Laura – Capítulo 99
Lady Pendleton
Capítulo 99
[¿Puedes imaginarte lo que sentí en ese preciso momento, Srta. Pendleton? ¡Sentí incluso mayor alegría que la que experimenté cuando me diste una nueva vida como mecanógrafa, cuando dejé mi casa para vivir en una pensión, y en mi primer día en la editorial!
Al día siguiente, me fui a Bath con la Srta. Lotis. Ella tenía un seminario y un evento de autógrafos planeado allí. En cuanto llegué, la seguí a todas partes para organizar sus horarios y preparar sus trajes, paseos en carruaje y comidas. Esencialmente, me he convertido en su secretaria personal. Mi sueldo se ha triplicado, y la editorial está encantada de pagarlo. Sin duda, mi horario de trabajo ha aumentado, ¡pero habría estado dispuesta a hacerlo gratis si pudiera trabajar con la Srta. Lotis! ¡Así que no puedo creer en mi suerte y que me paguen por hacer el trabajo de mis sueños!
Sólo ha pasado poco más de una semana desde que empecé en este puesto, pero la señorita Lotis es ya completamente dependendiente de mí ahora. Estoy extasiada de poder cuidar de todos sus documentos, ropas y manuscritos con garabatos tan malos como los míos. Y lo que me hace aún más feliz el hecho de que la señorita Lotis parece aprobarme.
Ah, Srta. Pendleton, ¡ojalá pudiera mostrarte la maravillosa vida que tengo ahora!
¿No podrías venir a visitarme a Bath por casualidad? Me encantaría presentarte a la Srta. Lotis. Las tres podríamos tomar el té juntas. ¡Estoy segura de que le gustará la señorita Lotis!
Te escribiré otra carta muy pronto. Por favor, reza por mí para que nunca me exilien ¡de esta vida perfecta!
Siempre tu amiga,
Jane Hyde.]
Esto era completamente diferente de lo que Laura esperaba. Lo pensó un momento y decidió que este nuevo trabajo ayudaría sin duda a la señorita Hyde a convertirse en una profesional de éxito.
Laura creía que la señorita Hyde no era alguien que debiera estar atrapada en una oficina mal ventilada. La señorita Hyde era activa, libre y valiente. Ayudar a la mejor autora de viajes de Inglaterra, la señorita Lotis, sin duda llevaría a la señorita Hyde a una exitosa carrera profesional.
La Sra. Fairfax adivinó—: Debe haber recibido buenas noticias, Srta. Pendleton.
Laura dejó la carta, con las mejillas sonrosadas por la emoción. Rápidamente explicó el contenido de su carta a su patrona. La Sra. Fairfax felicitó a Laura por el éxito de su amiga. A la señora Fairfax no le interesaban los libros, lo que significaba que ni siquiera sabía quién era Mary Lotis. Pero la Sra. Fairfax siempre había sentido un sano respeto por las mujeres independientes.
La Sra. Fairfax sugirió—: Dile a tu amiga que pruebe el restaurante Béatrix, en el centro de Bath. Tiene un chef italiano y su comida es excelente.
—Ah, recuerdo que me dijo que residió en Bath durante mucho tiempo.
—Sí, mi marido se cayó de un caballo y se hizo daño en la espalda hace mucho tiempo. Nos quedamos en Bath para su tratamiento.
—Me cuesta creer que estuviera enfermo. Ahora está tan sano y activo.
La Sra. Fairfax respondió—: Las aguas termales de Bath le salvaron. Si no hubiéramos ido allí, no habríamos tenido más hijos aparte de Henry —Laura se sonrojó, pero la señora Fairfax continuó con indiferencia—: Yo también me beneficié de Bath. Cuidar de mi marido era agotador, pero allí también recuperé la salud. Beber agua mineral y comer en excelentes restaurantes me reenergizó. Bath tiene bailes interminables, clubes de lectura, oportunidades para ir de compras y conciertos, así que ninguna mujer puede permanecer deprimida allí.
Poco después, Laura volvió a su habitación. Sacó un trozo de papel y empezó a escribir una respuesta a la señorita Hyde. Estaba llena de calurosas felicitaciones y bendiciones. Después de cerrar el sobre, Laura sacó la carta de Anne.
Después de que Laura abandonara Londres, Anne le escribió con regularidad. Anne se preocupaba por la nueva vida de Laura, pero la mayoría de sus cartas estaban llenas de quejas sobre los cambios en la casa Pendleton. Maldijo a Charles Pendleton por beber y apostar todos los días y a Gerald Pendleton por consentir a su hijo.
A través de la carta de Anne, Laura se enteró de que las preciadas obras de arte de su abuela habían sido vendidas para financiar la adicción al juego de Charles. Al parecer, su tío andaba por Londres tratando de encontrar otro inversor para el negocio de su primer hijo, haciendo promesas vacías a cualquier prestamista potencial.
Gerald Pendleton siempre afirmaba que su prioridad era proteger el honor de la familia. Pero a estas alturas, Laura no podía entender cuál era la definición de "honor" de su tío.
Curiosa por saber qué habían hecho esta vez su tío y su prima, Laura abrió la carta de Anne. Pero al igual que la carta de Miss Hyde, la noticia era muy inesperada.
[Mi amada señora, la Srta. Pendleton,
No han pasado ni dos días desde que le escribí mi última carta, así que perdóname, milady.
Pero este mensaje no es para cotillear sobre la familia Pendleton. Después de leer su última
respuesta, me di cuenta de que no disfruta escuchando sobre la caída de su familia. Siento mucho haberle molestado. No puedo creer que gasté papel y tinta en escribir sobre esos dos hombres terribles.
Había planeado abstenerme de escribirle cartas durante todo un mes. En lugar de rezar para que Lord Pendleton se cayera del carruaje y que Charles Pendleton fuera rechazado por la señorita Jensen, decidí centrarme en la limpieza de este adosado lo mejor que pueda.
Pero entonces, un hombre visitó nuestra casa esta tarde. No tuve más remedio que abrir mi tintero para informarle al respecto.
Milady, ¿conoce por casualidad a un hombre llamado John Ashton?]
John Ashton.
Laura dejó caer la carta. 'John Ashton... John Ashton…'
Le vino a la cabeza la imagen del pelirrojo que recordaba. De piel más oscura y rasgos varoniles, y era un hombre inusualmente alto y bien formado. Solía tener una sonrisa radiante con un hoyuelo en ambas mejillas.
Con las manos temblorosas, Laura siguió leyendo la carta.
[Llegó en un autocar. Tenía el pelo rojo oscuro y la piel morena, y también era muy alto.
(Era casi tan alto como el Sr. Dalton.) Sus ojos eran violetas, y no pude evitar… fijarme en sus hoyuelos. Desde luego, era un hombre bien hecho. (Casi tanto como Mr. Dalton). Llevaba ropa de luto, y parecía cara.
Milady, ¿recuerda a un hombre así?
La estaba buscando. Quería saber si aún residía en esta casa. Él ya sabía lo del fallecimiento de Lady Abigail. Le dije que se había ido. Me preguntó dónde y como me negué a decírselo, intentó sobornarme. Cuando me negué de nuevo, se enfadó mucho. Como era de esperar, ni siquiera pestañeé.
Dijo que nos visitaría una vez más y se fue en el carruaje. Milady, ¿tenía que decirle donde se encuentra?
Necesito saber qué le gustaría que hiciera. Por favor, envíeme una respuesta tan pronto como sea posible. Cuando este hombre regrese, ¿debería mantener la boca cerrada? ¿O podría darle a este hombre atractivo la oportunidad de encontrarle?
Con amor,
Anne Steel.
P.D. Casi he terminado de tejer sus guantes. Se los enviaré en mi próxima carta. Milady, yo le echo mucho de menos.]
Laura se quedó aturdida por un momento. Su cabeza buscó los recuerdos de lo ocurrido doce años atrás, cuando ella era una ingenua enamoradiza de diecisiete años. Por aquel entonces, él era un estudiante de Oxford de veintidós años. Cuando apareció en la alta sociedad, no era muy popular a pesar de su buena apariencia. Al fin y al cabo, era muy pobre, tenía unos padres incompetentes y varios hermanos pequeños a su cargo.
Sin la condesa Grandchard como madrina, ni siquiera habría podido ir a la universidad. La gente chismorreaba que era el juguete de la condesa a pesar de ser su sobrino lejano. Sin embargo, este hecho no importaba, ya que la sociedad londinense prefería los cotilleos jugosos a la verdad.
El joven estaba sufriendo estos rumores viciosos, por lo que no fue una sorpresa que Laura se interesara por él. Después de todo, ella también era una joven ignorada por la sociedad debido a la desgracia de sus padres.
Laura fue la única que no se negó a bailar con él. Era la única que se reía de sus chistes.
No había forma de saber quién se enamoró primero. Laura tampoco recordaba quién sugirió por primera vez la idea de huir. Fue hace tanto tiempo que sus recuerdos eran borrosos. Pero había algo que recordaba con claridad. Que él la había traicionado. Laura ya estaba siendo despreciada en la alta sociedad, así que él habría sabido lo que su abandono le haría. Aun así, la abandonó sin una sola carta ni una palabra de explicación.
'¿Por qué ha vuelto?'
Laura volvió a leer la carta. Anne había mencionado que llevaba ropa de luto y, de pronto, Laura pudo hacer una conjetura razonable.
Parecía que su mujer había fallecido.
John se casó poco después de abandonar a Laura. Se enteró de que su nueva esposa era hija de un próspero comerciante. Con el apoyo de su suegro, John pudo estudiar derecho y abrir su propio bufete. Lo último que supo Laura es que John Ashton se había convertido en un abogado de renombre.
'Supongo que empezó a sentir curiosidad por mí ahora que su mujer ha muerto. Seguro que antes no se habría atrevido ni a pensar en mí porque tenía que ser leal a su mujer y a su suegro.'
Laura se enfadó. Pensaba que le había perdonado. Él era joven y pobre en aquella época, así que ella podía entender que no pudiera dejar a su familia. Probablemente por eso John la había abandonado. Hacía tiempo que Laura había decidido perdonar y olvidar. Odiarle sólo le traía más dolor.
Pero ahora que volvía a oír su nombre, resurgían sus viejos e infelices recuerdos. Tras su marcha, se convirtió en el hazmerreír de la sociedad londinense. Se sentía desgraciada, y cuando se enteró de que él se había casado, lloró durante días. Enamorarse era una de las cosas más lamentables que había hecho en su vida.
Parecía que Laura no había terminado de odiarle. No quería verle y no quería que supiera nada de su vida. Así que Laura sacó un papel y empezó a escribirle a Anne.
[Anne,
No agradezco su interés. Si vuelve a visitarte, dile que me peleé con mi familia y escapé. Dile que ni siquiera sabes si sigo viva.]
***
No mucho tiempo después, Whitefield experimentó un gran alboroto. Comenzó con el envío de varias docenas de invitaciones a Londres. Ian, el señor de Whitefield, envió una invitación a cada persona que conoció durante su estancia en Londres.
El noventa por ciento de los invitados respondieron afirmativamente, lo que significaba que cerca de ochenta personas iban a asistir a esta fiesta. Teniendo en cuenta esta cifra, Laura empezó a preparar Whitefield Hall para un evento a gran escala.
Muchas gracias por la actualización!!! Por tu trabajo! Me encanta esta novela
ResponderBorrarGracias, está interesante la historia
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