SLR – Capítulo 447
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 447: El testigo que cambia el juego
Al oír que la condesa Bartolini había sido la que había caído, todos en la galería se volvieron simultáneamente para mirar a Isabella, la condesa Contarini. Ataviada con un vestido blanco puro, los ignoró y miró a lo lejos con sus hermosas pestañas doradas bajadas.
El juicio real se celebraba en la “Sala del Agua” del Palacio Carlo. Isabella estaba en un estrado de madera muy alto a la izquierda, Clemente en un estrado idéntico a la derecha, y León III estaba justo en el medio, como fuera de lugar.
Había un marcado contraste entre el aspecto de las dos mujeres. Isabella estaba familiarizada con las ventajas de un aspecto sencillo y sin pretensiones. Su vestido blanco había sido requisado por el rey y adquirido apresuradamente en palacio; en otras palabras, pertenecía a la duquesa Rubina. Su enorme extravagancia había obligado a Isabella a trabajar duro toda la mañana para arrancarle los adornos y los botones.
Con su coleta sin adornos y su sencillo atuendo, Isabella habría parecido un ángel caído del cielo a la gente que no la conocía, pero su mala fama era conocida por todos en San Carlo. La duquesa Rubina, por ejemplo, sabía exactamente de dónde había salido el vestido; miraba a Isabella desde su asiento en la galería con los ojos en llamas.
‘¿Sacaste todos los botones dorados y las perlas decorativas para poder robártelos?’, pensó, apretando los dientes. ‘¿De verdad crees que saldrás viva de este tribunal?’
En opinión de la duquesa, Isabella tenía cero posibilidades de ganar. Para empezar, su oponente era formidable. El aspecto de Clemente era todo lo contrario al suyo; con su vestido de pesada tela gris oscura, que era casi como un vestido de luto, era la viva imagen de una noble joven y refinada. Los pendientes de perlas que colgaban de sus orejas y el velo negro que cubría su rostro también hablaban de la riqueza y el alto estatus propios de una aristócrata culta de alto rango de la capital.
La gente del público empezó a murmurar entre sí.
—Si la condesa Bartolini es la que cayó, ¿no se deduce que su oponente la empujó?
—Clemente ha hecho mucho trabajo voluntario.
—También es profundamente religiosa.
—Todos la conocemos desde que era una niña. Es una joven agradable de buena familia.
—No sé cómo terminó envuelta en este escándalo...
Entre las mujeres casadas de la nobleza de San Carlo, que servían de barómetro para la opinión pública de la ciudad, Clemente de Bartolini tenía una reputación bastante limpia. Sólo una pequeña minoría conocía la doble vida que había empezado a llevar tras su matrimonio. Además, era íntima confidente de la duquesa Rubina.
—No veo el sentido de este juicio. —susurró la duquesa a la condesa Pinatelli, que estaba a su lado. El mero hecho de que su dama de compañía estuviera en el banquillo de los testigos era motivo de disgusto. Si se hubiera enterado antes de la situación, habría actuado con rapidez para evitar que se celebrara el juicio. Sondear las profundidades de los secretos de las familias aristocráticas y arrastrarlos a un tribunal abierto era en sí mismo una farsa. Ni los Bartolini ni los Contarini respetaban el proceso; de hecho, no había ni una sola familia aristocrática que viera con buenos ojos la gestión del asunto por parte de León III si se encontraran en una situación similar.
‘¿Y cómo demonios había entrado aquella mujer en el palacio?’ Había dado orden de prohibir a las hermanas De Mare la entrada en el Palacio Carlo, pero tanto la mayor como la menor seguían frecuentándolo como si fuera su propia casa. La más joven incluso había declarado su intención de mudarse allí. Era molesto, profundamente molesto.
La duquesa no podía, sin embargo, decir algo como ‘¿Quién les ha dejado entrar cuando yo se lo he prohibido?’ porque eso equivaldría a confesar que ella no controlaba el palacio. La condesa Pinatelli, percibiendo el rápido deterioro del humor de Rubina, se apresuró a ponerse de su lado.
—Cada una acusa a la otra de empujarla, pero es obvio a quién debemos creer.
Todos a su alrededor seguían charlando.
—Supongo que celebran este juicio porque hay alguna prueba definitiva en un sentido u otro.
—No, no puede ser. No se habrían molestado si lo hubiera.
—Es completamente obvio cuál será el resultado. ¿Están ofreciendo este juicio como un lugar para beber durante el día?
—¡Silencio todo el mundo! —bramó irritado León III—. ¡Silencio! Necesito silencio para escuchar los testimonios de las dos partes.
A decir verdad, el público también sentía curiosidad por eso. ¿Dos cuñadas habían tenido una pelea de gatas tirándose de los pelos, y una había empujado a la otra por las escaleras? ¿Se habían peleado por un amante? ¿Por quién lo habían hecho?
Isabella fue la primera en hablar. Con todos los ojos de la sala puestos en ella, fijó su mirada apenada en algún lugar muy lejano y comenzó lentamente su testimonio.
—Conozco uno de los secretos de Clemente.
Todo San Carlo se concentró en sus labios con la respiración contenida.
—Ella estaba teniendo una aventura.
—¡Tonterías! —rugió furioso el viejo conde Bartolini.
—¡Silencio! —gritó León III para contener al conde, que resopló con furia mientras miraba a Isabella con extremo desagrado. El vizconde Elba, que trabajaba como abogado en la capital, se sentó a su lado y lo calmó.
La visión del rey reprimiendo al conde Bartolini levantó el ánimo de Isabella. Reforzada su confianza, alzó la voz y gritó—: De hecho, Clemente era... ¡la amante del marqués Campa!
El público bullía.
—¡¿Marqués Campa?!
—¡Era ella, no Clemente!
Era una historia antigua; algunos la conocían, pero no todos. Los aristócratas que se encontraban entonces en sus territorios, alejados de los tejemanejes de la alta sociedad, se sentían confusos al ver cómo sus vecinos cuchicheaban entre sí.
—¿Qué quieres decir con que era ella?
—Oh, bueno, hubo un gran escándalo en San Carlo hace unos 5 ó 6 años.
Era un tema tan candente que numerosas personas se apresuraron a explicarlo, incluso a desconocidos. —Antes de que la condesa Contarini se casara, es decir, cuando era la hija mayor del cardenal de Mare, hubo un gran alboroto en un baile de máscaras porque tuvo una cita con el marqués Campa.
—¡Dios mío!
—Supongo que no lo sabías porque estabas en tu territorio en ese momento.
—Se habló de su compromiso con el duque Césare, pero el duque lo impidió de inmediato en cuanto eso ocurrió.
Sin darse cuenta, Isabella se había convertido en el pegamento social, iniciando conversaciones entre desconocidos que casualmente estaban sentados unos detrás o delante de otros. El ambiente era casi festivo.
—Oh, vaya, ¿se habló de un compromiso? Yo sólo me enteré de la ruptura.
—Así es. Los De Mare trataron de reemplazar a sus hijas y lo arruinaron.
—¡Parece que la mujer de allí, la hija mayor de Mare, está llena de codicia! ¡Me pregunto por qué la familia Contarini la aceptó!
—El difunto conde debe estar revolcándose en su tumba.
Algunos de los cotilleos que corrían de boca en boca eran ciertos y otros no, pero daba igual. Lo importante era que la gente se divertía.
Isabella se enfrentó a la ruidosa multitud y afirmó con voz débil—: Le dije a Clemente que contaría la verdad a todo el mundo; por eso intentó empujarme. Perdió pie y se cayó por las escaleras sin querer.
Sus palabras, sin embargo, se perdieron por completo entre la algarabía del público.
—¡Silencio!
Sólo después de que León III golpeara una y otra vez la mesa con su mazo, los chismorreos de San Carlo se calmaron por fin.
Un experto en derecho aprovechó la ocasión para hablar. Era el vizconde Elba, un abogado muy conocido en la capital. El conde Bartolini se había apresurado a enviar un mensajero aquella mañana para contratar sus servicios.
—Eso es completamente falso y sin sentido.
Había prometido al viejo conde que defendería a Clemente y se aseguraría de que volviera a casa, libre y por su propio pie. Estaba seguro de que ganaría, dado que su oponente era Isabella de Mare, es decir, Isabella de Contarini. Las mujeres como ella eran más vulnerables que nadie a las reacciones públicas; incluso una caza de brujas no era imposible.
Se movió con seguridad hacia el frente.
—Me gustaría señalar las inconsistencias en el testimonio de esta acusada. Durante la reunión de ayer, que se celebró con el propósito de discutir las reglas de la familia, la condesa Isabella de Contarini no hizo mención alguna de haber amenazado a la condesa Bartolini con esta falsa acusación.
—¡No es una acusación falsa!
—¡Silencio, por favor! —el vizconde Elba regañó.
Isabella no había podido contratar a un abogado para sí misma y, habiendo perdido hasta el último bocado de su popularidad, tampoco tenía criados ni vecinos que pudieran testificar a su favor. En medio de la reprimenda, se las arregló para hacer otra declaración insustancial en el sentido de “que aún debería creerme…”
Ahora le tocaba el turno a Clemente. Cuando le llegó el momento de hablar, su tono era tranquilo y firme a pesar de su rostro pálido.
—No tengo nada más que añadir. Reprendí a mi cuñada por no actuar virtuosamente y por descuidar sus deberes como madre... y ella, la condesa Isabella Contarini, montó en cólera y me empujó por las escaleras.
Una criada de la casa Bartolini, a quien la condesa había pedido que testificara, declaró después de ella. Dijo al tribunal que Isabella era una madre terrible y una esposa inmoral que no cuidaba de su hija porque estaba demasiado ocupada divirtiéndose fuera de casa.
El jefe de cuadra de los Bartolini fue el siguiente. Testificó que la condesa Contarini disfrutaba de frecuentes salidas nocturnas y que había regresado en mitad de la noche en varios carruajes de hombres diferentes.
—Perdone que le diga esto, pero también hay personas que han visto a la condesa Contarini manteniendo contactos físicos inapropiados con algunos de esos compañeros de viaje.
—¡Ejem! —el rostro de Ottavio se sonrojó. El conde Bartolini le había deshonrado completamente sin discusión previa para salvar a su hermana. Su ira hervía; sabía que difícilmente podría protestar cuando dependía de los Bartolini.
León III contempló el proceso con el ceño profundamente fruncido entre sus blancas cejas. Tal y como iban las cosas, Isabella de Contarini sería declarada culpable.
En ese momento...
—¡He traído al testigo aquí por orden de Su Majestad!
Un guardia real entró en la Sala del Agua. Isabella se animó de inmediato, mientras que la condesa Bartolini, que tardó en darse cuenta del testigo que el guardia había traído consigo, se puso pálida como un muerto.
***
Mientras el conde y la condesa Bartolini estaban ocupados preparándose para comparecer en el juicio en palacio, los guardias reales visitaban a otra persona. Tuvo que darse el doble de prisa para prepararse, porque normalmente no se despertaba tan temprano por la mañana, ‘¿Yo? ¿Por qué yo?’ se preguntó sin comprender, con el cuerpo desnudo cubierto únicamente por una camisa larga. ‘¿Se trata de la joven cortesana a la que acosé el mes pasado? Ni siquiera fui tan horrible con ella... ¿o es por el comerciante al que estafé con un pago el mes anterior? Bastardo tacaño, demandándome por una cantidad tan pequeña cuando le he comprado tanto a lo largo de los años…’
—¿Trajiste un carruaje para llevarme? —preguntó el hombre en tono cauteloso, con cara lastimera y medio despierto en camisa.
El guardia apenas logró mantener el desprecio fuera de sus ojos mientras respondía.
—Como usted es un testigo, vendrá conmigo voluntariamente, no será arrestado y llevado. Puede llevar su propio caballo o carruaje si así lo desea.
‘¿Un testigo?’ Al oír que no era un criminal, sino sólo un testigo, el hombre abandonó de pronto su actitud de absurdo servilismo y enderezó la espalda.
—Iré en el carruaje, entonces —respondió orgulloso, ahora erguido como un poste.
—Hágalo usted, entonces, marqués Campa —respondió el guardia real con un suspiro, mirando al hombre de mediana edad. Menos mal que había elegido ir en su carruaje; subirlo a un caballo de palacio habría provocado que el pobre animal se viera obligado a retirarse tras una lesión en la espalda.
El marqués Campa se vistió de buen humor y era todo sonrisas cuando subió al carruaje. Era uno de palacio, espacioso y bien equipado, y los guardias reales se comportaron con la mayor cortesía. Para un hombre como él, que había sido marginado por completo de la alta sociedad, era imposible recordar la última vez que lo habían tratado tan bien.
Así, su porte se había vuelto visiblemente altivo en el momento en que puso un pie en la “Sala del Agua”. El público se agitó al verle entrar pavoneándose.
—¿Qué hace aquí el marqués Campa?
—¿No fue expulsado de la alta sociedad?
—¿Podría ser...?
La última persona estaba en lo cierto: El Marqués Campa fue un testigo clave en el juicio de hoy.
Clemente consideró seriamente la posibilidad de desmayarse con la esperanza de que eso pusiera fin al proceso. ¿Debería dejar de respirar y caer del estrado? ¿Y si caía de cabeza? ¿Se rompería el cuello y moriría? ¿Qué debería hacer?
Su error fatal fue tomarse demasiado tiempo para pensar en ello. Hubiera sido mejor saltar del estrado en cuanto vio al marqués Campa.
—Marqués Campa —dijo León III en cuanto el marqués hubo entrado en la sala—, se le ha convocado aquí debido a los testimonios contradictorios de estas dos mujeres.
Nadie podía interrumpir ahora que el rey había empezado a hablar. El juego había comenzado.
—Cada una afirma que la otra tuvo una aventura con usted y la empujó por las escaleras para evitar que se supiera el secreto. Le pregunto ahora: ¿Con cuál de ellas tuvo una aventura alrededor del año 1122?
El marqués Campa sonrió. Con los labios curvados de forma muy desagradable, señaló con el dedo al estrado de la derecha, en dirección a la condesa Clemente de Bartolini.
Gracias por el capítulo ❤️. Qué hará ahora Clemente? 😮
ResponderBorrarClemente está recibiendo lo que sembró.
ResponderBorrarPeeeeero, odio con todo mi corazón que la pesada de Isabella se salga con la suya 🥲🥲
Que capitulazo!🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥 Es tan escandaloso. Jajajaja. No sólo Ari como retornada, todos son juzgados por la regla de oro. El conde Contarini era la mano derecha de Rubina, en esta vida su casa quedó arruinada, sus hijos resultaron ser ineptos y lujuriosos. Me encanta está historia tengo curiosidad como la regla de juzgará a León III, Rubina, Cesare, Isabella ,etc en esta vida. Oh Clemente está perdida. Todas sus aventuras y doble vida quedarán al descubierto. Oh ese marqués de Campa es igual de repugnante que el rey. Aunque este tipo halla testificado a favor de Isabella, ella perdió su reputación hace tiempo, ahora que le queda. Muchas, muchas gracias por subir esta increíble historia deseo que Dios te colme de de bendiciones!♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️
ResponderBorrarMe esperaba que llamaran al marqués Campa, lo que no esperaba es que el sonso perdiera la oportunidad de decir a todos que se acostó con "la mujer más bella de San Carlo"
ResponderBorrar😁 Isabella ya no engañas a nadie!! Destruiste 2 compromisos, un matrimonio y todos ya saben que andas vendiendo caricias!! 😁
ResponderBorrarVaya Isabella usando su aptitud de víctima, aunque se aclare que no fue amante del marqués de Campa. Su reputación hace rato que se mancho. Muchas gracias.😍😍😍😍😍
ResponderBorrarGracias por los caps😍
ResponderBorrarGracias por el cap! <3
ResponderBorrarAish que fiasco que Isabella gane, deberían de decir más de ella y al final solo le dieron una excusa para que se divorcie y se vuelva la concubina del rey
Gracias por el cap🫶
ResponderBorrarEsa Isabela, no puede ser mas cucaracha, arruinar tanto y a tantas personas por nada basicamente💀
Clemente se lo tiene bien merecido 👏
ResponderBorrarDios perdóname pero no puedo ponerme del lado de ninguna ya que a ambas las odio 😭
ResponderBorrarPor cierto, esto me recordó al baile de debut de Bianca, cuando se hicieron las 2 fiestas, se supone que al baile de Clemente habían ido sus amantes, no? Me quedé esperando el final de su fiesta o si hubo algo más después de que se presentó el marquez Campa y Clemente se desmayó, pero ya de ahí solo se habló del baile de Bianca :c
Será que esos trapitos sucios saldrán también, tengo curiosidad de cuántas aventuras a tenido y de cuántas es consiente el conde Bartolini, como terminará esta adultera en serie.
BorrarJsjsjs nmms épico el capítulo aunque si es cierto que fue clemente quien se acostó con el campa, no quita que isabela sea quien iso lo que quiso con los hombres, aún con el ex prometido de Ariadne xD
ResponderBorrarExacto. Hasta ahora se a podido aclarar ese rumor, pero su reputación, ya está dañada y si se convierte en la amante de este rey viejo, tonto, incompetente y paciente de sífilis, su reputación será aún más desastrosa. Ella tiene un ego tan grande pero nunca va lograr ser la mujer más noble del reino en esta vida. Gracias a su personalidad exhibicionista y despilfarradora va a traer la caída del rey, eso lo espero con ansias.
BorrarGracias por el capitulo. 😍😍😍😍😍
ResponderBorrarEstoy que me muerdo las uñas!!!
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