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SLR – Capítulo 559


Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 559: Miedo máximo

Para Annetta, la baronesa Jordini, su marido era como un alter ego, una prolongación de sí misma. En cambio, la marquesa Chapinelli ni siquiera hablaba con su marido. Él traía dinero a casa y la protegía de las invasiones extranjeras, lo que lo convertía en un baluarte si se veía con buenos ojos y en algo parecido a un siervo si se veía con malos ojos. En cualquier caso, era un objeto, no una persona.

Ésa había sido la causa de la falta de comunicación entre las dos mujeres. La marquesa había olvidado añadir la condición de que la baronesa también debía mantener en secreto para su marido lo que había visto. La baronesa había entendido su orden como: "No se lo digas a nadie más", y puesto que su marido era como otra parte de sí misma, quedaba naturalmente excluido de la categoría de "nadie más". Así, el barón Jordini se había enterado del secreto al detalle.

Antes de revelarlo, suplicó al marqués Gualtieri:

—No puedes decírselo a nadie, ni siquiera al marqués Chapinelli. De hecho, la orden de silencio vino de los Chapinelli. Me meteré en un buen lío si se enteran de que he hablado.

Lo divertido, por supuesto, era que el marqués Chapinelli no tenía conocimiento de este asunto. Si lo hubiera sabido, habría enloquecido.

—Sí, sí —instó Gualtieri—. Sea lo que sea, adelante, dilo.

El barón Jordini respiró hondo y cerró los ojos de golpe antes de decir:

—La joven amante del rey tiene otro amante.

Los ojos de Gualtieri se abrieron de par en par.

—¡¿Qué?!

No podía creer lo que acababa de oír. Sólo llevaba dos minutos como amante real, ¿y ya tenía otro hombre? Luchó por encontrar la explicación más comprensible.

—¿Te refieres a su marido?

Debido a la doctrina de la Iglesia, las amantes oficiales de la realeza eran todas mujeres casadas. Aunque a unas pocas se les daban maridos falsos, como a Rubina, la mayoría tenía un marido de verdad. Un rey que ardiera en celos y posesividad podía enviar al marido a algún lugar remoto y oscuro o acosarlo de otras maneras, pero no podía quejarse por el mero hecho de que su amante se hubiera acostado con su propio marido.

—No. Sabes que su marido está refugiado en su territorio en el oeste.

—Oh, claro.

—Alguien la vio no hace mucho, reuniéndose clandestinamente con un hombre aquí en Harenae.

El barón Jordini ocultó la identidad del testigo porque su esposa le era muy valiosa.

—¡¿Cuántas vidas tiene esa mujer?! —exclamó Gualtieri, conmocionado—.¿Siete?

Había escupido el comentario sin pensarlo mucho, pero ahora que lo recordaba, era bastante convincente. Isabella de Mare había sobrevivido a tantas penurias inverosímiles; era básicamente un ave fénix. La hipótesis de que tenía varias vidas tenía sentido.

Había gastado unas tres de esas vidas lidiando con la adversidad que ella misma se había buscado. Si perdía otra esta vez, sería la cuarta.

—¿Quién es este otro hombre?

—No lo sé.

La baronesa Jordini no le había dicho a su marido quién era el compañero sentimental de Isabella. No podía cuando el hombre era el conde DiPascale, que formaba parte del círculo íntimo del jefe de su marido. El barón estaría obligado a decírselo a la marquesa Chapinelli si lo sabía, lo que significaría que Francesca, la marquesa Chapinelli, se enteraría de que la baronesa había hablado.

Todos en su grupo se habrían horrorizado al enterarse de que la amante real tenía una aventura con uno de los suyos.

—Un día de estos se le escapará —dijo el barón Jordini con toda confianza. Era más discreto de lo que su esposa creía, al menos más que ella. Su esposa Annetta le había contado inmediatamente a su marido Romeo lo de la asignación de Isabella, mientras que Romeo no le había contado a Annetta un hecho relacionado que él conocía por casualidad.

'Isabella de Contarini también se acostó una vez con el marqués Chapinelli'. El barón Jordini no había visto la necesidad de decirle a su esposa que él había sido la misma persona que había recogido a Isabella de la mansión Contarini aquel día y la había llevado de vuelta a casa una vez hubo terminado. La condesa Contarini había entrado sola en la residencia temporal alquilada por Chapinelli; era obvio lo que había hecho con él allí. Chapinelli no era el tipo de caballero que convocaría a una mujer con su aspecto a un escondite como aquel para nada más que una conversación.

Aunque el marqués Chapinelli difícilmente podía calificarse de admirable, Isabella tampoco estaba precisamente en sus cabales. Ella, una condesa, había ido a ver a un marqués cuando éste la había citado para tal fin. En realidad, era más agresiva que la media de los adolescentes en cuanto a su incapacidad para resistir los impulsos.

—No es digna de confianza. Creo que sería mejor evitar hacerla socia en cualquier empresa importante.

—...¿Eso crees?

El marqués Gualtieri parecía a punto de llorar al pensar que tendría que continuar su incómoda alianza con Rubina. Sin embargo, no le parecería bien reclutar a Isabella para su causa cuando el barón Jordini estaba tan firmemente en contra del golpe.

—Lo meditaré un poco más.

Además, quedaba un poco de tiempo antes de que él y Rubina tuvieran que empezar a trabajar juntos en serio. No necesitaba llevar a los restos de Assereto a asaltar San Carlo de inmediato. Había una gran dificultad en el deseo número uno de Rubina, es decir, su deseo de que su nieto ascendiera al trono de Etrusco. El nieto ni siquiera existía todavía.

—Advertí a la Gran Duquesa Rubina que lo que quiere sólo es posible si el Gran Duque Césare produce hijos.

Y para producir hijos, Césare tenía que casarse. En teoría podía engendrar un hijo en cualquier parte, como León III había hecho con él, pero ese hijo no sería del tipo que él necesitaba. Tenía que ser uno que fuera plenamente legítimo y, por tanto, capaz de convertirse en rey limpiamente.

Por delante de Césare en la línea de sucesión se encontraba el príncipe Alfonso, cuya legitimidad personal era inigualable. Era el hijo lícito de León III, nacido de Margarita de Gallico. Los hijos de Césare debían tener un linaje que los convirtiera en sucesores justificados de Alfonso. Sólo entonces podría el hijo de Césare-

y el propio Césare más adelante- intentar cuestionar la inestable situación de los herederos de Alfonso y hacer una jugada por el trono.

Ya era demasiado tarde para que Césare se casara con la difunta princesa Auguste; no se permitiría un matrimonio póstumo. Sólo le quedaba una opción.

—Nuestra negociación puede comenzar una vez que el Gran Duque Césare se case exitosamente con Lady Julia Helena.

Hasta entonces, el Marqués Gualtieri no planeaba hacer absolutamente nada.

***

Rubina no estaba contenta. Había salido de su encuentro con el marqués Gualtieri sin ganar gran cosa. Tenía que guardar su pequeño secreto si no quería perder a su futuro colaborador, ¡y él no le había dado nada! Incluso había aprovechado la ocasión para pedirle que eliminara las limitaciones a la propiedad de las ovejas. Ella le dijo que no, irritada, que primero tenía que evaluar la situación.

Por otra parte, sus argumentos habían tenido sentido. Para que Césare se convirtiera en un personaje más importante que el príncipe Alfonso, necesitaba una esposa cuya legitimidad coincidiera con la de Alfonso. En las circunstancias actuales, Lady Julia Helena era la única candidata.

Tras abandonar la primera casa de vacaciones de Gualtieri, se dirigió a la segunda.

—¿Qué le trae por aquí a estas horas?

—Estoy aquí para ver a mi hijo.

Aquí se alojaban Julia Helena y Césare. Al entrar, fue recibida por la vizcondesa Panamere, que no pudo ocultar su expresión de sorpresa. Sin dudarlo, se dirigió a la habitación de Césare.

Frunció el ceño mientras la guiaban al dormitorio del pasillo donde él se alojaba. '¿Cómo le había tocado una habitación tan cutre?' Pero no tardó en darse cuenta de lo que había estado pensando. Julia Helena estaba demasiado enamorada de él como para haberlo enviado allí, y su gente no estaba en condiciones de hacer algo así.

'Lo eligió para poder escalar los muros por la noche como un gato escurridizo.'

Chasqueó la lengua y abrió la puerta sin siquiera llamar antes. Césare, que no había comprado una cerradura para ella durante su visita al taller unos días antes, se vio acorralado sin la más mínima protección.

—¿Madre? —se giró para sentarse frente a ella, sobresaltado. Iba vestido de manera informal.

—¿Por qué estás tan sorprendido? Parece como si hubieras visto un fantasma —espetó.

Césare sintió lo mismo que el marqués Gualtieri: habría sido mejor ver a un fantasma que a Rubina.

—Vamos a dar un paseo —ordenó bruscamente. Lo llevaba afuera por si alguien los oía; ella ya sabía que le gritaría, y su conversación debía mantenerse alejada de los oídos de Julia Helena.

Césare cogió en silencio un abrigo y siguió a su madre al exterior. Al principio, sólo se oían sus pasos. Una vez recorrida una buena distancia, empezaron a oírse otros sonidos: las pisadas de sus pies sobre las pequeñas ramas y las hojas secas esparcidas por el sendero, que se solapaban con los ruidos más lejanos del arroyo y el ulular de los búhos.

Rubina empezó a sentirse molesta. Había tolerado la protesta silenciosa de Césare durante bastante tiempo. Había llegado el momento de ir al grano.

—¿Por qué aún no te has acostado con la chica? ¿Qué has estado haciendo?

De repente estaban in medias res.

N/T: "In medias res" es una frase latina que significa "en medio del asunto" o "en medio de la acción". En narrativa, se refiere a una técnica donde la historia comienza en un punto avanzado de la trama, en lugar de desde el principio.

—Antes me hablabas hasta hasta la saciedad de dignidad —respondió Césare con un suspiro—, pero ahora tu discurso es muy vulgar.

—Tú eres el que no ha hecho lo mínimo que se espera de un hombre —ella lo fulminó con la mirada—. Puedes luchar por la dignidad después de haber hecho eso.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no quiero casarme con ella?

—¡¿Y cuántas veces tengo que decirte —gritó Rubina—, que no tienes elección?!

Siguió adelante, habiendo tomado el control de la conversación.

—El marqués de Manchike está decidido a impedirlo. ¡Tienes que hacer que el matrimonio sea irrevocable antes de que pueda anular el tratado! Los ojos de esa niña están llenos de corazones porque está locamente enamorada de ti. ¡Todo lo que necesitas hacer es tomarla para ti! ¡¿Por qué no puedes hacer eso?!

No era que no pudiera, sino que no quería. Él amaba a otra persona, y no quería usar a Julia Helena de esa manera.

—¿Por qué no envías a esa niña de vuelta a casa?

No sabía mucho de cortesía internacional y cosas por el estilo, pero sí sabía que lo que Rubina le estaba haciendo a Julia Helena era inhumano: jugar con sus sentimientos y explotar sus esperanzas para torturarla. Suspiró profundamente.

—Ya has jugado bastante con esa pobre niña.

—¿Esa pobre niña? —Rubina estaba furiosa—. ¡¿Cómo puede merecer tu compasión?! —como no había nadie más con ellos en el sendero de la montaña, soltó un rugido desde la boca del estómago—: ¡Mi situación es un millón de veces peor!

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