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SLR – Capítulo 108

Hermana, en esta vida seré la reina

Capítulo 108: La línea que no debe cruzarse

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—Lariessa de Balloa —dijo Alfonso en voz baja. Su voz era tranquila, pero expresaba una ira apenas contenida—. No cruces la línea.

Lariessa nunca había visto al Príncipe tan enfadado. Sobresaltada, al instante dejó de regañarle con celos irracionales. Pero sus palabras se clavaron en su corazón. No podía creer lo que acababa de oír.

—¿Acabas de decirme que no cruce la línea? ¡Voy a ser tu futura Reina! Nuestros Reinos están llevando a cabo negociaciones. —se lamentó.
—Y el acuerdo no se ha firmado. —replicó Alfonso.

Quiso decirle más palabras hirientes, pero apretó los dientes y apenas consiguió tragárselas. Recapacitó y trató de expresar sus pensamientos con un lenguaje más refinado.

Episodio-108-En-esta-vida-soy-la-reina

—No me digas lo que tengo que hacer. No eres nadie.

Sorprendida, Lariessa perdió el equilibrio y tropezó. Estaban en un edificio de arenisca. Si se caía, podía resultar gravemente herida. Pero lo único que hizo Alfonso fue cruzar los brazos y mirar fríamente a la Gran Duquesa.

'¡Oh, mi señor! ¡Casi tropiezo, pero ni siquiera intentó protegerme...!'

Sintió que el corazón se le caía hasta los pies.

Era un viaje duro de Gallico a Etrusco para una joven, ya que requería escalar las altísimas montañas Prinoyak, pero Lariessa lo había hecho sólo para conocer a Alfonso.
Y era de la alta nobleza. No era descendiente lineal de la familia real, pero una vez concluida la negociación de los Reinos, obtendría el derecho de heredera al trono. En principio, quienes poseen el derecho de sucesión no traspasan las fronteras nacionales.

Cuanto más pensaba Lariessa en ello, más se enfadaba y estallaba en cólera.

—¡Estamos destinados a estar juntos! ¡El Gran Duque Eudes de Balloa, mi Padre y fiel guardián de la familia real, y Su Majestad el Rey Filippo IV lo dicen! —insistió.

Y Lariessa había oído hablar de las condiciones de negociación propuestas por el reino etrusco respecto a su matrimonio.

—¡Etrusco no puede tener ninguna oportunidad de convertirse en una figura clave en el continente central sin el apoyo de Gallico y su pólvora!

¡Bang!

Los pasillos del Palacio de Invierno de arenisca de Taranto se estremecieron con un rugido crepitante. Alfonso estaba más furioso que nunca, pero que no podía usar la violencia con una mujer, descargó su ira contra el suelo.

—Lariessa de Balloa —Alfonso miró con ojos ardientes a la Gran Duquesa Lariessa—. No eres la hija de un monarca. Sólo eres una de las cartas de la baraja puestas sobre la mesa de negociación.

Lariessa esperaba que Alfonso dijera algo como: “No me digas lo que tengo que hacer antes de casarnos.” Y ella estaba a punto de replicar: “Pronto serás mi marido. Deja de comportarte así.”

Pero los ojos de Lariessa se abrieron de par en par, sorprendida. Ni en sueños se había imaginado esta situación, y se limitó a mirar a Alfonso con los ojos muy abiertos.

—Nadie puede atreverse a hablar así a nuestro Reino Etrusco —dijo Alfonso enfadado—. Ni tu Padre ni Filippo IV, por muy orgulloso que estés de ellos.

El Príncipe Alfonso quería resaltar el hecho de que ni siquiera el Gran Duque de Balloa o el Rey de Gallico podían dar órdenes o amenazar al sucesor de Etrusco al trono.

—Un Estado soberano no está subordinado a otra nación —continuó Alfonso—. Y sólo el monarca puede representar la soberanía del Estado. Tú no eres mi monarca. Ni siquiera eres de Etrusco. Pero, ¿cómo te atreves a darme órdenes con ese mezquino orgullo tuyo? ¿Cómo te atreves a meterte en los asuntos nacionales de Etrusco?

Los ojos azules de Alfonso temblaban de rabia mientras miraba a Lariessa.

—Las dos únicas razones por las que no ordeno a mis subordinados que te golpeen con un garrote y te echen del país son que eres una invitada de Etrusco y que siento lástima por ti.

Después de que Alfonso decidiera rechazar a Lariessa como esposa, sintió pena por ella. De todos modos, la Gran Duquesa había venido hasta otro país porque confiaba en que se casarían. Si se rompían sus conversaciones matrimoniales, su reputación se vería difamada.

—Realmente desearía que desaparecieras de mi vista antes de que deje de sentir lástima por ti. Y la próxima vez que nos veamos, por favor, asegúrate de no cruzar la 'línea'.

Y Alfonso miró a Lariessa directamente a los ojos y articuló sus palabras una a una.

—No eres mi prometida, Gran Duquesa Lariessa de Balloa. Todavía no.

A continuación, el Príncipe abandonó el pasillo a grandes zancadas. El pasillo del palacio de invierno de arenisca roja de Harenae estaba vacío, salvo por una joven atónita y devastada, pegada a su sitio.

* * *

Maletta había prometido desvelar los “impactantes secretos” de sus anteriores amos, pero hasta ahora no había compartido nada espectacular. No era porque Maletta se hiciera la dura, sino porque contaba todos los chismes al mismo tiempo.

—Y Lady Isabella no tiene una boutique para hacer negocios. No, quiero decir, se arregla la ropa en alguna boutique, pero se peina en otro sitio... ¿Sabe lo furiosa que se puso cuando la rechazaron de su tienda favorita, Boutique Collezione? Creo que se cambió a Boutique Alpetto justo antes de que la castigaran, ¡pero volvió a enfadarse porque la rechazaron en Alpetto! La boutique rechazó su reserva cuando su horario coincidía con el de Lady de Baltazar, la clienta habitual de la boutique. Oí que descargó su ira de todas las formas posibles después de que la castigaran, pero yo me mantuve intencionadamente alejada de ella...

Saltaba de un tema a otro, diciendo sandeces. Aunque Ariadne escuchara atentamente sus historias, no habría valido la pena.

—¡Y los pechos de Lady Isabella son diminutos! ¡Por eso usa bolsillos para los pechos!

A veces, sus historias resultaban entretenidas, pero eso era todo.

—Y al joven amo Ippolito le gusta el culo de una mujer. Así que, cada vez que me encorvo y me pongo a cuatro patas...

A veces, la información que proporcionaba era completamente inapropiada. Soltó los gustos sexuales del joven amo y otras cosas que a Ariadne no podían importarle menos. Sancha, sentada detrás de su señora, también frunció el ceño con disgusto.

—Y tal vez sea porque el joven amo Ippólito tiene un Padre diferente, pero su pene es tan grande como mi meñique. Al principio pensé que me estaba haciendo señas con el dedo, pero no entiendo por qué está tan orgulloso de sí mismo. ¡Realmente quería golpear su pequeño pene!

Ariadne dejó que las divagaciones de Maletta le entraran por un oído y le salieran por el otro, pero, de repente, la interrumpió.

—Un momento, repite eso.

—¿Te refieres a la parte del pene meñique del joven amo...? —preguntó Maletta, suponiendo que la señora quería saber exactamente lo pequeño que era. La criada intentaba mostrar su tamaño con el pulgar y el índice cuando Ariadne volvió a detenerla.

—¡No! Quiero decir, antes de que mencionaras su tamaño.
—¿Qué he dicho...? Ah, ¿Se refiere a que el joven amo tiene otro padre? —preguntó Maletta.
—¡Sí! Cuéntame más sobre eso. —ordenó Ariadne.

Maletta arrugó las cejas. Técnicamente hablando, nadie le había dicho que "el padre de Ippólito no era el Cardenal De Mare".

Suponía que Ippólito tenía un padre diferente a base de juntar pequeños fragmentos de conversaciones escuchadas. Pero no podía hacerse una idea clara de cómo había llegado a esa conclusión y de quién era la conversación que había escuchado a escondidas.

Maletta estudió el rostro de su deñora con una rápida mirada de reojo. Vio que Ariadne estaba muy seria. Y era la primera mirada seria que mostraba después de entrar en esta habitación.

Tenía que aprovechar esta oportunidad.

—Bueno... Escuché la conversación de Madam Lucrecia y el joven maestro Ippólito, y él le preguntó: “¿Quién es mi padre?”

En realidad, Ippólito había preguntado quién era el padre de Arabella, pero Maletta lo tenía todo mezclado en su cerebro porque Lucrecia lo había interrumpido.

—En ese momento, Madame Lucrecia le dio una bofetada en la espalda y se enfadó, diciendo algo así como “¡Estoy pasando por todo este lío por tu culpa! No te atrevas a decir eso otra vez.”

Aunque Maletta no acertó en todas las palabras, lo que dijo no era del todo erróneo.

—¿Oíste quién era el padre? —preguntó Ariadne.
—No, eso es todo lo que sé… —murmuró Maletta.

Entonces, tuvo miedo de que Ariadne la abandonara después de haberle sacado toda la información.

Maletta lanzó sus ojos negros de un lado a otro con ansiedad y añadió: 

—¡Mi señora! Si me lleva de vuelta a la mansión, seguiré al joven amo las 24 horas del día y averiguaré todos los detalles.

Ariadne miró un segundo por la ventana. Maletta no se daba cuenta de la realidad de la situación en la que la habían metido. Probablemente, Ippólito no querría volver a verla, y era una suerte para ella incluso haber escapado con vida de la casa, cuando sabía lo cruel que solía ser Lucrecia.

Cuando Ariadne se enteró de que la nueva criada fiel de Lucrecia y otros criados fuertes sacaron a Maletta de la habitación, hizo salir a Sancha de la casa, pensó que era probable que Maletta hubiera muerto dentro de la casa.

—Maletta, es una suerte que hayas podido escapar de la casa de una pieza. —le recordó Ariadne. 

Pero en lugar de dar las gracias, Maletta decidió volver a ver sólo el lado negativo. Cuando la criada se dio cuenta de que Lady Ariadne no tenía intención de llevarla de vuelta a la mansión, suplicó desesperadamente su ayuda.

—Por supuesto que no confiará en mí, y entiendo por qué. Pero, ¿recuerda? Yo fui la primera criada que le ayudó a adaptarse cuando llegó a la mansión De Mare. ¡Y le serviré una vez más! ¡Seré su sirvienta real! Seré buena, ¡lo prometo!

Que la doncella fuera leal era importante, pero el mayor problema era que Ippólito no la dejaría convertirse en su ayudante cercana, hiciera lo que hiciera.
Sin embargo, no había necesidad de corregir la ilusión de Maletta.

—De acuerdo, con una condición. —dijo Ariadne.

Al oír eso, Maletta levantó la vista y asintió con ardor.

—¡Por supuesto! ¡Estupendo! Haré lo que sea.
—¿Te acuerdas de que se me abrió el gancho en mi baile de debutante? —preguntó Ariadne.

A Maletta se le secó la sangre de la cara. Pero Ariadne puso la cara más amable que pudo y continuó. 

—No pretendo castigarte por ello. Pero dime, ¿me tendió Isabella una trampa?

Fue una pregunta fácil para Maletta. Asintió agresivamente con la cabeza y contestó.

—¡Sí! ¡Fue ella! Lady Isabella manipuló el gancho de tu ropa. Le ordenó a María que lo hiciera por ella.

La sonrisa de Ariadne se hizo más amplia. 

—Oh, así que María también estaba en esto.

Maletta se dio cuenta de que había metido la pata. 

—No, no. Lo único que hizo María fue coger el objeto recomendado. Ni siquiera sabía para qué servía y simplemente se lo llevó.

Tenía que ser la única testigo. Una vez que hubiera dos testigos, su valor caería. Tenía que ser insustituible para conseguir todo el dinero. Maletta no era exactamente inteligente, pero era un genio cuando se trataba de obtener beneficios.

Y no mentía del todo. María realmente no sabía toda la historia.

—¡Soy la única que sabe que Lady Isabella ordenó que "el gancho se hiciera con plata mezclada con plomo"! —Maletta añadió—: María ni siquiera vio el borde de la ropa de Lady Isabella.

También declaró: 

—Testificaré por usted. ¡Testificaré cada palabra delante de su Santidad el Cardenal De Mare!

Ariadne se rió y pensó: 'Me gusta esta chica'.

—¡Pero prométame que hará que el joven amo Ippólito se case conmigo!

'Retiro mis palabras sobre que me gusta', pensó Ariadne secamente.

A Ariadne estaba a punto de dolerle la cabeza. Aquella chica quería demasiado. Por mucho que Ariadne lo intentara, no podría hacer realidad el deseo de Maletta. Estaba claro que Ippólito diría que prefería morir antes que casarse con ella.

Pero había algo más importante que eso.

El viejo sueño del Cardenal De Mare y Lucrecia era concertar el matrimonio de Ippólito con una dama noble que tuviera el título nobiliario de heredera. De ese modo, la casa De Mare obtendría un feudo permanente y un título nobiliario. El Cardenal y Lucrecia nunca aceptarían a Maletta como legítima esposa de Ippólito.

Pero, por supuesto, algunas cosas son mejores cuando son secretas.

—Bueno, eso depende de tu actuación —dijo Ariadne con una sonrisa—. Si estoy satisfecha con lo que has hecho, convenceré a padre para que tú e Ippolito os caséis. Como tengo todos los derechos sobre el libro de familia, soy prácticamente la señora de la casa.

Lo ideal en una estrategia en la que todas las partes salgan ganando debería ser el objetivo principal cuando las partes hacen negocios. De lo contrario, el trato acabaría siendo algo puntual.
Sin embargo, esta estrategia debe utilizarse con clientes que merezcan la pena, ya que requiere tiempo y esfuerzo. Ariadne no quería perder el tiempo con Maletta y tampoco quería hacer negocios a largo plazo con ella.

—Considera cómo testificarás para convencer a Su Santidad.

Y Ariadne prometió:

—Maletta, me aseguraré de que vuelvas a mi casa. Te lo prometo.

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