MCD – Capítulo 5
Matrimonio por contrato con una doncella
Capítulo 5: ¿Qué has hecho con mi mujer?
—Se trata del honor de Su Excelencia. ¿Qué tienes que perder de todos modos? ¿No puedes simplemente dejarla y cortar lazos con Julius por completo?
Palabras de resentimiento brotaron de la boca de Tristan.
—Vale la pena usarlo —Arthur habló con calma como siempre lo hacía—. Necesito una base. Este lugar va a ser un buen trampolín para mí.
Tristan frunció el ceño ante la repugnante sobrevaloración de Julius por parte de su general.
—Tienes el palacio, y también a Loas. En todo caso, en ellos deberías confiar. ¿Cómo puedes pensar que Julius será un trampolín después de haber sido engañado en un matrimonio fraudulento...?
Nota autor/ Loas: Familia Vizconde. Una familia aristocrática coreano-estadounidense conocida por adoptar y criar a Arthur.
—Porque es la ciudad natal de aquellos en los que más confío.
El fastidio cesó por completo. Tras coner un poco de su manzana, Arthur empezó a rebuscar en la cesta de la fruta.
—Mi honor está con todos ustedes, no con Julius. Es mi mayor orgullo haber vuelto sano y salvo con todos vosotros vivos. Alguien tan trivial como Julius no puede hacer nada para quitarme eso.
Tras escuchar a su general en silencio, Tristan se dio la vuelta y dejó escapar un suspiro de frustración. Su comandante superior solía decir cosas así. Y con bastante despreocupación. Este hombre contaba con el respaldo de palacio, pero siempre decía que el pueblo natal de sus hombres era el lugar en el que más podía confiar. Si otro noble hubiera dicho algo así, Tristan lo habría tachado de palabrería frívola. Pero después de pasar los últimos cinco años con él, no se atrevía a menospreciar las palabras de Arthur. Era un hombre que demostraba sus palabras con hechos. Y el hecho de que Arthur hubiera considerado a los soldados de Julius, los hombres con los que había compartido todas sus alegrías y penas, como los más dignos de confianza era su mayor orgullo.
—...será mejor que esté atento si no quiero avergonzarte.
Arthur se burló.
—Como quieras. Haz como siempre —dijo.
Pero Tristan sabía que no era así. La guerra había terminado y éste ya no era el campo de batalla que habían conquistado. Les esperaba una nueva batalla, una en la que el valor y la fuerza que habían esgrimido antes no servirían de mucho. Aunque le enfurecía, para Tristan era imposible no entender por qué Arthur decía que necesitaba a Julius.
—La manzana está buena. Pruébala.
Tristan cogió la manzana que le lanzó Arthur.
—... ¿Y qué vas a hacer? —preguntó.
Arthur se reclinó en su silla ante la pregunta de Tristan.
—No estoy seguro —murmuró—. Quizá me lo piense después de conocer a mi "verdadera esposa".
Tristan empezó a quejarse mientras se limpiaba la manzana en la camisa.
—¿Esposa de verdad? Pft. Probablemente sólo sea una chica a la que pagaron por hacer el trabajo.
Pero Arthur se limitó a sonreír y encogerse de hombros.
***
'Esto no puede ser. ¡Esto no puede ser! Lo que he hecho para llegar aquí... ¡Lo que he sacrificado para tener este título en mis manos!'
El marqués Julius estaba a punto de perder la cabeza de la rabia. Ni siquiera se había secado la tinta de los sellos del emperador y de la Curia Imperial en el documento que reconocía su condición de electo. Su retrato, honorablemente rotulado "Princeps Elector Imperrii" (Conde Elector) bajo su busto, ni siquiera estaba terminado.
***
Julius era uno de los nobles más grandes y prestigiosos de todo el imperio. Como propietario de las tierras más ricas y fértiles de todo el continente, era un marqués muy rico que ostentaba un nivel de riqueza que superaba al de la familia real. Aunque hubo un tiempo en que tuvo que enfrentarse a dificultades al estar rodeado de nobles que despreciaban a las familias de comerciantes, después de que su nombre ascendiera a las filas de los mayores magnates de los negocios de todo el imperio, ya nadie se atrevía a menospreciarle.
No había nada en todo el continente que Julius no pudiera comprar. Sin embargo, incluso para él, había algo que había anhelado tener en sus manos durante mucho tiempo. Y eso no era otra cosa que el título de "Elector".
Un elector era un señor feudal con poder para elegir a un emperador. Normalmente, el emperador nombraba príncipe heredero al más destacado de entre sus propios hijos, y los señores feudales honraban la legitimidad de esa decisión. Sin embargo, si un emperador fallecía sin un hijo que le sucediera o si se consideraba que un heredero era incapaz de asumir el trono, los electores se consultaban entre sí y votaban al siguiente emperador. Por lo tanto, un elector estaba justo por debajo del emperador en rango. Era un título y una función que sólo se concedía a los nobles más honorables y dignos.
A los electores siempre se les exigía un nivel muy alto de honor y moral para que los civiles los aceptaran. Y era necesario, ya que se trataba de alguien que tenía la autoridad para escoger al siguiente gobernante.
Hace unos 40 años, este mismo poder se ejerció cuando el reinado de una determinada familia imperial terminó sin heredero. El nuevo emperador que subió al trono fue Alejandro Rusaic II, el abuelo del actual príncipe heredero. Era un caballero honorable y querido por todos, y un héroe de guerra que había llevado al imperio a la victoria. Los ciudadanos consideraron justo que este joven héroe fuera el siguiente en asumir el trono, y Rusaic y los electores atendieron la llamada del pueblo. Con esta decisión, los electores se ganaron el apoyo del pueblo y su honor fue elevado.
Fue en ese momento cuando el gran marqués Ronald Julius, abuelo de Christina, el hombre más rico del imperio que no tenía motivos para envidiar a nadie, empezó a sentir una emoción llamada "celos". Qué perfecta sensación de alienación. Se trataba de un hombre que había presionado para que se aprobara una ley que eximía a un noble de ser reclutado por el ejército si era el único varón de la familia. E incluso después de realizar un acto tan desvergonzado, no había sentido la más mínima vergüenza. Pero ver cómo todos se regodeaban en el honor de la victoria hizo que Ronald sintiera que tal vez debería al menos haberse metido de lleno en la guerra. Le llenaba de envidia.
Pero incluso entonces, sacrificar sus riquezas para buscar el honor no le interesaba. Era credo personal de Ronald que el honor en la guerra sólo significaba perder mucho dinero. Era el tipo de honor que dolía. Por supuesto, para un marqués de su estatus que poseía tierras tan valiosas, la guerra tenía que interesarle, aunque a él no le interesara la guerra. Pero esa historia es para otro momento.
El problema surgió a posteriori, cuando el interesado Julius se convirtió en una monstruosidad aún mayor. Ronald Julius, el hombre más rico de todo el imperio, se enfrentó a una humillación espantosa al ser rechazado, una tras otra, por damas de familias aristocráticas por las que había mostrado interés. Por supuesto, al principio, la mayoría de las cartas estaban escritas con mucho respeto. Por ejemplo: "Gracias por el interés, pero respetuosamente, me gustaría declinar.", o "Nuestras costumbres familiares no parecen coincidir. Respetuosamente, me gustaría declinar". Pero el hecho de que incluso nobles "inferiores" a él se atrevieran a rechazarlo enfureció a Ronald Julius. En un arrebato de furia, empezó a hablar de forma inapropiada y fuera de lugar con bastante frecuencia. Después, las cartas empezaron a ser de otra manera. "No venderemos nuestra dignidad por ninguna cantidad de dinero." "Declinamos" o "Me repugna que me haya propuesto matrimonio". Hubo tantos insultos que incluso se escribió sobre la situación en los periódicos. Una completa desgracia para Julius. En ese momento, se había convertido en una especie de deporte entre los nobles en cuanto a quién podía rechazarle con la mayor grosería en la cara. Llegó un punto en que era vertiginoso, incluso para alguien tan descarado como Ronald Julius.
Alejandro Rusaic II acabó asumiendo el trono entre atronadores aplausos del pueblo, que le otorgó un poder superior al de Julius. Mientras tanto, el margrave Dilois, que siempre había tenido problemas de dinero, acabó haciéndose con un negocio minero al que Julius había echado el ojo durante mucho tiempo. Así que, incluso con todas sus riquezas, Ronald Julius no sólo no consiguió casarse, sino que se vio sometido a una larga sucesión de humillaciones. El negocio que creía que podía dirigir de forma mucho más competente fue barrido delante de sus narices.
Fue entonces cuando Julius fue finalmente objetivo sobre su situación. Era el único de entre los más altos nobles que no había podido convertirse en elector. Ello se debió a que Julius era un avaro hasta la médula. Un ejemplo vivo de "lo mío es mío" y el cabeza de una familia con una historia poco agraciada. La mayoría de los civiles conocían a Julius como un hombre deshonroso al que sólo le importaba el dinero. Y un nombre deshonroso no podía convertirse en elector.
Julius pensaba que lo tenía todo, pero en ese aspecto no era más que un mendigo. Tras darse cuenta de esto, empezó a esforzarse por compensar su deshonra. Pero no fue fácil para un hombre que era un tacaño de nacimiento. Resulta que se necesitaba mucho dinero para llegar a ser honorable, y había muchas responsabilidades que tenía que asumir si quería construir su dignidad. ¿Por qué tenía que renunciar a tantas cosas? ¿Y por razones que él no creía realmente necesarias? Pero, en definitiva, intentar abstenerse de hacer ciertas cosas era mucho más difícil que tener que hacer muchas. La retribución de sus errores pasados, todos escritos clara y llanamente en su "Lista de cosas que no debo decir", realmente frenaba a Julius.
Al final, el descarado marqués Julius, con un pasado vergonzoso, abandonó la tierra sin realizar su sueño. Hubo que esperar a las generaciones de su hijo, Antonio, y de su nieta, Cristina, para que los frutos de su trabajo empezaran a desplegarse. Pero incluso entonces, era difícil escapar de la "sombra de Julius". También Antonio se debatía entre su materialismo innato y la importancia aprendida del honor, para acabar vendiendo a su hija casándose con el hijo ilegítimo del emperador. El nombre de Julius estaba a punto de ser inscrito en la codiciada lista de electores. Le acababa de tocar la lotería.
***
—Vaya, no puedo creer que haya vivido para ver este día. ¡Una celebración de victoria organizada por el mismísimo marqués!
—Toma, prueba éste también. No he probado nada igual en toda mi vida.
—Madre mía, ¿el marqués come cosas así todos los días?
Los ciudadanos del marquesado levantaron bulliciosamente sus clases y vitorearon mientras devoraban los asados de cerdo enteros repartidos por las calles y la plaza.
—¡Guau! La cerveza es fantástica.
—¡Oh, otra!
Antes de que se dieran cuenta, todo lo que quedaba del cerdo eran huesos, pero sólo para ser retirados inmediatamente para dejar sitio a un pavo humeante. Los carros seguían trayendo todo tipo de platos de carne mientras la gente, apiñada alrededor de las mesas, seguía apurando la comida y la bebida. La gente servía y bebía mientras los artistas callejeros masticaban tranquilamente su carne mientras dibujaban en sus lienzos las escenas que se desarrollaban ante ellos.
—¿Qué pasó con Sir Arthur? ¿Se reunió con Lady Christina?
—Oh sí, ¿no dijiste que fuiste a la plaza antes? ¿Oíste algo?
En medio del fervor y el frenesí de los festejantes, unos pocos hicieron preguntas, pero las respuestas fueron en su mayoría las siguientes:
—¡Sí, sí, se vieron! Pero era difícil oír nada. Puede que oyera mal, de hecho. Pero debería salir en el periódico, ¿no? ¡Oh, traen más alcohol! ¡Eso parece vino!
En cuanto la gente vio a los criados del marqués meter más barriles de roble llenos de alcohol, se apresuraron a ponerse a la cola. La celebración de la victoria de un héroe de guerra y el reencuentro de la pareja del siglo eran, por supuesto, más que interesantes. Pero poner las manos en la comida antes de que desapareciera tenía prioridad sobre cualquier otra cosa. Registradores y periodistas de varios periódicos lamentaron perderse el momento más importante debido a su tardía llegada, pero pronto se preocuparon de escribir sobre los emocionantes festejos en su lugar.
[Sir Arthur llega antes de lo previsto. Se reúne con la hija del marqués Julius…]
[Julius organiza una gran celebración de la victoria en las calles...]
***
Puesto del ejército establecido frente a la tierra de Julius.
Tras dar una vuelta por los festejos, el marqués y la marquesa se dirigieron al cuartel del Comandante Supremo Arthur con la escolta de caballeros. Aunque se servía la misma cantidad de comida en todo el puesto militar, el ambiente era bastante diferente al de las calles. Algunos soldados disfrutaban de la comida y el alcohol aquí y allá, pero estaban más bien tranquilos y algo achispados. Los soldados que veían al marqués y a la marquesa escoltados por los caballeros hacia los barracones de Arthur los miraban con desprecio o se reían de ellos burlonamente. Algunos sólo les dedicaron una breve mirada antes de volver a lustrar sus armas, mientras que otros les escupieron con una mirada escalofriante. Ni uno solo les mostró respeto. Lo peor era que nadie ponía fin a ese comportamiento. El rostro del marqués se puso rojo de ira, mientras que el de la marquesa palidecía cada vez más.
'¡Espero desesperadamente que mi marido capte esta señal de emergencia...!'
Finalmente llegaron frente al cuartel del comandante supremo.
—Comandante Supremo. El marqués está aquí para verlo.
Ver cómo el caballero les hacía esperar el permiso de Arthur para entrar enfureció al marqués desde la punta de la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies. Empujó al caballero y entró él mismo. La marquesa, que llegó demasiado tarde para intentar detenerlo, lo siguió rápidamente. Al entrar, Tristan estaba a punto de detener al marqués con el uso de la fuerza cuando Arthur levantó una mano para impedírselo.
—Tristan, detente.
Había estado a punto de empujar sin piedad el pecho del marqués, pero dio un paso atrás antes de que su arma pudiera tocarlo. Tras lanzar una mirada mortal a Tristan, el marqués apretó la mandíbula y gruñó a Arthur.
—...Sir Arthur.
Arthur se levantó un instante después de que el marqués pronunciara su nombre y sonrió levemente.
—Su señoría.
La mirada del marqués era extrañamente ambigua. No se sabía si estaba sonriendo o simplemente enseñando los dientes. En cuanto Arthur hizo retroceder a Tristan con un movimiento de la barbilla, el marqués abrió la boca.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Arthur sonrió y levantó una ceja como si no supiera de qué hablaba el marqués.
—Eso es algo que me gustaría preguntarle. ¿Qué ha hecho?
Los ojos del marqués se abrieron de par en par ante la actitud de Arthur.
—¿Qué?
—¿Ha desaparecido mi mujer mientras yo no estaba? ¿Cómo es que me ha presentado a una completa desconocida? —continuó Arthur.
El marqués se quedó boquiabierto. Se quedó sin habla. No había previsto que Arthur expresara tan directamente que se había sentido ofendido por la situación. Incluso si él supiera la situación, Arthur debía dejarlo pasar. Tal vez, como mucho, esbozaría una sonrisa amarga. Julius supuso que tal vez su yerno había soltado tal disparate delante de todos debido a un mal juicio en el impulso del momento, y que probablemente ya se estuviera arrepintiendo.
—Tú... Tú.
También llevaba el nombre de Julius. ¿Cómo podía actuar así a menos que deliberadamente quisiera hundir a todos con él? La marquesa no pudo permanecer más tiempo en silencio.
—Sir Arthur.
Arthur volvió los ojos hacia ella. La marquesa habló con toda la calma que pudo.
—Esa niña es tu esposa. Ella es Christina.
Arthur sonrió sin pestañear.
—¿Tampoco reconoce a su propia hija, su señoría? Le digo que no es la mujer con la que me casé.
La marquesa alzó la voz en señal de rebeldía.
—¡Ella es Christina! ¡La dama más estimada de la alta sociedad!
NO HACER PDFS. Tampoco hagas spoilers, por favor o tu comentario será eliminado. Si te gustó el capítulo déjanos tus impresiones para animarnos a subir más. No te olvides de seguirnos en Facebook.