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SLR – Capítulo 201

 Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 201: Intención y resultado


Césare no pensó que sería rechazado en lo más mínimo. Tenía belleza natural y una nueva posición como Duque Pisano. Césare pensaba que Ariadne no tenía ninguna razón para rechazarlo. Y Ariadne podía leer sus pensamientos a través de su mirada segura y relajada, sus ojos y su actitud.


Pero Ariadne ni se inmutó y declinó—: No.


—¡¿Qué?? —replicó Césare, desconcertado.


Incluso había un ligero temblor de desconcierto en su voz.


—Pero esto es mutuamente beneficioso.


Ariadne asintió con la cabeza. No era una mala transacción venderle grano al duque Pisano.


Césare quería compras al por mayor por defecto, y él sería un cliente estable y regular. Aunque los pedidos públicos eran un desastre y empeoraban, él podría llevarse las existencias del almacén en cuanto Ariadne se lo permitiera.


El precio que ofrecía era excesivamente bajo, pero eso no importaba porque Ariadne era la jefa, no Césare. Ella era lo suficientemente audaz y capaz como para aumentar el precio, y Césare tendría que hacer lo que ella dijera.


Pero había una razón por la que Ariadne ni siquiera se molestó en negociar y lo rechazó en el acto.


Fue porque Césare había presentado el Cisne Linville como garantía.


—Veo que Su Majestad el Rey no sabe nada de esto. —señaló Ariadne.


—¡¿Qué??!


Si hubiera notificado esta transacción a León III, no habría propuesto como garantía el cisne de Linville, de su propiedad personal. Habría pagado en efectivo adquirido del presupuesto real.


—Si esto fuera un asunto nacional, al menos habrías traído una orden real escrita por el Rey.


—¡Ja?


Pero Césare no podía decir nada más porque Ariadne tenía razón. Si Césare hubiera notificado a León III de este negocio, habría aparecido cuando el sol estaba alto en el cielo, habría traído la orden real escrita y habría recogido con confianza la parte que le correspondía.


Pero la codicia de Césare pudo más que él. Por eso había venido de noche como un criminal encubierto. Quería impresionar a su padre sin pedirle ayuda.


—No es un asunto nacional. Querías realizar una acción meritoria sin la ayuda de tu padre. Qué descarado.

La cara de Césare se puso roja y luego azul, como si la sangre le corriera por el rostro y luego se drenara.


—Y qué tacaño —continuó Ariadne—. ¿Un ducado por tres cántaros? Sabes que eso está muy por debajo de los precios actuales del mercado.


Ariadne estaba atrapada entre Césare y el armario, pero se deslizó suavemente a un lado y se sentó en el sofá.

Se apoyó en el sofá y cruzó las piernas.


—Sal de mi casa, avaro astuto.


No tenía ninguna intención de ayudar a Césare a dar un paso adelante hacia el derecho al trono.


No dejaría que la historia se repitiera.


* * *


El Duque Pisano se fue sin luchar. Era la única manera de mantener su orgullo. Sabía que ya parecía estúpido, pero si causaba problemas en la casa de una dama, toda la capital estaría en su contra.


Al día siguiente, Ariadne salió al exterior tras un largo intervalo para visitar el Refugio de Rambouillet. Su objetivo era inspeccionar la situación del refugio y rodear Campo De Speccia, una región repleta de extranjeros y hogares de bajos ingresos. Cubrió cada centímetro de su cuerpo con una capa recubierta de cera de abeja, conocida por prevenir eficazmente la peste negra, y se envolvió en una toalla facial.


—Proporcionad al séquito con capas cubiertas de cera de abejas, también.


—Sí, señora.


Ariadne finalmente abandonó la casa después de años porque no estaba segura de qué plan tenía en mente el duque Césare Pisano.


Se lo había pedido amablemente, pero ella lo rechazó. ¿Qué haría ahora? El Césare que ella conocía haría una requisición por el grano.


No, incluso si Césare no tomaba medidas, después de algún tiempo, el ejército de León III irrumpiría en su casa y le exigiría que entregara el grano. Sólo sería cuestión de tiempo. Y cuando eso sucediera, ella nunca tendría la oportunidad de negociar, y el grano le sería arrebatado.


'La autoridad nacional nonca puede derrotar al dinero.'


Así que planeó ser un ángel de la guarda para los indigentes y una madre para los refugiados. Desde tiempos antiguos, una buena reputación era el mejor escudo protector para una mujer.


'Me aseguraré de que nadie me ponga un dedo encima.'


Si el rey robaba la comida que regalaba a los indigentes y proporcionaba sus suministros privados a su fuerza militar, estallaría una revuelta en la capital, por no hablar de las fronteras nacionales. Si León III no quería ver a ciudadanos enfurecidos protestando y marchando hacia el Palacio Carlo con antorchas en las manos, más le valía vigilar sus espaldas.


'Pero tengo que cambiar algunos suministros por dinero.'


Ariadne había empezado esto para ganar dinero. Aunque los precios de los cereales se habían triplicado, tuvo que vender parte de sus provisiones para pagar la cantidad prescrita a la compañía Bocanegro.


'O podría acudir al mercado negro como último recurso…'


Sería un caos una vez que sus acciones fueran reveladas, pero tenía que funcionar. Decidió preocuparse por ello más tarde.


Para hoy, Ariadne montó intencionadamente a caballo en lugar de estar en el carruaje para que todos vieran quién era.


'Quiero que todos vean que soy yo quien les sirve la comida. Y espero que, de paso, se lo cuenten a sus amigos.'


La acompañaba un séquito de casi treinta hombres robustos. Eran muchos, y estaban lo bastante bien armados como para ser considerados un ejército de la gran nobleza. Tenía que ejercer su autoridad cuando era necesario, y nunca podía estar lo bastante segura.


Y detrás de ella le seguía un carro lleno de grano y otro que transportaba pan cocido.


El grano era para el Refugio de Rambouillet. Dejó intencionadamente el carruaje descubierto para que todo el mundo pudiera ver claramente el grano de trigo que había dentro. Condujo el carruaje lenta y pacientemente frente al jardín trasero.


Tras consultar al Secretario General, se detuvo a propósito frente al jardín trasero para hablar con los indigentes encerrados, estrechó la mano de los más pequeños e incluso compartió hogazas de pan.


Guiseppe acompañó a Ariadne a un lado, pero no parecía contento.


Cuando la distancia entre ellos y los indigentes fue suficiente para que nadie les oyera, Ariadne sonrió y preguntó—: ¿Por qué esa cara larga, Guiseppe? ¿Crees que soy falsa?


Guiseppe negó con la cabeza, pero sólo después de detenerse un segundo.


—N-no —dijo a regañadientes y añadió—: Sólo pensé que estaba demasiado cerca. Podría terminar infectada…


Ella sabía que estaba inventando una excusa. A diferencia de Sancha, que por devoción a Ariadne cambió completamente su mentalidad desde el punto de vista de su señora, Giuseppe pensó tal como le habían criado y crecido. 


No era del Refugio de Rambouillet, pero Ariadne había oído que procedía de los barrios bajos de Campo De Speccia. Si alguien lo hubiera sorprendido robando carteras o cometiendo algún delito menor, habría acabado preso en el Refugio de Rambouillet, no contratado como aprendiz de cochero en la casa De Mare. Probablemente por eso simpatizaba más con los indigentes que con su señora, que donaba pan por su propio bien.


—Lo hago para sobrevivir —explicó Ariadne.


—¿Perdón? —preguntó Guiseppe.


No entendía qué tenía que ver donar pan con la supervivencia.


—Realizar buenas acciones forma un escudo protector para mí. En ese contexto, las buenas acciones no salen de mi corazón. Mis motivos no son buenos —montó en su caballo blanco, su nuevo caballo después de que su yegua marrón muriera en la competición de caza—. ¿Pero puedes nombrar a alguien que alimente a los indigentes en San Carlo en estos días? —preguntó.


N/T: O sea que Ari sabe que es hipócrita actuar no desinteresadamente pero aún así es un hecho que es la única que ayuda a los pobres en este momento. 


No había nadie que lo hiciera. Los grandes nobles cerraron las puertas de sus casas y no salieron a la calle, mientras que el rey no hizo otra cosa más que mirar al cielo. Los altos clérigos de la Santa Sede hablaban amablemente, pero no daban de comer.


Por supuesto que no lo harían. Nadie sabía cuánto tiempo duraría la plaga, y proteger a sus familias, ejércitos y organizaciones era lo primero.


—A la hora de juzgar si una acción es buena o mala, algunos decidirán basándose en los motivos, y otros en el resultado —prosiguió Ariadne.


Guiseppe parecía confuso. Ariadne no esperaba que lo entendiera en el acto. Prácticamente hablaba sola.


—Por supuesto, lo mejor sería que tanto el motivo como los resultados fueran buenos. Pero si tuviéramos que elegir uno para decidir si las acciones de uno son buenas o malas, creo que los resultados son más importantes que el motivo. 


Digamos que uno mató a una persona por buena voluntad y otro salvó 10.000 vidas por su propio bien. ¿Cuál fue mejor acción?

Ariadne estaba convencida de que esto último era mejor.


—Vámonos.


Su siguiente destino era Campo De Speccia, la ciudad natal de Guiseppe.


* * *


—Han cambiado muchas cosas —dijo Guiseppe con amargura.


Campo De Speccia solía ser una barriada para grupos de bajos ingresos, pero se había convertido en un barrio para gitanos y moros antes de que nadie se diera cuenta.

Pero independientemente de la raza de los residentes, seguían desconfiando de los forasteros. En cuanto el equipo de Ariadne entró en Campo De Speccia, las miradas recelosas se centraron en el gran grupo de hombres armados y en la adolescente del centro. Temían ser atacados.


—He oído que Su Majestad el Rey dio una gran castigo no hace mucho —dijo Ariadne.


Guiseppe asintió con la cabeza.


—Me dijeron que los soldados reales salieron en tropel a las calles y echaron a todos del reino, incluso a los que tenían un ligero resfriado.


—Pongamos tiendas. Les demostraremos que no todo hombre armado es un villano —sugirió Ariadne


El séquito de Ariadne sacó una carpa provisional del carruaje y la instaló en la plaza. El público se distanció, pero quiso enterarse de lo que ocurría y siguió observando desde lejos. El caballo blanco llevó a Ariadne hasta la fuente central de la plaza, y ella observó cómo se montaba la carpa.


Una vez terminado el trabajo, Guiseppe descargó las provisiones del carruaje y notificó en voz alta: 


—¡Todos! ¡Somos de la familia del Cardenal De Mare!


Los ojos del público brillaron al ver el pan. Se preguntaban: "Oh, así que son de la Santa Sede. ¿Pretenden darnos de comer?"


—El pan de hoy ha sido donado por la segunda hija del Cardenal, Ariadne De Mare. ¡Lo compró con su asignación privada! Por favor, pónganse en fila. ¡Un pan para cada persona! ¡Tenemos 1.000 panes listos!


Ante la buena noticia, todo el mundo empezó a correr hacia el centro de la plaza. Fue un caos.


—¡Una fila! ¡Hagan una fila, por favor!


La súplica desesperada de Guiseppe y el resto de la comitiva y los gritos excitados de los residentes resonaron por toda la plaza.


Ariadne pensó que debería llevar toallas faciales para los residentes en su próxima visita. Había tanta gente en una zona pública. Era malo para la higiene.


Pero entre todo el ruido, una voz desconocida captó el oído de Ariadne.


—Sé que eres especial —dijo un niño con voz aguda.


Ariadne bajó la mirada. El chico tenía un ligero acento morisco, pero enseguida aprendió la lengua etrusca y hablaba como un nativo.


Ariadne bajó la guardia al ver la linda carita del niño.


—Supongo que el pan te ha puesto de buen humor —dijo Ariadne con dulzura.


El niño, que parecía tener ocho o nueve años, sonrió, pero Ariadne no pudo ver muy bien la expresión de su cara debido a la toalla facial. Aparte de Ariadne y su equipo, era el único que llevaba toalla facial.


—Oh, llevas una toalla puesta —dijo Ariadne.


Ante eso, el niño respondió inocentemente—: ¡Porque somos hechiceros y alquimistas del Oriente! Sabemos exactamente cómo tratar la peste negra.


'¿Un hechicero del Oriente?' Los ojos de Ariadne brillaron con entusiasmo. Todo lo que había conocido hasta ahora eran estafadores, pero ¿quién sabía? Podría ser cierto lo que decía.


Pero tenía el mismo aspecto que cualquier otro indigente de los barrios bajos de Campo De Speccia, salvo que llevaba una toalla facial.


Pero justo entonces, exclamó—: ¡El charco de luces en la punta de tu dedo es tan brillante y bonito!


Ariadne se puso rígida.


Ahora, este niño era un verdadero hechicero.


Al instante bajó del caballo.


Ariadne agarró la mano del chico. 


—Tenemos que hablar.

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