SLR – Capítulo 17
Hermana, en esta vida seré la reina
Capítulo 17: Isabella
—He oído que ha llegado un Santo de Assereto.
—¡Silencio! ¡Todavía no es Santo! La Iglesia nunca lo proclamó oficialmente. Ten cuidado con lo que dices.
—Pero los rumores dicen que es un apóstol de Assereto. Dicen que es un erudito virtuoso y que lo sabe todo.
El Ducado de Assereto era una gran isla situada debajo del Reino Etrusco. Los habitantes de Assereto y del Reino Etrusco eran de la misma raza. Utilizaban la misma lengua, métrica y moneda. Pero su acento, costumbres y etnia eran ligeramente diferentes entre sí.
El Santo de Assereto era un sacerdote del Ducado de Assereto famoso por sus sermones. El punto principal de su sermón era que el Gon de Jesarche era el hijo de un humano, y no el hijo de Dios. Predicaba que, con esfuerzo, la gente corriente puede llegar a ser honorable y justa como Gon de Jesarche. Con el tiempo, su afirmación atrajo a innumerables seguidores y se convirtió en una secta.
Pero los privilegiados desaprobaron este fenómeno. Los seguidores del Papa Ludovico, que creían en la Trinidad, decidieron abrir un concilio en Trevero para debatir si Gon de Jesarche era hijo de Dios o hijo de un humano.
—Tenemos que abordar esta cuestión desde una perspectiva teológica y establecer quién es Gon de Jesarche.
—Si seguimos descuidando esta discusión, el pueblo de Assereto seguirá una denominación totalmente diferente a la del pueblo etrusco.
—¡Es una gran oportunidad para predicar la verdadera doctrina al continente central!
Cada uno con diferentes pensamientos e intenciones, los seguidores del Papa se reunieron para el Concilio de Trevero.
Según los principios, todos los clérigos con rango de obispo o superior debían reunirse en Trevero -una tierra vasalla de la Iglesia situada en el norte del Reino- para asistir al Concilio. Sin embargo, para asegurarse un número seguro de votos a su favor, el Papa puso excusas para impedir que los clérigos no afiliados a su facción acudieran. Dado que el Cardenal no estaba afiliado a la facción del Papa, se le ordenó permanecer en San Carlo con la excusa de que no había nadie que pudiera sustituirle en la capital. A pesar de ser el origen de esta polémica, el Apóstol de Assereto tampoco fue invitado a la reunión. No reunía los requisitos para asistir al Concilio de Trevero, ya que era sacerdote, rango inferior al de obispo. En su lugar, el Papa hizo arreglos para que el Apóstol de Assereto viajara a San Carlo, el centro de la secularización, y predicara en la gran misa en lugar del Cardenal. De este modo, el Papa había unido a sus dos peores molestias en San Carlo, sentando con éxito las bases para el inminente incidente de hoy.
***
La gente se agolpaba en la plaza frente a la capilla de San Ercole a la espera de conocer al Apóstol de Assereto. Mientras tanto, la familia del Cardenal se afanaba en acicalarse para la gran misa.
—¡Empújalos y aprieta la goma!
Hacía poco que Isabella había empezado a usar un nuevo artículo llamado bolsa para el pecho.
Debido a su pecho plano, llevaba tiempo buscando una forma de hacer que la zona del escote pareciera más voluptuosa como la de su madre. Cuando un comerciante visitó la mansión y le presentó el artículo, diciendo que estaba fabricado en el Reino Moro, Isabella lo compró sin pensárselo dos veces.
Y desde entonces, se había convertido en su artículo favorito.
La propia bolsa no bastaba para juntar los pequeños pechos de Isabella. Así que rellenó las bolsas con bolitas de algodón antes de envolverse el pecho con una amplia tela de algodón. Luego se puso un vestido con un escote profundo, que era el estilo más de moda en Etrusco esta temporada. Este truco hizo que los pechos prácticamente inexistentes de Isabella parecieran llenos y redondos.
—¡Mi Señora! Estás guapísima.
Maletta alabó la belleza de Isabella con voz aguda.
Después de dejar a Ariadne, Maletta le hizo la pelota a Isabella como si su vida dependiera de ello. —¿Cómo quiere que la maquille?
—Con polvos nacarados de Harenae. Ah, y quiero teñirme los labios y las mejillas con agua de rosas de Gaeta.
El maquillaje estaba técnicamente prohibido en San Carlo. Las mujeres que seguían siendo bellas sin maquillaje eran consideradas verdaderamente hermosas. Pero nadie jugaba limpio en San Carlo. Llevar maquillaje era la norma, ya que todas las mujeres de la nobleza arreglaban su rostro sutilmente.
—¡Es una idea brillante, mi señora! Todo el mundo se baña en agua de rosas. Pero a nadie se le ocurriría teñirse los labios con ella.
Isabella sonrió adorablemente.
En todo San Carlo, Isabella era la mejor cultivando la belleza. No había necesidad de preocuparse por su lento progreso en la clase de latín o en la etiqueta de la corte. Isabella no era aburrida. Era una alumna muy inteligente que prefería estudiar con eficacia.
Su único problema era que no tenía tiempo suficiente para invertir en asignaturas académicas como latín, teología, historia y etiqueta cortesana. En cambio, Isabella se pasaba el día mirándose al espejo, pensando en qué colorete complementaría mejor sus ojos violetas y qué sección pelo debía arrancarse para que sus cejas tuvieran un arco natural.
Y normalmente, a todo les dedicaba el mismo tiempo.
—Vamos con el vestido nuevo que compré el mes pasado.
El cuello de su vestido azul cielo de seda estaba adornado con encajes dorados. Sobre el escote, llevaba un largo collar de gruesas perlas. En el centro del collar había una cruz dorada del tamaño de la palma de su mano.
El extremo del colgante caía exactamente sobre el escote de Isabella, construido con la ayuda de la bolsa del pecho. Isabella sabía que los hombres no podrían apartar los ojos de ella cada vez que se pusiera el colgante.
Mientras Isabella bajaba al primer piso, contemplaba cómo fingir que no se fijaban en su escote.
'¿Miro a un lado? Quizá hable con la persona que se sienta a mi lado. ¿Con quién debería hablar? ¿Con Ariadne?'
Sumida en sus pensamientos, Isabella miró a su hermanastra, que esperaba en la puerta principal.
'¿Por qué va por ahí con esas pintas? Sinceramente, su cara no está nada mal. Estaría mucho mejor con un pequeño retoque.'
A diferencia de Isabella, que lucía un precioso ramo de flores celestes, Ariadne llevaba un sencillo vestido negro. Tenía el pelo bien recogido en un moño y la cara desnuda, sin maquillaje. No llevaba pendientes, y el único accesorio que llevaba era un fino collar de plata con una pequeña cruz colgante.
A juzgar por su aspecto, era imposible que Ariadne supusiera una amenaza para Isabella.
Sintiéndose generosa, Isabella sugirió a Lucrecia en un capricho—: Madre, mírala. La gente volverá a calumniarnos si la llevamos a misa vestida así.
Lucrecia frunció el ceño con desaprobación, pero siempre tuvo debilidad por Isabella.
—Jiada, tráele mis pendientes de oro, los del fondo del segundo cajón.
Los ojos de Ariadne brillaron al oír la palabra “oro.”
Cuando el ama de llaves trajo los pendientes, Lucrecia los colocó de mala gana en las orejas de Ariadne.
Luego apresuró a las niñas a subir al carruaje.
—¡Daos prisa! Nos meteremos en problemas si llegamos tarde.
Decorado con plata pura, el extravagante carruaje se abrió paso entre la multitud de indigentes reunidos en la plaza y entró en la capilla de San Ercole. A Isabella le encantaba este momento y sentía cada vez un subidón de adrenalina.
—¡Moveos! Apartaos si no queréis que os atropellen los caballos!
—¡Dios mío, ¿de quién es ese carruaje?
—¡Pertenece al Cardenal!
El jinete azuzó a los indigentes para abrirse paso entre la multitud. Isabella se asomó a la ventana a través de la cortina para contemplar las caras de desesperación de los mendigos. Era uno de sus pasatiempos favoritos.
'Mira a esos vagos mendigos huyendo del látigo. Se lo merecen. Deberían haber despejado el camino antes.'
Era parecido a ahuyentar a las palomas en la plaza. Pero ahuyentar a los humanos era mucho más emocionante. En medio de la mundana y aburrida vida de Isabella, eran momentos como este los que la hacían sentir viva. A Isabella también le encantó el siguiente curso de los acontecimientos.
Bam
La entrada principal situada en el nártex se abrió ruidosamente.
Mientras todos los demás utilizaban las puertas laterales, la familia del Cardenal entró en la capilla por la entrada principal. Luego desfilaron por el vestíbulo central como una novia por un camino virgen.
Cuando llegaron frente al altar, giraron a la izquierda y subieron a los asientos del balcón del segundo piso. Aparte de la familia del Cardenal, sólo la familia real, el conde Césare y la Condesa Rubina podían sentarse en los asientos del balcón.
—¡Ya está aquí! ¡Es Isabella de Mare!
—Hoy lleva un vestido azul.
—Mira esa cruz de oro. ¿No es de la joyería Luca?
Hoy era como cualquier otro día. Cuando Isabella caminaba suavemente por el vestíbulo central, las mujeres escudriñaban su maquillaje y su vestido con ojos celosos y envidiosos. Los hombres de ambos lados del vestíbulo principal estiraban el cuello para ver mejor a Isabella, sin tener en cuenta a sus esposas sentadas junto a ellos.
—¡Cariño! Por favor, ten un poco de dignidad!
—¡Ejem!
Incluso los hombres sentados en los pasillos laterales trataron desesperadamente de echar un vistazo a Isabella. Al verlos por el rabillo del ojo, Isabella contuvo las ganas de reírse a carcajadas. Hoy, el conde Césare llegó primero. Estaba sentado en el asiento derecho del balcón, cerca de los asientos de la familia real. Era el alfa entre los innumerables hombres que codiciaban a Isabella, y siempre la miraba con ojos lascivos. Isabella disfrutaba de los ojos de Césare sobre ella, pero también lo odiaba al mismo tiempo.
'Ojalá el Conde Césare siguiera deseándome como todos los demás. Pero no quiero salir con él. Sólo quiero que suplique por mí de rodillas y que el Príncipe Alfonso se sienta celoso. Quiero la atención del Príncipe Alfonso.'
Los deseos de Isabella eran completamente egocéntricos.
Cuando Isabella llegó al final del salón principal, clavó los ojos en Césare. Isabella no tenía la menor intención de entablar una relación romántica con él. Aun así, dobló los ojos en la sonrisa más encantadora posible para alentar sus esfuerzos para conquistarla.
***
Ariadne siguió a Isabella desde un paso atrás y observó los numerosos ojos sedientos fijos en Isabella. Era el tipo de atención que Ariadne nunca había experimentado a lo largo de su vida.
Cuando Ariadne era joven, era demasiado escuálida y desaliñada para que los hombres se sintieran atraídos por ella. Y cuando creció, ya estaba tomada por Césare, así que nadie se atrevía a desearla. Las mujeres solían compadecerse de Ariadne o despreciarla. Nunca sintieron celos de ella. Ariadne sintió asco, pero una pequeña parte de ella envidiaba a Isabella en este momento.
Ariadne continuó siguiendo a Isabella, que era el centro de atención. Pero justo ahora, se cruzó con él, el hombre que seguía atormentando sus sueños incluso después de su muerte.
Era un joven de unos veinte años, apuesto pero de aspecto frío. Con los brazos cruzados sobre el pecho, estaba sentado en el asiento derecho del balcón, mirando altivamente a la multitud. Tenía un aire de arrogancia.
A diferencia de Alfonso, que tenía rasgos varoniles a pesar de su corta edad, Césare tenía un rostro delicado y una barbilla estrecha. Era alto, pero en general delgado. Su pelo castaño oscuro se teñía de rojo bajo las numerosas velas que iluminaban la capilla. Sus ojos azules miraban más allá de Ariadne, que una vez había anhelado desesperadamente su afecto. En cambio, permanecían fijos en su hermosa hermana, Isabella.
Los ojos verdes de Ariadne se oscurecieron con una mezcla de sentimientos. No podía decidir si se sentía triste o enfadada. Estaba decidida a no volver a relacionarse con él. Pero le seguía doliendo. Ariadne lo había amado durante catorce años; era natural que le costara pensar racionalmente delante de él.
Pero hoy era un día importante para Ariadne. No podía permitirse arruinarlo por culpa de Césare.
'Si mis recuerdos de la vida anterior son correctos, el incidente debería ocurrir hoy. Por favor, que mi plan tenga éxito.'
Ariadne apretó con fuerza su vestido.
Pobre Ari, yo una relación de 2 años la lloré casi un mes, imagínate ella y sus 14 años :c
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