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SLR – Capítulo 1

Hermana, en esta vida seré la reina 

Capítulo 1: Traición, tirones de pelo, obsesión, cariño y una promesa sin sentido

Plop-

El rubio Príncipe Heredero se desplomó en el suelo. Hacía un momento, había dado con credulidad un gran mordisco al sanguinaccio dolce de ternera que Ariadne le había dado. Era la consecuencia de confiar en ella. Ariadne asintió mientras entregaba el cuerpo del Príncipe Heredero Alfonso a los soldados que estaban a la espera. Así, la corona fue derrocada sin esfuerzo.

N/T sanguinaccio dolce: Dulce típico de algunas regiones del Sur de Italia. Hecho con sangre de cerdo y azúcar. Una especie de morcilla dulce. En apariencia parece una crema de chocolate Nutella.

—Lo siento, Alteza. —Ariadne murmuró repetidamente. Sabía que había hecho algo malo, pero tenía que proteger a alguien.

Ariadne caminó por el lugar real como si fuera suyo, y se dirigió a la cámara del Rey. Nadie la detuvo mientras desfilaba por el palacio.

Estaba dentro de la cámara del Rey, el hombre que tenía su amor y devoción incondicionales. Su prometido perfecto, Césare de Como. El bastardo del Rey. El hijo del Rey que no recibió el título de príncipe.

—¡¿Cómo ha ido?!

—...Tenemos al Príncipe Alfonso en nuestras manos. Se lo entregué a los soldados de Pisano.

Episodio-1-En-esta-vida-soy-la-reina

Ante esas palabras, la expresión irritable del bello rostro de Césare desapareció mientras sonreía radiante. Fue como si alguien hubiera encendido todas las velas de la habitación. Todo parecía más brillante y cálido.

'Así es. Esto es lo único que importa.'

Césare saltó del trono de su padre y agarró las manos de Ariadne. El cuerpo de Ariadne se estremeció y ella sintió su alegría y afecto desbordantes a través del calor que irradiaban sus manos.

—Bien hecho. Una vez que lo matemos, te convertiré en la mujer más noble del reino.

—Césare...

—Padre no está bien. Puede fallecer cualquier día de estos.

Con el viejo Rey yaciendo en su lecho de muerte y el Príncipe Alfonso fuera de escena, no había nadie que detuviera a Césare.

—Este es el comienzo de una nueva era: nuestro reinado.

En realidad, a Ariadne no le importaba una nueva era. Mientras él fuera feliz y ella pudiera permanecer a su lado, estaba contenta.

* * *

Césare de Como, margrave del reino etrusco y —primo— del príncipe Alfonso, levantó un ejército e invadió el palacio en cuanto el rey León III cayó enfermo. El pretexto de Césare para dar el golpe fue que el príncipe Alfonso había intentado envenenar a León III. Nadie lo creyó, pero nadie protestó contra los innumerables soldados de Césare que abarrotaban el palacio.

N/T Margrave: Título nobiliario equivalente al marqués del germánico Markgraf. Es originario de Alemania.

En poco tiempo, el cadáver del príncipe Alfonso fue colgado ante los muros del castillo de San Carlo, la capital. Césare anunció que el príncipe había sido sorprendido huyendo para buscar asilo en el reino enemigo, Gallico.

—¡Mirad aquí! ¡El Príncipe Alfonso es un traidor que conspiró con el reino enemigo para envenenar al Rey y reclamar el trono para sí mismo! Yo, Césare de Como... ¡No, Césare de Carlo, gobernará como Duque Regente para proteger al Rey y al Reino! Pueblo de Etrusco, ¡Confiad en mí y seguidme!

* * *

Una vez que Césare se convirtió en regente tras su exitoso golpe, pasó nueve años fortaleciendo su estatus y sentando las bases para sus siguientes pasos. Durante este período de tiempo, Césare necesitaba una mujer que administrara el palacio a su lado. Dado que la reina había fallecido hacía mucho tiempo, la prometida de Césare, Ariadne, era ahora la mujer más noble del reino.

Cuando Ariadne entró por primera vez en el palacio real, su reputación entre la nobleza era absolutamente atroz.

—¿He oído que sólo tiene 22 años?

—¡Me dijeron que es inculta porque creció en una granja cuando era joven!

—La vi en la fiesta. Ni siquiera acertó con el vestuario. Supongo que es porque nació en un granero.

Ariadne representaba todo lo injusto. Era la mujer del bastardo del Rey que eliminó al heredero legítimo. Ella misma era la bastarda de un clérigo, un cardenal. No estaba oficialmente casada con el Duque Regente, y no era lo suficientemente culta como para encajar en la alta sociedad. Hizo todo lo que pudo para servir a Césare, pero incluso sus esfuerzos fueron degradados por aquellos que decían que dependía demasiado de un hombre ya que no tenía nada más de lo que alardear.

Naturalmente, la gente también se burlaba del Duque regente. Y cuando su actitud insolente estaba en su punto álgido, se produjo un incidente en la habitual fiesta del té organizada por Ariadne.

Una anciana Condesa de una histórica familia arraigada en la capital comenzó a charlar en voz alta sobre el secreto de nacimiento del Duque regente. El secreto era algo conocido entre los nobles del centro que vivían cerca del palacio, pero no era muy conocido entre los nobles que vivían en los suburbios y las zonas rurales.

—¿He oído que el Duque Césare no es primo del príncipe, sino hijo bastardo del Rey León III?

Los nobles del centro no aprobaron a Ariadne y Césare desde el principio. Pero hablar mal de Césare delante de Ariadne era pasarse de la raya. Ella cerró el puño con fuerza alrededor de su abanico.

—¿Es verdad?

—Yo también lo he oído.

—Pero un hijo bastardo es el resultado de una unión obscena que nunca podrá ser bendecida por nuestro dios celestial...

Todos se encararon con la Condesa, apartando la mirada de Ariadne que estaba sentada a la cabecera de la mesa. Trataban a Ariadne como si fuera invisible.

Su actitud le gritaba a Ariadne. No hay nada que puedas hacer aunque te sientas frustrada. No eres de la verdadera nobleza. Eres la hijo bastarda del Cardenal. Incluso la corona que te cubre la cabeza fue construida por medios deshonrosos.

—De ninguna manera. Si fuera verdad, ¿cómo podríamos servir a un hombre así como nuestro rey?

—Pero hay pruebas, ya ves... Su madre...

Ariadne veneraba a Césare, él era la razón de su existencia. Era digno, fuerte, y soportaba tanto dolor. Ariadne podía ignorar las calumnias sobre sí misma, pero nunca podría perdonar que se burlaran de Césare.

—Sus registros de nacimiento deben estar limpios para determinar que es de ascendencia real. Creo que el Duque Césare es de origen inferior y no es apto para convertirse en nuestro rey. La Condesa, que había desencadenado la conversación, concluyó el debate como si fuera la canciller. Su decisiva declaración resonó en el salón de Ariadne.

Fue la gota que colmó el vaso. Ariadne estalló. Voló por encima de la mesa como una fiera y agarró del pelo a la Condesa.

—¡Retíralo! —gruñó Ariadne, tirando violentamente del pelo de la Condesa—, ¡Tú no sabes nada! No tienes ninguna prueba!

Debía de haber una forma más habitual para que Ariadne se enfrentara a las nobles experimentadas de la alta sociedad. Pero Ariadne no conocía ese método: tenía poco más de veinte años y había crecido en una granja rural junto a criadas, sin recibir una educación adecuada.

Sin embargo, Ariadne tenía que hacer algo. No podía permitir que su amado Césare fuera ridiculizado por aquella basura esnob. 

—¡Retira lo que dijiste de Césare!

—¡Ahhh!

Con el pelo revuelto y enmarañado, la Condesa gritó a pleno pulmón. Las bandejas de postres y aperitivos volaron por la sala. El resto de las mujeres de la nobleza, que habían charlado ruidosamente con ellas, se quedaron heladas de asombro.

Ariadne bramó mientras sacudía violentamente la cabeza de la Condesa—: ¡Deberías pensar antes de hablar! Retíralo y discúlpate inmediatamente.

—¡Caramba! Qué barbaridad!

Aparte de los gritos de las dos mujeres, reinaba un silencio absoluto en el salón. Era una situación sin precedentes. Las mujeres de la nobleza se pusieron de pie alteradas, incapaces de detener la pelea de tirones de pelo que estalló en medio del palacio real. En ese momento, fuertes pisadas de hombres resonaron por toda la sala.

¡Pisotón! ¡Pisotón!

Los guardias de palacio entraron ordenadamente en el salón y se detuvieron en su sitio. Pronto, un hombre excepcionalmente apuesto vestido con un uniforme completo entró. Era delgado en comparación con su elevada estatura, y el ritmo pausado de sus movimientos resultaba extrañamente sensual. El hombre era lo bastante guapo como para llamar la atención al instante entre una multitud de diez mil personas: era Césare.

—¡Césare! 

Ariadne sonrió ampliamente ante la aparición de su héroe.

'Ha venido a salvarme.' Era el momento perfecto. Ahora su perfecto príncipe azul regañaría al enemigo por su damisela en apuros. Ariadne rezó para que castigara a la malvada mujer y a sus seguidores por burlarse de Ariadne y Césare.

Ariadne soltó el pelo de la Condesa y corrió hacia Césare para esconderse a sus espaldas. 

—Ellos...
—¿Qué significa esto?

Césare se volvió para mirar a Ariadne mientras se pasaba los dedos por el pelo rojizo.

Su voz era amable y gentil. Pero... sus labios no sonreían y sus ojos eran fríos. Casi parecía estar harto de ella. 

—Ariadne, dime. ¿Qué significa esto?

—Es que ellos–

—¡Oh, Dios mío! ¡Condesa Marques!

Césare no parecía tener ganas de hablar con Ariadne, y la Condesa tirada en el suelo era una excusa perfecta.
Con expresión sorprendida, Césare corrió hacia la Condesa y le tendió suavemente la mano. 

—Condesa, por favor, tome mi mano y levántese.

Ni siquiera la Condesa, a la que habían tirado de los pelos, esperaba que el Duque Regente se pusiera de su parte. Pero su orgullo estaba a flor de piel y no era de las que desaprovechan una oportunidad.

—Veo que has aprendido tus modales de la familia real, a diferencia de esa mujer. 

La Condesa se levantó y se arregló el pelo antes de cepillarse el vestido donde Ariadne había tocado.

Luego miró a Ariadne y se burló—: ¡Hmph!

Otros nobles del centro se reunieron alrededor de la Condesa y le preguntaron si estaba bien.

—Condesa Marques, ¿estás bien?

—No está herida, ¿verdad?

—¡La prometida del Duque Regente sí que se ha pasado de la raya esta vez!

Ariadne quería gritar, “¡Mira quién habla!” Pero se contuvo ante la mirada irritada, no, furiosa, de Césare.

—¿Qué has hecho? Es una noble del sector central—Césare apretó las mandíbulas y escupió molesto—, ¿No sabes que necesitamos el apoyo del partido? Sin embargo, has puesto tus manos sobre una noble. ¿Estás pensando con claridad?

'Pero Césare, que me someta a alguien que es grosero conmigo no significa que esa persona vaya a hacerse amiga mía.' Ariadne quiso responder, pero no se atrevió a hablar debido a su expresión feroz.

De hecho, Césare habría montado en cólera si Ariadne le hubiera contestado. No quería pelearse con Césare delante de las nobles. En realidad, no quería que vieran a Césare hablarle con desprecio.

Pero Césare aplastó sus esperanzas sin piedad. 

—La Condesa es mucho más útil para mí de lo que tú nunca serás. 

Su voz hirviente se deslizó entre sus dientes fuertemente apretados, apenas sepultada por los ruidos circundantes en el salón.

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