SLR – Capítulo 226
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 226: Renacuajos idénticos, ranas diferentes
—Un placer conocerle, Su Santidad —saludó cortésmente el director general Caruso con una profunda reverencia. Era casi como si un subordinado saludara a su señor—. Soy Caruso, un comerciante cualquiera de San Carlo.
La compañía Bocanegro se estaba convirtiendo en la mejor empresa del continente, aprovechando la gran época de la peste negra. El director general estaba siendo imposiblemente humilde. Pero eran raras las ocasiones en las que un comerciante se encontraba con un clérigo de alto rango. Para el CEO Caruso, y en tiempos del Reino Etrusco, su actitud era natural.
Y no vino solo. Le acompañaba un hombre desaliñado. El hombre que estaba a su lado tenía una corpulencia que le favorecía y estaba aseado y bien vestido. Pero, de algún modo, eso no podía ocultar su aspecto desaliñado.
El director general Caruso señaló con la barbilla a la persona que había traído.
—Esta persona trabaja en el muelle... Lo conocí a principios de año... Hacemos el negocio del tabaco.
Caruso estaba siendo amable porque aquel hombre era más un vagabundo que un estibador, y todo el tabaco que se distribuía en el continente central no procedía de las rutas comerciales oficiales, sino del contrabando. Era más bien un traficante de distribución de drogas. Esa era una de las razones por las que el director general Caruso estaba siendo tan humilde.
N/T estibador: Trabajador de los puertos. Se encarga de las operaciones de carga y descarga de los buques o barcos empleando maquinaria especializada para el movimiento de la carga.
Normalmente, el director general Caruso habría mantenido en secreto su transacción cuando visitaba a un clérigo de alto rango. Pero hoy era una excepción.
Era comprensible que el Cardenal De Mare y Caruso no quisieran conocerse.
—¿Por qué le has traído?
En lugar de preguntar al director general Caruso, el Cardenal hizo la pregunta a Ariadne con cara de pocos amigos.
Aunque el Cardenal no decía todo lo que pensaba, Ariadne podía leer sus pensamientos. '¿Por qué has traído a una persona de clase baja mi estudio? Si me haces perder el tiempo, lo pagarás caro.'
Pero Ariadne no se desanimó y abrió la boca con calma para hablar—: Primero, permítanme dar una explicación de fondo —Ariadne miró fijamente a los ojos del Cardenal De Mare—. Padre, ¿realmente cree que madre mató a la hija pelirroja de Stampa, quiero decir, del director del refugio?
El Cardenal De Mare levantó la mano para detenerla. —Espera un segundo —señaló con la barbilla al director general Caruso—. ¿Se puede confiar en él, Ariadne?
Antes de que Ariadne pudiera responder, el director general Caruso se puso bruscamente la mano en el pecho.
—Juro por Dios que no revelaré ningún asunto confidencial tratado hoy aquí. Si no cumplo mi palabra, que me parta un rayo y me quite la vida —el director general le dio unos golpecitos con el pie al tipo destartalado y dijo—: Eso va también por este tipo.
Ariadne se asombró de la rapidez mental del director general Caruso. Si hubiera sido ella quien hubiera garantizado que era una "persona de confianza", parecería que ella y el director Caruso habían unido sus fuerzas. Y restaría la fiabilidad del testimonio que declararía unos minutos después.
Comprendió las intenciones del director general Caruso y garantizó su silencio indirectamente.
—Asumiré la responsabilidad para obtener la verdad —respondió Ariadne con calma.
Al Cardenal De Mare, eso le sonó a "haré lo que haga falta para que mantengan la boca cerrada".
Entonces, el Cardenal cerró la boca para que Ariadne siguiera con su historia.
—¿Por qué iba madre a contratar a unos sicarios para asesinar a la hija del director del albergue cuando ni siquiera la conocía? —preguntó Ariadne.
Ante eso, el Cardenal De Mare se molestó porque su hija dijera lo obvio.
—Pretendía matar a una de nuestras criadas, pero se equivocó de chica. Ambas eran pelirrojas, tenían más o menos la misma edad y fueron descubiertas cerca del refugio.
Ariadne asintió y dijo—: Así es, padre. Pero, ¿por qué iba madre a intentar matar a la doncella pelirroja en primer lugar?
El Cardenal De Mare iba a dar otra respuesta a medias, pero se detuvo.
En ocasiones, Lucrecia golpeaba y mataba a las criadas de la casa, pero esas ocasiones eran raras, así que no pensó profundamente en el motivo.
Pero ahora que lo pensaba, Lucrecia sólo se dedicaba a dar palizas a las criadas que tenían una aventura con el Cardenal De Mare, eran sospechosas de haber tenido una aventura con él o expresaban descaradamente sus sentimientos hacia él.
El Cardenal no era el tipo de persona que intimaba con las empleadas del hogar. Pero cada vez que se ponía de parte de la criada para testificar su inocencia, Lucrecia perdía el control, así que hacía la vista gorda para que reinara la paz en la casa. Además, la señora de la casa era la encargada de dirigir a los empleados domésticos.
Pero la criada pelirroja a la que se apuntaba no tenía ninguna relación con el Cardenal De Mare. Más bien, servía a Ippólito e Isabella.
—No estarás diciendo… —empezó el Cardenal.
En eso, Ariadne interrumpió y terminó su frase—: Exacto. Porque Maletta estaba embarazada de Ippólito.
—¡Eh! —Ippólito perdió los nervios y saltó de su asiento—. ¿Estás diciendo que mis pelotas me han metido en un lío? ¡Esa es una acusación grave! Especialmente cuando no tienes pruebas.
N/T: en el raw aparece más explicito. Pobre Ippólito mira que ir a la universidad y ser tan ordinario y soez….
Ippólito estaba tan seguro de que nunca lo atraparían porque todos los testigos habían desaparecido. Los únicos testigos que sabían que Maletta estaba embarazada de él eran, por supuesto, la propia Maletta, Ippólito y la difunta Lucrecia. Pero Maletta se había apresurado a acudir a su lado en cuanto supo de su embarazo y fue expulsada de la mansión De Mare una hora después de notificárselo a Ippólito. Físicamente no tuvo tiempo de abrir la bocaza a los demás.
No tenía ni idea de cómo esa moza de Ariadne conocía este hecho, pero el testigo sería o bien una persona a la que no conocía bien o simplemente habladurías de la calle. Todo lo que tenía que hacer era decir que su hermanastra estaba divagando sobre rumores y tendiéndole una trampa.
Ippólito estaba tan seguro de que ganaría si todas las pruebas que tenía Ariadne procedían de fuentes poco fiables.
Su padre se pondría de su parte. No confiaría en su hija bastarda, nacida y criada de una mujer desconocida. Creería a su hijo y futuro sucesor nacido de su esposa legal.
Pero, por alguna extraña razón, Ariadne sonrió.
—¡Oye, borra esa sonrisa de tu cara!
Ippólito estaba equivocado. Y levantó los puños para contraatacar.
—¿Estás loca? —chilló.
Con voz alegre, Ariadne respondió.
—Estoy perfectamente cuerda. Ippólito, si intentas cubrir el cielo con la palma de la mano, no te preocupes.
—¿Qué? —preguntó Ippólito, perplejo.
—Tenemos un testigo —respondió Ariadne con calma—. ¿Le suena el nombre de Loretta?
Ippólito enarcó las cejas. 'Loretta... Loretta... ¿Quién era?'
—Era la ayudante íntima de mamá antes de que falleciera.
—Oh.
Ahora lo recordaba. Ippólito torció toda la cara.
Ariadne se burló y continuó—: Cuando el señor Stampa y la Oficina Cooperativa del Residente exigieron que decapitaran a madre, los rumores se extendieron por todas las calles. La criada estaba embarazada de Ippólito De Mare, así que su madre intentó matar a la criada, dijeron.
Ippólito refutó—: ¡Sólo son rumores! Ya sabes cómo es la gente. Se inventan todo tipo de historias.
Ariadne sabía bien que la gente podía inventarse historias, aunque no hubiera un hilo de verdad, pero éste no era el caso.
Ariadne preguntó despreocupadamente—: ¿De dónde crees que vienen los rumores?
Ippólito conocía a uno, pero no a dos. Ariadne miró a Ippólito directamente a los ojos y dijo—: ¡Loretta lo soltó todo cuando la interrogó la Oficina de Cooperación de Residentes! Y Loretta lo hizo todo cuando mamá y tú intentasteis eliminar a Maletta. ¡Incluso fue a revisar su cadáver! Sabía todo lo que había detrás.
La sangre se escurrió de la cara de Ippólito y luego se precipitó de nuevo a sus sienes. Estaba hecho un desastre.
—Por aquel entonces, Loretta no volvió a nuestra casa tras el fallecimiento de mamá y se fue a su pueblo natal en las afueras. Pero puedo traerla de vuelta cuando quiera —miró a Ippólito como si fuera patético y continuó—: ¡Y hay gente en la Oficina de la Cooperativa de Residentes que oyó el testimonio de Loretta! ¡Por no hablar de nuestras empleadas domésticas! Hay testigos que os vieron juntos a ti y a Maletta —Ariadne cambió de posición y miró a Ippólito directamente a los ojos—. Te acostaste con la criada Maletta, se quedó embarazada de tu hijo y quiso formar parte de nuestra familia. Pero no tenías intención de dejar que tu vida estuviera ligada a una simple criada —dirigió su mirada al Cardenal De Mare y añadió—: Y de hecho, lo escuché yo misma.
—¿Qué...? —preguntó el Cardenal, perplejo.
—Maletta me consideraba su cuñada.
—¡¿Qué?!
Las comisuras de los labios de Ariadne se curvaron ligeramente hacia arriba.
—La difunta Maletta era en realidad la hermana biológica de Sancha, mi íntima ayudante. Por eso le conseguí alojamiento en el Refugio de Rambouillet cuando Maletta fue expulsada de nuestra casa y vagaba por las calles.
Al Cardenal le incomodaba que Ariadne estuviera implicada en este asunto, pero siguió escuchando pacientemente el resto de la historia. Fuera cual fuera el caso, tenía que aclarar los hechos.
—Tuve la oportunidad de ver brevemente a Maletta. Me suplicó que la dejara dar a luz y criar al hijo de Ippólito y me dijo que no quería perderlo.
El Cardenal miró a Ippólito. Su hijo tenía la cara roja y temblaba.
Su hijo tenía derechos adquiridos. Era alto, vestía un lujoso atuendo interior de satén púrpura y todo en él estaba bien arreglado: el pelo, las uñas, etc. Tenía un aire noble.
Pero durante un tiempo este muchacho se encontraba en la misma situación que el niño que una vez estuvo vivo en el vientre de Maletta. Era hijo de una madre soltera que no consiguió casarse con el padre.
Pero Simon De Mare dijo que se responsabilizaría de la mujer, y por eso Ippólito De Mare pudo sobrevivir hasta hoy. Pero cuando Ippólito tuvo que tomar una decisión de por vida, la elección que hizo fue totalmente opuesta a la de su padre a quien tendría que estarle agradecido.
—Le pedí que permaneciera escondida en el refugio de Rambouillet y le dije que se lo contaría a mi padre cuando llegara la oportunidad. Pero Maletta murió antes de que eso pasara.
Ariadne miró a Ippólito con ojos de odio y disgusto. E Ippólito pudo ver claramente que la emoción de desprecio de su hermanastra se trasladaba a su padre.
Gritó con urgencia—: ¿Y qué? —todos en el estudio se centraron en Ippólito—. ¡Honestamente, no quería casarme y responsabilizarme de ella! ¡No podía dejar que arruinara mi vida! Hay un sinfín de damas nobles en San Carlo, ¡y tengo un brillante futuro por delante! ¡No veo qué hice mal! ¡Si estuvieras en mi lugar, habrías hecho lo mismo! ¡Y dejemos las cosas claras! ¡¡Yo no la maté!! —dijo Ippólito con seguridad.
'Madre murió. Y se llevó el secreto a la tumba.'
—Sinceramente, le dije a mamá que no quería casarme con ella. ¡Pero pensé que madre intentaría hablar con ella y echarla! —Ippólito se dibujó una línea en el cuello—. ¡Nunca supe que se iría de cabeza! ¡La mató el destino, no yo! —Ariadne frunció el ceño ante sus gestos vulgares y sus evasivas. Pero a pesar de su reacción, Ippólito siguió insistiendo con vehemencia—. No soy mala persona. Si lo hubiera sabido, la habría detenido. Sólo quería que la echaran, no que muriera. Pero no sirve de nada llorar sobre la leche derramada. Madre la asesinó por amor a su hijo. ¡Yo no tengo la culpa! No fui capaz de detenerla, ¡pero eso no es culpa mía!
Ippólito recorrió la sala con la barbilla en alto. El Cardenal De Mare mantenía la boca bien cerrada, el mercader y su subordinado no dijeron una palabra después de presentarse, e incluso su odiosa hermanastra, quizá cansada de todo, también guardó silencio.
'Estupendo. Hice un gran trabajo. Eso mantendrá sus bocas cerradas.'
Una sonrisa estaba a punto de cruzar su rostro por un trabajo bien hecho, pero el idiota indecente traído por el comerciante llamado Caruso levantó la mano.
—Eh... ¿Puedo decir algo? —preguntó.
Ippólito dejó escapar ferozmente su ira—: ¿Quién diablos eres tú?
El estibador, no, el vagabundo, estudió primero la cara de Ippólito y luego la del director general Caruso y habló con la mano levantada en el aire—: Usted es el señor Ippólito De Mare, ¿verdad?
'Vaya. ¿Para qué vienes aquí si ni siquiera sabes quién soy?', pensó Ippólito y se volvió bruscamente hacia Ariadne. Era una pérdida de tiempo siquiera hablar con esa fulana.
—Oye, pequeña mocosa. Deja de hacer el tonto. Y llévate a esos miserables lejos del estudio de papá.
Ariadne abrió la boca para hablar, pero el vagabundo se le adelantó.
—Sabes que no fue tu madre quien nos pidió que decapitáramos a la mujer pelirroja. Fuiste tú.
Yo luego de oír al "estibador": In your fucking face, Ippolito!
ResponderBorrarAlaaaaaa
ResponderBorrarEsto está buenisimo
Por un lado Ippolito fue descubierto pero por otro Ariadne podría meterse en un buen problema. :v
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