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SLR – Capítulo 449


Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 449: Un sacrificio fácil

—Vaya, es increíble.

Fue en la mesa del almuerzo donde Ariadne se enteró de lo que había ocurrido aquella mañana en la corte real. Dejó el maccheroni a Cerete que estaba a punto de probar, pero se quedó con la boca abierta.

N/T maccheroni a Cerete: Preparación culinaria típica de Italia, específicamente de la región de Cerete. Consiste en una elaboración de macarrones cocidos al dente y posteriormente condimentados con una salsa de tomate casera, queso parmesano rallado y hierbas frescas como albahaca o perejil. Es un plato sencillo pero muy sabroso que se puede encontrar en muchos restaurantes italianos tradicionales.

Julia había corrido a la mansión De Mare en cuanto se enteró de la historia completa para informar a Ariadne de los detalles. Ella también chasqueó la lengua; era un escándalo ridículo. 

—La familia Bartolini también es un desastre. El viejo conde Bartolini hizo una notificación a la familia Contarini en cuanto llegó a casa.

—¿Qué piensa hacer? ¿Matará a la condesa? ¿O la meterá en un convento?

—No lo sé, pero dijo que su matrimonio había terminado, y que los Contarini deberían recuperar a su hija y volver a pagar el precio de la novia.

Ariadne negó con la cabeza. Si el matrimonio terminara por infidelidad o por falta de consumación dependía del vizconde Elba, que se encargaría del caso. Pero algo estaba claro, el viejo conde Bartolini había dejado clara su postura: Clemente y él habían terminado.

—Eso es bastante generoso de su parte. No pensé que la dejaría ir tan fácilmente.

—Al parecer, Ottavio lloró y le suplicó que le perdonara la vida. Al principio, declaró -como supusiste- que golpearía a Clemente hasta la muerte según las reglas de su familia, y luego amenazó con ejercer su derecho como cabeza de ésta a encerrarla en un convento para siempre sin consentir siquiera una anulación. Era temible.

—Probablemente cedió a las súplicas de Ottavio porque él mismo se sentía dubitativo.

Julia frunció el ceño. 

—Tienes razón. Nunca imaginé que sentiría el amor de un hombre en su negativa a matar a su mujer.

Ariadne chasqueó la lengua. 

—Eso es amor verdadero, tengo que admitirlo. De todas formas, la familia Contarini también debe estar hecha un lío.

—Sí. Consiguieron salvar a Clemente, pero la verdad es que Ottavio no tiene dinero para pagarle el precio de la novia.

—No tienen dinero, y tampoco adónde ir.

—Es verdad... ¿dónde vivirán ahora? La mansión del Conde Contarini ha sido confiscada.

La pregunta de Julia hizo que Ariadne se frotara la nariz con torpeza. Su buena amiga Camellia era la acreedora de los Contarini, la persona que había confiscado la mansión era el hermano de Julia, y el monstruo que había orquestado todo el asunto estaba sentada aquí mismo, delante de Julia. 

—Oh, hmm... tal vez tengan que ir a su territorio.

Julia frunció el ceño por un momento. Aunque la familia Contarini no era especialmente rica ni productiva, pero poseía un territorio en el oeste. Podrían ganarse la vida a duras penas si se trasladaban allí. No sonaba mal, al menos para Ariadne, que se había criado en una granja rural antes de mudarse a San Carlo.

A Julia, que había nacido y crecido en la capital, le parecía de otra manera. 

—En otras palabras, están totalmente arruinados. 

Una antigua familia noble de la capital relegada a una región remota era, a sus ojos, una degradación de estatus.

Ottavio y ella se conocían desde niños. No eran íntimos, pero llevaban años en la misma pandilla; ella aún le tenía cierto afecto y no podía evitar sentir algo de lástima y pena por él.

Ariadne, en cambio, no podía llamar amigo ni a Ottavio ni a Clemente, ni siquiera en broma. Ella estaba preocupada por algo totalmente distinto. 

—¿Qué pasará con el niño?

Nunca había conocido a su sobrina Giovanna, pero la niña seguía siendo de su sangre. Y lo que era más importante, conocerla había hecho muy feliz al cardenal de Mare, era como si tuviera una nueva vida. Ariadne estaba preocupada por la jubilación de su padre y no podía evitar preocuparse por la seguridad de Giovanna.

—¿Sabes lo que hizo esa hermana tuya? —preguntó Julia nada más oír la pregunta, y acto seguido se lanzó con el ceño fruncido a condenar a Isabella que no estaba presente—. Cuando Su Majestad León III le preguntó si quería traer a alguien de la casa Contarini, ¡se hizo la inocente y fingió que su hija no existía! ¿Cómo pudo hacer eso?

Había un poco de distorsión y mala interpretación en su relato. Aun así, este reportaje desinformado captó muy bien la esencia de aquel momento.

Ariadne apoyó la cara entre las manos. Sí, su hermana era capaz de eso y más. —¿Crees que el conde Contarini me enviaría a la niña si se lo pidiera? —murmuró sombríamente. No quería más responsabilidades, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados.

—No lo sé. Personalmente, no lo creo. 

Julia conocía bien a Ottavio; lo único que le quedaba era su orgullo. Sin embargo, su falta de interés en su hija no significaba que él entregaría su única carne y sangre a su familia política, a menos que quisiera deshacerse de ella después de un nuevo matrimonio exitoso. 

—Probablemente se la lleve con él al territorio y haga que Clemente se ocupe de ella.

Ariadne coincidió con Julia en la valoración de su carácter. Suspiró profundamente. 

—En cualquier caso, debería enviar a alguien a preguntarle. Además, en mi opinión, Su Majestad definitivamente levantará la orden de confiscación sobre la mansión Contarini.

La mansión había sido embargada y nadie podía tocarla. Si se forzaba la venta, el acreedor de los Contarini -originalmente Camellia, y ahora el monasterio de Averluce, que le había comprado la deuda- sería el primero en reclamar los beneficios. Sin embargo, Ariadne estaba segura de que León III, habiendo elegido a Isabella para sí, pasaría por alto el procedimiento adecuado y levantaría la orden de confiscación. Después de todo, era una oportunidad para él de presumir ante una mujer sin gastar una sola moneda. No era de los que dejaban escapar una oportunidad tan perfecta.

—Una vez que lo haga, Ottavio no tendrá que pagar su deuda —Ariadne suspiró una vez más, casi lo suficientemente fuerte como para derribar la casa—. Le pediré a Rafael que facilite un acuerdo razonable entre él y el monasterio.

Desde la perspectiva del monasterio, estaban perdiendo dinero que podrían haber ganado. No dinero en efectivo, ya que habían comprado la deuda de Camellia a bajo precio, pero seguía siendo una pérdida. Por eso Ariadne quería pedir una concesión a Rafael, para asegurarse de que a Ottavio le quedara algo de dinero, sólo por el bien de Giovanna.

—El rey convocará a los responsables del monasterio y les amenazará con que tomen lo que puedan y se vayan. En otras palabras, no lo conseguirán todo... y un compromiso por parte del monasterio pondrá más dinero en el bolsillo de los Contarini... eso significa que podrán pagar el precio de la novia de la condesa Bartolini y financiar también la educación de Giovanna.

Aunque las predicciones de Ariadne eran muy razonables, había una variable que no tuvo en cuenta: la naturaleza verdaderamente atroz de su hermana.

***

—¿Qué? ¿Va a levantar la orden de confiscación?

—Así es. De todos modos, sólo fue una disputa derivada de una discusión trivial.

—No quiero eso.

León III había supuesto que Isabella saltaría de alegría. Esta inesperada respuesta le sorprendió tanto que perdió la oportunidad de reprender. 

—Quiero decir que ahora también se ha casado la hija del barón. Nadie salió perdiendo.

No se dio cuenta de que la hija del barón a la que Isabella había robado su futuro marido y la esposa del mercader que había abortado por culpa de Isabella eran la misma, Camellia. Sin embargo, aunque lo hubiera hecho, su perspectiva habría sido la misma. Las penas ajenas no eran su problema.

—Está bien —insistió, ignorando por completo la espantosa expresión que estaba poniendo la duquesa Rubina en la misma habitación—. Está bien aceptar regalos como éste. Si no, ¿de qué te sirve contarle directamente al rey tus dificultades? Levantaré la orden sobre la mansión para que podáis resolverlo todo lo mejor que podáis. Paga tus deudas y llega a un acuerdo con tu acreedor.

La situación se había vuelto ridícula: León III se esforzaba por convencer a Isabella de que aceptara su gesto de buena voluntad.

Parpadeó con sus ojos violetas. 

—Su Majestad, estoy muy agradecida —dijo y luego frunció los labios en forma ovalada—. Pero...

‘Esto quedará registrado como el primer favor que me concede el rey. Que Ottavio se beneficie a través de mí…’ 

—...Isabella no desea causar ningún problema a Su Majestad. 

N/T: aquí la loca Isabella se hace la nena y habla de sí misma en tercera persona xDDDD

En ese momento estaba apoyada en los pies del trono de León III como un cachorro. La mente del cachorro hizo todos los cálculos necesarios en un instante. Estaba alimentando la rabia hacia Ottavio; nunca olvidaría cómo le había dado la espalda en presencia del conde Bartolini. Esa sonrisa burlona, ese áspero apretón en su muñeca, esa mirada completamente despiadada en sus ojos mientras la arrastraba lejos... nunca, nunca lo olvidaría.

Desgraciadamente, estaba tan ocupada hirviendo de furia por su marido que se olvidó de su hija: de su existencia, de su responsabilidad y de su amor por ella.

—Su Majestad, el reciente incidente... Me mortifica haberme visto obligada a ser juzgada y convertido en objeto de habladurías...

Como cabía esperar de Isabella, omitió el hecho de que había sido ella la que había exigido la chapuza de un juicio público.

—En cualquier caso, hubo un veredicto oficial. Me preocupa que si lo anula -Su Majestad podría hacerlo, por supuesto, siendo todopoderoso- podría haber quejas de ciertos sectores —sus pestañas rubias temblaron delicadamente—. La gente es tan astuta, tan traicionera...

Este lamento era sincero. Hasta entonces, Isabella había restado importancia a la mezquina antipatía de los demás hacia ella, pero había despertado una vez que estuvo a punto de quemarse por ello. Sus criadas, su marido, su familia... nadie la había ayudado. Nadie, excepto el hombre que la había deseado.

—Una multitud puede amontonar calumnias sobre calumnias hacia una persona y, en última instancia, hacerla pedazos. Una lengua humana también puede asesinar, igual que una espada, por muy poderoso que sea el objetivo.

Isabella seguía su instinto para manipular a León III. Lo que le decía equivalía a susurrarle al oído: “No confíes en nada de lo que te digan los demás. Son todos unos mentirosos. No importa quién hable de Isabella, hija de Mare y de la condesa Contarini, a sus espaldas, están mintiendo descaradamente.”

Ante la vitalidad de esta joven belleza rubia, el anciano rey no pudo hacer otra cosa que seguir asintiendo con la cabeza. Tampoco se equivocaba. La gente siempre alimentaba chismes sin responsabilizarse de ellos, y una vez reunidas tres personas, estaban obligados a crear cosas de la nada.

—En otras palabras, no hay ninguna necesidad de que levante la orden de confiscación de la mansión Contarini en mi nombre. No debería sacrificar su gran causa por alguien como yo.

Así, Isabella vendió las perspectivas de su hija a cambio del favor del rey.

Los ojos llorosos de León III brillaron ante esta adulación desinteresada. Tanto Rubina como Margarita siempre se metían con él por no darles lo suficiente. Nunca antes una mujer le había dicho que no necesitaba nada de él.

Hasta ahora, sólo había estado con mujeres entregadas a sus propios hijos. Isabella, en cambio, renunciaba a su hija como si no fuera de su propia sangre. Él malinterpretó eso como un signo de profunda lealtad y amor.

***

—Esto es inaceptable —se enfureció la duquesa Rubina. Se había visto obligada a ver el pequeño espectáculo de Isabella de principio a fin con los ojos bien abiertos, y ahora había cogido a alguien a quien atormentar: el señor Delfinosa. 

—¡Se deshizo de mi útil dama de compañía y me obligó a emplear a esa criatura en su lugar!

Por supuesto, esta animadversión hacia la condesa Contarini, su nueva dama de compañía, no provenía de ningún problema con la competencia de la condesa. La duquesa lo sabía, y el señor Delfinosa también. Sin embargo, si se atrevía a señalar que el verdadero motivo de su enfado era que Isabella la había sustituido como mujer del rey, lo fulminaría literalmente.

—¡No puedo creer que esto me esté pasando a mí!

El señor Delfinosa puso los ojos en blanco. Había cometido bastantes errores. Por ejemplo, había contribuido en un 1% a la caída de Clemente de Bartolini. Realmente había odiado la idea de presentarse... quizá debería haber mantenido la boca cerrada... pero no era tan canalla como para obligar a una noble, con la que había disfrutado en algún momento, a someterse a una inspección de su cuerpo delante de todo el mundo.

Dejó escapar un largo suspiro deplorando su desgracia y abrió la boca. Iba a convencer a Rubina de que la desaparición de Clemente no era del todo mala. 

—Duquesa, por favor, no se inquiete demasiado. Pronto podrá recuperarse de esto.

A primera vista, parecía una tranquilización corriente, pero contenía una implicación sutil y un detalle excesivo. La duquesa Rubina le miró inquisitivamente, buscando una explicación.

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