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SLR – Capítulo 112

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 112: Ojo por ojo, diente por diente y vida por vida

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Ariadne entró en el salón del señor Stampa, enderezó su atuendo y expresó sus saludos. 


—Hola, señor Stampa —Ariadne hizo una profunda reverencia y se disculpó cortésmente—. Le extiendo nuestra más sincera disculpa por la desafortunada consecuencia que su hija tuvo que afrontar por culpa de nuestra familia.


Stampa se había enfurecido porque la familia De Mare ni siquiera había asistido al funeral, pero ni en sus sueños imaginó a un alto noble o alguien equivalente a la alta nobleza inclinándose profundamente ante un plebeyo como él.


Atónito, Stampa se levantó del sofá. Agitó la mano frenéticamente y dijo: 


—N-no hay necesidad de todo esto. Por favor, basta.


Para Stampa, la alta nobleza era gente de mente cruel y altiva. Saludaban como querían a un plebeyo, y cuando éste les devolvía el saludo con torpeza, podían matarlo sin piedad porque no les gutaba. Lo mejor era apartarse de su camino. Y evitar todas las situaciones donde podrían alterarse y ponerse violentos.


—No hay necesidad de ser tan modesto con alguien como yo. Lo único que quiero es recuperar a mi hija. —dijo Stampa.


Su deseo estaba desprovisto de codicia monetaria, pero ni todas las monedas de oro del mundo podrían devolverle a su hija.


—Si tuviera solo ese deseo y pudiera concederlo, lo haría —coincidió Ariadne—. Pero la vida y la muerte están en manos de la providencia, y no hay nada que podamos hacer para traerla de vuelta.


Ariadne miró al señor Stampa.


—La ley es que deberíais recibir sangre por sangre.


Sus ojos verde oscuro brillaron intensamente. 


—He venido porque tengo algo que decirle, señor Stampa.


La madre de Stampa corrió a la cocina y se apresuró a traer té. Le temblaban las manos mientras ofrecía el té a Ariadne. La anciana nunca había visto una persona de tanta nobleza. Ariadne estuvo a punto de decir: “No, gracias”, pero lo aceptó a regañadientes porque sintió pena al ver las manos de la anciana temblar nerviosas.


Después de aceptar el té, sonrió y bebió un sorbo. Parecía segura de sí misma y sus ojos eran intensos. 


—El anuncio oficial del Cardenal De Mare no es cierto.


—¿Le ruego que me disculpe? —preguntó Stampa con incredulidad.


—La criada muerta no robó nada, y la amante del Cardenal no decapitó el cadáver por error —dijo Ariadne—. Lo cierto es que ella pidió a los sicarios que trajeran su cabeza.


—¡Pero qué...! —el señor Stampa se levantó de su asiento, enfurecido—. ¡Sabía que algo no iba bien! E intentó callarme con monedas de oro!


Pero Ariadne detuvo al señor Stampa. 


—Pero hay una cosa que debe entender. El Cardenal De Mare no tenía ni idea de lo que estaba pasando.


—¿Y qué? —se lamentó el señor Stampa—, ¡Todo ha ido mal desde que su familia irrumpió en mi vida! Todo lo que hiciste fue obligarme a hacer un trabajo extra, todo lo que aquella criada hizo fue quejarse todos los días, y ahora, ¡mi hija está muerta! Pero ahora, ¿quieres que perdone a Su Santidad sólo porque no sabía nada de esto?


Ariadne respondió con calma: 


—Por supuesto que no —miró al señor Stampa directamente a los ojos con ardiente pasión. Y sus miradas se encontraron—. Tiene que vengar al principal culpable del asesinato de su hija.


Ariadne dejó la taza de té sobre la mesilla de noche con un ruido seco. La madre de Stampa se estremeció y tembló de sorpresa al oír el tintineo de la taza de té.


—La vida es vida y el precio de ella es sangre por sangre —Ariadne mantuvo sus ardientes ojos clavados en los del señor Stampa—. Señor Stampa, la persona que causó la muerte de su única hija fue Lucrecia, la amante del cardenal De Mare.


Ariadne decidió apuntar a Lucrecia como culpable de este incidente. Sería mejor si también pudiera apuntar a Ippólito, pero dos culpables principales debilitarían el peso que recaía sobre cada uno de ellos.


Lo correcto era elegir a Lucrecia como responsable de la muerte de la inocente pelirroja. Quería que todo el mundo lo supiera. Y era evidente que Lucrecia era la culpable, ya que su ayudante más cercana, Loretta, fue enviada a la escena del crimen.


Parecía que el señor Stampa apenas podía contener su ira. Se sentó en el sofá con las manos temblorosas de furia.


Ariadne miró al señor Stampa con ojos atentos y dijo: 


—Es natural que los representantes de la Cooperativa de Residentes prefieran dinero en efectivo. Tienen poco presupuesto pero muchas exigencias y personas que alimentar. Pues sólo miran un lado de la moneda. Debe amenazar con su propia vida a cambio del oro. Así conseguirán más dinero —Ariadne bajó la voz y sugirió—: Señor Stampa, dígales que la culpable de la muerte de Paola era Lucrecia y que usted quiere la vida de Lucrecia a cambio. Nosotros también tenemos pruebas. La criada que la Cooperativa de Residentes tiene como rehén es la ayudante más cercana a Lucrecia.


Ariadne se levantó de su asiento. 


—No puedo quedarme aquí mucho tiempo. No debe decirle a nadie que he estado aquí. Pero señor Stampa, recuerde lo que le he dicho y haga lo que corresponda. Obtendrá los resultados que desea.


—¿Cómo puede saber qué resultados quiero? —preguntó Stampa.


Ariadne respondió sin cambiar el tono.


—Una venganza sangrienta es lo que quiere.


Luego, Ariadne se volvió para mirar a la madre de Stampa, sonrió.


—Y recibir la máxima cantidad de monedas de oro —Ariadne se inclinó cortésmente ante la anciana y dijo—: Le expreso mi más sentido pésame por la muerte de su nieta. Debe estar profundamente apenada.


Esto desconcertó a la anciana, que se quedó sin aliento presa del pánico. Pensó que al menos debía fingir que estaba apenada.


—Aunque exprese que no necesita el oro y que quiere solo su vida como pago, nuestra familia no le enviará de vuelta con las manos vacías —dijo Ariadne—. Le prometo que la cantidad de monedas de oro que le proporcionará la familia De Mare no bajará de trescientos ducados.


La anciana se tragó las palabras en su mente, 'pero necesito las monedas de oro, no una vida por una vida', y en su lugar estrechó alegremente los brazos de su hijo. 


—¡Qué suerte que tengamos a esta respetable dama noble para ocuparse de todo!


Ariadne se inclinó una vez más ante la anciana y Stampa. 


—Ahora tengo que irme. Expreso mi más sentido pésame a la difunta.



Ariadne entregó rosas blancas al señor Stampa y se levantó. Las rosas blancas puras significaban respeto, humildad, pureza y juventud y se regalaban para mostrar condolencias.


Se cubrió con una gruesa túnica, pasó por delante de las casas de clase media de Castel Labico y se adentró en la oscuridad.


* * *


A la mañana siguiente, el Cardenal De Mare no fue recibido por una familia doliente satisfecha, sino con esa misma familia muy decidía y una multitud enfurecida. Pensó que trescientos ducados (aproximadamente 300.000 dólares) eran suficientes, pero se equivocaba.


—¡Queremos una venganza sangrienta!


El señor Stampa, los dos representantes del distrito y los vigilantes se agolparon frente a la mansión De Mare y expresaron explosivamente su furia. Arrastraron con ellos a Loretta, la criada de Lucrecia. Estaba atada con cuerdas. Era evidente que había sufrido toda clase de penalidades.


La noche anterior, los vigilantes habían interrogado a Loretta hasta la saciedad y habían conseguido sacarle algunas declaraciones útiles.


—La criada pelirroja que murió con Paola Stampa estaba embarazada del joven amo.


—Madam Lucrecia no estaba contenta con eso.


—Al principio, se limitó a decir que la echara, pero cambió de opinión y me ordenó que la trajera de vuelta.


Los verdad fue expuesta con esos hechos. Pero Loretta fue golpeada y amenazada, así que también soltó suposiciones y habladurías.


—Si la señora hubiera atrapado a la criada Maletta, nunca le habría dejado vivir.


—Lucrecia había matado a docenas de sirvientas y criadas antes.


—Lucrecia es cruel y le gusta coleccionar cabezas cortadas.


Aunque la mansión De Mare estaba situada en una lujosa zona residencial desierta y tranquila, con poco tráfico, esa agitación no podía pasar desapercibida.


En primer lugar, los rumores se extendieron ferozmente entre los residentes de clase media de Castel Labico y los de bajos ingresos de Commune Nuova.


—¿Os habéis enterado? La amante del Cardenal De Mare asesinó a alguien.


—He oído que era una buena chica. ¡Pobrecita!


—Era la hija de mi amigo. Era una dama fiel y agradable. ¿Por qué la mató?


—¿Intentó el Cardenal traer una nueva amante?


—¡No, eso al menos le habría hecho justicia! El hijo del Cardenal jugaba con la criada, y la amante iba detrás de la criada pero se equivocó de chica. Por eso mataron a la inocente dama cuando volvía a casa del voluntariado.


—¡Dios mío! ¡Qué cruel!


—Pero aunque fuera una simple criada, llevaba el bebé de su hijo. ¿Cómo pudo matarla?


—Porque es una amante, no una legítima esposa. ¡Por eso!


—¡Supongo que la señora no podía soportar la visión de su nuera tomando el mismo camino!


—¿Qué quieres decir con que la señora tomó la misma ruta?


—Supongo que no lo sabes porque eres joven y residente en San Carlo. Sólo nosotros, los de Harenae, conocemos la historia. Lucrecia era una joven madre soltera cuando se convirtió en amante del Cardenal De Mare. Estaba embarazada de su hijo, pero éste terminó jugueteando con la criada. Fracasó totalmente en la crianza de su hijo. Tsk, tsk!


—Bueno, el hijo sólo siguió sus pasos. Ella no falló en la crianza de su hijo. Simplemente viene de familia. Un hijo igual que su madre.


—En eso tienes razón. En eso sí que tienes razón.


Y este rumor se extendió a los trabajadores de cada casa noble y a los mercaderes que comerciaban con familias nobles. Naturalmente, las clases más altas también se enteraron.


El Cardenal De Mare se encontró con nobles y mercaderes de clase baja que se habían quedado en San Carlo para preparar la “Fiesta de la Primavera” y la “Misa de la Solemnidad de la Anunciación”, pero los vio susurrando cosas significativas a sus espaldas. Furioso, regresó a casa antes de tiempo.


—¡Niccolo! 


El mayordomo Niccolo se acercó a regañadientes a su amo con actitud sumisa. Su Santidad le había dicho que se hiciera cargo y resolviera los asuntos, pero no había hecho un buen trabajo en las negociaciones con la afligida familia y la Cooperativa de Residentes. Se sentía muy intimidado. Saludó al Cardenal, que estaba de mal humor con el ceño fruncido.


—Sí, Santidad —respondió Niccolo tímidamente.


Pero el Cardenal apuntaba al mayordomo. 


—¡Dile a Ippólito que suba inmediatamente a mi estudio!


—Sí, Santidad.

* * *

Ippólito estaba nervioso como loco cuando su padre lo llamó. Su corazón latía con fuerza mientras se dirigía al estudio de su padre, situado en el ala oeste del segundo piso.


'¿Se habrá enterado de que yo tuve relación con los vagabundos?'


Todo tipo de pensamientos siniestros se agolpaban en su cabeza, uno tras otro.


'¿O se dio cuenta de que Maletta estaba embarazada de un niño mío? ¿Quién sabe de quién era el hijo de esa zorra?'


Pero el pensamiento que más miedo le daba era: '¿No se habrá enterado de que no conseguí el título universitario?'


Estaba ansioso como un loco mientras llamaba a la puerta del estudio de su padre.


Toc. Toc.


—Adelante. —respondió el Cardenal con voz extremadamente irritada.


Ippólito rara vez había oído a su padre sonar tan cortante y un escalofrío le recorrió la espalda. 'No puede ser. ¿Sabe que tal vez no soy su hijo biológico?'


Pero, afortunadamente para Ippólito, lo que el Cardenal cuestionó fue algo totalmente inesperado.


—Ippólito De Mare. ¿Recuerdas lo que dijiste cuando trajiste a tu madre de Vergatum? Dijiste “Padre, asumiré la responsabilidad por ella”.


Ippólito estaba demasiado aliviado de que su padre lo llamara por su nombre completo que no se concentró en lo que dijo después.


—S-sí. —tartamudeó Ippolito.

—Entonces, ¿cómo explicas las consecuencias? —exigió el Cardenal.


'¿Cuándo dije que asumiría la responsabilidad?'


Ippolito se quedó perplejo, pero ajeno a su respuesta, el Cardenal De Mare continuó bruscamente el interrogatorio. 


—Creía que eras plenamente consciente de las funciones y deberes que debías cumplir como próximo cabeza de familia de los De Mare. Creía que te sacrificarías por tu madre en consecuencia.


'¿Yo? ¿Cuándo?' Ippólito estaba desconcertado.


—¡Pero mira lo que ha pasado! Tu madre ha vuelto a perder el control y se ha metido en este terrible accidente —gritó el Cardenal—. ¡Dijiste que cuidarías de ella, pero lo único que haces ahora es mirar al frente con la mirada perdida! Estoy muy decepcionado de ti, hijo.


En cuanto Ippolito oyó la palabra “decepcionado” de su padre, enderezó automáticamente su posición. '¿Decepcionado? ¡Eso no puede ser'.


—¡No, padre! —protestó Ippolito—. ¡Puedo arreglarlo todo!

—¡Niño ignorante! —gruñó el Cardenal—. ¡Incluso en esta situación no sabes cerrar la boca!


En realidad, no había manera de arreglar las cosas, así que Ippólito bajó la mirada, intimidado ante el clamor del Cardenal.

—Ya que eres el futuro cabeza de nuestra familia, expresa tu opinión sobre esta situación. —ordenó el Cardenal.

—...


Pero era difícil para Ippólito ocuparse solo de sí mismo. La gente acusaba a Lucrecia como la principal culpable del asesinato en las calles, no a él.

Pero técnicamente hablando, Ippólito era el que había llamado a los vagabundos como sicarios. Él fue quien les ordenó matar a la criada. Y él fue la razón por la que Lucrecia decidió matar a Maletta. Ippólito tenía que asumir la mitad de la culpa, al menos.

No era lo bastante sabio ni tenía la sangre fría para convertir a su madre en chivo expiatorio ante la opinión pública mientras se salvaba a sí mismo. Sin embargo, tampoco era tan buen hijo como para sacrificarse por su madre. En una palabra, estaba indeciso.

Cuando el Cardenal De Mare vio a su hijo incapaz de decir nada, mostró sus verdaderos colores. 

—Ippólito. Creo que será mejor que sacrifiques a tu madre por tu propio futuro.

La persona cruel y astuta, fue el Cardenal De Mare, no su hijastro.

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