0
Home  ›  Chapter  ›  Seré la reina

SLR – Capítulo 240

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 240: Irreparable 

La ira de León III llegó al techo y agravó su salud. Enfermo, dejó de lado los asuntos de Estado. Tardó una semana en recuperarse.

—Su Majestad el Rey, hemos recibido los impuestos cobrados... —comenzó el señor Delfinosa, estudiando cuidadosamente la expresión de León III—. ¿Será mejor... si yo también informo de esto más tarde?

—No, estoy bien —dijo Leo III, sentándose en la cama.

El Rey sólo llevaba una túnica ligera y tenía un aspecto horrible. Era corpulento como Alfonso cuando era joven, pero ahora estaba viejo y arrugado. Tenía la espalda y los hombros encorvados, y su rostro y sus manos, antaño juveniles, eran todo piel y huesos con venas y músculos a la vista. Era como una momia viviente.

Pero la ira y la obstinación en sus ojos eran los únicos elementos que demostraban que estaba vivo.

El Rey estaba de muy mal humor. Por desgracia, el informe que le había traído el señor Delfinosa volvía a traer malas noticia. Delfinosa se sintió como una vaca a punto de ser descuartizada mientras entregaba el informe al Rey.

Como era de esperar, después de que León III hojeara el informe, dejó escapar su violenta ira sin vacilar. 

—¡Esos ladrones! ¡Debería abrirles en canal...!

El informe indicaba la lista de impuestos recaudados por los señores feudales locales. Y el rey leyó línea tras línea los impuestos impagados.

—¡No puedo creer que incluso Salbati y Delatore se negaran a pagar! ¡¡No me digas que los impuestos de Montefelto de este año tampoco fueron pagados!!

El marqués Oddantonio de Montefeltro había sido nombrado por el rey encargado del feudo de Gaeta, y Montefeltro era su tierra feudal. También era la casa con la que se iba a casar Gabriele, el amigo de Ariadne.

—¡La peste negra está llegando a su fin en la región central! Pero, ¿por qué no pagan? —gruñó el rey.

Delfinosa miró cuidadosamente al suelo. Lo mejor que podía hacer era asentir y decir: 'Lo sé, Majestad. El marqués Montefeltro es un traidor'. Pero su conciencia no le permitía descuidar su trabajo.

—Bueno... Eso es porque la población debe ser contada para la recaudación de los impuestos electorales... —explicó Delfinosa—. Demasiados residentes locales han huido de la tierra feudal desde principios de otoño hasta ahora, por lo que es imposible medir la población. Hará todo lo posible, pero no está seguro de que lo consiga el año que viene.

—¡Ese traidor insolente y vergonzoso! Le hice un favor y lo despaché al feudo de Gaeta, ¡pero así es como me paga! —la cólera de León III continuó—. ¡Y eso no es excusa! Incluso el feudo de Harenae paga regularmente sus impuestos, ¡aunque esté situado en el extremo sur!

Harenae era el único feudo de los grandes señores feudales asentados fuera de la capital que pagaba impuestos.

Pero era difícil decir que pagaban "regularmente" sus impuestos porque, según el documento adjunto, la población de Harenae se había reducido a la mitad. Naturalmente, los impuestos de capitación eran la mitad de la cantidad regular.

—Me temo que las regiones del sur se enfrentan a situaciones difíciles en general, Su Majestad. Creo que es un desastre para las regiones aparte de Harenae…

Montefeltro tuvo la amabilidad de inventar una excusa. La mayoría de las demás tierras feudales del sur -no, todas las zonas salvo Harenae- se negaban a pagar impuestos de capitación sin rechistar.

León III golpeó el colchón con el puño y gruñó—: ¡¿Cómo se atreven a tratar así al Rey y al Gobierno central?!

León III se enfadó tanto que las venas le sobresalían del cuello y le temblaban los puños. Incluso se le veían las venas azules de la frente.

—¡Cómo se atreven a ignorarme!

El Rey siempre dejaba salir su ira con frecuencia, pero recientemente, perdió por completo el control de sus emociones y temblaba de furia, como si padeciera un trastorno psicológico.

Era difícil entender lo que decía mientras gritaba enfadado palabras sin articular. 

—¡Eso es porque soy un chiste para ellos! ¡¡¡Probablemente se estén riendo de mí en este mismo instante, diciendo que soy un viejo idiota al que su hijo le robó a su mujer!!!

Sólo habían pasado unos días desde que el hijo de León III robara a su segunda futura esposa. Pero hacía meses que los señores feudales se negaban masivamente a pagar los impuestos de capitación, por lo que no había correlación lógica entre ambos incidentes.

Sin embargo, para León III, existía una clara correlación entre ambos asuntos.

El pobre señor Delfinosa tuvo que impedir que el Rey alucinara.

—¡No, no, Majestad! —negó, agitando la mano con fervor—. Ese caso fue bien manejado. Fue una genialidad que no escribiera sobre la "instalación de la Reina" en el edicto. Nadie en la alta sociedad conoce la verdadera historia.

Césare y Ariadne, las partes implicadas, no dijeron ni una palabra sobre aquel incidente. En cambio, la duquesa Rubina contó apasionadamente a todos la versión embellecida.

—¡La alta sociedad más bien alaba sus generosos actos, Su Majestad!

El señor Delfinosa intentó por todos los medios seguir alabando al Rey antes de que León III pudiera interrumpirle.

—No hay nada de qué preocuparse. De verdad. La gente dice que dio un excelente ejemplo al lograr la victoria sobre el Reino Gallico a través del Comandante Supremo Césare y le recompensó con una excelente prometida por sus hazañas y por amor.

El señor Delfinosa se devanaba los sesos para decir palabras que complacieran al Rey lo mejor posible. Pero el caprichoso León III se enfadó por un motivo inesperado.

—¿Qué has dicho? ¿Comandante Supremo? —un brillo furioso se formó en sus ojos azul agua—. ¿Por mi amor por él?

El Rey habló alto y claro. Su voz resonó en todos los rincones de su lecho de piedra como un altavoz.

—Bueno, está bien. ¡Él "era" el Comandante Supremo, y y era uno de mis favoritos! ¡Pero acabó siendo un Comandante Supremo que amenazó con rebanarle el pescuezo a su padre! ¡Y no llevó a cabo la estrategia militar él solo! ¡La chica fue más astuta que ellos mientras que él no hizo nada!

Pero las palabras del señor Delfinosa que más le enfadaron no fueron "Comandante Supremo" o "amor", fueron "excelente prometida".

'Sí, era una excelente futura esposa, y él me la robó delante de mis ojos. ¡Ella y su excelente dote deberían haber sido mías! ¡Su grano y su oro! ¡Su juventud! ¡Su juventud!'

—¡¡¡Que se prepare para lo que le espera!!!

'Oh, no…'

El señor Delfinosa se mordió los labios para no encogerse. Esto podría provocar un grave baño de sangre.

—¡Traed inmediatamente a Marques, Baltazar y Contarini! —gritó el Rey.

—Sí, Majestad. Haré lo que se me ordena —dijo Delfinosa obedientemente.

—No. Ahora que lo pienso... ese maldito Contarini es el pequeño espía de Rubina.

El señor Delfinosa estaba a punto de defenderlo y decir: "No, no son tan cercanos..." Pero se detuvo rápidamente. Primero tenía que cuidar de sí mismo. Se metería en un buen lío defendiendo a los demás.

—Olvídate de Contarini y trae al resto. ¡¡¡YA!!!

—¡Sí, Majestad!

* * *

La temporada de lluvias en San Carlo era en invierno. Había días gélidos y helados, pero eran cortos, y la mayoría de los días de invierno eran lluviosos, no nevados.

Hoy era otro día lluvioso. Pero una sombra apareció entre las frías gotas de lluvia.

El portero de la mansión De Mare reconoció de quién procedía la sombra y abrió las puertas sin preguntar.

El hombre había montado a caballo bajo la lluvia sin impermeable y ahora se apeaba del caballo.

La persona a la que quería ver estaba delante de la puerta principal con un paraguas para inspeccionar los azafranes de la zona frontal del jardín. Con un paraguas rojo en la mano, Ariadne se sorprendió al ver al hombre que llegaba bruscamente a caballo.

—¿Por qué esa cara tan larga? —preguntó.

El hombre -Césare- parecía terriblemente apenado. Una gran sonrisa cruzaba su rostro perfecto y cincelado, pero sus ojos no sonreían. Paradójicamente, su tono era alegre.

—Mi señora, he sido despedido.

Los ojos de Ariadne se abrieron de par en par. 

—¿De qué estás hablando?

—Ya no soy el Comandante Supremo —se pasó la mano por el pelo mojado. La lluvia caía sobre sus mejillas y su nuca. Se acercó un paso y dijo—: Abrázame.

Ariadne quiso apartarle y regañarle para que no la mojara, pero una mirada a su rostro apenado la hizo detenerse. No podía decir eso cuando él estaba al borde de un colapso mental.

Ariadne le ofreció generosamente—: Pasa. Tenemos que secarte con una toalla.

Pero Césare se acercó a Ariadne y la abrazó. El paraguas rojo de Ariadne cayó al suelo.

Ella intentó apartarse, pero él le suplicó.

—Un momento. Abracémonos sólo un minuto.

Plop, plop, plop.

La lluvia seguía cayendo a cántaros. El sonido de las gotas de lluvia acallaba paradójicamente los demás sonidos del mundo. Las gotas de lluvia en las mejillas y la nuca de Ariadne estaban frías, pero el cuerpo de Césare estaba caliente.

Ariadne pensó que algo caliente había caído sobre su mejilla. ¿Era el aliento o una lágrima de Césare, o se lo había imaginado?

—El título de Comandante Supremo no es nada, no es gran cosa. Pero supongo que era más significativo para mí de lo que pensaba.

Césare siendo el Comandante Supremo representaba el favor del Rey hacia él más que su competencia militar. Y Césare bien lo sabía.

Pensaba que conocía bien su puesto. Como no se había ganado el puesto con el sudor de su frente, pensaba que no había motivo para alegrarse de que le concedieran el título ni para culpar a su incompetencia cuando le destituyeran.

Y el afecto del Rey fue como un grillete toda su vida. Era como la concha de un caracol vulnerable. Quiso liberarse de la pesada concha, pero no pudo porque le costaría la vida. Pensó que se había liberado al elegir a Ariadne. Pero el caracol sin concha no era lo bastante fuerte para sobrevivir sin su escudo protector.

—Está bien... Todo va a salir bien.

Ariadne no sabía qué hacer, así que intentó consolar a Césare diciéndole que todo iría bien. No estaba acostumbrada a hacer que los demás se sintieran mejor.

En cuanto se enteró de que Césare había sido destituido de sus funciones de Comandante Supremo su cerebro empezó a sopesar los pros y los contras. Que León III destituyera a Césare significaba que su venganza había comenzado y que su intento de apaciguarlo mediante Rubina y los elogios de la alta sociedad había fracasado.

Objetivamente, nada estaba bien. Pero no podía permitir que Césare se enfrentara a la fría realidad. Le consoló repetidamente, pero no lo decía en serio.

—No pasa nada. Todo va a salir bien.

Césare la había estado abrazando con fuerza, pero ahora le sujetaba los hombros con los brazos y se separó de ella por poco.

—Mi señora, parezco patético, ¿no?

Lo cálido que cayó sobre la mejilla de Ariadne fue la lágrima de Césare. Sus ojos azules como el agua estaban enrojecidos.

Refunfuñó.

—Debería haber sido un hombre y haber degollado valientemente a mi padre entonces.

Ariadne dijo—: No, habrías sido hombre muerto entonces.

Era cierto que Césare había completado con éxito el golpe en su vida anterior, pero sólo porque León III había muerto.

A pesar de la mala administración de León III, era un Rey perfecto en términos de legitimidad. Su hijo ilegítimo no tendría ninguna posibilidad de sobrevivir después de haber matado al Rey, especialmente mientras el Príncipe legal dirigía un ejército en ultramar.

Una vez más, repitió sus palabras de consuelo, pero esta vez, sonaba un poco más como si lo dijera en serio. 

—Me aseguraré de que estés bien —porque ella arreglaba las cosas a toda costa—. Te debo una. No me gustas, pero te devolveré tu amabilidad. Esta vez, te salvaré la vida —susurró Ariadne con voz tenue. No era muy buena consejera, pero era lo mejor que podía hacer—. Así que, no te preocupes.

Tras escuchar los pensamientos íntimos de Ariadne, Césare la miró con ojos llorosos pero profundos. Sus ojos parecían los de cuando era pequeño y miraba a la reina Margarita desde el Jardín de la Reina.

En voz baja y suave, preguntó—: ¿De verdad me odias...?

—Sí, es así —respondió Ariadne sin dudar un solo segundo. Miró a Césare directamente a los ojos y añadió: —Odio tu debilidad mental y tu fuerte orgullo. Te odio porque eres un mujeriego y no pides perdón cuando has obrado mal.

Los ataques de Ariadne continuaron sin piedad. 

—No conoces tus prioridades. Eres extravagante y un alcohólico. Buscas entretenimiento sin pensar. Tus amigos son todos playboys como tú, y no usas el cerebro.

'Y... la mayor razón por la que te odio es porque no me correspondiste.'

Mirando fijamente a Césare, Ariadne pronunció sus últimas palabras.

—Por eso te odio.

Césare se limitó a mirar a Ariadne durante un rato. Luego, inclinó la cabeza y la besó.

{getButton} $text={Capítulo anterior}

{getButton} $text={ Capítulo siguiente }

Pink velvet
tiktokfacebook tumblr youtube bloggerThinking about ⌕ blue lock - bachira meguru?! Casada con Caleb de love and deep space 🍎★ yEeS ! ★ yEeS !
7 comentarios
Buscar
Menú
Tema
Compartir
Additional JS