Solía pensar que viviría toda mi vida sin sorprenderme. Pensaba que nunca sería el tipo de persona que hace algo y piensa: 'Oye, eso no es propio de mí, o no me puedo creer que haya hecho eso.' Lo mismo ocurría con los exámenes y las notas. Nunca me sorprendía lo bien o lo mal que lo hacía. Nunca me subestimé ni me sobreestimé. Pero ese día, después de clase, me sorprendí a mí misma.

Poco después de empezar el nuevo curso, un par de chicos de mi clase empezaron a acosar a otro chico. Probablemente estaban descargando su rabia por haber trabajado duro para entrar en un instituto público de preparación para la universidad y acabar en la clase no avanzada en nuestro segundo año. Comprendía sus sentimientos, pero no podía simpatizar con ellos.

La víctima de su acoso estaba sentada frente a mí.

Aunque no evitaba intencionadamente hacer amigos, pasaba mucho tiempo en clase leyendo y no me esforzaba por relacionarme con la gente. Pero no podía soportar ver a un chico decente sufrir delante de mí.

“¿Qué sentido tiene hacer eso?” acabé preguntándoles un día que hacían sus payasadas habituales.

Toda la clase se quedó en silencio. El cabecilla se dio la vuelta y me miró con desprecio. En ese momento me convertí en su nuevo objetivo. Me lo imaginaba, pensé con indiferencia.

Hasta ese momento todo había ido bien.

No podían importarme menos las payasadas infantiles, los rumores infundados o las burlas despreciativas. Debieron de aburrirse cuando los ignoré, porque al final volvieron a centrarse en el otro chico.

Esta vez lo hicieron con más discreción. Oí que incluso le extorsionaban. Poco después, empezó a faltar a clase.

Les dije que lo dejaran. No levanté la voz, pero estaba enfadado.

—Bien. Haz una cosa por mí y dejaré de hacerlo. —dijo el cabecilla.

Le dije que lo haría. Sabía que iba a ser malo, pero su orden era como algo que pediría un niño de secundaria.

—Ve a decirle a Maori Hino de la clase 1 que te gusta. Hoy mismo. —me dijo.

Ese día, después de clase, la detuve en el pasillo. Le pedí que me acompañara a la parte de atrás de la escuela, como se me había ordenado, e hice lo que me había pedido mientras él observaba en secreto. Pensé que se lo explicaría más tarde y le pediría disculpas.

—Podemos salir, pero sólo con tres condiciones. —respondió ella.

Jamás imaginé que estaría de acuerdo. Levantó los dedos uno a uno, enumerando cada condición. Estaba tan sorprendido que apenas podía hablar. Estoy seguro de que los chicos que estaban mirando también se quedaron atónitos.

No sabía mucho de Hino. Estaba en la clase avanzada. Al parecer, muchos chicos pensaban que estaba buena. Había oído a un par de compañeros hablar de ella. La miré mejor.

Era guapa, claro, pero no significaba nada para mí.

Si le hubiera dicho que no a sus condiciones, probablemente se habría revuelto su larga melena negra diciendo: "Vale, haremos como si esto nunca hubiera pasado", y se habría marchado. Me pregunto si hubiera sido mejor dejar que todo terminara limpiamente.

—De acuerdo.

Mi voz no sonaba como la mía. Eso fue lo primero que pensé. Mi segundo pensamiento fue ¿Por qué acabo de decir eso?

No podía creer lo que acababa de hacer.

Probablemente ella se había dado cuenta de que no lo había dicho en serio cuando le dije que me gustaba. Pero su expresión tensa se relajó de repente y, para mi sorpresa, sonrió.

—De acuerdo. A partir de mañana, somos novios. —dijo antes de darse la vuelta y empezar a alejarse como si nada.

Luego hizo una pausa y se volvió con una leve sonrisa que parecía natural pero no ansiosa, como un fiel reflejo de su personalidad.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? ¿Podrías repetírmelo?

—Ah, um, soy Tooru. Tooru Kamiya.

—Ah, ahora lo recuerdo. Es verdad. Eres Tooru. Soy Maori Hino. Hablemos mañana después de clase. Y una cosa más. Te agradecería mucho que no dijeras que estamos saliendo. Bueno, adiós.

Volvió a sonreír y se marchó. Esta vez no miró atrás.

El grupo de matones que esperaba ver cómo me rechazaban salió de su escondite con cara de decepción.

—¿Qué demonios te pasa? —dijo el cabecilla, que seguro que había estado esperando la ocasión perfecta para reírse de mí.

—Sólo hice lo que me dijiste. —respondí con sencillez.

El ambiente se volvió siniestro. Me fulminó con la mirada, resopló y pasó a mi lado golpeándome el hombro. Los otros chicos parecían querer decir algo, pero lo siguieron en silencio. Los miré marcharse y luego me volví en la dirección por la que se había ido Hino.

Nunca me había enamorado de nadie de mi clase. Soy un caso clásico de lo que la gente llama "complejo de hermana". Adoraba a mi hermana mayor como a una madre, y siempre me imaginé que mi padre y yo viviríamos juntos, los dos solos, mientras esperábamos a que ella volviera.

Sinceramente, creía que así sería mi vida.

Debido a mi situación familiar, sabía que tendría que conseguir un trabajo nada más acabar el instituto en lugar de ir a la universidad. Estoy bastante seguro de que esa es parte de la razón por la que me pusieron en la clase no avanzada este año. Nunca había prestado atención a las chicas de mi clase, ni siquiera después de empezar el instituto, aunque no era precisamente porque viera que teníamos futuros diferentes. Maori Hino no era más que otra chica a la que no prestaba atención.

Me pregunté si debería perseguirla y decirle que me había visto obligado a esta falsa confesión. Aunque sería incómodo decirlo después de aceptar sus condiciones para salir. Ella había dicho que podríamos hablar mañana. Pensé que sería mejor esperar hasta entonces. Quizá para entonces mis pensamientos estarían más claros. Empecé a caminar hacia casa, mirando el cielo crepuscular.

Así fue como nos conocimos.