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MCD – Capítulo 9

Matrimonio por contrato con una doncella 

Capítulo 9: ¿Qué es esta herida?

Rembrandt sonrió mientras seguía hablando.

—No sé si lo sabe, Sir Arthur, pero la joven Lady Julius es famosa por no relacionarse con nadie en absoluto. El único lugar donde se la puede ver es en la capilla.

—¿La capilla? —preguntó Arthur, intrigado.

—Sí. Es imposible verla en ninguna parte, y sin embargo nunca ha faltado a un solo servicio celebrado para rezar por la guerra. Los recién llegados se han triplicado debido a los que acuden a la iglesia para ver a la mujer más bella de la alta sociedad. Es una leyenda popular en la zona.

—Hmmm.

Rembrandt procedió a colmar de elogios a Cristina por su devoción y sus constantes oraciones por la victoria de Arthur durante los últimos cinco años. Además, alabó su notable integridad y disciplina, demostradas por su estricta abstención de reuniones sociales durante la guerra, tal y como había ordenado el palacio.

Estar en presencia de Arthur mientras Lord Rembrandt hablaba ponía muy nerviosa a la marquesa. Asistir a ceremonias religiosas mientras las reuniones sociales estaban prohibidas era una estrategia deliberada para exhibir su gran belleza. No relacionarse con una sola persona era todo para poder ocultar su personalidad nada angelical. Seguir estrictamente la orden imperial era sólo para bloquear cualquier pregunta sobre el matrimonio de Christina. No habían calculado que tales acciones debían tomarse como actos de castidad respecto a su prometido que estaba en la guerra, pero en fin. Al final, todo encajó a la perfección para elevar la imagen de Cristina a la de bella, distante y velada reina de la alta sociedad. Como preciosa hija única de la familia Julius, de la que cabía esperar una inmensa dote y herencia, no era exagerado decir que era la novia del siglo.

'Sólo habíamos estado cuidando de su reputación para poder casarla con una familia mejor si Arthur moría…'

Sin embargo, ahora todo aquello carecía de sentido. La marquesa examinó el rostro de Arthur mientras lord Rembrandt seguía hablando bien de Christina. Sin embargo, él parecía no estar interesado, como si sólo se lo hubiera pedido por cortesía. Ella pensó que él habría estado disfrutando de esta situación, deleitándose en su ego después de avergonzarlos de la manera en que lo había hecho...

Rembrandt, que se abstuvo de insinuar su propio juicio, formuló una pregunta sin vacilar.

—¿Puedo tener el honor de saludar a su esposa? —Rembrandt siguió hablando inocentemente, como si no supiera nada de la identidad de la actual "Christina"—. Para ser sincero, el marqués me ha pedido que os retrate a los dos para celebrar vuestro regreso, a lo que he accedido encantado. Hoy también estoy libre.

Los ojos del marqués se encendieron como lámparas y empezó a avanzar en su asiento como si fuera a levantarse en cualquier momento. La marquesa, habiendo perdido todo sentido del orgullo, abrió los ojos y miro desesperadamente hacia Arthur.

'Por favor... ¡Te lo ruego, Arthur! ¡Recházalo!'

—Por supuesto. Estoy seguro de que mi mujer también estará encantada —respondió Arthur con suavidad.

El marqués y la marquesa se pusieron pálidos como fantasmas. El marqués estalló en su silla.

—Ja, ja. ¡Será mejor que vaya a preparar a Christina!

—¡No, yo lo haré!

La marquesa también se levantó apresuradamente. Arthur no se volvió hacia ellos mientras seguía hablando.

—Pero hoy puede ser difícil. Mi mujer lo pasó mal anoche porque se esforzó mucho. Estoy seguro de que todavía no se encuentra bien. Fijemos una fecha pronto.

Los rostros del marqués y la marquesa enrojecieron.

***

Los ojos de Reina giraban ansiosos en sus órbitas. Estaba desesperada por preguntar a las criadas qué demonios estaba pasando ahí fuera y por qué se encontraba en esta habitación... Tras verse obligada a ponerse un nuevo conjunto de ropa en medio de un silencio insoportablemente difícil, Reina intentó torpemente entablar conversación.

—Disculpa... soy Reina.

La criada de pelo negro que estaba cepillando el pelo de Reina con aceite miró a Reina a través del espejo y contestó malhumorada.

—Sí, lo sabemos. ¿Crees que hay alguna de nosotras que no lo sepa?

Reina apenas había interactuado con sus compañeros hasta ahora. Se estremeció, sintiendo que la culpaban de tener algo terriblemente malo.

—¿Ya sabes quién soy?

'Bueno, sí que destacas, chica'. La criada de pelo negro se burló de ella en voz alta, pero aún así procedió a decirle a Reina su nombre.

—Pero tú no me conoces, ¿eh? Soy Marina. Ella es Brodie.

Brodie, la criada de aspecto triste que trabajaba al otro lado de la cabeza de Reina, también la miró a través del espejo. Eso fue todo su saludo. Aunque a Reina lo único que le preocupaba era si la habían descubierto como la novia falsa, era alguien que ya había cosechado una gran popularidad entre las criadas. Nueve de cada diez sirvientas o criadas que entraban por primera vez en la finca siempre preguntaban quién era cuando veían a Reina por primera vez. Pero lo que todos oían después de que les dijeran su nombre era siempre lo mismo: "Nunca te acercarás a ella. Es muy cerrada."

'¿Y por qué se presenta ahora?' Marina hizo un mohín mientras seguía masajeando el pelo de Reina con el aceite.

—¿Está la señora realmente enferma?

—...

—¿Por qué has salido en su lugar?

Reina cerró los labios. No era capaz de responder a todas esas preguntas. No se le daba muy bien mentir. No es que no supiera hacerlo, pero carecía de la capacidad de inventar excusas rápidamente en un momento dado. Para Reina, la seguridad y la salud de su abuela estaban en juego. Se había mantenido alejada de las demás criadas a propósito por si le hacían preguntas como aquella…

Al ver que Reina no le daba una respuesta, Marina volvió a burlarse de ella con una mirada fría y cerró la boca. 'Pft. Por supuesto.' El aire se volvió aún más incómodo que antes, avergonzando el esfuerzo de presentarse la una a la otra.

—Anoche te desmayaste de la nada.

Marina volvió a hablar de repente. Sorprendida, Reina volvió a mirarla.

—Parecía que Sir Arthur estaba muy sorprendido. De repente levantó su espada en el aire y gritó "¡Por el emperador!" y dio por terminada la ceremonia. Luego, te trajo hasta aquí.

Era como si Marina hubiera sospechado la ardiente pregunta de Reina. La cara de Reina se puso repentinamente roja de remordimiento y vergüenza. No le había dado ninguna respuesta, todavía... Reina se agarró los dedos que tenía apoyados en los muslos y murmuró.

—...¿N-nadie lo detuvo?

Marina frunció el ceño.

—¿Se nos permite siquiera hacer algo así? No sabemos nada.

—...

—Es mentira, ¿no? La señora no está realmente enferma, ¿verdad?

—...

—¿Vamos a estar bien?

Reina no pudo darle ninguna respuesta. 'Si respondo... sólo te pondré en más peligro.'

Clunk. Las criadas lanzaron un grito agudo al oír el ruido de la puerta.

—¡Señor, Sir Arthur!

Las dos criadas, sobresaltadas, soltaron rápidamente el pelo de Reina y se dieron la vuelta. En cuanto Reina vio a Arthur a través del espejo del tocador, se quedó helada.

—¿Interrumpo? —preguntó Arthur al ver a Reina rodeada por las criadas.

—No, señor. Hemos terminado. Nos iremos ahora.

Las dos sirvientas movieron las manos rápidamente para terminar de arreglar a Reina, y luego le hicieron una reverencia como se la habrían hecho a Lady Christina.

—Esperamos que tengan un tiempo de descanso.

—Si alguna vez nos necesita, sólo tiene que tirar de la campana aquí.

Las criadas se alejaron respetuosamente de Reina y desaparecieron de la habitación. Reina se levantó apresuradamente de la silla para recibir torpemente a Arthur. Sus ojos se movían inquietos de un lado a otro, inseguros de adónde mirar.

—¿Te encuentras bien?

—¿Perdón? Ah, sí…

Reina le miró a los ojos durante una fracción de segundo antes de volver frenéticamente la vista hacia abajo para evitarlos. Arthur siguió hablando.

—Pensé que tal vez te encontrabas mal porque te desmayaste de repente.

Sorprendida por sus palabras, Reina negó con la cabeza.

—Oh, no, no. Estoy bien. Ayer sólo estaba... Debía estar cansada.

Seguía sin poder mirarle a los ojos. Arthur permaneció en silencio mientras observaba a Reina. Apartó la mirada mientras pronunciaba sus siguientes palabras.

—Siento... lo de la ropa interior.

—Eso es... ¿Perdón?

Arthur frunció el ceño mientras hablaba a un lado.

—Había oído que esas cosas realmente atormentan a las mujeres. Pero no sabía que fuera real. Pensé que era sólo una historia de terror. ¿No es demasiado peligroso llevar eso?

—¿Qué?

Reina no podía entender lo que estaba intentando decir. La boca de Arthur permanecía cerrada mientras se esforzaba por buscar en su cerebro las palabras adecuadas. Hizo una pequeña pausa antes de continuar.

—Parecías estar bien cuando te llevé arriba, pero dejaste de respirar cuando te tumbé. Parecía que ibas a morir asfixiadoa si te dejaba así.

—...

—... Quitarte el vestido no sirvió de nada, así que tuve que apresurarme a arrancar esa parte. Pero ahora está arruinado. Ya no podrás ponértelo.

—...

La cara de Reina se puso al rojo vivo. 'Oh... Ahhh. A eso se refería. Con razón el corsé había desaparecido. Fue... obra de Sir Arthur.'

—... 

—No tenía otra intención al quitártelo.

Por alguna razón, parecía que a Arthur le costaba explicarse. '¿Le da vergüenza?' Reina respondió a trompicones mientras seguía mirando a otra parte.

—Oh, ya veo. Está bien. Gracias... gracias.

'¿Qué...? Todo lo que hizo fue quitarme algo de ropa. Yo fui la que estaba desnuda. ¿Por qué es él el que está avergonzado? ¿Y quién dice que estaba mal que él tuviera otras intenciones? Qué raro. Ya estamos casados y no habría sido nuestra primera vez de todos modos. Al fin y al cabo, soy su esposa, aunque sea una suplente y eso también está incluido en el trato de todos modos. Fue a la guerra por su familia y volvió como un héroe que merecía una recompensa por su arduo trabajo…'

Sin embargo extraño que intentara justificarse para no crear el malentendido de que podía estar buscando otra cosa. Verle en problemas con algo que debería haber sido tan trivial hizo que el rostro de Reina se calentara aún más.

De repente, Arthur agarró la cabeza de Reina con la mano y la giró para que se pusiera frente a él. Los ojos que tan desesperadamente había evitado estaban ahora frente a ella.

—¿Por eso no me miras?

La cara de Reina se puso roja de vergüenza.

—No, no…

La expresión de Arthur cambió ligeramente.

Arthur movió la mano desde la cabeza de ella hacia la frente. Le tocó la zona de la frente cubierta por el flequillo.

—Ouch.

Sintió un dolor agudo. Encorvó los hombros automáticamente. 

El rostro de Arthur se tornó severo.

—¿Qué es esto? ¿Una herida?

Reina supo enseguida de qué hablaba. Era la herida del cenicero que Lady Christina le había lanzado hacía dos días. Reina se alejó un paso de Arthur y se arregló el flequillo para taparse la herida.

—Me lesioné hace un par de días. No es nada.

—¿"Nada"? Es tu cara. ¿Qué ha pasado?

—Afortunadamente, mi flequillo lo cubre, así que está bien.

—¿Cómo?

Arthur insistió. Reina armó rápidamente una mentira.

—Me golpeé la cabeza con la esquina de una mesa mientras intentaba recoger un cepillo del suelo.

Por suerte, se le ocurrió una razón lógica y Reina pudo inventar una excusa falsa con toda naturalidad. Pero Arthur frunció el ceño.

—¿Lo ha visto un médico?

Reina se rió como si acabara de oír un chiste.

—¡¿Perdón?! Un médico para este pequeño… —Reina se detuvo de repente. Si hubiera sido Lady Christina, sin duda habría llamado a un médico. Era la cara de una dama noble. Reina se corrigió rápidamente—. Por supuesto. Por supuesto, llamé a un médico. Ya lo ha visto una vez.

Arthur levantó una ceja, como si cuestionara la validez de aquella afirmación. No parecía que le creyera. Arthur se acercó a la cama y tiró del timbre. En un momento, se oyó un golpe procedente del exterior.

—¿Ha llamado, milady?

—¿Hay un médico en la finca?

—Sí.

—Tráelo.

—Sí, su señoría.

'¿Eh...? ¿Un médico...?' Reina se quedó de pie, estupefacta, hasta que de pronto se dio cuenta de algo y su rostro palideció. 'Espera. Pero el doctor estará esperando ver a Lady Christina cuando llegue. ¡Entonces se enterará!'

Reina agarró rápidamente el brazo de Arthur.

—Señor, Sir Arthur. No, estoy bien. Por favor, no llame al médico.

Arthur rodeó a Reina con la mano y la condujo al sofá. Le habló cariñosamente, ignorando sus súplicas.

—Deberíamos revisar la herida de nuevo y asegurarnos de que no hay nada malo con tu salud. Puede que no te hayas desmayado sólo por la fatiga.

'¿Qué debo hacer?' A Reina no se le ocurrió ninguna excusa para no llamar al médico. 'Ya he agotado mis habilidades para mentir. Esto va más allá de mis capacidades. Si no puedo pensar en algo muy racional, mi mentira sonará muy torpe'. Reina apretó los ojos.

—¡Yo, yo sólo quiero estar contigo!

Arthur se congeló de inmediato. 'Ugh, esto es lo que hacen en las novelas, ¿no? Oh, no. Esto es tan incómodo. Definitivamente sonaba a mentira'. Tras un breve silencio, Arthur se tapó la boca y se echó a reír.

—Quiero decir... estoy agradecido si lo pones de esa manera, pero...

'¿Eh? ¿Ha funcionado?' Reina parpadeó rápidamente.

—Hagámoslo después de que el médico mire tu herida, querida.

'Ahhh. Estoy arruinada. Por supuesto que no funcionó como excusa. No es como si el doctor se quedara con nosotros por mucho tiempo. Solo se quedaría unos momentos. ¡¿Por qué dije una cosa tan estúpida?!'

Los extremos de los labios de Arthur se curvaron como si intentara contener la risa. Luego bajó la cabeza y murmuró. 

—Oír tu voz me hace sentir que por fin he vuelto a casa.

Bum. El corazón de Reina cayó al suelo.

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