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SLR – Capítulo 141

 Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 141: La segunda propuesta de matrimonio en esta vida (1)


León III había entrado atronadoramente en el Palacio de Alfonso, pero el Príncipe no estaba allí. Le habían informado de que el Príncipe aún no había regresado del baile.


Si Alfonso no hubiera entrado en pánico y salido corriendo de Palacio tras su primer asesinato, el único lugar donde podría estar era en el Palacio de la Reina.


Por eso León III acabó irrumpiendo en el Palacio de la Reina. Él y la reina se quedaron en privado.


León III se acercó sigilosamente a la reina Margarita como para amenazarla y gritó.


—¿Dónde está ese apuesto hijo tuyo? ¿Dónde lo has escondido? Tráemelo. ¡Ahora mismo!


—Majestad, ¿qué está haciendo? —exigió la reina Margarita, negándose a ceder un ápice—. ¿Y cómo ha podido irrumpir en mi Palacio tan tarde por la noche? Dígame por qué es tan descortés conmigo. Después de todo, soy tu esposa.


—¡Ja, ja! JA, JA, JA, JA! —León III soltó una carcajada feroz—. Puedo venir aquí si quiero. Cada centímetro del Palacio real es mío. ¡¿Por qué tengo que obtener tu permiso para venir al Palacio de la Reina si es mío?!


Entonces, golpeó la pared con estrépito. 


—De acuerdo, si tanto quieres saberlo, te lo diré. Tu astuto hijito nos ha metido en un gran problema.


La reina Margarita sintió un escalofrío que le recorría la espalda. Su marido se había hecho una idea aproximada de lo ocurrido.


Pero decidió hacerse la tonta una vez más. 


—¿De qué está hablando...?


—El Duque Mireiyu del Reino de Gallico ha sido asesinado. Y creo que ese canalla de Alfonso lo mató —continuó León III con voz lúgubre—. El bufón loco lo vio todo. Afirmó que "el Príncipe está loco por la chica y mató al Duque por ella".


Leo III sabía lo que se le venía encima y decidió impedir que la Reina le replicara. 


—Sí, sí, lo sé. Es un lunático, y su credibilidad es nula. ¡Pero el cadáver del Duque Mireiyu fue encontrado en un granero anexo al Palacio del Príncipe! Y un jardinero pasó por allí y presenció la escena del caballero del Príncipe tirando del carro y poniendo algo en el granero que llevaba el cadáver. ¡Y el jardinero está cuerdo!


Eso dejó a la Reina Margarita sin palabras.


León III puso su nariz justo delante de la de ella y prosiguió.


—Dime. ¿Por qué está el caballero del príncipe en tu palacio tan tarde? Está aquí para avisar que ha cumplido la misión, diría yo.


—El señor Elco apoya el entrenamiento de la tropa real que custodia el Palacio de la Reina —insistió la Reina—. Está aquí para ayudar.


—¡Ja! —resopló el Rey—. Por supuesto. ¡Es casi medianoche!


León III miró a la reina Margarita con ojos ardientes. 


—Si dejara volar mi imaginación, juraría que usted y ese caballero tienen una aventura secreta.


El Rey soltó una carcajada y murmuró en voz baja: 


—Vaya, la mujer tiene agallas.


El Rey se volvió desde el centro del salón y señaló a la Reina. 


—Sabes algo muy bien. Yo, el Rey, estoy trabajando como un perro todo el día y toda la noche por este reino, ¡pero tú lo único que haces es tramar planes políticos y dejar que ese hijo tuyo lo estropee todo! ¡No eres de ayuda! ¡No ayudas en nada!


El rey estaba furioso y miró a la reina Margarita con ojos penetrantes. 


—No te atrevas a maquinar cosas a mis espaldas, Margarita.

—No me meto en política. —respondió la Reina.

—¡Ja! —resopló León III bruscamente—. ¡No me digas que has olvidado lo que le dijiste al arzobispo de Montpellier! —dio un fuerte puñetazo en la pared—. Todo esto sucedió porque enviaste esa tonta cartita al Arzobispo de Montpellier. No pudiste evitar expresar tus dudas sobre si Filippo era apto para Rey, ¿verdad? Por lo que hiciste, ¡la relación entre el Reino de Gallico y nuestro Reino se congeló! ¿Pero qué? ¿Dices que no te involucras en política?


—...


Pero lo que Margaret hizo fue enviar una carta privada exponiendo sus pensamientos personales. Nunca pensó que se filtraría al exterior. Pero sí que metió al Reino Etrusco en problemas porque su carta había sido divulgada. La reina Margarita se mordió los labios y miró al suelo.


—Conoce tu posición y no vuelvas a atreverte a hacer una tontería semejante. ¡Cuando tomas la iniciativa en un asunto, siempre sale mal! —León III levantó la voz—. ¡Traedme a Alfonso ahora! ¡Voy a matarlo! ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Por qué mató al Duque Mireiyu?


El Rey no pudo ocultar su ira. 


—¡Voy a darle una paliza a ese chico! Y luego, pediré la comprensión del Reino de Gallico.


—¡...!


La reina Margarita apretó los dientes y levantó la vista. Podía callarse y asumir la culpa de sus faltas, pero era una historia completamente diferente cuando se trataba de su hijo. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su marido amenazaba con hacer públicas las faltas de su hijo ante el Reino Gallico.


—¿Está diciendo que admitirá que Alfonso cometió el crimen y explicará esto al Reino Gallico? —preguntó la Reina.


—¡Claro que lo haré! —dijo León III. De sus ojos parecían salir láseres azules. Era como si se estuviera volviendo loco—. ¡La fórmula de la proporción de la mezcla de la pólvora es todo lo que necesitamos para salir de todos estos malditos problemas! ¡Podemos encargarnos de los aristócratas obstinados e ignorantes y de la frontera nacional! ¡Es la clave definitiva para todos nuestros problemas!


—Pero la pólvora es sólo un arma estratégica. No es mágica. —protestó la Reina.


—¿Y tú qué sabes? —preguntó el Rey.


¡Clink!


León III no pudo controlar su temperamento y tiró al suelo el jarrón de narcisos que había en el centro del salón de la Reina.


—¡Yo tomo las decisiones! —chilló el Rey.


Seguía hirviendo de ira y dio una patada a una silla del salón. 


—¡Actúas como si lo supieras todo e intentas condenarme con altanería! Pero lo único que haces es estropearlo todo, ¡incluso las relaciones diplomáticas! ¡Porque tuviste que enviar esa carta de mala muerte!


La reina Margarita había enviado la carta al arzobispo de Montpellier, y Filippo IV podría tener rencores personales contra ella.


Pero, técnicamente hablando, este incidente no tuvo la influencia suficiente como para molestar a las relaciones nacionales. Las relaciones diplomáticas entre países vecinos no eran tan sencillas. Las relaciones nacionales no se enfriaban sólo porque a una tía no le gustara su sobrino.


Pero León III se negó a dejarlo pasar. 


—¡Siempre eres tan estirada!


La reina Margarita quiso decir que todo esto había sucedido porque la Gran Duquesa Lariessa había pedido que asesinaran a la segunda hija del Cardenal. Y que ella no podía aceptar a tal persona como nuera. Pero rápidamente se controló y se mordió la lengua.


Ella se conocía demasiado bien. La reina Margarita era prudente, pero no muy lista. Tenía que volver a su habitación, tomarse su tiempo y reflexionar para tomar una buena decisión.


Si contaba lo que la Gran Duquesa Lariessa había hecho a su marido, estaba más claro que el agua que él la interrogaría sobre cómo había llegado a saberlo. Y la Reina sabía que no sería capaz de dar respuestas inteligentes en una fracción de segundo.


Así que decidió hablar lo menos posible y aguantar.


—No tengo ni idea de dónde está Alfonso ahora mismo —mintió la Reina—. Estará de vuelta en su palacio mañana por la mañana. ¿Qué tal si hablamos cuando todo se haya calmado?


La Reina hizo su sugerencia con calma. Sabía que León III era, cuando menos, irascible. La ira le quitaba la razón y le hacía hacer cosas que normalmente no habría hecho. Y ella no podía permitir que su marido pusiera sus manos sobre su hijo ahora mismo.


—Y la única prueba que tenemos de que el Príncipe está implicado en este incidente es el testimonio de un bufón demente.


La reina Margarita se mantuvo firme y rechazó la petición de su marido en el acto.


—No tiene sentido volverse loco cuando nada está claro en este momento.


Al oír eso, todo el cuerpo de León III tembló de rabia. ¿Volverse loco? ¿Cómo se atreve esa mujer a hablarme así?


—¡Cuidado con esa sucia boca! —gritó.


¡Clink!


Otro jarrón se hizo añicos. Esta vez, el Rey cogió el que estaba en la mesilla de noche y lo arrojó al otro lado de la habitación.


El jarrón golpeó el hombro de la reina Margarita, rebotó hasta el suelo de mármol y se hizo añicos.


—¡Ahhh! 


El grito de la Reina Margarita resonó por todo su salón. Su grito parecía haberle quitado toda razón al interior de León III. Levantó el puño.


—¡No!


Después, el salón se llenó de ruidos de objetos lanzados, objetos que golpeaban el suelo, puñetazos y violencia, y murmullos y gritos indistintos.


¡Clink!


¡Choca!


—¡Ahhhhh!


* * *


Alfonso permaneció callado como un ratón dentro del armario cerrado del santuario interior que conectaba con el salón. Escuchó a escondidas la conversación de sus padres hasta que oyó el estruendo del primer jarrón. Su cuerpo se estremeció de pánico. Cuando oyó romperse el segundo jarrón, no pudo soportarlo más y abrió -no, intentó abrir- la puerta del armario.


¡Ups! ¡Brum!


Pero la puerta del armario de roble se negaba a abrirse.


—¡No!


Alfonso oyó débilmente los gritos de su madre. Podía oírla a pesar de que dos puertas estaban firmemente cerradas.


¡Kung! ¡Kung!


El Príncipe sacudió violentamente la puerta del armario, pero el robusto mueble de roble se negó a ceder un ápice.


—¡Abrid! ¡Abrid, estoy diciendo que abráis! —gritó Alfonso.


¡Bang!


Alfonso dio un puñetazo al armario. El firme mueble no recibió ni un rasguño, pero todos los nudillos de las manos del Príncipe sangraron.


¡Bang! ¡Pum! ¡Pum!


Pero Alfonso se negaba a rendirse. Cada vez que oía a lo lejos el estruendo de los objetos, Alfonso intentaba abrir la puerta del armario con todas sus fuerzas. Junto con el intento del Príncipe de abrir el mueble, todos los rincones de la habitación dejaban escapar golpes y estrépitos irregulares.


—¡Maldita sea...!


Los puños de Alfonso ya estaban ensangrentados.


¡Cling!


¡Bang!


Al oír el barullo a lo lejos, Alfonso intentó abrir la puerta de nuevo de un puñetazo.


¡Bang!


Pero la puerta era demasiado firme y robusta.


—Maldita sea...


Alfonso soltó un gemido como un animal salvaje atrapado en una trampa y apretó la frente contra la puerta del armario. La tabla de madera estaba manchada con su sangre, y su rostro contra la puerta estaba pálido como un fantasma.


Ariadne estaba en el suelo con los dedos tapándose los oídos, pero ahora abrazaba a Alfonso. Y le dio repetidas palmaditas en la espalda.


—No pasa nada... No pasa nada... Todo saldrá bien.... —lo tranquilizó Ariadne.


Nada estaba bien, pero era lo único que Ariadne podía decir. Acarició mecánicamente la espalda de Alfonso y repitió una y otra vez las mismas palabras.

Ariadne también entró en pánico.


'¿Por qué Su Majestad la Reina no menciona la carta de la Gran Duquesa Lariessa?'


El Rey ya sabía que el Príncipe Alfonso estaba involucrado.

Si ella fuera la Reina Margarita, habría sacado a colación la carta de la Gran Duquesa Lariessa de inmediato.

'Pero mi nombre está indicado en el acuerdo escrito. Una vez que el Rey lo sepa, estaré en grandes problemas... Pero independientemente de mí, la Gran Duquesa Lariessa hizo mal y Alfonso puede estar orgulloso frente al Rey. Su Majestad León III estará satisfecho ya que tenemos la debilidad de Gallico, y por supuesto, la Reina Margarita nunca tendría que pasar por todo eso.'


Pero la reina Margarita no dijo una palabra al respecto y los protegió de la violencia de León III con su vulnerable cuerpo.

'¿Pero por qué...? No puede ser. ¿Está haciendo esto por alguien insignificante como yo...?'


Hasta ahora, Ariadne había vivido en un mundo que aplicaba la ley de la selva. Sólo hacía un favor a los demás cuando recibía algo a cambio. Nadie la cuidaba ni se ocupaba por ella cuando estaba débil e indefensa.


'Pero Alfonso mató al Duque Mireiyu... sólo por mí…'


Si el príncipe Alfonso no hubiera acudido a salvar a Ariadne del peligro, si no se hubiera vuelto loco porque ella estuviera en apuros, y si no hubiera apuñalado al duque Mireiyu en el cuello por ella, todo lo que la reina Margarita y el príncipe Alfonso estaban sufriendo ahora nunca habría sucedido.


De repente, se dio cuenta tarde de lo que estaba pasando. 'Lo está haciendo... Lo hace por mí…'


Los ojos de Ariadne se llenaron de lágrimas incontrolables.

Primero fueron lágrimas de sorpresa, luego lágrimas de impresión, y la ruta final condujo a la culpa.


'Oh, Dios mío…'


Pero Ariadne ni siquiera había pensado en salvar a la reina Margarita de su asesinato.

Aunque lo sabía todo sobre el futuro, ni siquiera había pensado en ello, pensando que no era asunto suyo porque no tenía nada que recibir a cambio de la Reina.


'Qué desagradecida... Qué terrible soy…'


Las lágrimas rodaron automáticamente por las mejillas de Ariadne.

La Reina Margarita había sido amable con ella desde el principio. Y ahora, estaba siendo una auténtica adulta, protegiéndola, igual que protegió a su hijo, del peligro. Y se sacrificó para hacerlo.


—El karma se paga. Pero la bondad se recompensa. En eso consiste la Regla de Oro.


Oyó resonar en su cabeza la voz de la Regla de Oro. Ariadne había accedido a hacer lo que decía la voz no identificada y había regresado al mundo de los mortales. Dijo que serviría a todos con justicia y equidad.


Y la Reina Margarita merecía ser recompensada.


¡Chang!


El ruido parecía provenir de un marco. Fue el último sonido que se oyó en el salón de la Reina.


Alfonso había estado apretando los puños ensangrentados y mirando al suelo de madera, pero ahora, en voz baja, dijo:


—Ari.

—¿Eh...?

—Si me convierto en Rey —empezó Alfonso, respirando hondo—. Y cuando te conviertas en Reina… —el Príncipe continuó con los labios apretados con determinación—. Me aseguraré de que nada como esto vuelva a suceder.


El Príncipe hizo muchas suposiciones, pero en el fondo le estaba proponiendo matrimonio. Era la segunda proposición de matrimonio de Ariadne en esta vida. Y la primera proposición del Príncipe Alfonso.


Se volvió para mirar a Ariadne. Tenía la cara hecha un desastre. Se secó las lágrimas de los ojos y se manchó la cara de sangre.


Entonces, Alfonso de Carlo abrió la boca para hablar.

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