y volvió a emocionarse hasta las lágrimas. Si alguien le hubiera dicho que todas las penurias y angustias que había soportado eran por este momento, habría pensado que merecía la pena. Los sacrificios que se había visto obligada a hacer parecían un pequeño precio a pagar por estar con ese hombre.


—Miyo —dijo su nombre por primera vez con una voz tan suave que el mero hecho de oírla era pura felicidad—. ¿Podrías atarme el cabello?


—Sí… con mucho gusto.


Kiyoka tomó la cuerda para el cabello y se la entregó. Miyo se puso de rodillas y se colocó detrás de él. Tenía el cabello precioso, suave y brillante como la seda. Reprimió un suspiro de envidia. Le temblaban las manos, como si estuviera manipulando algo extremadamente precioso.


—He terminado.


Miyo le había atado el cabello suelto por detrás y se lo había llevado hacia delante por encima del hombro para que pudiera ver el cordón trenzado. Le quedaba incluso mejor de lo que había imaginado. El color que había elegido era el morado, elegante pero discreto, como él.


—Es un color bonito.


Sosteniendo un extremo de la cuerda entre el pulgar y el índice, sonrió.

'Dios mío… Siento que el corazón se me va a salir del pecho…'

Esta vez, sin embargo, no fue por miedo.


—Gracias. Lo guardaré como un tesoro.


—Me alegro de que te guste.


Darse cuenta de que le había hecho feliz era demasiado para ella, la hacía tartamudear. Estaba en un estado de felicidad, dando gracias al destino por llevarla a su casa, por permitirle conocerle.


Un rato después, cuando la vergüenza había dejado de teñir sus rostros y una nueva atmósfera de placidez había descendido sobre ellos, Hana vino a anunciar que se marchaba a casa. Junto con Yurie, todos se dirigieron a la puerta principal para despedirla. Yurie había hecho compañía a Hana mientras Miyo hablaba con Kiyoka, y habían pasado un rato estupendo charlando sobre ella mientras tomaban un té. Miyo sintió una punzada de culpabilidad por haber ignorado a su invitada y habérsela dejado a Yurie después de haber recorrido un camino tan largo.


—¿Ya te vas…?


—Sí, pero no voy a volver directamente a mi pueblo; hace tanto tiempo que no estoy en la ciudad que he pensado que estaría bien pasear un poco. El Sr. Kudou me ha preparado una bonita posada.


La consideración y generosidad de Kiyoka volvió a asombrar a Miyo. Aunque se sentía en deuda con él, sabía que le diría que no se preocupara. Incluso había hecho que su ayudante, Godou, trajera a Hana desde la estación… Se propuso en secreto encontrar alguna forma de compensar a Kiyoka, por mucho que él la rechazara.


—Espero que podamos volver a vernos, Lady Miyo. Hay mucho de lo que quiero hablar con usted.


—A mí también me encantaría volver a verte, Hana.


Al dejar de ser criada y señora, su nueva relación abría nuevas posibilidades. Podían salir de compras o a comer cuando quisieran.


—Hana, muchas gracias por venir y darme consejos. Si no fuera por ti, seguiría escondida en mi habitación.


—Me alegro de haber sido de ayuda. Ha sido maravilloso volver a hablar contigo después de tantos años, ahora que ya no eres una niña sino una joven encantadora.


Sonriendo, se apretaron las manos. Ninguna de las dos se atrevía aún a despedirse. De repente, oyeron el ruido de un motor y un vehículo se detuvo delante de la casa.


—Será Godou —dijo Kiyoka antes de saludar al visitante. 


—Mis disculpas por hacerte conducir hoy.


—No hay problema, Comandante. Eso es lo que acordamos.


Godou sacó la cabeza por la ventanilla del lado del conductor. Había venido a recoger a Hana y parecía tan tranquilo como la vez que Miyo lo conoció. Si no fuera por su uniforme, nadie sospecharía que formaba parte de la Unidad Especial Antigrotescos de élite.


—¿Te siguieron?


—No lo creo. Parece que hoy los evadimos.


Las mujeres no oyeron el intercambio de susurros entre Kiyoka y Godou. Kiyoka había encomendado esta tarea a su ayudante en lugar de ocuparse él mismo porque no quería que quienquiera que le hubiera estado espiando se enterara de lo de ella. Nadie más tenía por qué involucrarse.


—¡Suba al vehículo, señora!


—Gracias, Sr. Godou.


Miyo no podía apartar los ojos de Hana mientras subía al vehículo. Cuando sorprendió a Godou mirándola fijamente, hizo una profunda reverencia de gratitud. Él le sonrió encantadoramente y la saludó con la mano antes de volver a meter la cabeza en el vehículo.


—… No estés tan triste. Eres libre de reunirte con quien quieras, cuando quieras.


Kiyoka le puso la mano en el hombro mientras veían alejarse el vehículo. ¿Parecía triste? Se tocó la cara con ambas manos, como si intentara medir su propia expresión.


—Gracias, Sr. Kudou…


—No te preocupes.


Miyo estaba segura de que había entendido todo lo que le estaba agradeciendo. Pero su respuesta fue tan cortante que no pudo evitar reírse.


Chupando aire entre los dientes, irritado, Minoru Tatsuishi arrugó el familiar de papel de pájaro que había vuelto sin nada tras fracasar en su intento de localizar a su objetivo. Al principio, todos sus familiares habían acabado hechos cenizas, así que se había vuelto más cuidadoso. Mantener las distancias había tenido un éxito parcial: ninguno de ellos había sido destruido, pero tampoco habían conseguido reunir la información que Minoru quería. Kiyoka parecía estar jugando con ellos.

Aunque Minoru estaba más interesado en Miyo, aún no había conseguido que sus familiares se acercaran a ella ni una sola vez.


—¿Puedes creer que a Miyo aún no la han echado de casa de Kudou? No puedo entender cómo se las apaña. Quizá sea una buena sirvienta. Tiene que ser para eso para lo que la mantiene, basándose en su ropa —se había quejado Kaya en una visita.


Minoru no podía verificar la veracidad de las afirmaciones de Kaya. Sin embargo, quizá pudiera utilizar a esta mocosa malcriada en su beneficio. Desde su compromiso con Kouji, Kaya solía compartir cotilleos con su futuro suegro, y parte de la información que obtenía era realmente valiosa.


—Kouji realmente me molestó ese día. ¡Siempre se pone de parte de Miyo!


Luego pasó a contarle que ese día también había visto a alguien extraordinario. El hombre que había descrito con ojos soñadores y mejillas sonrojadas era sin duda Kiyoka Kudou. Así que, efectivamente, había visitado a los Saimori. Minoru no pudo averiguar de qué había hablado Kiyoka con el jefe de familia de los Saimori, pero según las impresiones de Kaya, había venido a quejarse de la lamentable novia que le habían enviado. Desde su visita, el ambiente en casa de los Saimori se había vuelto más sombrío que nunca, así que presumiblemente había exigido un pago como compensación por el incidente.

'Se habrían ahorrado el problema si le hubieran ofrecido Miyo a mi hijo.'

Ajeno a sus propios defectos, maldijo a los Saimori por su estupidez. Pero más vale tarde que nunca. Despreciada por Kiyoka, pronto Miyo estaría disponible para los Tatsuishi. Entonces todo encajaría. Minoru sonrió para sí, sin sospechar ni por un momento que Kiyoka había ido a hablar con los Saimori para pedir oficialmente la mano de Miyo.


Había pasado una semana desde la visita de Hana. Era una agradable tarde de principios de verano gracias a una ligera brisa que mantenía a raya el calor.

Cuando Miyo terminó de ponerse el kimono atándose bien el fajín, se sintió como si hubiera vuelto a nacer. El kimono, el fajín y todos los accesorios que lo acompañaban eran nuevos y de excelente calidad.

'Creo que me parezco un poco a ella.' El reflejo de Miyo en el espejo no dejaba de parecerse a cómo había visto a su madre en el sueño, vestida con un kimono rosa flor de cerezo muy parecido al que llevaba ahora. Su cuerpo delgado ya no parecía malsano, su cutis había mejorado e incluso su cabello empezaba a mostrar signos de brillo.

Miyo nunca olvidaría aquel momento en que Kiyoka le regaló aquel kimono tan parecido al recuerdo perdido de su madre. Ya le hacía bastante feliz que él le hubiera hecho varios kimonos, pero además le había elegido este rosa porque había pensado que le sentaría mejor. Keiko, la dueña de Suzushima, se lo había contado en secreto. Al principio, sintió el impulso ilógico de reñirle por hacer tanto por complacerla, pero la euforia que sintió la dejó sin habla. Desde entonces, brillaba cada vez que miraba el kimono, algo tan inusual que debió de sorprender a todo el mundo.

Miyo se preparaba para recibir a un invitado ese día. Había invitado a Godou a cenar para agradecerle que llevara a Hana cuando la visitó. Aunque no estaba segura de poder ser una buena anfitriona, ya que Godou era casi un desconocido, había preguntado a Kiyoka por las comidas que le gustaban a su ayudante y las había cocinado en consecuencia.

'Espero que el Sr. Godou disfrute de la cena. Agonizar por ello no ayudará en nada.'

Miyo se maquilló ligeramente como le había enseñado Yurie antes de apresurarse a la cocina para terminar de preparar la cena.


—Aah, ésta va a ser una velada estupenda —anunció Godou alegremente.


Kiyoka volvía a casa del trabajo con su ayudante en el asiento del copiloto. Le lanzó una mirada penetrante.


—Pensé que lo había arreglado contigo pagando tu comida y bebida en el bar. Teníamos un acuerdo.


—Tu Miyo va a ser una esposa buena y sensata.


—¿Desde cuándo la tuteas?


La familiaridad casual de Godou estaba poniendo de los nervios a Kiyoka.


—¿Qué, estás celoso?


—Por supuesto que no. Pero cada vez es más difícil no pegarte.


—¡Eso son celos, Comandante!


Godou se lamentaba teatralmente de que su brutal superior estuviera planeando matarle. Mientras tanto, Kiyoka se planteó echarle del vehículo sólo para no tener que soportar sus payasadas.


Se había sorprendido cuando Miyo anunció que quería invitar a Godou a cenar, pues no esperaba que quisiera ver a nadie. Tras su largo periodo de aislamiento en casa, se había avergonzado demasiado de sí misma como para buscar el contacto con los demás. Sin embargo, ahora que su futuro ya no era incierto y ya no parecía hambrienta y maltratada, debía de haber recuperado algo de confianza. Eso hacía feliz a Kiyoka.


—¿Has perdido al familiar que te seguía? —preguntó Godou.


—Por supuesto. No soy un aficionado.


Godou se volvió para mirar por la ventanilla trasera. Todos los días, sin falta, aparecía un familiar de papel en las inmediaciones de Kiyoka para espiarlo, pero por el momento parecían estar a salvo. Evadir a un espía humano podía ser complicado, pero los familiares insignificantes como aquel se despistaban con facilidad. Kiyoka había rodeado su casa con una barrera invisible impenetrable para los familiares de papel, y cuando Hana había estado de visita, había tomado todas las precauciones para asegurarse de que el espía no se enterara.


—No pretendía dudar de sus habilidades, Comandante. Ni siquiera debería haber preguntado —admitió Godou. —Tengo que decir que los superdotados tienen habilidades realmente patéticas hoy en día.


—Con menos Grotescos, no hay necesidad de que perfeccionen su habilidad.


Debido a las influencias culturales occidentales y al avance de la tecnología en el imperio, cada vez más gente negaba la existencia de los grotescos, cuyo número también había empezado a disminuir de forma extraña. En consecuencia, había disminuido la demanda de usuarios de dones con talento que pudieran cazar a esas criaturas.


—¿Qué es lo que dicen: que los grotescos son ilusiones? ¿Delirios de la imaginación? Bueno, eso no está del todo mal —dijo Godou.


—En efecto.


Los grotescos aparecían cuando la gente atribuía a monstruos fenómenos que no comprendía. Si un número suficiente de personas temía lo mismo, su miedo combinado tenía el poder de manifestar físicamente esas formas. Sin embargo, con la llegada del pensamiento científico, la gente empezó a buscar explicaciones lógicas para el mundo que les rodeaba. Como el miedo a lo sobrenatural se había vuelto menos común, las grotescos tenían menos de qué alimentarse.


—Aunque siempre es bueno tener menos trabajo —comentó Godou.


Tal y como estaba la situación, era inevitable que las familias de superdotados sin talentos dignos de mención se volvieran menos adeptas a usarlos. Ni siquiera Kiyoka, considerado el mejor de su generación, habría figurado entre los mejores usuarios de dones del pasado.


—Aquí estamos. Bájate.


Habían llegado a la casa de Kiyoka. Harto de su ayudante, que se pasó el trayecto charlando mientras su superior conducía, Kiyoka le empujó fuera del automóvil. Godou lanzó un grito de sorpresa y se volvió rápidamente para quejarse.


—¡Sigue con esta brutalidad y se lo contaré a Miyo!


—Oh, ¿lo harás…? Parece que tendré que asegurarme de que no hables.


—No, espera, no hay necesidad de eso…


Godou se puso pálido. Kiyoka sólo había bromeado, por supuesto, pero a su ayudante le gustaba presumir de sus dotes interpretativas. Kiyoka suspiró.


Miyo estaba esperando en el porche como de costumbre. Yurie no estaba allí, así que ya debía haberse ido a casa.


—Bienvenido a casa, Sr. Kudou. Sr. Godou, muchas gracias por su visita.


Miyo juntó las manos y se inclinó lentamente. Estaba preciosa con su bello kimono. Kiyoka la había obligado a aceptarlo a cambio del lazo para el cabello hecho a mano que le había regalado. De un tono rosa pálido, le sentaba tan bien como había imaginado. La tez de Miyo parecía más sana ahora, y lucía un tenue rubor en las mejillas. Llevaba el cabello bien peinado, negro y brillante como el ala de un cuervo, suelto por detrás. Aunque las muñecas que sobresalían de sus mangas seguían siendo delgadas y frágiles, ya no parecía desnutrida.


Kiyoka encontró fascinante su transformación. Era como si un guijarro encontrado al borde del camino hubiera ocultado una piedra preciosa en su interior. Keiko había acertado con ella. Para disgusto de Kiyoka, se sentía casi agradecido con los Saimori por haberle dado sin querer la novia perfecta.


—¿Sr. Kudou? ¿Ocurre algo?


—No, yo… sólo estaba pensando que estás muy bella con este kimono.


Inmediatamente se sintió avergonzado por haber dicho eso en voz alta. ¿Qué me pasa?


Al notar que las mejillas de Miyo se ponían escarlatas a su vez, sintió el impulso de correr y esconderse. También quiso patear a Godou, que le miraba como diciendo que dejaría en paz a los dos tortolitos, pero, naturalmente, no podía hacerlo delante de Miyo. Estos días su corazón no se comportaba como siempre. Siempre le estaba dando problemas.


—Es un regalo maravilloso. Me encanta este color.


—Me alegra oír eso.


Había acertado al pedir a Keiko que confeccionara el kimono para Miyo lo antes posible. Aunque ya no coincidía con la estación, eso no tenía importancia mientras ella lo disfrutara.


—¡Oh, perdóneme por ser tan desconsiderada, Sr. Godou! Por favor, entre.


Al darse cuenta de que había estado ignorando a su invitado, Miyo se asustó por un momento. Abrió la puerta y lo invitó a pasar. Godou soltó una carcajada inusualmente seca y entró con resignación, con los ojos tan vacíos como los de un pez muerto. Miyo los condujo al salón, elegantemente decorado para la ocasión. Se sentaron y ella sirvió la comida enseguida.


—¡Guau, esto está delicioso!


—Por favor, coma hasta hartarse.


Miyo siguió trayendo más y más platos. Había elegido raciones más pequeñas pero más variadas. A continuación, sacó pequeños cuencos y platos llenos de los habituales encurtidos y verduras hervidas en caldo, que había condimentado fuertemente para complementar lo que bebían los hombres. Godou alabó cada uno de los platos que probó.


—Sigues viviendo con tus padres. ¿No te alimentan bien? —le preguntó Kiyoka.


—No lo entiende, Comandante. Claro, tenemos un chef, pero los sabores simples de la comida casera y de bar son singularmente reconfortantes.


—...


Quizá lo fueran. Ahora que lo pensaba, Kiyoka tenía al menos dos comidas diarias preparadas por Miyo o Yurie, así que quizá se había acostumbrado al tipo de comida que comían los plebeyos. En su juventud, cuando vivía en casa de sus padres, sólo comía buena cocina, hasta el punto de que apenas podía soportarla. Las comidas caseras sencillas eran más de su gusto.


—Permítame rellenar su vaso, Sr. Godou.


—Oh, gracias.


Los elogios de Miyo a su cocina la pusieron un poco nerviosa mientras le servía otra copa. Una vez lleno el vaso, se inclinó cortésmente ante él.


—Sr. Godou, no sabe cuánto le agradezco su ayuda con la visita de Hana.


—Sólo hice de conductor, eso es todo.


—Pero usted es ayudante del Sr. Kudou, lo que significa que pudimos pasar esa tarde hablando sólo porque usted se ocupó generosamente de sus responsabilidades en el trabajo.


Miyo era una anfitriona deslumbrante que hablaba con una gracia inusual. Si era algo que había aprendido recientemente o una cualidad innata reprimida durante mucho tiempo, a Kiyoka le daba igual. Dio un gran sorbo a su bebida, orgulloso de ella y de buen humor. Pero entonces…


—¡Señorita Miyo, nunca nadie me había hablado tan cariñosamente! ¡Eres un ángel! ¡Por favor, rompe con mi cruel Comandante y cásate conmigo!


—¿Perdón…?


—¡Eh! ¿Cómo se atrevía Godou a ser tan insolente? —la voz de Kiyoka se tiñó de ira, su paciencia se agotaba—. Cuida tu lengua, Godou…


Aunque a veces podía ser excesivamente humilde, Miyo era atractiva, realizaba las tareas domésticas con facilidad y destreza y tenía buen carácter. Evidentemente, Kiyoka no era el único hombre que veía en ella una buena esposa. Una tormenta comenzó a gestarse en su pecho ante la idea de que se casara con otro.


—¡Sólo estaba bromeando! ¡Deja de mirarme como si fueras a matarme! ¡Da mucho miedo!


Godou palideció y se apresuró a explicar que sólo estaba bromeando con su jefe, que siempre era malo con él. Aunque al principio Kiyoka le dirigió una mirada gélida, Godou se recompuso al oír la respuesta dubitativa de Miyo.


—Um, Sr. Godou, por mucho que agradezca la oferta… me temo que prefiero al Sr. Kudou… Por favor, perdóneme.


Godou debió de sentirse incómodo al ver que Miyo se había tomado tan en serio lo que obviamente era una broma.


—Er… ¡Por supuesto que sí! Lo siento, ¡era una broma de mal gusto!


¿Y quién podría culpar a Kiyoka por deleitarse con la incomodidad de su ayudante? Se lo merecía después de hacer un comentario tan descuidado sólo para reírse. Quizá ahora aprendiera el peso de sus palabras. Pero lo que más satisfizo a Kiyoka fue oír a Miyo decir que le prefería a él. Había albergado la persistente sospecha de que se habría casado con cualquiera que le hubiera ofrecido un hogar cálido. Aunque no habría renunciado a ella aunque así fuera, se sentía mucho mejor sabiendo que no era así. Aunque al principio ella sólo veía el matrimonio como un medio de obtener cobijo, parecía haberle tomado cariño, ya que vestía felizmente el kimono que él había elegido para ella. Perdido en sus cavilaciones, la conversación continuó sin él.


—¿En serio? ¿Incluso oficiales de alto rango…?


—Absolutamente. Incluso hay generales que tiemblan ante la sola mención de su nombre. Temo imaginar lo que el Comandante Kudou ha hecho para aterrorizarlos tanto.


—Espera…


Resultó que Miyo y Godou habían roto el hielo y hablaban animadamente de él.


—No querrás provocar la ira de Kiyoka Kudou, oh no… es un demonio cuando se enfada. Sólo un puñado de personas se atreven a expresarle abiertamente sus opiniones, como yo mismo y su superior directo, el general de división Ookaito.


—Godou…


—El entrenamiento de nuestra unidad es infame por estar entre los cinco más draconianos de todo el ejército. Y sí, lo has adivinado, es gracias a nuestro despiadado comandante. Al menos sus soldados no muestran miedo cuando luchan contra grotescos, ¡no son ni la mitad de terribles que él!


—… Godou, basta de cháchara.


—¡Eek!


Su charla continuó hasta bien entrada la noche.


Después de que Godou volviera a casa, Kiyoka se dio un baño. De vuelta al salón, se dio cuenta de que algo iba mal. La casa estaba extrañamente silenciosa, como si estuviera solo. ¿Habría terminado Miyo de limpiar tras la cena y se habría ido a dormir?


La luz de la cocina estaba apagada y tampoco había velas encendidas. Miyo debía de estar en el salón o en su habitación. No, no podía estar en su habitación; había pasado antes por delante y no había percibido su presencia. Frunció el ceño y se dirigió al salón. A medida que se acercaba, captó unas palabras fragmentadas.


—… N-No, por favor… Madre…


Era la voz de Miyo. Parecía delirar. Alarmado, Kiyoka abrió la puerta de un tirón y vio a Miyo dormida, con la cabeza apoyada en la mesa de la esquina de la habitación. Probablemente se había quedado dormida por el cansancio tras un largo día. Eso normalmente no era nada inusual, pero… Consiguió captar un débil eco de una habilidad sobrenatural que se había utilizado.

'No me lo estoy imaginando…'

Como Kiyoka tenía un agudo sentido de la presencia de las personas, nadie más podía haber entrado en la casa mientras él estaba en el baño sin que se diera cuenta. Ni él ni Godou habían activado sus poderes especiales durante la cena. Esto era alarmante. ¿Podría alguna criatura de otro mundo que ni siquiera Kiyoka pudiera detectar haberse colado en su casa y utilizado una habilidad? ¿Era eso posible? Se le ocurrió otra explicación, pero la ignoró por el momento mientras se acercaba a Miyo, que dormitaba.


—… Por favor, no…


Su voz era desesperada e implorante. Kiyoka se acercó en silencio a su lado. Las mejillas de Miyo estaban húmedas por las lágrimas y, aunque tenía los ojos cerrados, su rostro mostraba una mueca de angustia. Si hubiera estado durmiendo plácidamente, él no la habría despertado, pero era evidente que sufría. Le puso la mano en el hombro y la sacudió suavemente.


—Miyo… Despierta, Miyo.


—… Kaya… para… No más…


A pesar de su dirección, seguía en las garras de su pesadilla.


—¡Despierta!


Preocupado, levantó la voz, y ella por fin dejó de murmurar en sueños antes de abrir los ojos somnolienta.


—… ¿Nngh?


—Despierta, Miyo. ¿Estás bien?


—¿Eh…? ¿Sr. Kudou?


Al ver que parecía estar bien, dejó escapar un largo suspiro de alivio. Pero no podía bajar la guardia, ya que sabía que un poder desconocido se había activado allí recientemente.


—Sí, soy yo. Te habías dormido y me costó despertarte. ¿Te encuentras bien?


—Um…


Se incorporó lentamente y ladeó la cabeza, confundida, como si aún no se hubiera despertado del todo y no entendiera lo que pasaba. Kiyoka frunció el ceño, preocupado, mientras examinaba su tez, aún húmeda por las lágrimas.


—¿Has tenido una pesadilla?


—¿Fue… un sueño?


Procesaba todo con lentitud, pero al recordar la pesadilla, sus ojos se abrieron de par en par, asustados, y de ellos brotaron lágrimas frescas. Nunca la había visto llorar así. Le dolió verla tan angustiada, encorvada y sollozando incontrolablemente con ambas manos sobre la cara. Instintivamente, la rodeó con los brazos y la abrazó.


—Sr. Kudou, yo…


—No pasa nada. Debe haber sido un sueño horrible. Sólo llóralo.


Por lo que pudo deducir de los fragmentos de palabras que había pronunciado en sueños, madre y Kaya, había estado soñando con que su familia le hacía algo horrible.


—Eres mi prometida. Y como te dije antes, eso significa que tenemos que ser abiertos el uno con el otro. Puedes confiar más en mí, venir a pedirme ayuda. No tienes que ocultar tus sentimientos; puedes pedirme consuelo. ¿No es eso lo que significa el matrimonio: apoyarse mutuamente?


Se preguntaba cuánto de lo que decía le llegaba a ella. Últimamente estaban más unidos, pero las heridas de su corazón eran más graves de lo que había imaginado. Ni siquiera sus cuidados podrían curarlas rápidamente.


'Ojalá ya estuviera libre de esta carga…'


Ya nadie iba a hacerle daño. Si alguien de la familia o del círculo social de Kiyoka deseaba hacerle daño, no dejaría que se acercara a ella.


—Llora a mares. Cuando tus lágrimas se sequen, me gustaría verte sonreír de nuevo.


—...


Siguió acariciándole el cabello mientras ella se enterraba profundamente en su pecho, temblando por los sollozos. Kiyoka estaba dispuesto a consolarla así tantas veces como hiciera falta para que dejara de llorar, para que dejara de doler. La mujer que abrazaba se sentía delicada, pequeña y frágil, como si fuera a romperse fácilmente si él no estaba allí para protegerla.


Poco después, le describió su sueño, hablando a trompicones entre sollozos. En la pesadilla, su madrastra y su hermanastra habían despedazado y quemado los recuerdos de la madre de Miyo. Cuando les suplicaba que se detuvieran y le devolvieran sus pertenencias, se reían. Aunque no dijo si se basaba en hechos reales, Kiyoka tenía la sensación de que no estaba lejos de la verdad.


—Debe haber sido muy duro.


Kiyoka no se refería sólo al sueño. Lo había dicho imaginándose a Miyo, que aún no había cumplido los diez años, teniendo que buscarse la vida ella sola tras perder a Hana, su única amiga. Sólo podía imaginar cómo había sido la vida de Miyo basándose en lo que había leído en el informe. Pero también quería creer que su corazón sanaría con el tiempo.


—¿De verdad puedo quedarme con usted para siempre, Sr. Kudou?


—Por supuesto. Podemos estar juntos el resto de nuestras vidas. Ella le miró y él le sonrió con ternura. Me estás haciendo repetir lo mismo. Ya te he dicho que te quiero en mi vida.


—… ¿Aunque sea tan inútil? ¿Tan sin talento?


—No pienso en ti de esa manera. Y aunque eso fuese cierto, que no lo es, mis sentimientos no cambiarían.


Miyo se sonrojó y parpadeó para ahuyentar las últimas lágrimas mientras apartaba la mirada con timidez.


—No…


—¿...?


—No creo que te merezca… pero quiero quedarme contigo para siempre y ayudarte de alguna manera.


—Puedes hacerlo.


—Necesito… hacerlo mejor, para poder mantenerte el mayor tiempo posible.


—Te agradecería cualquier cosa que hicieras.


Le llamó la atención que fuera la primera vez que hablaba del futuro con cierto optimismo, después de soportar años en los que su familia la privaba del derecho a su libre albedrío. Aunque era obvio que no podría recuperar la confianza tan pronto, Kiyoka estaba dispuesto a animarla a dar pequeños pasos para creer en sí misma y confiar en él.

'Pero, ¿qué era ese poder que había manifestado antes…?' Sus débiles rastros casi se habían desvanecido. Kiyoka volvió a fruncir las cejas, sopesando posibles explicaciones. Era posible que una habilidad sobrenatural hubiera provocado las pesadillas de Miyo. Si eso era cierto, el culpable era sin duda un miembro de la familia Usuba.

A la mañana siguiente, Miyo se mostró más nerviosa con Kiyoka. Se sentía culpable y avergonzada por haberse quedado dormida mientras esperaba a que Kiyoka regresara de su baño y que una simple pesadilla la hubiera reducido a un desastre sollozante ante él. Es cierto que él quería que se sincerara sobre sus sentimientos, pero en lo que a Miyo respectaba, ese comportamiento era inaceptable para una mujer adulta. Peor aún, se le había escapado que tenía pesadillas desde que se había mudado a su casa, y eso le preocupaba. Vio que su expresión se nublaba y se volvía intimidante. La aterradora frialdad de sus ojos correspondía a su reputación de hombre cruel e insensible. No parecía molesto con ella, pero el aire frío que le rodeaba la hizo estremecerse.

Cuando el desayuno había transcurrido en un incómodo silencio y Kiyoka se disponía a marcharse a trabajar, Miyo le entregó un pequeño paquete.

—Así que, um, hice esto para ti…

'Como una disculpa', pero ella dejó esa parte sin decir.


—… ¿Me preparaste el almuerzo?

—Sí…

No estaba del todo convencida de que eso transmitiera claramente que lo sentía y que quería compensar la escena de anoche, pero eso era lo que Yurie había sugerido. La fiambrera había estado tirada en la cocina, así que la había llenado de comida que le había encantado cocinar y la había envuelto cuidadosamente en tela.

—Gracias —la aceptó con una sonrisa, subió al vehículo y se marchó. Puede que fuera su imaginación, pero parecía haberse animado.


—Tengo que hacer más por él.


Quería hacerlo sonreír, apoyarlo como su prometida. Tal vez no pudiera hacer mucho, pero si ponía todo su empeño en cada pequeña cosa, quizá con el tiempo se ganaría un lugar a su lado como esposa.

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