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MFM – Capítulo 1 Volumen 2

 Mi feliz matrimonio

Capítulo 1: Pesadillas y sombras inquietantes


Durante el verano, las cosas se calentaban en cuanto pasaba la mañana.

El aire, antes refrescante, se calentó y las temperaturas se dispararon, provocando en un abrir y cerrar de ojos un clima sofocante y empapado de sudor.

Al terminar de lavar la ropa, Miyo Saimori suspiró a la sombra, agotada.

'Parece que hoy será otro día caluroso.'

En las afueras de la ciudad había una pequeña casa, en la que Miyo vivía de forma poco auspiciosa con su prometido, Kiyoka Kudou.

Tranquila y poco sofisticada, la casa estaba rodeada de serenidad natural. Aunque la luz del sol no era tan intensa aquí como en la ciudad, a mediados de verano seguía siendo agotadora.

En medio del calor, Miyo oyó el silbido de algo que cortaba con fuerza el aire desde el jardín delantero.

Cuando fue detrás de la casa para comprobar el origen del ruido, encontró a Kiyoka practicando con una espada de madera.

Su suave cabello ondulaba mientras blandía el arma. Sus ojos azulados se entrecerraban con intensidad y sus movimientos eran tan elegantes que hasta un aficionado los consideraría hermosos. El señor de la casa tenía unos rasgos prácticamente impecables: gracia femenina mezclada con galantería masculina.

Nunca descuidaba su práctica, ni siquiera en días como estos, en los que no estaba de servicio.

'Oh no, no puedo estar distrayéndome de este modo. Debería estar terminando pronto.'

Ruborizada por el calor o por su propia vergüenza, Miyo se cubrió las mejillas con ambas manos y regresó al interior por el momento.

Cuando volvió a entrar en el jardín, llevando una toalla de mano cuidadosamente doblada y agua fría, Kiyoka acababa de detenerse para hacer un descanso.


—Aquí tienes, Kiyoka.


—Oh, gracias.


Sus mejillas se encendieron ante su amable sonrisa.

Kiyoka era abrumadoramente hermoso. Por eso le palpitaba el pecho cada vez que le sonreía. Nada podía ser peor para su corazón.


—Miyo, tienes la cara roja. ¿Estás bien?


—¡Ah!


Miyo retrocedió instintivamente medio paso cuando él la miró.

Pero Kiyoka, sin importarle su reacción, le llevó la mano a la frente.


—No pareces tener fiebre.


—Sí, estoy bien. Perfectamente bien.


—¿En serio?


Retiró la mano y la tensión que había estado conteniendo en su cuerpo se disipó con alivio. Sin embargo, el pulso seguía latiéndole en los oídos.


—Voy a lavarme. Asegúrate de descansar si no te sientes bien.


—Lo haré.


Al ver cómo Kiyoka desaparecía en el interior de la casa, Miyo soltó un suspiro.

Últimamente, esa clase de cosas se repetían una y otra vez. Incluso hace unos días…

'¡Puedo pensar en esto más tarde!'

Casi sonrojada de nuevo al recordarlo, Miyo volvió a recoger los utensilios de la lavandería hecha una furia.

Unos minutos más tarde, un invitado se presentó en su puerta.


—Perdóneme.


En la entrada había una mujer vestida con un atuendo ligeramente incongruente con la austeridad de la casa.


—Encantada de conocerte. Tú debes de ser Miyo. Soy Hazuki Kudou, la hermana mayor de Kiyoka.


La mujer -Hazuki- había corrido hacia Miyo con ojos brillantes en cuanto vio a su futura cuñada. A Miyo le pilló desprevenida.


—Encantada de conocerte…


Aún abrumada por la presencia de Hazuki, Miyo se las arregló para devolverle el saludo.

La mujer que decía ser la hermana de Kiyoka era guapa y daba una impresión alegre y brillante.

Aunque sus rasgos se parecían a los de Kiyoka en algunas partes, su comportamiento general era gentil y femenino. Era alta para ser mujer, con el cabello castaño suelto que le caía hasta los hombros. Debajo de su vestido vaporoso sobresalían unas piernas de porcelana que parecían no haber visto nunca el sol. Podría haber sido una de esas —chicas modernas”.

Aunque parecía ligera de ropa, la calidad de los ropajes y accesorios occidentales que llevaba demostraban claramente su elevada posición social.


—Me alegro de volver a verla, Srta. Hazuki.


Su sirvienta, Yurie, entró en el vestíbulo para saludar a su invitada. Hazuki tomó la mano de la sirvienta entre las suyas y la estrechó con fuerza.


—¡Yurie! Sí que ha pasado tiempo. Vaya, ¿cuántos años han pasado ya? Me alegra ver que sigues bien.


—Gracias, señorita.


Allí de pie, atónita, Miyo temía que un apretón de manos tan intenso le arrancara el brazo a la pobre Yurie.

Pero cuando vio la cara sonriente y brillante de la criada, la preocupación le pareció innecesaria.


—Honestamente… nunca cambias, ¿verdad, hermanita?


Kiyoka, que ya había terminado de lavarse, apareció para saludar a su hermana con una mirada hosca.


—Oh, Kiyoka. ¿Qué, no estás trabajando duro?


—Ahora mismo estoy fuera de servicio.


—Honestamente. Eres tan huraño como siempre. Incluso después de haberte conseguido una prometida tan adorable.


—Métete en tus asuntos.


A pesar de ser mayor que su hermano, Hazuki se mostraba juvenil cuando le hacía pucheros; la chiquillería de sus ademanes era extrañamente apropiada.


—Bien, bien. Más importante, Miyo querida. Oh, ¿estás bien sólo con ‘Miyo’?


—S-Sí.


—Kiyoka me pidió que fuera tu profesora. ¿Eras consciente de ello?


—Umm…


Sabía que iban a tener una invitada, por supuesto. La propia Miyo le había pedido un profesor a Kiyoka, pero no se había enterado de que su tutora era la propia hermana de Kiyoka.

Todavía nerviosa, recordó brevemente los acontecimientos que minutos antes habían cruzado por su mente.


La disputa entre los Saimori, los Tatsuishi y los Kudou había quedado zanjada por el momento, y la tranquilidad había vuelto. Como antes, Miyo pasaba los días ocupándose de las tareas domésticas.

Siempre había anhelado una vida cotidiana tranquila y sin sobresaltos, así que no tenía absolutamente nada de lo que quejarse. Era tan feliz que le aterrorizaba.

Pero en algún rincón de su mente se filtraba la vaga ansiedad de que la situación actual no era aceptable.

Su posición como esposa de Kiyoka significaba que su principal deber era cuidar de su hogar y apoyar a su marido. Sabía que eso solo no sería suficiente.

Etiqueta perfecta, familiaridad con la ceremonia del té, los arreglos florales, y el koto. Los conocimientos, las habilidades conversacionales y las formas de baile necesarias para las reuniones sociales.

Normalmente consideradas fundamentales para la educación de cualquier joven de sangre noble, estas habilidades eran indispensables cuando se mezclaba con otras familias. Y Miyo no era una excepción, ya que iba a casarse con el jefe de familia de la excelsa familia Kudou.

Así, una noche, después de picotear lentamente durante toda la cena, dejó los palillos y se decidió a abordar el tema.


—¿Quieres rehacer tu educación?


—Sí. ¿Es… un problema?


Cuando hizo memoria, Miyo se dio cuenta de que durante un tiempo había sido educada como la hija aristocrática de la familia Saimori. Pero su madrastra había interrumpido sus estudios muy pronto, dejándola con conocimientos básicos. Sin ninguna oportunidad de hacer uso de lo poco que había aprendido, sus habilidades acabaron desapareciendo por completo de su memoria.

Kiyoka nunca mencionó este hecho. Pero como futura esposa, sabía que era inaceptable. No podía dejar que la mimara para siempre.


—No es necesariamente un problema, pero… ¿estás decidida a esto?


Kiyoka estaba ensimismado, con el ceño fruncido.

Pensó que probablemente estaba siendo considerado con la carga que supondría para ella. Ni las gracias sociales ni la hospitalidad eran su fuerte, y era torpe y brusco. Aunque no lo pedía a la ligera, cabía la posibilidad de que fuera una responsabilidad mayor de lo que había imaginado y afectara a su vida diaria.

Pero ahora Miyo no podía echarse atrás.


—Sí, así es. Encontraré mi propio tutor, y no te causaré ningún problema, Kiyoka… Por favor.


—...


Miyo agachó profundamente la cabeza y sintió un suspiro procedente de arriba.


—Siempre estás haciendo reverencias, ¿no? Además.


Ante la sospecha de que se hubiera callado de repente, Miyo levantó la cabeza y lo encontró mirándola fijamente.

La punta de su dedo, ligeramente rígido y de piel clara, se acercó a la mejilla de ella.


—Estás un poco pálida. ¿No te estás esforzando lo suficiente ya?


—¡...!


La vergüenza le calentó la cara. Nerviosa, negó con la cabeza.


—¡N-No me estoy extralimitando! Estoy perfectamente sana.


—Bueno, con tu cara lo suficientemente roja como para sugerir fiebre, no me inclino a estar de acuerdo.


—¡¿Qué?! Um, esto es, um, es sólo que…


Kiyoka se rio mientras Miyo se apresuraba a intentar explicarse.

No estaba acostumbrada a que se burlaran de ella. Aunque sólo sentía cariño por él, sus burlas la molestaban un poco.


—K-Kiyoka…


—No me mires con tanto reproche. Perdóname… Supongo que entonces está bien. Conozco a alguien que podría ser una buena profesora. Me pondré en contacto con ella para que venga.


—¿Qué?


A Miyo le sorprendió que su prometido dijera tan a la ligera que "la haría venir aquí”.


—No hace falta reservar. Sólo será emplear a alguien sin nada mejor que hacer.


—¿Sin nada mejor que hacer…?


En ese momento, él abandonó el tema antes de que ella pudiera decir nada más. Miyo se preguntó qué habría querido decir, pero…


'… Nunca hubiera imaginado que sería…'


La hermana mayor de Kiyoka.


Miyo prácticamente se desmoronaba por el nerviosismo y la ansiedad que sentía ante la radiante mujer que tenía delante.


—Seguro que Kiyoka no te ha explicado nada, ¿verdad?


—N-No…


—No te preocupes. Asumiré la responsabilidad de convertirte en una magnífica noble, ¿de acuerdo?


Declaró con una sonrisa, cerrando la mano en un puño.

Una vez zanjada la conversación, llevaron rápidamente a Hazuki al salón para servirle el té.

La sirvienta que acompañaba a la hermana de Kiyoka entraba y salía de la casa descargando el equipaje que había traído. Yurie también se retiró de la habitación en algún momento, dejando a Miyo, Kiyoka y Hazuki solas y juntas.


—Bien, entonces me gustaría ir al tema que nos ocupa. Miyo, quieres estudiar, ¿verdad?


—Sí.


Miyo asintió a la pregunta de Hazuki.


—Bueno, no sólo me las arreglé para graduarme en la escuela de chicas, sino que, como puedes adivinar, he tomado muchas clases desde que era joven, así que sin duda podré enseñarte lo básico… ¿Te parece bien?


Hazuki frunció el ceño con ligera aprensión.

'¿Si me parece bien…?'

Mientras Hazuki pudiera enseñarle, Miyo no tenía absolutamente nada de lo que quejarse.

Cuando ella desvió brevemente los ojos hacia Kiyoka, este le devolvió la mirada en silencio. Por el momento, no parecía dispuesto a decir ni pío.


Miyo se volvió directamente hacia Hazuki.


—No tengo ningún problema en absoluto. Um… ¿por qué lo preguntas?


—Bueno, ya he tenido un matrimonio que terminó en fracaso. Y tratar con tu cuñada tiene que ser molesto, ¿no?


Aunque había tardado en darse cuenta, ahora Miyo lo entendía.

La hermana de Kiyoka se había presentado como Hazuki Kudou. A su edad, las hijas de familias acomodadas no deberían ser solteras. Eso significaba que se había casado una vez y había vuelto con su familia. Miyo se dio cuenta de que el comentario de Hazuki sobre las cuñadas provenía de su propia experiencia.

Miyo estaba consternada por haber formulado accidentalmente una pregunta insensible.


—Ese tipo de cosas… no me molestan en absoluto.


—¿De verdad? ¿Estás segura?


—Sí.


—¡Genial!


Hazuki esbozó una gran sonrisa y abrazó con entusiasmo a la otra mujer. Una fragancia ligeramente dulce le hizo cosquillas en la nariz.

El repentino abrazo pilló a Miyo completamente por sorpresa.


—¡¿Eh?! U-Um…


—¡Qué chica tan maravillosa! Kiyoka, ¿puedo llevármela a casa?


—Absolutamente no.


Se cruzó de brazos indignado.


—No eres divertido. Llevármela conmigo le permitiría concentrarse en sus estudios.


—… No.


—Supongo que es justo. Después de todo, si me llevara a Miyo, te sentirías muy solo, ¿no?


Parecía que el hermano menor no podía seguir el ritmo de las burlas de su hermana mayor.

A pesar de que frunció el ceño, molesto, estaba claro que no estaba enfadado del todo. Ver esta faceta tan poco común de él calentó el corazón de Miyo.

'Pero entonces, me pregunto por qué…'

Involuntariamente, se llevó la mano al pecho.

En lo más profundo de su pecho, sintió soplar un viento frío. Kiyoka fue amable, como siempre. También Hazuki, aunque era la primera vez que se veían. Sin embargo, Miyo se sentía sola. ¿Por qué?


—¿Pasa algo, Miyo?


Se dio cuenta de que Kiyoka la miraba fijamente. Hazuki también había ladeado la cabeza en señal de confusión, lo que hizo que Miyo entrara en pánico.


—N-Nada está mal en absoluto.


—¿De verdad? Si te sientes mal…


—No pasa nada. Estoy bien.


—No te esfuerces demasiado, ¿bien?


Kiyoka se había preocupado mucho últimamente por la salud de Miyo. Aunque había varias explicaciones posibles, quizá él ya lo sabía.

Pero todo eso significaba que no podía permitirse detenerse aquí. Quería desprenderse de sus pocas cualidades inconvenientes y seguir adelante.

Después de que ella insistiera en que estaba bien, Kiyoka no insistió más. Con Hazuki también sonriendo aliviada, volvieron al tema de los estudios de Miyo.


—Entonces, creo que es importante tener un objetivo en mente, ¿no te parece?


—¿Un objetivo?


Hazuki sacó varios libros de texto de su equipaje y los colocó frente a ella.


—Así es. Con un objetivo en mente, será más fácil aplicarse, ¿verdad? Las cosas no irán tan bien si aspiras a algún tipo de ideal elevado.


Para Miyo tenía sentido cuando se planteaba así. Esforzarse por alcanzar un objetivo que se podía lograr con un poco de esfuerzo le permitiría medir sus progresos.


—Dentro de dos meses habrá una fiesta muy bonita. Tanto Kiyoka como yo estamos invitados, así que podemos empezar por qué asistas con nosotros.


—¿Qué?


El repentino giro sobresaltó a Miyo.

Nunca había asistido a ningún tipo de reunión social. Su etiqueta básica ya era dudosa, por lo que no podía creer que estaría preparada para asistir a una reunión en apenas dos meses.

Hazuki sonrió como si viera a través de las preocupaciones que pesaban sobre Miyo.


—No hay por qué preocuparse. Conozco al organizador desde hace mucho tiempo y es alguien con quien ambos nos sentimos cómodos. Y para ser sincera, la fiesta es una simple reunión.


—Pero…


Intervino Kiyoka mientras Miyo se esforzaba por digerir la situación.


—No hace daño intentarlo, ¿verdad?


—P-Pero… Kiyoka…


—De nada sirve estudiar si no puedes ponerlo en práctica, ¿verdad?


Era una forma dura de decirlo, pero tenía toda la razón. Si no podía armarse de valor ahora, todos sus esfuerzos serían inútiles.


Quería cambiar. Eso significaba que tenía que hacer esto.


—Entiendo… Por favor, permítame asistir a la fiesta.


Miyo era consciente de la expresión rígida de su rostro. El mero hecho de decir que se uniría a la reunión la ponía terriblemente nerviosa. Sentía como si el corazón le rebotara en el pecho.


—Estarás bien. No voy a decirte que te pongas un vestido y empieces a bailar de la nada, ¿bien? Los dos lo haremos lo mejor que podamos hasta entonces, ¿entendido?


—De acuerdo.


Hazuki era amable. Aunque su locuacidad era totalmente distinta a la de Kiyoka, la generosidad que mostraba era similar a la suya.


Estaba realmente agradecida a su prometido por haber llamado a su hermana para que le sirviera de instructora.


Después de esbozar a grandes rasgos su acuerdo de cara al futuro, Hazuki dejó atrás una montaña de libros de texto para Miyo, y luego se fue a casa, a la residencia principal de los Kudou.

Aunque los libros estaban un poco descoloridos por la luz del sol, probablemente porque Hazuki los había utilizado en la escuela de damas, por lo demás estaban tan impolutos que parecía difícil creer que hubieran pertenecido a otra persona. Miyo los contempló alegremente.

Kiyoka vio un brillo poco común en sus ojos y la observó con sentimientos encontrados.


'… Sé que las cosas no pueden seguir así.'


¿No era hora de que la hiciera dejar de estudiar?

A pesar de su preocupación, cuando vio la cara de felicidad de Miyo, no pudo decir ni una palabra.

Esa noche, se despertó con una extraña sensación.

Una sensación con la que Kiyoka estaba muy familiarizado rezumaba, recorriendo la casa en medio de la oscuridad, como la tinta que se lava en un charco de agua fresca.

'Otra vez no', pensó, pero le resultaba difícil ignorarlo.

Levantándose lentamente de su futón y procurando no hacer demasiado ruido, se situó fuera de la habitación destinada a su prometida.

Ahora que lo pensaba, había habido señales desde el principio. Desde que ella llegó a su casa. Pero al principio, habían sido demasiado débiles incluso para que Kiyoka las detectara, así que él no las había notado.

La presencia de habilidades sobrenaturales.

Como el olor de la pólvora después de disparar una pistola, la sensación que quedaba después de usar habilidades sobrenaturales le rodeaba.

Su voz ligeramente angustiada, demasiado familiar también, se filtró a través de la puerta mosquitera.

'... Miyo.'

Kiyoka deslizó lentamente la puerta y entró.

La presencia de habilidades sobrenaturales se hizo notablemente más densa. Un cosquilleo le recorrió la piel, y la respiración se le entrecortó en la garganta como si se estuviera ahogando.

Se acercó lentamente al futón dispuesto en el centro de la habitación y se sentó a su lado.


—N-No… Para, por favor…


No importaba cuántas veces viera a Miyo así, murmurando débilmente en delirio, con el sudor goteándole por la frente, a Kiyoka le dolía el corazón.


—Está bien… Ya estás bien.


Rodeó la suya con una mano, helada a pesar de la calurosa noche de verano, y con la otra le apartó el flequillo de la frente.

Kiyoka permaneció a su lado hasta que por fin oyó su respiración, cada vez más tranquila.


Al amanecer, Miyo abrió los ojos sombríamente encima de su futón.

Su rostro estaba endurecido y rígido, con restos de sudor y lágrimas aún en sus mejillas.


… Había tenido otra pesadilla.


Habían pasado varios meses desde que se trasladó aquí desde la finca Saimori. La estación había pasado de la primavera al verano. Sin embargo, durante todo ese tiempo, Miyo se había visto acosada por pesadillas noche tras noche.

Aunque había veces en las que recordaba todo lo que había sucedido en sus sueños, había otras en las que lo olvidaba todo inmediatamente.

Al principio, había parecido que la mayoría de sus visiones se referían a recuerdos amargos y dolorosos de su estancia en casa de los Saimori, pero ahora había otras. En algunos sueños, un grupo de personas que no conocía la menospreciaba, mientras que en otros, estaba encerrada en un espacio estrecho y oscuro. Había pesadillas en las que monstruos la perseguían, o visiones de gente muriendo, así como…


—Sueños. Son sólo sueños…


A veces, Kiyoka y Yurie también se le aparecían. Esas noches, le dolía aún más el corazón.

Miyo estaba acostumbrada a despertarse llorando, pero también le aterrorizaban tanto sus pesadillas que dudaba en irse a dormir. En consecuencia, no descansaba lo suficiente, hasta el punto de que su estado físico empezaba a resentirse.

Su cuerpo, al que los cuidados y la preocupación de su prometido habían devuelto temporalmente la salud, estaba de nuevo en declive.

'… No puedo causarle problemas a Kiyoka.'

Aún le quedaba mucho por hacer. No tenía tiempo para descansar o tumbarse en la cama.

Miyo se frotó brevemente la cara con las manos antes de vestirse como de costumbre y correr hacia la cocina.


—Te veré más tarde.


—Que tengas un buen día.


Tras despedir a Kiyoka en la puerta, Miyo dejó escapar un profundo suspiro.

Por segundo día consecutivo, la temperatura había subido gradualmente a medida que avanzaba la mañana. Junto con la humedad adicional, el calor hacía que el aire fuera pegajoso y húmedo. En este ambiente, no podía evitar sentir que su resistencia se agotaba rápidamente.

Fue un gesto casual, pero Yurie frunció ligeramente el ceño cuando levantó la vista hacia ella.


—Señorita Miyo, por favor, no se esfuerce. El calor del verano mina la energía del cuerpo…


—Estoy bien. Se apresuró a afirmar Miyo, antes de volver a entrar.


Tanto Kiyoka como Yurie la vigilaban atentamente, y ambos eran muy perspicaces. Comprendía mejor que nadie lo maravilloso que era tener a alguien preocupándose por ella, pero no podía dejar que la mimaran eternamente.

Aunque tal vez no fuera suficiente, dormía algo cada noche, así que no creía que el tiempo fuera a afectarla mucho. Estaba un poco aletargada, eso era todo.

'Si puedo soportarlo, estoy segura de que todo volverá a la normalidad con el tiempo.'

Convenciéndose interiormente, volvió a la cocina y terminó rápidamente de fregar los platos.

No tenía ningún problema para calmarse mientras se ocupaba de las tareas domésticas que había realizado durante muchos años. Las tareas estaban tan arraigadas en ella que su cuerpo prácticamente se movía solo.

Cuando terminó de limpiar la cocina, pasó a la lavandería.

El agua fría de la fuente resultaba agradable en la mañana de verano. Mientras fregaba la ropa y el líquido salpicaba el lavabo, le parecía que estaba enjuagando su propia cabeza confusa y distraída.

Una vez bien escurrida la humedad, Miyo colgó la ropa bien lavada en el tendedero para que se secara. Aunque era una tarea cotidiana, siempre sentía una ligera sensación de logro cuando todo se había secado.


—… Uf.


Ella estaba bien. Podía seguir adelante.

Comparado con lo que había hecho en su anterior residencia, este esfuerzo ni siquiera le habría llamado la atención.

Golpeándose las mejillas con ambas manos, Miyo volvió a encenderse.

Hazuki volvería más tarde para darle clases. Antes de llegar, Miyo quiso repasar parte del libro que le habían prestado el día anterior.


—Um, Yurie. Voy a prepararme para mis lecciones en mi habitación un rato, si no te importa.


—Sí, sí, por supuesto. Puedes dejarme la limpieza a mí.


Con la bañera en brazos, Miyo llamó a la criada y Yurie asintió alegremente.

Aunque se sentía culpable por agobiar a Yurie, tomó uno de los libros de texto de su habitación.

'Un estímulo para el hogar.'

Un título extremadamente directo.

El contenido parecía centrarse en los aspectos básicos de las tareas domésticas. Comenzaba con un largo y extenso tratado a lo largo de varias páginas sobre el significado de la frase buena esposa, madre sabia, así como el deber de una como esposa y madre, y cómo mantener el hogar con su marido.

Incluso los puntos más obvios se exponían de forma minuciosa y escrupulosa, como si se tratara de grabar las palabras en el cerebro del lector.


'Oh no…'


Cuanto más leía, más aumentaba su ansiedad.

Miyo quería convertirse en una esposa digna de Kiyoka. ¿Significaba eso convertirse en una buena esposa, en una madre sabia? ¿O significaba convertirse en una dama sobresaliente que siempre estaba preparando comida, ropa y otras necesidades para su marido?

Si era así, ¿qué había de diferente con respecto a lo que ya existía?


La esposa aristocrática con la que Miyo estaba más familiarizada era su madrastra, Kanoko. Pensando que necesitaba hacer tanto como Kanoko, había decidido pedir a alguien que le diera clases particulares.

'No creo que esté cometiendo un error, pero…'

La esposa ideal, una esposa digna de Kiyoka. Estas ideas ambiguas se aferraban a la mente de Miyo como sombras borrosas e informes. Ahora lo único que le quedaba era la ansiedad por saber si ese era el camino correcto, el que había elegido para sí misma.

Miyo dejó de pasar las páginas. El tiempo avanzaba mientras ella permanecía aturdida e insegura.

Al cabo de un rato, Hazuki llegó como estaba previsto y la clase comenzó de inmediato.


—Ahora bien, Miyo. ¿Con qué deberíamos empezar?


Sonriendo, Hazuki estaba tan despampanante como el día anterior.

A pesar del comportamiento alegre y hablador de la mujer, cuando Miyo se fijó bien, se dio cuenta de que los gestos y el comportamiento de Hazuki eran igual de exquisitos. Miyo no podía imaginar qué aspecto tendría ella después de conseguir imitar esos gestos a tiempo para la fiesta.

Hazuki levantó la ceja mientras Miyo se hundía cada vez más.


—No hay necesidad de parecer tan ansiosa. Por lo que he visto hasta ahora, personalmente creo que tu aplomo y porte son más que suficientes.


—¿Tú crees…?


—Lo creo. Recibiste clases de etiqueta cuando eras joven, ¿verdad? Me pregunto si esos modales fundamentales ya se han convertido en un hábito para ti.


Aunque la trataban como a una sirvienta, Miyo había cuidado su comportamiento y sus modales para no mancillar el nombre de la familia Saimori. Las cosas que había aprendido estaban dando sus frutos…


Cuando pensó que algo de lo que había aprendido en aquellos días de penuria y crueldad era ahora beneficioso para ella, se sintió a punto de echarse a llorar.


—Dejemos los arreglos florales y la ceremonia del té para más tarde, ya que estamos preparándonos para una fiesta. Kiyoka también dijo que tampoco necesitas lecciones de tareas domésticas… Entonces priorizaremos los modales y las habilidades de conversación. Dame un momento para buscar algo, ¿bien?


Hazuki empezó a rebuscar en la pila de libros de texto del día anterior.


Sus movimientos parecían casi infantiles, totalmente opuestos al cómodo y pausado amaneramiento de momentos antes, lo que ayudó a Miyo a contener las lágrimas.


—U-Um… S-Srta. Hazuki…


En el instante en que Miyo se dirigió a ella, la mano de Hazuki se quedó inmóvil y se dio la vuelta con los ojos muy abiertos, conmocionada.


—¿Qué ha sido eso?


—¿Eh?


¿Había dicho algo extraño?


Hazuki se llevó suavemente la mano a la boca y aclaró su comentario a la desconcertada Miyo.


—Mi nombre. ¿Cómo me acabas de llamar?


—Oh, um… La llamé, Srta. Hazuki…


—¡No, no, no!


Los hombros de Miyo temblaron de asombro ante su mordaz reprimenda.


—Oh, lo siento… no debería haber gritado así de la nada.


—Está bien.


—Hay que ver, ya lo volví a hacer... Dijo Hazuki, suspirando.


El repentino reproche sacudió a Miyo, recordándole su época anterior al encuentro con Kiyoka.

A juzgar por la reacción de Hazuki, parecía que Kiyoka le había contado el trato que Miyo sufrió en su anterior hogar.

En todo caso, Miyo sintió pena por hacer que Hazuki tuviera más cuidado con ella.

La otra mujer volvió a disculparse brevemente antes de intentar aligerar el ambiente, tomando las manos de Miyo entre las suyas con una sonrisa.


—La cosa es, Miyo. Si te parece bien, me gustaría que me trataras como a tu hermana mayor.


—… ¿Perdón?


La brusquedad de la petición pilló a Miyo totalmente desprevenida.


—Siempre he querido tener una hermana pequeña tan linda como tú. Pero en lugar de eso, me tocó un hermano pequeño, ¡y no es nada lindo! Es una tragedia, de verdad.


—Um…


—Miyo. Eres linda, tienes muy buenos modales, por qué, eres perfecta. Kiyoka nunca ha sido divertido. Siempre le consideré un mocoso testarudo, pero le reconoceré el mérito de elegir a una chica maravillosa como tú para ser su novia.


—… Ya veo.


Miyo no pudo articular palabra mientras Hazuki deliraba y sus ojos empezaban a brillar lentamente.


—Quiero conocerte mejor. Al fin y al cabo, vamos a ser familia, ¿no? Deja que te mime; ¡apóyate en mí todo lo que quieras! Kiyoka es hosco y taciturno, así que es difícil saber qué pasa por su cabeza, pero estoy segura de que siente lo mismo.


—… Familia.


—Así es, familia. Así que no hay necesidad de formalidades, ¿de acuerdo? Me encantaría que me llamaras ‘hermana’. Por supuesto, no tienes que hacerlo si no quieres.


—¿H-Hermana…?


Hermana.

Miyo estaba segura de que esbozaría la misma sonrisa inocente e infantil de placer si la llamaba así… Pero.


—Mi querida hermana.


Se quedaba helada cada vez que alguien la llamaba así. Le aterrorizaba.

Esa chica ya no estaba. Pero Miyo seguía sin poder evitar recordar. No podía evitar recordar a su familia y a su única hermana pequeña.

Mientras la imagen de su hermana parpadeaba ante sus ojos, Miyo dudó en llamar a Hazuki por el título que le había pedido.


—… ¿Está bien, um, si te llamo Hazuki en su lugar?


Ante esto, la otra mujer sonrió y contestó—: Por supuesto.


Miyo se alegró de que Hazuki tuviera la consideración de ocultar por completo su decepción.


La estación de la Unidad Especial Anti-Grotescos. Una sección de la capital.

Kiyoka, como comandante de la unidad, volvía a centrarse únicamente en ocuparse del papeleo en su despacho.


—Comandaaaaante.

—¿Qué?


Kiyoka mantuvo los ojos fijos en su escritorio mientras respondía a la voz de su subordinado de confianza, Godou, que asomaba la cabeza en el despacho.


—El Mayor General está aquí para verte.


—… Llega pronto.


Frunció el ceño al enterarse de la visita, que había llegado antes de lo previsto. Sin embargo, su invitado era su superior directo y un hombre muy ocupado. No le correspondía a Kiyoka quejarse.

Se apresuró a ir a la sala de recepción.


—Mis disculpas por el retraso, Mayor General Ookaito, señor.


—No pasa nada. He llegado demasiado pronto. Siento interrumpir tu trabajo, Kiyoka.


—En absoluto.


Sentado en el sofá de la sala de recepción, el gigantón vestido con uniforme militar esboza una sonrisa forzada. Dejaba una impresión un tanto grosera.

Masashi Ookaito. Era un oficial del Estado Mayor del Ejército Imperial con el rango de general de división. A sus cuarenta años, era el más joven de los principales actores de la capital, pero como heredero de la familia Ookaito, conocida por producir muchos militares, se esperaba que hiciera grandes cosas en el futuro.

Además, también ejercía el mando formal sobre la Unidad Especial Anti-Grotescos, a la que el resto del ejército miraba con desdén.


—Hay algo de lo que quería hablarte antes de ir al Palacio Imperial.


—¿Qué pasa, señor?


Kiyoka se sentó frente a él y preguntó. Una mezcla de emociones pasó por el rostro de Ookaito antes de responder sin rodeos.


—Ha habido un robo de tumbas.


—… ¿En serio, señor?


—Así es.


Kiyoka no pudo evitar reaccionar frunciendo el ceño.


—Creo que ese es un trabajo para la policía.


La eliminación de los seres comúnmente denominados fantasmas es competencia, en gran medida, de la Unidad Especial Anti-Grotescos.

Sorprendentemente, los cementerios no eran el hogar de espíritus malévolos a los que había que exterminar. En primer lugar, el hecho de que hubiera tumbas significaba que los difuntos allí enterrados habían recibido los servicios funerarios adecuados. Que desenterraran algunos no causaría mayores problemas.

Había, por supuesto, casos atípicos en los que los problemas se habían derivado del robo de tumbas, por lo que Kiyoka sabía que aún tenía que pedir a su superior un informe más detallado.


—Soy muy consciente. No es que haya pasado nada, per se, pero…


La respuesta extrañamente ambigua de Ookaito demostró que, efectivamente, estaba un poco perdido.


—Parece que de algún modo consiguieron entrar en la Tierra Prohibida, fuera de la ciudad. Añadió el general de división.


—… ¿Perdón?


Incapaz de creer lo que oía, Kiyoka permaneció unos instantes perplejo.

Como su nombre indicaba, la Tierra Prohibida era una región fuera de la ciudad, lejos de los asentamientos humanos, donde el acceso estaba estrictamente controlado. A primera vista, no parecía más que un bosque, pero en realidad estaba bajo la jurisdicción del Ministerio de la Casa Imperial es decir, -el dominio de generaciones de emperadores y sus familias- y, como todos sus secretos, su verdadero propósito no podía revelarse al público.

Si Ookaito se refería a esta zona, entonces por tumba debe haber querido decir…


—No, estás bromeando.


—Hablo muy en serio. El Cementerio fue profanado.


—¡Hng!


Jadeó.


Sólo había un cementerio en la Tierra Prohibida. Era conocido como el Cementerio.

En pocas palabras, era un cementerio para los usuarios de dones.

Las personas con el Don o la Visión Espiritual generalmente poseían una gran cantidad de poder espiritual. Por lo tanto, cuando fallecían, sus almas se volvían aún más fuertes, lo que significaba que un servicio conmemorativo normal a menudo no era suficiente para ponerlos a descansar.

El Cementerio era el lugar donde se encerraban los espíritus de los usuarios de los dones.

Pero si fue profanado, entonces…

'Muchos usuarios de dones perecen en combate, resentidos y guardando odio y angustia en sus corazones. Si sus fantasmas despiertan de su letargo y son liberados, hay muchas razones para temer que dirijan su odio contra la población en general.'

Kiyoka se llevó la mano a la barbilla mientras sus pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Los espectros no poseían razón ni intelecto. Si los espíritus liberados lograban salir de la Tierra Prohibida, no se sabía qué tipo de daño causarían.

'Imagino que el Ministerio de la Casa Imperial está haciendo lo que puede…'

No sería fácil devolver a los fantasmas fugitivos a la Tierra Prohibida y sellarlos de nuevo. Llevaría tiempo resolver el problema, independientemente de cómo lo hicieran.


—¿Cuál es la situación? ¿Cuántos de los sellos fueron levantados?


—Al parecer, los profesionales del Ministerio de la Casa Imperial lo tienen casi todo bajo control. Dicho esto, no nos están dando mucha información. Incluso cuando les preguntamos directamente, se mostraron tímidos. Sinceramente, nos pone en un aprieto.


Ookaito suspiró, con expresión sombría. La noticia hizo que Kiyoka quisiera suspirar junto a él.


—En cualquier caso, si el Ministerio de la Casa Imperial está evitando el tema, debe significar que no han sido capaces de mantener todos los sellos del lugar bajo control. No podemos dejar que le pase nada a la ciudadanía, así que también nos mantendremos en guardia.


—Se lo agradezco.


A Kiyoka no le gustaba la forma en que el Ministerio de la Casa Imperial estaba llevando las cosas, pero no podía hacer nada al respecto. Lo único que él y sus hombres podían hacer era rezar para que les pidieran colaboración antes de que el público sufriera algún daño.

Con el dolor de cabeza fuera del camino, Ookaito se levantó del sofá.


—Muy bien, ¿estás listo para ir? Nuestro próximo destino es el Palacio Imperial.


—Sí, eso no será un problema.


Saliendo de la estación como estaba previsto, Kiyoka subió al interior del automóvil del general de división, donde uno de los subordinados de Ookaito iba al volante. Desde allí, los dos hombres se dirigieron hacia el Palacio Imperial, residencia del emperador.

No faltaron cosas de las que hablar dentro del vehículo durante el trayecto.

Aunque sus conversaciones casi siempre giraban en torno a su trabajo, los dos hombres tenían tratos tanto en su vida privada como en la pública, y disfrutaban de una relación estrecha y de confianza. Como estaban tan ocupados que rara vez tenían ocasión de pasar un momento de inactividad juntos, había muchas cosas de las que ponerse al día.


—Kiyoka, he oído que estás prometido. ¿Cómo han ido las cosas?


—Nada digno de mención, la verdad. Respondió evasivamente a la inevitable pregunta. Ookaito siguió adelante, imperturbable ante el rostro inexpresivo y el tono cortante del comandante.


—Teniendo en cuenta lo opuesto que has estado a sentar la cabeza, debes llevarte muy bien con ella, eh.


—… No estaba evitando el matrimonio a propósito, ya sabes.


Como cabeza de la familia Kudou, se vería obligado a casarse en algún momento, y nunca había tenido problemas con ese hecho. Simplemente nunca había encontrado una pareja adecuada.

En ese sentido, podía decir que se llevaba muy bien con Miyo.


—Aún así, debe haber sido un momento difícil, dado todo lo que pasó. Debes ir muy en serio con ella ya que te quedaste a su lado después de todo.


—Ella no tuvo la culpa de nada.


—… Parece que tu odio expreso a las mujeres también fue un completo error de tu parte.


—Eres libre de pensar lo que quieras.


Ookaito se guardó discretamente una risita en la garganta tras la cortante respuesta.

Evidentemente, todos los detalles sobre el alboroto que provocó el incendio de la casa de los Saimori habían llegado también al general de división.

Sintiendo de pronto que le costaba respirar, Kiyoka se aclaró la garganta y aprovechó la oportunidad para cambiar de tema.


—¿Crees que Tatsuishi ya está allí?


—Sí. Parece que es inesperadamente diligente con su trabajo.


—La verdad es que no es sorprendente. Esa familia no puede permitirse perder más reputación.


Los verdaderos sentimientos de Kiyoka al respecto eran que sólo le causaría más problemas si Tatsuishi no estaba.

Debido a los crímenes del anterior jefe de familia, Minoru Tatsuishi, el papel de jefe de familia había pasado a su hijo mayor, Kazushi Tatsuishi.

Sin embargo, Kazushi era un tipo un poco raro. Ni Kiyoka ni Ookaito esperaban realmente que mantuviera la posición de su familia ahora que su reputación había caído tan bajo, pero aparentemente estaba cumpliendo sin problemas su papel como sucesor de la familia. Manejaba procedimientos complicados sin dificultad y se sometía de buen grado a las investigaciones militares y policiales.

La mitad de sus negocios en el Palacio Imperial lo involucraban, y planeaban reunirse cuando llegaran.


En poco tiempo, su automóvil atravesó la puerta del castillo perteneciente a la familia de mayor alcurnia de todo el país.

Un foso se extendía alrededor de los vastos terrenos, y junto al camino de piedra se alzaban hileras de verdes árboles, desde cerezos en flor hasta pinos. Varias residencias se esparcían por los terrenos, cada una albergando a un miembro de la familia imperial, pero el grupo de Kiyoka estaba visitando la mayor de ellas, situada en el centro exacto del recinto.

Una vez estacionado el vehículo frente a la entrada, los dos hombres se dirigieron al interior de la vivienda por el camino que ya conocían.


—Su otro compañero le espera por aquí, por favor.


Su criado guía abrió la puerta corredera, y al otro lado vieron a Kazushi Tatsuishi, que se les había adelantado.


—Hola, Sr. Kudou, Sr. Ookaito.


El joven libertino, envuelto en un ostentoso kimono, los miró y esbozó una sonrisa dudosa.


—… Tatsuishi, ¿piensas presentarte así ante Su Excelencia?


Kiyoka se apretó las sienes, sintiendo el comienzo de un dolor de cabeza.

Por desgracia, dado que los Tatsuishi eran ahora un clan subordinado de los Kudou, Kiyoka era responsable de supervisarlos. No podía dejar escapar a Kazushi sin una severa reprimenda.


—No estoy con los militares, y he oído que los usuarios de dones eran todos así.


Kazushi respondió con indiferencia, sin mostrar deferencia alguna.

Kiyoka reconoció que lo que había dicho era cierto. La única norma que debían seguir los usuarios de dones era servir al emperador. Para los usuarios de dones que no fueran militares, eso significaba que no estaban sujetos a ningún requisito particular en cuanto a vestimenta. No había ningún problema inherente con el atuendo de Kazushi.

Esta costumbre databa de antes de la Restauración, de tiempos inmemoriales. También servía como prueba de lo especiales que eran para el país los usuarios de dones.

Sin embargo, Kiyoka quería que siguiera las normas mínimas de etiqueta. Los chillones colores amarillo y rojo de la ropa de Kazushi resultaban desagradables a la vista.


—Esta es mi ropa formal, por así decirlo, Sr. Kudou. No hay necesidad de estar tan tenso al respecto.


—… Sólo esta vez. Hazlo de nuevo, y tu cabeza estará en el suelo.


Ver la mirada de conmiseración en los ojos de Ookaito hizo que Kiyoka deseara haber terminado ya.

A pesar de su momentánea disputa, se reunieron con Kazushi, y entonces llegó el momento de encontrarse finalmente con la persona a la que iban a ver.

Aunque el ambiente era grandioso e imponente, Kiyoka y Ookaito ya se habían acostumbrado.

Llegaron a la zona más interior de la residencia. Al otro lado de la puerta corredera de diseño extravagante estaba la cámara que los nobles que vivían allí utilizaban para celebrar audiencias con invitados.


—Disculpen. Ookaito, Kudou y Tatsuishi han llegado.


—Pueden entrar.


Ookaito anunció su presencia en nombre del grupo, y enseguida llegó una respuesta desde el otro lado de la puerta corredera.


—Ha pasado demasiado tiempo, Príncipe Takaihito.


Entraron en la sala y se encontraron con que el noble residente estaba sentado justo delante de ellos, frente a una alcoba empotrada.

Labios rojos brillantes sobre piel blanca como la nieve. Cualquier emoción quedaba completamente oculta bajo sus ojos almendrados. A pesar de tener una edad cercana a la de Kiyoka, la figura de aquel hombre era tan de otro mundo que algunos podrían tomarlo por un chico o incluso por una chica. Al mismo tiempo, poseía un aura intimidatoria que hacía que los demás se pusieran en guardia.

No tenía apellido. Sólo tenía un nombre: Takaihito.

Esto significaba que era hijo del emperador. En otras palabras, era un príncipe imperial, el siguiente en la línea de sucesión al trono imperial.


—Gracias por venir, Masashi, Kiyoka. Y al nuevo jefe de los Tatsuishi.


Los tres invitados se pusieron en fila y se postraron ante el príncipe. Incluso Kazushi sabía lo suficiente como para comportarse bien aquí.

Takaihito estaba sentado apoyado en un reposabrazos, con lo que parecía una sonrisa en los labios.


—Por favor, levanten la cabeza y descansen.


—Gracias, Majestad.


Tras la respuesta de Ookaito, Kiyoka y Kazushi levantaron la cabeza y enderezaron la postura. Aunque ninguno de los presentes era tan tonto como para relajarse del todo, las palabras de Takaihito sirvieron para relajar ligeramente el tenso ambiente.

Kiyoka intercambió una rápida mirada con Ookaito, y ambos intercambiaron posiciones.

El tema en cuestión tenía que ver con habilidades sobrenaturales y, por tanto, era competencia de Kiyoka. Aunque Ookaito era el superior de Kiyoka, al no poseer un don, había acompañado a su subordinado simplemente como una formalidad.


Kiyoka agachó ligeramente la cabeza y empezó a hablar.


—… Príncipe Takaihito, me gustaría darle a Kazushi la oportunidad de presentarse.


—Muy bien. Oigámoslo.


Ante la indicación de Kiyoka, el joven avanzó ligeramente e inclinó la cabeza.


—Me llamo Kazushi Tatsuishi, Majestad. He comenzado a servir como el nuevo jefe de la familia Tatsuishi. Permítame ofrecerle mis más profundas palabras de gratitud por concederme una audiencia, a pesar de los recientes crímenes de nuestra familia, cometidos desafiando los dones que el cielo nos envió.


—No dejes que eso te moleste. Tú también lo pasaste bastante mal, ¿no?


—Gracias, Majestad, soy indigno de tanta amabilidad. La familia Tatsuishi está ahora a las órdenes de la familia Kudou, y tengo la intención de hacer todo lo posible para restaurar el honor y la confianza en el mancillado nombre de mi clan.


—Perdono tu línea en lugar del emperador. Asegúrate de no faltar a tus palabras.


—Por supuesto, Majestad —respondió Kazushi antes de postrarse de nuevo ante Takaihito.


Los usuarios de dones se sometían únicamente al emperador. Así, aunque fueran juzgados y obligados a expiar sus culpas de acuerdo con las leyes de la sociedad, no podrían justificar su existencia sin un perdón oficial de la Corona.

Ahora los Tatsuishi habían recibido permiso para volver a servir al emperador.


—Tú también lo pasaste mal, Kiyoka. Es una pena lo que le ocurrió a la familia Saimori.


Aunque la posición de los Saimori había ido en declive, aun así habían perdido a una familia heredera del don. Fue un gran golpe tanto para el emperador como para el propio Japón. Suficiente para normalmente impulsar una investigación sobre quién era el responsable final.

Como no hubo muertos en el último incidente, y todos los malos actores de la familia Saimori habían sido debidamente castigados, las cosas habían quedado pendientes. Eso era todo.


Kiyoka bajó los ojos con abatimiento.


—Perdóname por no detenerlo.


—No importa. El suyo era un destino predeterminado.


Takaihito sonrió, asintiendo magnánimamente. Kiyoka relajó los hombros y dejó escapar un suspiro de alivio.

Dado que el príncipe imperial y el preeminente usuario de dones del imperio habían estado en contacto desde una edad temprana, compartían un vínculo especialmente estrecho; iba más allá de la formalidad y la costumbre.


—Gracias por su indulgente manejo de la situación. Además, Príncipe Takaihito, he oído que has recibido una Revelación Divina.


—En efecto. Eres consciente de que el sello alrededor del Cementerio se ha roto, ¿verdad?


'Así que de eso se trata.' Kiyoka frunció las cejas.

La Revelación Divina era un tipo de habilidad sobrenatural transmitida a través de la línea imperial directa.

Este don permite al usuario recibir avisos anticipados de los dioses sobre las catástrofes que se abatirán sobre la nación.

En otras palabras, precognición.

Gracias a su don, los emperadores de todas las épocas se enteraban de las amenazas que se cernían sobre su país y las evitaban o se esforzaban por reducir al mínimo el número de víctimas.

En realidad, no había forma de saber si estos mensajes divinos eran realmente obra de los dioses. Lo que sí era cierto, sin embargo, era la historia de los usuarios de dones que obedecían estas Revelaciones Divinas como parte de sus deberes y utilizaban la información para combatir los Grotescos.

Takaihito era el segundo hijo del emperador reinante, pero como el mayor no había heredado la Revelación Divina, era casi un hecho que Takaihito ocuparía el trono. Tal era la importancia del don de la Revelación Divina.

En la actualidad, el emperador reinante se encontraba delicado de salud. Takaihito utilizaba la Revelación Divina en su lugar para dar directrices a Kiyoka y a los demás.


—Ten cuidado… Se avecina una batalla. Si las cosas van mal, se perderán vidas.


Kiyoka asimiló solemnemente las palabras de Takaihito, alarmado.

La muerte era inevitable en la batalla, pero que Takaihito le llamara aquí y le advirtiera directamente significaba que el peligro era realmente grave. Esto casi nunca ocurría.


—Cuando dices que algunos perecerán, ¿quiénes serán exactamente?


—Hmm. Dado que aún no he ascendido al trono, mis poderes son todavía inestables. Eso es todo lo que se me mostró.


—… Entendido. En cualquier caso, ¿la amenaza en sí es cierta?


—Sí.


Kiyoka sabía que esta situación debía tratarse con la máxima cautela.

Si él y los demás presentes estaban en peligro, eso significaba que los ciudadanos inocentes e inconscientes corrían un peligro mucho mayor.

Ookaito y Kazushi tragaron saliva mientras escuchaban, templando los nervios.


—Me pondré en contacto contigo si tengo otras visiones.


—Muchas gracias, Príncipe Takaihito.


—Ah, sí. Una cosa más, Kiyoka.


Justo cuando Kiyoka pensaba que su reunión había terminado, Takaihito le detuvo.


—¿Qué pasa?


—He oído que estás comprometido. Por fin.


'Otra vez esto no'. Kiyoka se había cansado un poco del tema. Al igual que había ocurrido con Ookaito, este tema siempre salía a relucir cada vez que se encontraba con un conocido.

Estaba harto de repetir la misma conversación una y otra vez.


—Tu prometida… Bueno, estoy seguro de que las cosas serán bastante difíciles de aquí en adelante.


—¿Difíciles?


—Pero conociéndote, confío en que estarás bien.


Takaihito habló con una risita divertida.


—¿Es otra Revelación Divina?


El príncipe imperial precognitivo no dio respuesta a la pregunta de Kiyoka.

Dada su larga relación juntos, Kiyoka sabía que Takaihito no era capaz de explicarle cada cosa.


—… Lo tendré en cuenta.


Con estas palabras, terminó la audiencia de los tres hombres con Takaihito. Sus mentes consumidas por pensamientos sobre todos los futuros posibles en el horizonte, dejaron atrás la residencia imperial.

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