SLR – Capítulo 122
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 122: Tú, conviértete en mi doncella
Capítulo patrocinado por Barbara vía Ko-fi. Gracias por su apoyo 🤍
Clemente de Bartolini leyó astutamente el sentimiento de condena en el rostro de Isabella, y sus inocentes facciones se truncaron de dolor. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Su hermano menor, Ottavio de Contarini, parecía un rottweiler, mientras que Clemente de Contarini se parecía a un pinscher en miniatura. Los hermanos tenían algo en común, pero a diferencia de su hermano, Clemente parecía inofensiva y frágil como un cachorrito perdido.
—Isabella…
Isabella miró directamente a los ojos a Clemente, que estaba a punto de llorar.
—¿Por qué eres tú la que llora? —preguntó Isabella.
Ante eso, a Clemente de Bartolini se le abrió el grifo de las lágrimas. Fue todo lo que Isabella necesitó decir para que Clemente sollozara ruidosamente.
—Yo... no quería hacer eso… —empezó Clemente.
Era como si Isabella estuviera mirando a un pinscher miniatura llorando. Isabella se cruzó de brazos y se apoyó en el sofá. 'Esperaba recibir algo a cambio. ¡Pero ahora soy su consejera!'
La confesión de Clemente fue la siguiente. El conde Bartolini era un gran hombre. Sentía lástima por su joven esposa y la dejaba hacer lo que quisiera. Clemente era tímida e indecisa, pero no podía dejar de confirmar su amor por ella. Mientras su marido la dejaba libre, permitiéndole hacer lo que quisiera, ella se concentraba en hacer cosas que su marido nunca le permitiría. Era una especie de deseo autodestructivo y un desafío. '¿Crees que me querrás incluso después de que haga esto?'
La primera persona con la que tuvo una aventura fue el cura de la gran capilla, que la había confesado. Se acercaron un poco después de eso, pero después de un tiempo, cruzaron la línea. Y entonces, las cosas se salieron de control. Después del cura, ella tuvo un romance con un joven noble arruinado y luego con un cochero. Fue un desafío silencioso contra su marido. 'Te estoy engañando. ¿Todavía me amas?' Y el último de la lista era el marqués Campa. Ella sabía que su marido nunca podría perdonarla entonces.
Acudió a un comerciante que vendía obras de arte y conoció al marqués Campa en la tienda. El marqués era rico y tenía buenos modales, lo que cautivó su corazón. Uno de los motivos de su aventura fue su curiosidad. Todo el mundo le llamaba basura humana, pero ¿tan malo podía ser? El segundo motivo fue su confianza en cambiar al hombre, haciéndole empezar de nuevo en la vida. Y la última razón fue su deseo sexual y su voluntad de corrupción. Quería acostarse con el hombre equivocado y caer en desgracia.
—¡No sé por qué he hecho eso! —se lamentó Clemente.
'Yo tampoco. ¿Qué te pasa?'
Isabella chasqueó la lengua en silencio. Aunque la condesa Bartolini fuera sorprendida en pleno acto por Isabella durante su aventura secreta con el marqués Campa, ¡no tenía que decirle que también tenía otra aventura con un sacerdote, un cochero y joven aristócrata! Prácticamente se estaba suicidando y le pidió a Isabella que la ahorcara.
—Me sentía tan sola... —continuó Clemente—. ¡Supongo que estaba poseída...! Y el cura, era un hombre malo... Era un clérigo, después de todo, y era responsable de guiar a los creyentes, pero satisfacía descaradamente sus deseos sexuales... El cochero no era diferente... Era su amante. ¿Cómo podía atreverse a pensar en ponerme la mano encima...?
Clemente habló demasiado. No paraba de hablar mal de todos a los que había engañado. Era obvio por qué estaba siendo demasiado abierta, aunque hubiera sido mejor mantener la boca cerrada.
Isabella suspiró en silencio. Y decidió ceder y decir lo que Clemente quería oír.
—No fue culpa tuya… —dijo Isabella a regañadientes.
—¿Tú crees? —preguntó Clemente, y su rostro se iluminó al instante como si esperara la respuesta. Su respuesta fue tan rápida que a Isabella le entraron ganas de encogerse de vergüenza.
—Los clérigos deben dar buen ejemplo a los creyentes. Aunque el creyente le tiente…
Pero cuando Clemente oyó las palabras "aunque el creyente le provocara tentación", se estremeció, y su rostro empezó a entrelazarse de nuevo.
Al oír eso, Isabella enarcó una ceja y reconsideró rápidamente sus palabras.
—Quiero decir, el clérigo nunca debería haber tenido deseos sexuales hacia un devoto creyente. Es totalmente culpa del clérigo.
La expresión de Clemente volvió a suavizarse. Isabella habló mal del cochero, del marqués Campa e incluso del conde Bartolini secuencialmente y enfatizó que Clemente no había hecho nada malo.
Mientras Clemente escuchaba el apasionado discurso de Isabella durante casi treinta minutos, ahora sonreía, feliz de ver a Isabella de su lado. Y hasta se sintió bien para tomar té negro.
—Isabella, hacía siglos que no tenía una conversación tan decente contigo... Qué suerte tengo de que sólo tú hayas presenciado la escena... Me sentí tan sola. Fue tan duro para mí-.
Pero Isabella irrumpió e interrumpió las palabras de satisfacción de Clemente.
—Pero Clemente…
Una hermosa sonrisa cruzó el bello rostro de Isabella. Ahora, ella decidió ir directo al grano,
—Solo hay una cosa que hiciste mal.
—¿Qu-qué es eso...? —preguntó Clemente ansiosa y de mala gana.
Parecía que iba a salir corriendo del sofá en cualquier momento. Temía lo que se le venía encima y quería taparse los oídos. Sus ojos de cachorro temblaban ansiosos.
—Debiste defenderme cuando la alta sociedad me acusó de ser la amante secreta del marqués Campa.
En ese momento, los ojos de cachorro de Clemente empezaron a lagrimear de nuevo.
—¡YO...! ¡En aquel entonces...! Ya sabes, ¡mi marido...! —balbuceó Clemente.
Por supuesto, sólo una persona con un carácter muy elevado admitiría que fue ella quien engañó a su marido cuando la alta sociedad estaba atacando sin piedad a una víctima inocente. También hacía falta mucho valor. Isabella no esperaba que fuera tan valiente. Sería imposible. Cualquiera en el lugar de Clemente habría hecho lo mismo, aunque no fuera tan vulnerable y aversivo como ella.
'Yo también me habría quedado quieta', pensó Isabella, pero habló de otra manera.
—Clemente, ¿no sientes pena por mí? Yo era inocente pero asumí la culpa...
Los ojos de Clemente miraron al suelo. No podía decir nada. Isabella sintió que si presionaba más, el objetivo podría huir. Esa mujer era tan débil mentalmente.
—Clemente, no lo digo para culparte después de todo este tiempo —dijo Isabella—. Tienes una familia y no quiero obligarte a hacer un sacrificio tan grande. No soy tan cruel.
Isabella cambió su tono a un modo dulce, de "lo entiendo todo". Ella rara vez se esforzaba tanto por engatusar a una mujer. Sólo ocurría una o dos veces al año.
'Vaya. No puedo creer que esté haciendo esto.'
—Entonces, ¿qué...?
Clemente levantó la vista con ojos de cachorro, tranquilizada por el cambio de tono de Isabella.
—Sabes por lo que estoy pasando estos días, ¿verdad?
Isabella bajó la mirada para que Clemente se compadeciera de ella. No fingía. Isabella De Mare solía ser la chica más popular de la capital. ¡¿Pero cómo pudo pasar esto?!
—Nadie del círculo social quiere hablar conmigo. No me queda ningún amigo. Y sobre el baile real de este año...
Isabella no pudo soportarlo más, y esta vez, sus lágrimas no eran fingidas, eran auténticas.
—Nadie... nadie me invitó al baile...
Por la mente de Isabella pasó gente dándole la espalda. Y recordó su buzón vacío y a la gente en la gran misa apartándose cuando sus miradas se cruzaban. Se morían por estar con ella cuando su reputación era alta, pero una vez que cayó en picado, nadie le dedicó una mirada.
'Los hombres... ¡los hombres son tan poco fiables!'
Isabella no confiaba en las mujeres en primer lugar. Así que fue una declaración silenciosa de que no confiaría en ningún humano en su totalidad.
Isabella miró a Clemente con los ojos llorosos.
—No quiero mucho de ti, Clemente. Sólo que estés conmigo en la alta sociedad. Es lo menos que puedes hacer.
Clemente se quedó un poco desconcertada. Esperaba más de Isabella.
—Es lo menos que puedo hacer… —admitió Clemente.
—Todos me dieron la espalda por algo que yo no hice. —se lamentó Isabella.
Clemente se estremeció al suponer que Isabella la estaba culpando.
—Así que, por favor, Clemente. Déjame unirme a tu grupo de amigas. Por favor, restaura mi buena reputación. Voluntariado, reuniones de oración, cualquier evento social es bueno. —pidió Isabella.
La condesa Clemente de Bartolini era muy conocida por su frecuente trabajo voluntario en la gran capilla y en el Refugio de Rambouillet. Ella y sus amigas realizaban actividades de voluntariado en la "Asociación de Mujeres de la Cruz de Plata" lavando ropa de cama, preparando comidas y limpiando alojamientos para ancianos y grupos vulnerables. Era un poco extraño que las señoras estuvieran dispuestas a hacer tareas en la gran capilla cuando los criados lo hacían todo por ellas en casa. Pero sus tareas eran diferentes, como el cultivo de trigo a gran escala y la jardinería y plantación de flores eran diferentes en la granja.
—Buedo. Es posible… —balbuceó Clemente.
Cuando Clemente dijo que sí, a Isabella le brillaron los ojos al instante.
—Entonces, pongámoslo en práctica, empezando ahora. Clemente, tienes una cita por la tarde, ¿no? —instó Isabella
El mejor momento para charlar en pequeños grupos era la hora del almuerzo y del té. Las grandes fiestas se organizaban a la hora de la cena, pero las mujeres de la nobleza solían reunirse a la hora del almuerzo y del té en pequeños grupos.
La razón por la que Clemente invitó a Isabella a las 11 de la mañana fue, sin duda, porque tenía reservado el almuerzo y el té de la tarde.
Isabella pareció acertar porque Clemente balbuceó:
—S-s-sí, la verdad, pero....
—¿Con quién es tu cita? ¿La condesa Balzzo? ¿El marqués Salbati? O la baronesa Lorethan también suena bien.
Isabella conocía a todos los amigos de Clemente y se los recitó uno por uno. A Clemente no le gustaba que Isabella la conociera tan bien y no quería que se interesara por su reunión del té de la tarde.
—No... no... Mis invitados no son mujeres de la nobleza. Es una reunión familiar. —dijo Clemente.
La agenda de la Condesa Bartolini estaba inusualmente repleta de reuniones exteriores a partir de la hora de comer estos días. Pero hoy no tenía ninguna cita, así que la familia de sus padres decidió visitarla para comer.
—Ottavio dijo que... traería amigos... —dijo Clemente.
Clemente esperaba que Isabella perdiera el interés y se fuera a casa en cuanto dijera que las nobles de la alta sociedad no serían las invitadas.
Pero, sorprendentemente, Isabella sonrió, y su rostro se iluminó como peonías en flor en mayo. Pero, por otra parte, su sonrisa parecía la de una planta carnívora que crece en un lugar apartado del Imperio Moro.
—¡Oh, vaya! ¿Dijiste que el señor Ottavio vendrá de visita? ¡Clemente, debes invitarme a mí también! —exclamó Isabella.
Los ojos amatistas de Isabella bailaban de alegría. Parecía decidida y volvió a empujar a Clemente.
—Éramos amigas de la infancia, ¿recuerdas?
Isabella sonrió ampliamente y sus ojos se clavaron en los de Clemente. Cuando sus miradas se cruzaron, Clemente se estremeció y su cuerpo tembló. Isabella parecía un encanto, pero Clemente sabía por dentro que tenía que hacer lo que decía su amiga de la infancia y decidió ganarse su favor.
Clemente preguntó amablemente:
—Isabella, ¿qué prefieres? ¿Carne o pescado? Tenemos cordero y salmonete.
Isabella dejó escapar una sonrisa de dientes y dijo:
—Ninguna de las dos cosas. Me gustaría ternera.
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