SLR – Capítulo 259
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 259: El regreso de la culpa
Al igual que Isabella, que estaba decidida a conquistarle, Césare también estaba seguro de que ganaría. El notorio playboy nunca había fallado a la hora de alejar a una dama. El principal talento y pericia del duque Césare consistía en participar en todo tipo de eventos celebrados en la alta sociedad y, al mismo tiempo, evitar que las mujeres lo persiguieran desesperadamente con rencor.
Sin embargo, era un hecho que Isabella siempre se ganaba el corazón de un hombre si lo deseaba. Era un combate entre una lanza todopoderosa y un escudo inexpugnable.
Sin embargo, ni siquiera al poderoso duque Césare le resultó fácil visitar la casa de su prometida y evitar a la vez a la hermana de ésta, que lo buscaba frenéticamente.
Así que tuvo que esperar diez largos días después del baile de la Fiesta de la Primavera para visitar la mansión de De Mare.
'Hoy es el día en que sale Isabella de Mare.'
Estos días, Isabella no era la antigua Isabella, que siempre estaba presente en los actos sociales. La mayoría de las veces se quedaba en casa, e incluso Césare estaba asombrado por la transformación de Isabella de Mare en una dama hogareña.
Sin embargo, hoy le habían informado en secreto de que Isabella visitaría la residencia del conde Bartolini. En cuanto recibió la buena noticia, corrió a la mansión de Mare.
—Duque Pisano, hace tiempo que no nos vemos.
Cuando el portero de la mansión De Mare pareció alegrarse de verle, Césare sonrió levemente encima de su caballo negro e hizo un gesto de saludo con la cabeza.
—¿Está mi señora en casa?
—Sí está, pero...
Pero antes de que el portero pudiera terminar, Césare lo interrumpió.
Estupendo. No puede haber error.
Césare espoleó a su caballo e instantáneamente corrió hacia la puerta principal.
¡Hiii!
Su caballo levantó excitado las patas delanteras en el aire, relinchando, y luego se detuvo al llegar a su destino. Se apeó ligeramente del caballo y se dirigió de inmediato al estudio de Ariadne. Sólo se detuvo una vez para entregar su capa al domestico de la casa de Mare.
—Uh, Duque Pisano... —comenzó el domestico.
—Hola. Cuánto tiempo, ¿verdad? —lo saludó Césare.
Se sintió extremadamente generoso y saludó casualmente al domestico. Así que no escuchó lo que el domestico dijo después.
Aparecía como siempre y se colaba en su vida sin avisar. Se había convertido en una rutina. Así que, intencionadamente, no traía flores ni un regalo. Sólo los principiantes se sentirían culpables y harían algo inusual, una señal inequívoca de que habían engañado. Por supuesto que no se encontraba en esa situación. Él era el rey de los playboys profesionales.
Toc. Toc.
La puerta se abrió casi al instante cuando llamó al estudio de Ariadne.
—Ari... —llamó pero fue recibido por una persona inesperada.
—Duque Pisano —dijo un hombre delgado, de cara bonita y pelo plateado, mirando a Césare con ojos rojos y brillantes. El hombre era Rafael de Baltazar, que estaba junto a Ariadne, sentado frente a su escritorio.
Estaba de pie en la oscuridad formada artificialmente por las cortinas. Sin embargo, la belleza de ese maldito imbécil de pelo plateado era deslumbrante.
Rafael de Baltazar se pasó la mano por el pelo plateado, fulminó con la mirada a Césare y se adelantó para impedirle la entrada, como si quisiera proteger a Ariadne. Eso dejó al descubierto la luz del sol que entraba en la habitación por las ventanas, y todo el mundo pudo ver cómo su sensible piel blanca se enrojecía al instante. Pero a Rafael no le importó.
—¿Por qué has venido aquí? —Rafael gritó ferozmente, lo que contrastaba con su cara de guapo. Dejó caer sus modales ante Césare, a pesar de ser duque y de la realeza. En la sala se había desatado una atmósfera tensa.
* * *
Cuando Césare había aparecido, Ariadne pensó que comenzaría una segunda batalla, y que continuarían donde lo habían dejado en el palacio real.
'Ojalá se dieran un poco de puñetazos y pararan antes de usar las espadas…'
Rafael le desafió descaradamente con malos modales. Realmente parecía tan decidido como para desenvainar el estoque que llevaba en la cintura. Y como hoy no estaban en el palacio real, Césare también llevaría su espada larga y su garrote en la cintura.
Césare levantó sus ojos ya rasgados y miró furiosamente a Rafael. Esto no le sentaba nada bien.
—Baltazar —empezó Césare.
Ariadne cerró los ojos, preparándose para las siguientes palabras: "Saca tu espada".
Sin embargo, lo que dijo Césare fue totalmente inesperado. Las palabras que pronunció en voz baja fueron más bien lo contrario y resonaron en el estudio de Ariadne.
—Permíteme disculparme por lo que pasó antes…
Ni Ariadne ni Rafael esperaban eso de Césare y se quedaron sorprendidos. Debería haberle llamado Rafael de Baltazar o señor de Baltazar para parecer cortés, pero, de nuevo, estaba en la línea de sucesión al trono. Y, para empezar, no esperaban mucho de él. No parecía el mismo de siempre.
Césare continuó disculpándose.
—Yo también me habría equivocado si hubiera estado en tu lugar. La ropa de mi prometida estaba hecha un desastre, y salió corriendo de la habitación, presa del pánico. Entiendo perfectamente lo que debió parecer —hablaba con voz tranquila y serena, algo muy poco habitual en él—. Pero juraré por mi reputación... no, por nuestro Dios Celestial.
Primero pensó en jurar por la reputación de su madre, pero no le pareció sincero, así que abandonó la idea. No era un creyente devoto, pero jurar por Dios era lo mejor que podía hacer.
—Nunca tuve la intención de forzar a mi prometida —explicó, con la mirada perdida en Ariadne.
Ella asintió lentamente y respondió—: Césare dice la verdad, Rafael...
Había pospuesto la explicación a Rafael con el pretexto de que había perdido la oportunidad de explicar la situación. Sin embargo, si se negaba a decir la verdad incluso en esta situación, se convertiría en una gran mentirosa.
Era mejor para su reputación que todos tomaran a Césare por un villano, pero ella no era el tipo de persona que mentía y culpaba a los demás en su propio beneficio.
—Aquel día, Césare... no hizo nada que fuera contra mi voluntad —confesó Ariadne. De todas formas, tenía que decirlo tarde o temprano. Ante sus palabras, Rafael se quedó sin palabras. No podía hacer nada ahora que ella dijo que estaba bien.
Se sentía como un asaltante no identificado que había entrado en el jardín de otra persona. Y se sintió abrumado por un desánimo y una rabia indescriptibles.
Pero Rafael valoraba demasiado a Ariadne como para enfadarse con ella. Su ira contra ella se disipó, y en su lugar culpó a Césare.
—Duque Césare, incluso si lo que dijo es cierto, ¡debería haber resuelto el asunto mejor que eso!
Sus palabras no fueron ni educadas ni descorteses y se limitaron a expresar su enfado.
—¡Sabes mejor que nadie lo que dirá la alta sociedad si echa a su prometida de la habitación de esa manera! Pero, ¿cómo ha podido?
Algunos pensarían que no estaba siendo razonable. Rafael era sólo el "amigo" de Ariadne, de todos modos.
Césare miró fijamente a Rafael. Pero por tercera vez, dominó sus emociones y cedió.
—Tienes razón... No debería haber hecho eso entonces. Te pido disculpas de nuevo.
No era propio de él ser tan generoso. Ariadne miró a Césare con cara de asombro, pensando: '¿Le cayó un rayo encima y lo transformó en un hombre maduro?'
—Yo tengo la culpa de todo, Baltazar —admitió Césare. Luego, se volvió hacia Ariadne y se disculpó—: Siento haberme precipitado entonces, Ari —Césare dio un paso hacia Ariadne y le besó el dorso de la mano enguantada. Y Ariadne no lo apartó.
—A partir de ahora no haré nada en contra de tu voluntad, ya sea usar guantes, jugar con tu pelo u otras cosas que a mí no me importan mucho pero a ti sí. Por favor, perdóname.
Ariadne miró a Césare con los ojos muy abiertos, sorprendida. Era algo que siempre había soñado y esperado en mi vida pasada, de hecho, tal vez incluso en esta vida. Deseaba desesperadamente que Césare no peleara ni se quejara por nada. Quería pasar sus días cómoda y tranquilamente con Césare. Y pensó que su deseo nunca se haría realidad.
No, Ariadne aún tenía un hilo de esperanza en su vida pasada. Ella pensó que tal vez él sería un hombre cambiado una vez que se casaran y tuvieran hijos. Era un gran cambio que conllevaba un enorme esfuerzo.
Pero, ¿cómo pudo hacerse realidad su deseo tan fácilmente sin un motivo?
Ni en sueños pensó que la culpa de Césare por haber tenido una aventura con Isabella lo convirtiera en un hombre cambiado.
En realidad, era natural que Ariadne no tuviera ni idea de lo que había pasado con Isabella. A su hermana la habían echado de día de la mansión del duque Pisano hacía diez días y ni siquiera había pasado allí la noche.
Había visitado Villa Sortone a última hora de la mañana, y todo terminó antes de la mitad de las horas de luz. Isabella pensó erróneamente que se había despertado a la mañana siguiente, cuando en realidad era última hora de la tarde. Entonces, la familia de Mare pensó que había estado de excursión como cualquier otro día, ya que regresó antes de la puesta de sol.
Y, por supuesto, la razón por la que Césare actuó tan maduro de repente fue su sentimiento de culpa por la aventura de aquel día.
Rafael resolvió la situación.
—Yo... creo que será mejor que vuelva a casa —dijo Rafael, cerrando el libro de pergaminos.
El libro de contabilidad indicaba el conjunto de cuentas relativas a los fondos de la cuarta guerra que debían enviarse a Alfonso. Rafael había visitado la mansión de de Mare para tratar asuntos relacionados con el largo viaje a Jesarche.
—Debo seguir mi camino ahora.
—Rafael... Lo siento —se disculpó Ariadne.
—¿Por qué? No hay nada de lo que debas arrepentirte, Ari —la tranquilizó Rafael, tragándose las palabras: "No es como si tuviéramos una relación".
Rafael trató de ocultar que sus sentimientos estaban heridos, pero no pudo ocultarlo del todo, ya que su tono era frío.
Para empeorar las cosas, Césare asestó un golpe final. —Baltazar, gracias por cuidar de mi prometida.
Césare volvía a ser el mismo de siempre.
Con una sonrisa socarrona en la cara, le dirigió un cumplido vacío.
—Me alegro de que mi señora tenga un "amigo" en quien confiar.
También añadió eso para demostrar quién mandaba. Los labios de Rafael se curvaron, pero sus ojos no sonreían. Con una reverencia, salió de la habitación.
Cuando Rafael se hubo ido, Ariadne sintió pena y miró con nostalgia la puerta del estudio por donde se había marchado. Sin embargo, el hábil playboy no le dio tiempo a sentirse atenazada por la culpa.
—Mi señora… —llamó Césare en tono amistoso, acercándose a ella y cogiéndole la mano.
Ahora estaba de pie donde Rafael había estado hace un momento.
—Lo siento—, se disculpó. —Siento haberme descontrolado ese día.
Se llevó la mano enguantada de Ariadne a la mejilla.
—Puedes abofetearme todo lo que quieras si eso te hace sentir mejor.
No se refería sólo al incidente del baile, sino también a su pecado de haber tenido una aventura con Isabella. Ariadne no lo sabía, y él planeaba ocultárselo para siempre.
—Tu mano enguantada es preciosa. Déjatelo puestopara siempre. No me importa —luego susurró al oído de Ariadne—: En realidad, sería mejor que sólo usaras eso.
—¡Césare! —Ariadne estalló.
—Jajaja. ¡Es sólo una broma! Una broma!
Besó la palma de la mano de Ariadne y luego su mejilla.
—Tu cumpleaños es pronto, ¿no?
—¿Tú... lo recordabas?
Césare nunca se acordó ni preparó el cumpleaños de Ariadne en el pasado. Ella no podía creerlo y sus ojos se abrieron de par en par, sorprendida.
Césare se rió ligeramente y comentó—: Claro que lo recuerdo. Si yo no lo recordara, ¿quién lo haría?
Tenía razón. Nadie se acordaba de su cumpleaños, e incluso la propia Ariadne le daba importancia. Era demasiado vergonzoso y miserable hacer una fiesta de cumpleaños sola, sin que nadie celebrara con ella.
Siempre fue así, así que se mantuvo ocupada y tampoco se molestó en organizar una fiesta de cumpleaños en esta vida.
—¿Qué tal si celebramos tu fiesta de cumpleaños en Villa Sortone? —sugirió Césare—. Organizaré un baile elegante en mi casa. Invita a todos los que quieras —le besó la frente—. Decoración interior, el vestido de tus sueños, solo dilo. Es todo tuyo.
Fue una ocasión para demostrar a todos lo mucho que Césare de Carlo, duque de Pisano, amaba a su prometida y lo fuerte que era su vínculo.
Nunca la dejaría marchar.
Hay dios..... Esto va de mal en peor que que buena se puso la trama!! Ahora si Isabella tienes tu pase de oro al convento
ResponderBorrarCesaré no puede con su culpa, pero es innevitable el asunto de Isabella. Sea como sea, está perdido.
ResponderBorrarLa verdad estoy muy decepcionada de Cesare :(
ResponderBorrarLos cucarachos no cambian
X2 yo si pensé que había cambiado, que decepción
Borrarx2 yo pensé que había cambiado, que decepción
BorrarAwww no sé por qué pero en una relaidad alterna me encantaría que se quede cob Raphael, creo que sería lo mejor para Ari.
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