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SLR – Capítulo 214

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 214: Afectos enfrentados


[Mi querida Ari,

Me muero por verte.

¿Pasa algo? No he sabido nada de ti. Me preocupa que estés en peligro.

Si no tienes tiempo de escribir una carta larga, una carta en blanco estaría bien. Sólo escríbeme para que sepa que estás a salvo. Tu carta puede ser entregada a través del barco de suministros de la República de Oporto.

La batalla de la semana pasada fue feroz. Tuvimos algunas batallas triviales en las afueras, pero la escala aumenta a medida que nos acercamos al campo de batalla principal.

Quité la vida a mi camarada gravemente herido para que tuviera una muerte indolora. Sólo quería que descansara en paz, pero ¿consideraría Dios Celestial que mi acto era correcto?

Pero ya he matado a cientos de soldados paganos. Soy un hipócrita por decir esto.

¿Me seguirás queriendo después de todo lo que he hecho? Echo de menos tus ojos y tu tacto. Desearía que un alma pura y sin pecado como tú acariciara mis mejillas y me dijera que me amas a pesar de mis pecados.

Aunque arda en las llamas del infierno, te protegeré hasta el final. Te mantendré a salvo para que descanses en paz eterna sin tener que experimentar ningún problema en el corrupto mundo mortal.

Espero tus noticias.

Atentamente,

Tuyo, Alfonso]

Alfonso dobló la carta con fuerza y la metió en un sobre arrugado. Era ya su cuarta carta, pero no había recibido respuesta de Ariadne.

Selló el sobre herméticamente con cera de abeja derretida y estampó el sello del Príncipe. Luego, llamó al mensajero para que confiara la entrega de la carta al barco de Oporto, que llegaría al continente central a finales de este mes.

Después de entregar la carta, Alfonso dejó escapar un breve suspiro. Se estaba acostumbrando demasiado a la tierra estéril llena de sangre, matanzas y frenesí religioso. Cada día perdía más humanidad y se convertía en una máquina de guerra.

¿Cuándo acabaría todo esto?

* * *

El sobre sellado con el sello del Príncipe Alfonso fue entregado a los refuerzos de la República de Oporto a través del campamento militar. Fue transportado por la nave de Oporto, junto con los bienes locales saqueados para ser vendidos en su país de origen, y llegó sano y salvo al continente central.

Pero la carta no fue entregada al reino Etrusco, su destino previsto, sino al gran duque Eudes en Gallico.

—Mi señora, el artículo que pidió ha llegado.

Y la carta fue entregada a la Gran Duquesa Lariessa.

Con los ojos inyectados en sangre, Lariessa cogió el raído sobre que la criada tenía en la mano y se dio la vuelta bruscamente.

En contraste con la lujosa y apacible vida de Lariessa en la capital de Montpellier, el sobre de pergamino estaba empapado de sudor, brisa marina y sangre, algo con lo que Lariessa nunca se había encontrado. Pero no podía apartar los ojos del sobre arrugado y fuera de lugar.

Se apresuró a abrir el sobre, pero de repente se sintió cohibida por lo poco elegante que iba a parecer.

Avergonzada, gritó a la criada—: ¡Largo de aquí!

Sorprendida, la criada abandonó al instante la habitación, y Lariessa leyó lentamente el comienzo de la carta a solas.

—Mi querida... Ari...

Lariessa se esforzó por leer en voz alta las letras extranjeras y, al cabo de un rato, empezó a comprender el significado.

Tras darse cuenta de qué trataba la carta, la tiró al suelo y se lamentó—: ¡Arghhhhh-!

Una desesperada confesión de amor. Aunque hacía más de medio año que no la veía. Aunque le habían dicho que ella lo había traicionado.

¡¿Por qué?! ¡¿Por qué demonios estaba Alfonso perdidamente enamorado de esa bastarda del Cardenal mientras era él significaba todo para Lariessa?!

Era totalmente inaceptable para ella. En su mundo, Lariessa de Valois era definitivamente superior a Ariadne De Mare en todos los sentidos: su linaje, su legitimidad, su contribución a Alfonso y su reputación como joven devota y educada de padres benditos. Ella lo tenía todo.

—¡¿Pero por qué?!

Los ojos inyectados en sangre de Lariessa empezaron a volverse rojo sangre, uno de ellos completamente rojo sin blanco. Con los ojos enrojecidos, Lariessa miró la carta del Príncipe Alfonso en el suelo y la recogió. Mostraba su típica letra garabateada, pero atrevida, con la tinta azul que siempre usaba.

—¡Lari! ¡Lari! ¡Lari es tu prometida, la única mujer en tu vida!

La Gran Duquesa Lariessa cogió la pluma roja. Mojó la pluma en tinta roja como la sangre, del color de sus ojos, y empezó a corregir la carta de Alfonso como poseída.

—¡¡¡Lari!!!

Añadió una "L" mayúscula en cada "Ari" de su carta, y todas decían ahora "Lari". La "L" mayúscula de color rojo sangre ostentaba una poderosa presencia en el pergamino.

—¡¡No lo toleraré!! ¡¡¡No lo toleraré!!!

La gran Duquesa Lariessa cambió cada "Ari" por "Lari" y gruñó como un furioso animal salvaje.

Todo iría como ella quería. Que la naturaleza siguiera su curso.

* * *

Cuando el ejército gallico comenzó a retirarse hacia el norte, León III apoyó al comandante supremo Césare con 2.000 guardias reales en la capital. Césare finalmente consiguió su deseo: un refuerzo de soldados ballesteros.

El duque Césare los llevó para interceptar a distancia a la caballería pesada de Montpellier de Gallico y consiguió derrotar a muchos de ellos. No fue exactamente heroico, pero una victoria era una victoria.

León III difundió ampliamente la noticia de que "los poderosos guardias reales etruscos mataron a cientos de las mejores tropas de Gallico". Tan pronto como la organización administrativa recibió la noticia, la hizo llegar a la región meridional.

'¡Victoria para el gran reino etrusco!'

'¡El ejército real derrotó a los asquerosos imbéciles gallicos!'

Con esta medida se pretendía eliminar los rumores rebeldes que corrían por la capital de que las jóvenes estaban salvando a la nación mientras el Rey no hacía nada. Y este logro militar, prácticamente una victoria inmerecida, fue para Césare, gracias a la duquesa Rubina, su madre.

—Tu posición se está afianzando en la capital —se entusiasmó Rubina—. Ahora, nadie se atreve a hablar mal de ti.

Los honores se repartían entre personas con títulos nobiliarios. Aunque la gente elogiaba a Ariadne por un trabajo bien hecho, ella no era la Comandante Suprema ni una administradora y no poseía título nobiliario ni oficial.

Sólo las personas con títulos nobiliarios podían ser ascendidas o recompensadas, así que el mayor beneficiado de este asunto fue el duque Césare. Ahora bien, nadie pronunció una palabra sobre echarlo de la capital o hacerle pagar por la derrota.

Pero la duquesa Rubina aún parecía insatisfecha.

—Mi hijo logró esta hazaña —refunfuñó Rubina, agarrando con fuerza la taza de té—. Pero, ¿por qué halagan a esa moza?

Con las botas puestas en el sofá de primera clase, Césare frunció el ceño. Se comportaba aún más rebelde cuando su madre estaba cerca.

—Eso es porque "la moza" logró la hazaña. Merece ser alabada —espetó Césare sin rodeos.

—¿Qué quieres decir con que lo consiguió? —chilló la duquesa Rubina, con los nervios a flor de piel—. ¡Tú eres el Comandante Supremo del ejército, e interceptaste al ejército gallico, conduciéndolo a la muerte! ¡Y fuiste tú quien le concedió el derecho de abrir la puerta del castillo y ejecutar el plan!

Césare respondió con rebeldía—: Me pidió que le concediera el derecho a abrir las puertas y el apoyo temporal de mi personal. Ella lo planeó todo y ejecutó tareas detalladas. Hice todo lo que ella planeó, de cabo a rabo, lo que hizo que el ejército gallico fuera incapaz de luchar.

'Cielos, necesito un poco de alcohol', pensó Césare y lanzó una mirada a su madre. 

—Si tienes una persona destacada, deberías pensar en atraerla a tu lado. Nunca tendrás gran gloria si intentas ahuyentar a las personas talentosas.

Los ojos de la duquesa Rubina se volvieron enfurruñados de inmediato. 

—¿Qué? ¿Ponerlos de tu lado?

Eso no sonaba como si la quisiera como su vasalla.

—¡De ninguna manera...!

En lugar de responder, Césare miró por la ventana y se rascó las orejas.

—¡Césare! —Y unos chillidos entrecortados perforaron al instante sus oídos limpios—. ¡No me digas que la quieres como esposa!

Césare respondió con calma—: Lady Ariadne De Mare es actualmente la mejor pareja matrimonial de San Carlo —levantó un dedo por cada punto fuerte que ella tenía—. Primero, tiene una gran reputación. Segundo, es rica. Y tercero, es bonita. Perfecta como futura Duquesa Pisano.

—¡Césare! —la duquesa Rubina se estremeció—. ¡¿Llamas bonito a esa muchacha que parece la cabrde un jurel tan delgada?!

—Tu listón está por las nubes —protestó Césare—. Si crees que la dama más popular de la capital parece un pez feo, a ninguna dama de la capital le darías el visto bueno como nuera.

—¡Todo el mundo en la capital necesita que le arreglen los ojos! ¡Y su aspecto no importa! —Rubina apretó los dientes traicionada y le gritó a su hijo—: ¿No recuerdas cómo acorraló esa moza a tu madre con el incidente del arsénico?

La duquesa Rubina condenó la mala memoria de su hijo, pero Césare pensó con apatía: 'No le eches la culpa a la mala memoria. No es asunto mío'.

Césare recordaba a Ariadne acorralando a su madre. Y era cierto que su madre no habría tenido problemas si Ariadne se hubiera quedado quieta, y a Rubina casi la matan.

Pero, ¿y qué?

Los amigos y enemigos de su madre no eran sus amigos y enemigos. Estaba harto de estar atado por el destino y más harto aún de Rubina y sus chillidos agudos. Decidió marcharse.

—Tengo que darme prisa.

—¡Césare!

—Tengo una cita.

Por supuesto, no tenía cita, pero podía concertar una.

Dejando atrás a su furiosa madre, recogió con descaro su prenda exterior y se marchó.

Sola, Rubina temblaba de furia, pero a él no le importaba.

* * *

El duque Césare se dirigió naturalmente a la mansión De Mare. Era finales de otoño y cada vez hacía más frío con el fresco viento otoñal. Era una estación hermosa con varios colores otoñales, hojas que caían y la tierra coloreada.

Como mujeriego que era, el duque Césare conocía los lugares perfectos para las citas y allí llevaba a sus acompañantes. El valle detrás del bosque de Orthe mostraba un paisaje magnífico en otoño. No sólo era el más hermoso, sino que también era mejor para él llevar allí a todas sus citas para no confundirse. Si llevaba a cada cita a un lugar diferente, diría cosas erróneas sobre el lugar equivocado.

'Pero este lugar se está volviendo demasiado cliché…'

Esta vez, quería ir a un lugar más especial. Además, ya había estado con Lady De Mare en el bosque de Orthe, en la competición de caza, y no quería llevarla a un lugar en el que había estado con muchas otras mujeres.

Así que, en secreto, decidió llevar a Ariadne a la orilla del lago Recarno. Cuando era pequeño, visitaba con frecuencia el lago siempre que quería estar solo. Se quedaba mirando el horizonte después de esforzarse por hacer flotar una pequeña barca en el lago. Eso siempre lo animaba. Nunca había ido allí con una chica porque era su espacio privado.

'Y como no hay nadie, no tenemos que preocuparnos por la peste negra.'

Añadió otra excusa para convencerse a sí mismo. Pero en el fondo, sabía que había elegido el lago porque quería compartir su lugar especial con una persona especial.

Con un gigantesco ramo de rosas en la mano, Césare llamó a la puerta principal de la mansión De Mare.

El guardia frente a la puerta principal y el doméstico que custodiaba la puerta principal lo acompañaron al salón sin mediar palabra. El duque Pisano era prácticamente la persona más influyente de San Carlo. Incluso si irrumpía y preguntaba por el Cardenal De Mare, por no hablar de Ariadne, sin una cita previa, nadie podría decirle que no.

Pero después de sentarse en el salón, la doncella pelirroja de Ariadne arruinó sus planes.

—Avisaré a mi señora de la visita del Duque Pisano, Su Gracia —dijo Sancha. Pero en cuanto se dio cuenta de que Césare vestía uniforme ecuestre, añadió atentamente—: Pero... Me temo que mi señora debe quedarse en casa porque está enferma.

Sancha fue muy cuidadosa, pero un no era un no. Normalmente, el temperamento de Césare habría estallado.

'¿Qué? ¿Eso es un no? ¿Por qué estás haciendo esa elección por ella?'

Pero hoy, Césare respondió de otra manera. Sucedió con tanta naturalidad que ni siquiera él se dio cuenta de que no era el de siempre.

'Su señora está enferma. ¿Su señora está enferma? ¿Qué le pasa?'

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